MI SEGUNDA OPORTUNIDAD

Capítulo 1

Merri

 

—Has hecho el ridículo con mi equipo, mi organización, tu padre y, lo peor de todo, conmigo —dijo el hombre de rostro enrojecido, mientras las arañas vasculares resaltaban y se retorcían bajo su ridícula y blanca barba de chivo.

Bajé la cabeza y dejé que mi mente se desviara a otro mundo. ¿Alguna vez has soñado con hacer algo? Podría ser lograr una meta o hacer que un padre se sienta orgulloso de ti. Tal vez, después de toda una vida decepcionando a tu padre, tu sueño era ser su asistente técnico mientras él llevaba su equipo a la victoria en el campeonato de la NFL. Justo cuando los últimos segundos se agotan en el reloj, él se vuelve hacia ti en busca de la jugada que ganará el juego. Y después de haber esperado esto toda tu vida, sacas lo que has estado preparando durante meses.

—¿Un pase Ave María? —él te diría.

—Funcionará, entrenador —le dirías, insegura pero convencida de que es la decisión correcta.

—No sé qué pensar… La partida está en juego.

—Confíe en mí, entrenador —rogarías.

Cuando él se alejaría dudoso, tomarías su hombro y dirías: —Esto funcionará, papá.

Y gracias a toda una vida de colaboración, pondría el campeonato en tus manos y llamaría al mariscal de campo que iniciaría tu jugada.

A medida que los jugadores realizan un ataque rápido por parte de la defensa y se posicionan, el mariscal lanza el balón. En el aire, recorre 30, 40, 50 yardas. Y justo como lo planeaste, el receptor se desprende de su defensor, salta y luego lo atrapa en el aire, cayendo en la zona de anotación y ganando el juego.

Siguen los aplausos y las serpentinas. Los otros entrenadores te elevan sobre sus hombros en señal de victoria. Y tu padre, que tal vez tuvo sus dudas sobre ti, te mira a los ojos y asiente como diciendo: esa es mi hija y estoy orgulloso. …O, ya sabes, algún sueño menos extrañamente especifico que ese.

Bueno, no tengo problema en admitir tal vez ese haya sido mi sueño. Nunca he sido la favorita de mi padre. Incluso se podría decir que mi padre me considera una decepción.

Sí, soy la asistente técnica de mi padre. Y después de tener una destacada carrera como entrenador en la División 2, ocurrió el milagro de ‘ofrecerme un equipo de la NFL’. Pero ahí es donde mi termina mi sueño. Porque después de dos años de ir cuesta abajo, la carrera de mi padre podría estar terminando antes de que realmente comience.

Peor aún, mientras jugábamos nuestro último partido de la temporada, el que determinaría nuestras posibilidades en los playoffs, mi padre me ignoró por completo y eligió una jugada que nos hizo perder el juego.

No fue tan malo. Nuestro equipo estaba acostumbrado a perder. Es lo que hay. Pero de repente, desligada de la preparación del juego y todo lo demás relacionado con el fútbol, algo se abrió paso en mi mente. Después de meses de ignorar a mi novio, recordé que nuestra relación estaba en la cuerda floja. Al igual que la carrera de entrenador de mi padre, estaba yendo cuesta abajo.

Con esos pensamientos abrumándome, ocurrió algo inesperado: mi rostro apareció en la pantalla gigante. Esto ya había ocurrido antes. Cuando los partidos son televisados, los camarógrafos siempre buscan tomas de reacciones.

El único problema esta vez fue que eligieron enfocarme a mí porque, en un momento de emoción cruda, estaba llorando. Ni siquiera me había dado cuenta. Y si alguna vez has pensado que no hay llanto en el béisbol, puedo asegurarte de que, a menos que sea después de una gran victoria, definitivamente no hay llanto en el fútbol americano.

—¿Lloraste? ¿En mi campo de fútbol? ¿Qué tipo de maldito gesto de debilucho es ese?

El gerente del equipo miró al dueño del equipo sabiendo que había cruzado una línea. Por supuesto, no dijo nada al respecto. Podría decirse que el dueño del equipo tenía su mano en el trasero del gerente, por la forma en que este último era un títere.

—Eres una vergüenza para mi equipo. Y eso es mucho decir, considerando lo malditamente vergonzosa que ha sido toda esta temporada. Pero ¿sabes por qué ha sido una vergüenza? (hizo una pausa y repitió) He dicho que si ¿sabes por qué ha sido una vergüenza? —me preguntó.

—¿Porque nuestra técnica de presión es débil? ¿No tenemos suficiente profundidad para compensar las lesiones? ¿Y nuestro mariscal de campo no puede completar un pase ni para salvar su vida?

El hombre de 72 años me miró con desprecio.

—No, pedazo de mierda sabelotodo. Es porque la asistente de tu padre, con mierda en el cerebro, piensa más en acostarse con los jugadores que en cómo ganar el partido.

La sensación de calor recorría mi cuerpo. Cada músculo de mi pecho se tensó dificultándome la respiración. Él lo había encontrado. Lo que siempre más temí escuchar, me lo había escupido como veneno.

Como mujer que trabaja en el fútbol, siempre he tenido que bailar en una línea delgada. Pero como hija y asistente del entrenador, esa línea ha sido un campo minado. Nunca podría salir con uno de los jugadores de papá. Y con sus frágiles egos, ni siquiera podía dejar que pensaran que estar conmigo era una posibilidad.

Eso significaba tener que llevar siempre ropa deportiva. Significaba no permitir que los chicos me vieran como un objeto. Y significaba hacerles creer que la razón por la que no estaba interesada en ellos era porque no estaba interesada en su género.

¿Alguna vez dije que era lesbiana? No, porque eso sería mentira y moralmente incorrecto. Pero si sueltas un “ella está buena” de vez en cuando, el rumor se esparce. Los jugadores incluso lo alentaban. Les divertía tratarme como uno más del grupo y yo les seguía la corriente.

Sin embargo, nunca supe cómo hablar con mi padre sobre esto. Por un lado, sabía que había oído los rumores sobre que me atraían las mujeres. Por otro lado, que en realidad me gustaran los chicos no cambiaba el hecho de que no era la delicada flor que esperaba que fuera su pequeña niña.

No importaba lo que fuera, lo iba a decepcionar. Y no terminaba con mi falta de feminidad. Hacía cosas que le complicaban la vida. Por ejemplo, insistí en que me dejara ser su asistente de entrenador y luego lloré en televisión nacional, proporcionando munición al dueño del equipo para usar en las entrevistas de salida y las negociaciones de contratos.

Mientras sentía que las lágrimas amenazaban nuevamente, hice todo lo posible para contenerlas. No podía llorar. No ahora. No aquí. Tenía que superar esto como un hombre.

Así que, mientras el dueño criticaba mi género y mi inteligencia, haciendo todo lo posible para hacerme renunciar, me mordí el labio. Moví los dedos de los pies. Hice todo lo que pude para distraerme del pensamiento que se asentaba en el fondo de mi mente, ‘lo que él decía sobre mí era cierto. No pertenecía aquí’.

—No llores, Merri. ¡No llorarás! —me dije a mí misma, deseando desesperadamente que fuera verdad.

Podía hacerlo. Podía superar esto. Y cuando lo hiciera, demostraría que sí pertenecía aquí. Le mostraría a mi padre y a todos los demás que no era un fracaso. No era una vergüenza.

Les demostraré que soy una persona que pertenece al fútbol americano tanto como cualquier chico. Y mientras las húmedas líneas recorrían lentamente mis mejillas y me rompían el corazón, supe exactamente cómo lo haría.

 

 

Capítulo 2

Claude

 

Mientras los primeros rayos de sol matinales se extendían sobre las montañas blanqueando las nubes, una neblina llenaba el aire. Estirando los isquiotibiales una última vez, inhalé profundamente y comencé mi carrera. Entrando en ritmo tanto en la respiración como en el paso, mi mente se serenó. Esta mañana era el momento. Había pensado en hacerlo durante tanto tiempo y hoy era el día.

Al rodear las carreteras de montaña y entrar en el vecindario, repasé mi plan otra vez. Aquí era donde Cage empezaba su carrera. Topándome casualmente con él, lo invitaría a unirse a mí y entonces lo haría.

No había duda de que algo en mi vida tenía que cambiar. Cuando volví a casa por primera vez, había disfrutado del aislamiento. Necesitaba tiempo para pensar. Pero dos años ya habían sido demasiado.

Sí, estaban mis videollamadas con Titus y Cali, pero no eran suficientes. Si bien, conocer a mis nuevos hermanos del alma había sido lo que despertó esto en mí. Quería ser más sociable. Estaba empezando a necesitarlo.

¿Por qué había elegido acercarme a Cage?

Fue porque estábamos en una etapa similar de la vida. Desde que nos graduamos de la universidad dos años antes, habíamos tomado decisiones parecidas. De todas las personas en este pequeño pueblo, él era el que más fácilmente podía considerar un amigo.

Además, él y su novia eran el centro del grupo de amigos de mis hermanos. Cage y Quin organizaban muchas noches de juegos. Cuando Cage se mudó al pueblo, me invitó. Pero después de rechazar unas cuantas veces, las invitaciones se detuvieron.

Paso uno, toparme con Cage. Paso dos, invitarlo a unirse a mi carrera. Paso tres, mencionar casualmente la noche de juegos y expresar interés en unirme a ellos. Parecía tan simple. No obstante, recién ahora, semanas después de idear el plan, había reunido el valor para intentarlo.

Quizás esto era a lo que se parecía estar al final de tus fuerzas, una carrera matutina destinada a pedir algo que desesperadamente echabas de menos, conexión humana y un amigo.

Haciendo lo mejor para no pensar demasiado, aumenté el ritmo y recorrí las calles del vecindario. Con el corazón latiendo fuertemente, la casa de Cage apareció a la vista. Había calculado bien el tiempo, podía ver a Cage estirándose en la entrada.

Mientras lo miraba, me dolía el pecho. Atrapado bajo una avalancha de pánico, luchaba por respirar.

No podía hacer esto. No ahora. No hoy. Y justo cuando Cage levantó la vista y me notó corriendo por su calle, giré. Cambiando de dirección como si siempre hubiera sido mi plan, corrí en la dirección opuesta.

Era un cobarde. No cabía duda al respecto. Pero lo peor de todo, estaba solo y seguiría estándolo. ¿Por qué no podía superar esto? ¿Qué me pasaba?

Al volver a casa y subir a la ducha, me quedé desnudo con el agua acumulándose en mi cabello rizado. ¿Cómo me había convertido en esta persona? La universidad había sido tan diferente. Tenía amigos y una vida. Ahora, de vuelta en casa en una pequeña ciudad de Tennessee, yo era…

—Baja cuando termines —dijo mi madre golpeando la puerta del baño—. Tengo una sorpresa para ti.

Regresando al momento presente, levanté la mirada. ¿Mi madre tenía una sorpresa para mí? ¿Qué quería decir con eso?

Cerré el agua y me vestí, abrí la puerta del baño. Inmediatamente, el aroma de los granos de Arábica tostados me envolvió. Dios, que bien olía. Pero yo no lo había preparado.

—¡Sorpresa! —dijo mi madre después de que bajé las escaleras y entré en la cocina.

En una mano tenía una taza de café. En la otra, un muffin con una vela encendida clavada en él.

—¿Qué es esto?

—Estamos celebrando —dijo mi madre entusiasmada, con su piel morena resplandeciendo a la luz de la vela.

—¿Celebrando qué? —pregunté preguntándome si había olvidado un cumpleaños.

—Celebramos que te mudas a tu nueva tienda.

Sonreí a pesar de mí mismo.

—Realmente no es para tanto, mamá.

—Claro que sí lo es. Has trabajado desde nuestra sala de estar el último año, y ahora vas a tener tu propia oficina.

—Que compartiré con Titus —le recordé.

—¿Y qué importa eso? Ahora eres un propietario de negocios próspero y tienes tu propia oficina.

—Que comparto.

—Claude, toma el muffin —dijo, entregándomelo—. Y el café. Le pregunté a Marcus qué tipo te gusta. Me dijo que es tu favorito.

Sonreí. —Gracias, mamá.

—De nada —dijo con una sonrisa—. Tengo unos minutos antes de que tengamos que irnos, ¿por qué no nos sentamos a disfrutar de un café juntos?

—Uh, oh —dije tomando asiento.

—¿Qué, uh, oh? No hay ningún uh, oh. ¿No puede una madre pasar unos minutos sentada con su guapo hijo?

—Claro que sí, mamá —dije acomodándome—. Lo siento. ¿De qué quieres hablar?

Mamá me miró con picardía.

—Bueno, ya que preguntas, ¿hay alguna chica en tu vida de la que quisieras hablarme?

Mi cabeza se inclinó al escuchar su pregunta tan frecuente. —No mamá, no hay chicas en mi vida en este momento.

—¿Y por qué no? —dijo inclinándose hacia adelante.

—Presiento que viene una charla.

—No hay charla. Solo voy a decir…

Refunfuñé.

—Solo voy a decir que eres inteligente, amable y ahora eres propietario de un negocio.

—Aquí vamos.

—No hay razón para que no tengas chicas llamando a tu puerta.

—Tal vez no quiero que las chicas llamen a mi puerta.

—Tu mamá tenía chicos llamando a su puerta —dijo con orgullo.

—Y en el tema de cosas que no necesitaba saber…

—Deberías estar agradecido de que tu mamá era atractiva.

—¡Mamá!

—¿De dónde crees que sacaste tu buena apariencia?

—Creo que esta conversación ha terminado —dije levantándome.

—Se acabará cuando traigas a casa algún bombón para presentármelo. Yo me colaba chicos en la habitación desde que podía meterlos por la ventana. ¿Por qué no hay nadie saliendo por la tuya?

—¡Estoy en un segundo piso! —le dije, girándome hacia ella—.

—Claude, tienes que abrirte a la gente. A todos les caes bien. Solo dale una oportunidad a alguien. Eres demasiado joven y guapo para ser un viejo solitario —me dijo mientras tomaba mi café y subía a mi habitación.

Al cerrar la puerta detrás de mí, tuve que admitir que no estaba del todo equivocada. Algo tenía que cambiar. Esta no era la vida que me había imaginado para mí mismo cuando me gradué de la universidad.

Claro, tenía lo que se estaba convirtiendo en un negocio próspero, y trabajaba con Titus. Pero eso solo era de primavera a otoño. El resto del año, tomar café en el puesto de Marcus era el único momento en que no me sentía vacío. Algo tenía que cambiar.

Esperando mis habituales cinco minutos antes de tener que irnos, bajé de nuevo las escaleras y agarré las llaves del coche. Como mi madre estaba en la escuela todo el día, compartíamos un coche. Nos venía bien, considerando que yo nunca iba a ninguna parte por la noche. Pero al llevarla esta mañana y escuchar cómo retomaba su charla donde la había dejado, empecé a dudar de nuestro arreglo.

Dejé a Mamá y me dirigí a mi nuevo lugar, me estacione en el estacionamiento y me quede sentado. Mirando la pequeña cabaña de troncos, esperaba sentir más de lo que sentía. Mamá no se equivocaba, tener una oficina desde donde dirigir nuestro negocio era un motivo de celebración. Pero con mi socio de negocios todavía terminando su semestre de primavera, yo era el único allí.

Saliendo del coche, caminé por el sendero de tierra hasta nuestra puerta de entrada. El lugar era la cabaña perfecta en el bosque. Rodeada de pinos perfectos aún húmedos con el rocío de la mañana, mire a través de los árboles hacia el río poco profundo a no más de treinta metros de distancia.

Este lugar había sido un hallazgo excelente. Lo único que jamás tendría sería tráfico peatonal. Pero con la ruta de nuestro recorrido comenzando a menos de un cuarto de milla de distancia, nos permitiría realizar más recorridos durante el día. El alquiler tenía mucho sentido.

Al abrir la puerta y mirar alrededor, sentí su vacío. ¿Había sido una buena idea? ¿Cuánto más aislamiento necesitaba? ¿Podría pasar el resto de mi vida trabajando aquí en este pueblo?

Secándome rápidamente una lágrima de la mejilla, me enderecé y me puse sensato. Había querido un negocio y ahora lo tenía. Si quería abrirme y dejar entrar a alguien en mi vida, también podría hacerlo.

Ya no podía dudar de que lo necesitaba. Había una parte de mí que sentía que iba a romperse sin ello. Solo tenía que averiguar cómo desbloquear las manos que ocultaban mi corazón.

No sabía por qué siempre me retraía de las personas como lo hacía, pero iba a superarlo. Iba a dejar que alguien entrara a mi vida y juntos seríamos felices.

Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Y mientras me secaba otra lágrima de la mejilla, escuché un golpe en la puerta que me hizo girar.

—¡Merri! —dije, sorprendido al volver a ver sus ojos grises como el acero mirándome fijamente—.

 

 

Capítulo 3

Merri

 

—Hola, Claude —dije como si no hubieran pasado dos años desde que lo vi por última vez.

Dios, se veía tan bien. No era que hubiera olvidado cómo sus cejas perfectas enmarcaban su mandíbula cuadrada y sus labios carnosos. Era más bien que había olvidado cómo me hacía sentir mirarlos.

Verlo por primera vez en primer año de universidad fue lo que necesité para convencerme de que no solo me gustaban los chicos, sino que tenía un tipo. El tono de su piel era el color del chocolate con leche. ¿Cómo alguien podría resistirse a querer lamerlo?

Claude sacudió la cabeza como si no pudiera creer lo que veía.

—¿Qué haces aquí? —preguntó atónito.

—Estaba por el barrio. Pensé en pasar a saludar.

—¡Estás en Tennessee! —exclamó, aun tratando de entenderlo todo.

—¿Qué pasa? ¿Acaso Tennessee no tiene barrios? —bromeé.

—No, quiero decir, tú vives en Oregón.

—En realidad, ahora estoy en Florida.

—Que sigue sin estar cerca de Tennessee.

Sonreí. —Me atrapaste.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—Pensé en pasar y saludar.

—Recibí las llaves de este lugar ayer.

—¿El sitio es nuevo? —dije mirando la pequeña cabaña—. Diriges una de esas compañías de tours de rafting por el río, ¿verdad?

—Sí. ¿Cómo lo sabías?

—Tienes una página web —le dije mientras exploraba el lugar.

—Claro. Y puse esta dirección en ella.

—Bingo.

—De acuerdo, eso explica cómo encontraste el lugar. Pero eso no me dice por qué estás aquí.

Miré a mi viejo amigo preguntándome por dónde debería empezar. Había pasado mucho entre nosotros antes de que me dijera que decidía graduarse pronto y dejar el equipo. Y admito que no manejé bien su partida.

—Estoy aquí porque tengo una propuesta para ti —dije con una sonrisa.

—¿Y cuál es?

—No sé si lo sabes, pero mi padre se convirtió en el entrenador principal de los Cougars.

—No lo sabía —dijo de una manera que me indicaba que tampoco le importaba.

—Vale. Lo es. Y yo me convertí en su asistente.

—¿Como en la universidad?

—Claro. Aunque los profesionales son muy diferentes. Si te contara algunas cosas… —miré hacia arriba y me detuve al ver sus ojos indiferentes. Bajé la mirada—. No es el punto.

—Entonces, ¿cuál es tu punto? —preguntó fríamente.

—Mi punto es que él consiguió ese puesto de entrenador principal, en parte, gracias a ti.

—Ya veo.

—¿No te sorprende eso?

—Tuvimos una buena temporada.

—Tuvimos tres buenas temporadas. Y todas ellas fueron gracias a ti.

—Aún no sé qué estás haciendo aquí.

Con el momento en mis manos, luché por respirar. —Estoy aquí porque te estoy invitando a un entrenamiento.

—¿Un qué? —Claude dijo, sorprendido.

—Ya sabes, una prueba para el equipo.

La tensión de Claude disminuyó.

—¿Para los Cougars? —preguntó, confundido.

—Sí —dije emocionada—. Papá sabe que debe mucho de su éxito a ti y cree que tienes lo que se necesita para jugar en las ligas profesionales.

—Merri, no he tocado un balón de fútbol americano desde… —se detuvo, intentando recordar.

—¿Desde que ganaste nuestro tercer título de división?

—Eso es.

—Simplemente lo dejaste ahí y nunca más lo volviste a levantar, ¿eh?

—¿Qué sentido tenía?

—¿No lo extrañas? Eras tan bueno en el campo. La forma en que podías encontrar un espacio y esperar hasta el momento perfecto para lanzar el pase… ¿No era increíble?

—Es parte de mi pasado.

—Pero no tiene que ser así. Estoy aquí diciéndote que, si lo deseas, podrías volver a tenerlo. Te estoy ofreciendo una invitación de regreso. Sé que te encantaba. Estoy segura de que lo volverías a amar —dije, preguntándome si seguía hablando solo de fútbol.

Claude me observó sin expresar mucho. Podía sentir cómo mi confiada personalidad se derretía bajo intensidad de su mirada. Siempre tuvo la capacidad de ver a través de mí. No estaba segura de cómo lo hacía.

—Mira, Claude —dije, mirando a cualquier lugar menos a sus ojos—, sé que no tengo derecho a pedirte nada, especialmente por cómo terminaron las cosas entre nosotros. Pero significaría mucho para mí si lo consideraras. Realmente no estoy en una buena posición ahora con el equipo…

—Entonces, así que esto se trata de ti.

—Esto es sobre nosotros… Quiero decir, lo que teníamos. Teníamos algo bueno en aquel entonces, ¿verdad? Yo era tu entrenadora de mariscal de campos y preparadora física. Tú eras la estrella del equipo. Brillabas y todo el mundo te adoraba.

—Esa no es la razón por la que jugaba.

—Entonces, ¿por qué jugabas? —pregunté, percibiendo una oportunidad.

—No importa. Esa parte de mi vida ha terminado.

—Pero no tiene por qué ser así. De nuevo, sé que no me debes nada. Pero te pido que al menos lo consideres. Significaría mucho para mí. También para papá. A ambos nos encantaría trabajar contigo de nuevo. Y, aunque hayan pasado dos años, sé que lo que tenías aún está ahí. Eras así de bueno —dije, terminando con una sonrisa.

Pude decir que había conseguido llegarle cuando finalmente bajó la mirada.

—Lo consideraré.

Avancé rápidamente y lo abracé.

—Sabía que lo harías. Lo sabía —dije, emocionada —. Eras genial en aquel entonces y lo serás de nuevo —le dije al soltarlo.

—Solo dije que lo consideraría —dijo él fríamente.

—Por supuesto. Claro —dije, recomponiéndome—. Estoy realmente feliz ahora mismo. Mira, estaré en la ciudad unos días antes de ir a mi próxima reunión. ¿Qué te parece si te llamo en uno o dos días? Podríamos cenar. Invito yo.

—¿Tienes mi número? —preguntó Claude, confundido.

—Todo el mundo tiene tu número.

—¿Qué?

—Es el que está en la página web, ¿verdad?

—Oh. Sí.

—Entonces, lo tengo —dije, dirigiéndome hacia la puerta. A punto de irme, me detuve—. Oye, ¿recuerdas en segundo de bachillerato cuando hicimos ese viaje de acampada a Big Bear?

—Es difícil olvidarlo. Cuando llegamos había unos quince centímetros de nieve en el suelo. Estábamos en plena primavera.

Me reí.

—Sí. ¿Y terminamos haciendo una caminata alrededor de ese lago?

Claude pensó un momento y asintió.

—Cuando llegamos estaba nevando ligeramente.

—¿Recuerdas cómo el sol estaba en el ángulo perfecto para hacer que el agua brillara? ¿Y te acuerdas de las montañas cubiertas de nieve al fondo?

—Sí —dijo él, perdiéndose en el recuerdo.

—Sabes, he viajado a muchas ciudades desde entonces y esa sigue siendo la vista más hermosa que he visto jamás. Tuvimos buenos momentos juntos, ¿verdad?

Claude emitió un gruñido pensativo.

—Te llamaré —le dije antes de echar un último vistazo a quien una vez fue mi mejor amigo y luego salir caminando.

 

 

Capítulo 4

Claude

 

Observé cómo mi razón para dejar la universidad antes de tiempo se retiraba hacia un coche de alquiler y se alejaba. Mi corazón latía violentamente. Un calor punzante envolvía mi piel, haciendo temblar mis huesos. Tomando una profunda inhalación, luché por respirar.

No podía soportarlo. Sintiéndome enjaulado dentro de la oficina, necesitaba correr. Salté hacia la puerta y la abrí de golpe. Antes de darme cuenta, estaba corriendo con toda la fuerza y velocidad que tenía. Perdiéndome entre los árboles, todo en lo que podía pensar era en la sensación mientras mis músculos de las piernas me impulsaban hacia adelante.

Podía sentir el viento azotarme cuando tomaba velocidad. A mi alrededor, el mundo se ralentizaba. Así era como me sentía con el balón de fútbol americano en la mano y una línea defensiva luchando por superar la muralla ofensiva de nuestro equipo. Si alguna vez hubiera tenido un arma secreta, era esta.

Corrí tanto como pude. Al disminuir la velocidad, adopté un paso todavía ligero. Jamás habría imaginado cuánto me afectaría volver a ver a Merri. En algún momento, ella había significado mucho para mí. Pero después de que me mostrara quién era realmente, me di cuenta de que nunca la había conocido.

En la universidad, los jugadores bromeaban diciendo que si era tan bueno era porque era un robot programado para lanzar un balón de fútbol. Eso implicaba que no tenía corazón. Sí tenía corazón, y se rompió después de las cosas que Merri me dijo.

Agotado y sintiendo que mis piernas ardían, finalmente me detuve. Inclinado con las manos en las rodillas, luché por respirar. Recordaba esta sensación. Era como me sentía cuando la soledad se volvía demasiado para mí.

Cuando el mundo parecía que iba a colapsar a mi alrededor, corría. Correr era lo único que me ayudaba a cumplir con mi deber. Correr calmaba mi mente lo suficiente para ser la persona que tenía que ser.

De pie, mientras mi mente revuelta se calmaba, miré a mi alrededor. Sabía dónde estaba. Me encontraba en uno de los puntos de descanso del recorrido de Titus. Frente a mí había un estanque conectado al arroyo que fluía junto a nuestra oficina. Aguas arriba, se unía a un río que nacía en las montañas. Con los exuberantes árboles verdes que lo rodeaban, era hermoso, pacífico.

Necesitado de hablar con alguien, saqué mi teléfono y busqué señal. Encontrando dos barras, llamé al único que sabía que contestaría.

—Claude, ¿qué pasa? —dijo Titus con su habitual voz alegre.

Hice una pausa antes de hablar. ¿Por qué lo había llamado? ¿Necesitaba escuchar su voz? ¿Solo necesitaba saber que no estaba solo?

—Claude.

—Sí, lo siento. Mi teléfono se me resbaló.

Titus rio. —Entonces, ¿qué ocurre?

—¿Te he pillado en mal momento?

—No. Acabo de salir de clase. Estoy volviendo a mi dormitorio. ¿Está Cali contigo?

—No. Estaba, eh, te llamaba para decirte que ayer conseguí las llaves. Ya tenemos oficina de manera oficial.

—¡Eso es fantástico! ¿Se siente como en casa? —bromeó Titus.

—Se siente como un espacio práctico para trabajar —clarifiqué, eligiendo mis palabras con cuidado.

Titus rio. —Por supuesto que dirías eso. Bueno, subiré mañana para ayudarte a mover el equipo. Estoy seguro de que a mamá le encantará quitárselo del patio.

—Estoy seguro de que sí. —Hice una pausa considerando qué diría a continuación—. Sabes, pasó una cosa curiosa cuando llegué esta mañana.

—¿Qué pasó? ¿Ya hay goteras?

—Nada de eso —dije mientras me giraba para volver hacia la oficina—. Había alguien allí.

—¿Sí? ¿Quién? ¿Era un cliente?

—No. Era alguien que conocí en la universidad. Era entrenadora asistente del equipo de fútbol.

—¿En serio? ¿Cómo la conociste?

—¿A qué te refieres?

—¿A qué me refiero? ¿Cómo la conociste?

—Era entrenadora asistente del equipo de fútbol americano y yo jugaba en el equipo. Aunque, supongo que también la conocía socialmente.

Hubo silencio al otro lado del teléfono.

—Espera. Retrocede un segundo ahí. ¿Estuviste en el equipo de fútbol americano de la universidad?

—Sí —dije, sabiendo que había evitado el tema hasta ahora—. ¿No lo he mencionado?

—¡No lo has mencionado! —replicó Titus, asombrado—. ¿Me estás diciendo que en todo el tiempo que llevamos trabajando juntos, has oído hablar de todo lo que está sucediendo en mi equipo y ni una sola vez pensaste mencionar que jugaste al fútbol americano en la universidad?

—No surgió —le dije.

—¿No surgió? ¿No crees que es una de esas cosas que mencionas?

—Realmente no era para tanto. Esperaba dejar atrás ese tiempo.

—Algo así. De todas formas, la asistente entrenadora apareció en la oficina. Al parecer, consiguió la dirección de la web.

—¿Qué quería?

—Quería que volviera a involucrarme con el fútbol.

—¿Cómo?

—No estoy seguro —mentí, sin ganas de entrar en detalles.

—Así que, ¿solo quiere que vuelvas al deporte?

—Parece que sí.

—¿Y cómo la conociste?

—Era entrenadora asistente del equipo. Y, supongo que puedes decir que éramos amigos.

—¿Amigos? Espera un minuto, ¿tuviste amigos en la universidad? —bromeó Titus.

—Sí, tuve amigos.

—¿Qué tipo de amiga era? Porque las chicas no aparecen de la nada intentando que vuelvas sin razón.

—Te aseguro que solo éramos amigos —dije, aclarando cualquier malentendido.

—No suena así —bromeó Titus.

—Eso es todo lo que éramos. Aunque…

Me quedé en silencio.

—No me dejes con la intriga.

—Ella y yo éramos mejores amigos. Y puede que hubiera algunas veces en las que ella me dio la impresión de que se sentía atraída por mí.

—¿En serio? Y tú, ¿qué sentías por ella?

—Era una amiga. Así es como la consideraba.

—Entonces, esta amiga perdida hace tiempo, ¿con quién no has hablado en cuánto tiempo?

—Desde que dejé la escuela.

—Esta amiga perdida, que quizás sentía algo por ti, y con quien no has hablado en dos años, aparece en tu lugar de trabajo intentando recuperarte.

—No fue así.

—¿Estás seguro? Porque eso es lo que parece.

Pensé en eso por un momento. Titus no tenía toda la información, ¿pero estaba equivocado? Hubo veces, cuando Merri y yo estábamos juntos, que la sorprendí mirándome fijamente. Había sucedido más de una vez.

Sabiendo que ella solo se interesaba por chicas, lo había descartado como una mera torpeza. Merri definitivamente podía ser torpe de vez en cuando. Pero si ella hubiese estado interesada en mí, ¿podría su invitación para entrenar en el equipo ser algo más? ¿Era real siquiera el entrenamiento?

—No lo sé —le dije a Titus con sinceridad.

—Bueno, yo no la conozco. Pero a ti sí. Y sé que no entiendes el efecto que causas en la gente. Si una amiga perdida hace tiempo ha aparecido de la nada intentando recuperarte, yo diría que tengas cuidado.

—Y, ¿realmente quieres volver a involucrarte en el fútbol? No debió de significar tanto para ti considerando que esta es la primera vez que lo mencionas.

—Tuvo sus momentos.

—Ten cuidado. Puede que no lo pienses así, pero esto suena a que tiene más que ver con sus remordimientos nocturnos que con ofrecerte un puesto genérico en el fútbol. Se oye muy sospechoso. Digo, ¿realmente hay un trabajo?

—Quizá tengas razón.

—Como alguien que pasó sus noches lamentando no actuar sobre sus sentimientos por su mejor amigo, te digo que tengo razón. Así que, a menos que estés buscando un rollo, te diría que hagas como si esto nunca hubiera pasado… Y no lo digo solo porque eres mi socio y no podría llevar el negocio sin ti.

Sonreí. —Por supuesto que no. Tus consejos no son parciales en absoluto.

—En serio, sin embargo. Parece que hay más en la historia de lo que sabes.

—Comprendo. Y tienes razón. Parece que hay más en la historia. Quizá lo deje pasar. Gracias, Titus.

—De nada, colega. Para eso estoy.

—Nos vemos este fin de semana.

Tras colgar, reflexioné sobre lo que Titus había dicho. Tenía razón en una cosa. Había más en la historia. ¿Tenía Merri algún motivo oculto? Siempre supe que era una chica sincera. Una de las cosas que más me gustaban de ella era que sentía que podía confiar en ella. Hasta que no pude.

Entonces, ¿debía considerar lo que Merri me estaba ofreciendo? Y, ¿exactamente qué me estaba ofreciendo? Cuando estábamos en la escuela, pensé que Merri sería una amiga para toda la vida. Era la única chica con la que sentía que podía ser yo mismo.

Había sido por ella que tuve el éxito en el equipo que tuve. En la escuela secundaria, siempre había sentido la necesidad de mantener un perfil bajo. Era el único chico de color en la escuela y en el equipo. Lo mejor que podría haber hecho era pasar desapercibido.

Pero durante mi primer año como novato, estaba nervioso como el infierno en las pruebas. Lanzando el balón intentando sacudirme los nervios, se me acercó una chica rubia y atlética, con ojos grises como el acero y me preguntó si estaba probando para mariscal de campo. Después de decirle que jugaba como receptor en la escuela secundaria, me sugirió que cambiara de posición.

No estaba dispuesto a hacer eso. El mariscal de campo era el foco del equipo. No solo nunca había jugado en esa posición, sino que requeriría de mucha más atención de la que estaba buscando.

Manteniendo un ojo en ella mientras paseaba por el campo, más tarde la vi hablar con el entrenador. En un momento, vi que ambos me miraban. Y cuando llegó mi turno de alinearme con los otros novatos, el entrenador dijo: —Tú, ¿cómo te llamas?

—Claude Harper, señor.

—Merriam me dice que tienes un buen brazo —dijo delante de todos.

Miré a la chica que hasta ese momento parecía ser la que llevaba el agua.

—Estoy intentando ser receptor. Tengo una buena velocidad.

Había estado corriendo mucho hasta ese momento. Mis tiempos en el sprint de 40 yardas eran lo que esperaba que me ayudara a entrar en el equipo.

—Bueno, ahora estás probándote para mariscal de campo. ¿Tienes algún problema con eso?

—No, señor.

—Bien. Ve a calentar.

Hice lo que me dijeron y calenté. No sabía mucho del equipo considerando que los equipos de la división dos no recibían cobertura nacional. Pero lo que sí sabía era que ya tenían un mariscal de campo. Mark Thompson estaba en el último año y tenía asegurada la posición.

—Yo te ayudaré a calentar —me dijo Merriam cuando me dirigí a las redes.

—¿Por qué le dijiste eso? Te dije que no estaba intentando ser mariscal de campo. ¿Estás asegurándote de que no entre en el equipo?

Ella me miró sorprendida.

—No. No es eso para nada. Él es mi padre. Me dijo que observara a todos y le dijera lo que veía. Vi que tienes un gran brazo.

—Sí, pero el equipo ya tiene mariscal de campo. Probablemente tengan incluso suplente.

—Tenemos a Mark. Pero se lesiona mucho. Y nuestro suplente no puede darle ni a un granero ni a propósito. Tenemos receptores rápidos y una línea ofensiva fuerte. Así que, si pudiéramos reforzar nuestra posición de mariscal de campo, tendríamos la oportunidad de ganar el título de la división.

—Pero ¿por qué le dijiste a tu padre que me considerara? Te dije, no juego como mariscal de campo.

—Porque no hayas jugado todavía, no significa que no puedas. Tengo la sensación de que eres de esos chicos que esconden más de lo que aparentan. Yo sé algo de eso.

—Sí. Eres la hija del entrenador que pretende ser la chica del agua.

—Yo soy la chica del agua. Papá no cree en darme ventajas injustas. Tengo que empezar desde abajo como todos los demás.

—¿Como todos los demás que tienen un puesto de trabajo esperándoles en cuanto demuestren lo que valen?

—¿A qué te refieres? —preguntó ella, ajena a lo poco común que era su posición en comparación con los demás.

—Nada.

—Bueno, si quieres, puedo correr y tú puedes lanzarme el balón en movimiento.

—¿Tú? —pregunté, preguntándome si siquiera podría manejar un pase potente.

—¿Por qué no? —preguntó ella a la defensiva.

—Ningún motivo —dije al enviarla a lo largo del campo.

Después de lanzarle algunos pases a su izquierda y a su derecha, volvió hacia mí.

—Te dije que soy receptor —dije, esperando que ella consiguiese que me trasladasen de vuelta a donde pertenecía.

—¿Lo estás intentando?

—¿A qué te refieres con si lo estoy intentando? Estoy lanzando, ¿no?

—Lo lanzas como si alguien te obligara a hacer pruebas para ser mariscal de campo.

—Alguien me está obligando a hacer pruebas para ser mariscal de campo.

—Vale, está bien. Pero ¿me estás diciendo que eso es todo lo que tienes?

—Eso es lo que tengo.

—Entonces, estás diciendo que si la vida de tu novia estuviera en juego…

—No tengo novia.

—Entonces pongamos a tu madre. Si fuera para salvar la vida de tu madre, ¿así es como lanzarías el balón? ¿No tienes nada más allá de eso?

Miré hacia ella sabiendo a lo que se refería. Sí, me estaba conteniendo. Siempre me había contenido porque nunca quieres que nadie sepa de lo que eres realmente capaz. Quieres que la gente te subestime. Así fue como mi madre me enseñó a sobrevivir siendo el único chico de color en un pequeño pueblo de Tennessee.

Pero mirando a la chica que me miraba con un interés inusual, recordé que ya no estaba en Tennessee. Estaba en una universidad en Oregón. Una clave para sobrevivir era ser consciente de tu entorno y mi entorno había cambiado. ¿Qué significaba eso, para mi supervivencia?

—Puede que tenga algo más que eso —dije, provocando una sonrisa en el rostro de Merriam.

—Entonces, déjame verlo —dijo ella, trotando hacia adelante en el campo.

Centrándome mientras ella se alejaba, me concentré y enfoque. En cuanto se giró y cruzó, solté todo lo que tenía y le di en el pecho. Ella lo atrapó con facilidad. Más que eso, el pase se sintió bien.

Devolviéndome el balón, corrió otros 10 metros más lejos y cruzó de nuevo. Dejándolo volar, le di en los números. No importaba cuán lejos corriera, cada vez que yo lanzaba el balón iba exactamente a donde yo quería que fuera. Incluso me sorprendió mi juego. Hasta entonces, nunca había estado seguro de lo que era capaz. Lo había descubierto gracias a esta chica inusual.

—Llámame Merri —me dijo mientras volvíamos con su padre. —Está listo y es realmente bueno —añadió Merri entusiasmada.

—Ah, ¿Sí? Vamos a verlo —dijo el entrenador, mandándome al campo.

Sentado en el escritorio de mi oficina, fui sacado del recuerdo por una notificación del teléfono.

El mensaje decía, ‘Hola Claude, soy Merri. Este es mi número por si necesitas contactarme. Vamos a comer algo.’

Me quedé mirando el mensaje. ¿Por qué estaba aquí Merri? ¿Había realmente un entrenamiento? ¿O había algo más, como había sugerido Titus?

‘Encontrémonos esta noche. Hay una cafetería en la calle Main. Estaré allí a las 7,’ respondí.

No pasó mucho tiempo antes de que llegara su respuesta.

‘¡Excelente! No puedo esperar. Gracias.’

Mi pecho se apretó al leerlo. ¿Qué tenía Merri que me hacía hacer cosas que no quería hacer? No quería el foco de atención al jugar como mariscal de campo. Pero ella me convenció, y ganamos tres títulos consecutivos.

Me había alejado del fútbol. Sin embargo, aquí estaba… Diablos, no sabía lo que estaba haciendo.

Todo lo que sabía es que había sido feliz teniendo a Merri fuera de mi vida. Bueno, quizás no estaba feliz, pero lo estaba descubriendo. Y ahora, aquí estaba, emocionado por volver a verla.

No quería emocionarme por verla. Ella me había dicho cosas terribles. ¿Estaba tan desesperado por conectarme con alguien que iba a pasar por alto todo lo que hizo? ¿Lo que había dicho?

Esto no era propio de mí en absoluto. Tenía la sensación de que estaba perdiéndome a mí mismo lentamente. Claramente, Merri todavía tenía algún tipo de poder sobre mí. Y si podía convencerme para ignorar lo que pasó la última vez que la vi, ¿qué más podría convencerme de hacer?

 

 

Capítulo 5

Merri

 

Me senté en mi habitación aún emocionada por ver a Claude de nuevo. Había olvidado lo bien que se veía. Quiero decir, era difícil de olvidar, pero de alguna manera aún hacía latir mi corazón. Mirando mis manos, temblaban.

Nadie más ha tenido este efecto en mí. Por eso hui de mis sentimientos por él en la universidad.

Con cada día que pasaba, perdía el control sobre la imagen que tenía que mantener. Era la hija del entrenador de fútbol. No salía con los jugadores. Y como todo lo que quería era seguir los pasos de papá, tenía que luchar contra mis sentimientos por Claude.

Si quería ser respetada en el fútbol, eso era lo que tenía que hacer. Y si quería que Claude jugara para los Cougars, aún lo era.

Sin embargo, incapaz de apartar mi mente del mensaje de texto de Claude, cuando sonó mi teléfono, lo contesté inmediatamente.

—¿Diga? —dije, esperando escuchar su voz.

—¿Así que decidiste contestar? —respondió el interlocutor.

—¿Jason? —pregunté.

Miré la identificación de llamada. Ponía ‘Desconocido’.

—¿Esperabas a alguien más?

—No, yo… Estaba esperando una llamada de negocios.

—Apuesto a que sí —dijo con el veneno que me había hecho llorar al final del último partido de la temporada.

—No te estoy engañando, si eso es lo que piensas.

—No lo hacía. Pero es bueno saber dónde está tu mente.

—¿Qué quieres, Jason? —dije, sin ganas de tener esta conversación.

—¿Así es cómo me vas a hablar? ¿Te vas de la ciudad sin decirme nada y eso es lo que me vas a decir?

—¿Qué quieres que te diga?

—¿Qué tal si te disculpas? ¿O que vas a dejar de portarte como un cretino conmigo?

—De verdad, no tengo tiempo para esto.

—Y ese es el problema, nunca tienes tiempo para mí. Durante la temporada usas la excusa de que estás preparándote para los partidos…

—¡Tengo que prepararme para los partidos! —insistí.

—Entonces, cuando la temporada termina, te largas sin más como si no te importara ni un poco…

—Claro que me importas.

—Entonces ¿por qué no lo demuestras? ¿Por qué nunca lo demuestras?

La dura verdad era que siempre había una parte de mí que esperaba terminar con Claude. Sabía que no era justo para Jason, pero nunca estuve del todo comprometida con nuestra relación. Siempre tuve un pie fuera de la puerta.

—¿Nada eh? Típico —dijo tras mi largo silencio.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que no creo que quiera seguir con esto.

—¿Seguir con qué?

—¡Con todo esto!

—¿Qué estás diciendo?

—Estoy diciendo que quiero terminar.

—Está bien. ¡Como quieras! —le dije, sin ganas de discutir más.

—Así que eso es todo, ¿no?

—Eres tú quien ha dicho que quería terminar.

No podía estar segura, pero creí escuchar a Jason comenzar a llorar.

—Vale. Adiós, Merri.

—Adiós, Jason —dije, terminando la llamada.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas antes de que pudiera hacer algo para detenerlas. La razón por la que no había hablado con Jason antes de irme era que estaba intentando evitar esto. La razón por la que mis mejillas manchadas de lágrimas habían sido retransmitidas en todo el país era porque la temporada había terminado, y sabía que eventualmente llegaríamos a este punto.

Jason había sido mi primera relación seria. Empecé a salir con él cuando pensaba que ser exitoso y atractivo era suficiente para mantener una relación de pareja. Después de un año juntos, me di cuenta de que no era así.

Éramos personas diferentes. A él le encantaba conocer gente nueva en eventos y fiestas. Mientras que yo prefería dispararle a gente nueva en videojuegos desde la comodidad de mi hogar. Si fuéramos estereotipos, él sería un adulto responsable y yo un desastre.

La verdad era que él merecía algo mejor que yo. Todos lo hacían. Era una novia terrible. Trabajaba todo el tiempo. No me gustaba la demostración pública de afecto. Y estaba obsesionada con mi mejor amigo al que no le hablaba desde hacía dos años. ¿Por qué alguien querría estar conmigo?

Sollocé y me limpié las lágrimas de la cara. Yo había creado esta situación y ahora tenía que lidiar con ella. Yo había creado todo lo malo que me había pasado recientemente, y tendría que encontrar la forma de salir.

Así que, aunque pareciera desalentador, no había mejor lugar para empezar que donde todo comenzó, con Claude. Conociéndolo, se alejó del equipo y de mí y nunca miró hacia atrás.

Supongo que debería estar agradecida de que aún recordara mi nombre. Claude tenía una forma de bloquear cualquier cosa que no le gustara. Y durante los últimos dos años, estaba segura de que era yo quien no le gustaba.

Sentí mi teléfono vibrar, lo miré, esperando que fuera Jason de nuevo. No lo era. Era un mensaje de papá.

‘¿Has avanzado algo con Claude?’

Había sido honesta con Claude cuando le dije que tanto papá como yo queríamos que volviera. Claro, cada uno tenía sus razones, pero el deseo era real.

Si quería encontrar la forma de salir del lío en el que estaba con Claude, tenía que empezar con algunas verdades. Porque además de ser guapísimo y un súper atleta, también era uno de los chicos más inteligentes que conocía.

Tenía que saber que no habría aparecido de la nada solo para ofrecerle entrenamiento. si iba a pasar de ser un desastre a algo que se pareciera a saludable, tenía mucho trabajo que hacer. Ese trabajo iba a comenzar con Claude esta noche.

 

 

Capítulo 6

Claude

 

Habiendo llegado temprano al comedor, me senté en una mesa que daba a la pared de cristal y a la puerta. Habiendo visto el coche en el que se había ido, sabía lo que estaba buscando. Cuando llegó, sentí una opresión en el pecho y un nudo en la garganta.

No sabía por qué me sentía así, pero así era. Me gustaría decir que era debido a la inevitable confrontación que tendríamos. Pero ese sentimiento lo conocía. Habría sido estrés. Lo que sentía era otra cosa. Algo que no había sentido en mucho tiempo.

Le hice una señal cuando volteó hacia donde estaba y ella sonrió y se acercó. Parecía demasiado contenta de estar aquí. Quizá Titus tenía razón. Tal vez esta conversación iba en una dirección que no preveía. ¿Qué me parecía eso?

—Estás aquí —dijo ella, mirándome desde el otro lado de la mesa.

—Dije que lo estaría.

—Lo hiciste. Y, siempre haces lo que dices que vas a hacer.

—Lo intento.

Asintiendo con una sonrisa en su rostro, Merri me miró de manera incómoda.

—¿Vas a sentarte?

—Sí, claro —dijo deslizándose a mi lado y volviendo a sentirse incómoda—. Oye, ¿recuerdas esa pizzería a la que íbamos?

—¿Palermo’s?

—Eso es, Palermo’s. No nos cansábamos de ir.

—Lo recuerdo. Cuando doblabas la rebanada, el aceite se acumulaba sobre el queso.

—Y no era solo un poco, además. Podrías freír otra pizza entera con eso —dijo ella riéndose.

—Sí —dije yo, resistiendo su viaje por el carril de los recuerdos—. Entonces, ¿por eso sugeriste esto, para hablar de pizza?

—No. No, eso definitivamente no es por lo que te pedí que vinieras aquí.

—¿Qué puedo traerles? —nos preguntó el cocinero de gran barriga.

—Para mí una hamburguesa, Mike.

—¿Y para ti?

Merri sacó el menú de su soporte en el centro de la mesa y lo ojeó rápidamente.

—Sabes qué? Voy a tomar lo mismo que él.

—Dos hamburguesas al punto, enseguida —dijo Mike, sin anotarlo.

—¿Lo conoces? —me preguntó Merri.

—Es un pueblo pequeño. Todos conocen a todos.