REGLAS PARA AZOTAR

Lucy

Capítulo 1

 

Es necesario realizar varias correcciones para mejorar la cohesión y coherencia del texto, así como para cumplir con las normas del español europeo.

Lucy entró en el pequeño bar mexicano, vibrando de emoción. Había estado allí antes, pero no tenía idea de qué esperar.

“¿Identificación?” preguntó un robusto portero justo en la entrada.

Las mejillas de Lucy se ruborizaron mientras buscaba en su bolso. Siguiendo la orden de Cristiano, había llevado una chaqueta y una minifalda sin blusa ni ropa interior. El corte de su chaqueta lo dejaba claro. Y al sentir la mirada del hombre recorriendo la delicada piel de su pecho, sacó su identificación y se la entregó.

Lucy nunca había sido exhibicionista. Siempre había tenido algo más de peso que sus amigas, lo que la incitaba a cubrirse. Además, era hija de un multimillonario. Había sido criada para vestirse de acuerdo con su posición.

Eso era una de las cosas que tanto la emocionaban de Cristiano. Él la empujaba mucho más allá de su zona de confort. Se sentía como una persona diferente cuando estaba con él. A punto de encontrarse con él adentro, recogió su identificación, alzó la barbilla y continuó hacia el profundamente colorido bar.

Lucy escaneó todas las mesas y taburetes ocupados mientras caminaba. La gente la observaba. Se preguntaba cuántos de ellos podrían adivinar qué estaba tramando. ¿Podrían adivinar el juego que ella y Cristiano estaban jugando? Probablemente no, decidió.

Pero, a pesar de ello, no podía evitar sentirse desnuda y expuesta ante todos en el concurrido bar. La sensación la emocionaba. Y al vislumbrar a Cristiano sentado en la barra junto a un taburete vacío, el corazón de Lucy dio un brinco al pensar en lo que la noche le depararía.

“Hola,” dijo Lucy para llamar la atención de Cristiano.

Cristiano se giró lentamente. Su tez perfectamente bronceada era tan suave como chocolate derretido. Su cabello negro como el azabache, engominado en la parte delantera y luego esparcido en ondas a lo largo de su cabeza. Con una constitución similar a la de un futbolista de clase mundial, solo se podía describir a Cristiano como deliciosamente atractivo. Solo con mirar sus ojos avellana, la carne de entre sus piernas se tensionaba. Notando la fuerza que emanaba de él, Lucy tenía que hacer un esfuerzo para evitar que sus rodillas se doblaran.

“Siéntate,” dijo Cristiano, apenas ofreciéndole una sonrisa.

Lucy hizo lo que le ordenaron, encontrándose con una copa de vino tinto delante de ella.

“Esta noche beberás pinot noir,” le dijo él con firmeza.

“Gracias,” dijo ella, sintiendo calor emanar de su cuerpo.

Antes de que Lucy pudiera decir algo más, Cristiano ya se había vuelto. Con su mano aferrando la margarita que tenía delante, ahora la ignoraba. Necesitaba su atención. Pero sabiendo que no había nada que pudiera hacer para obtenerla hasta que él estuviera listo para dársela, Lucy bullía en su deseo y tomó un sorbo de su vino.

“Esta noche, hay tres reglas”, dijo Cristiano rompiendo el silencio.

Fue entonces cuando Cristiano se giró y miró profundamente a los ojos de Lucy. La intensidad de su mirada hizo que Lucy se fundiera. Cristiano continuó.

“Después de que bebas un tercio de tu vino, recibirás la primera regla. Después de otro tercio, la segunda. Una vez que te hayas acabado la copa, te diré la última. ¿Lo has entendido?”

“Creo que sí,” respondió ella, sintiendo cómo su cuerpo se incendiaba de placer.

“Bien”.

Con ganas de conocer la primera regla pero sin querer parecer impaciente, Lucy tomó otro sorbo de vino. Fue entonces cuando Cristiano brevemente bajó la guardia.

“¿Cómo has estado?” preguntó él, moviendo sus rodillas entre las de ella y posando su mano en la parte exterior de su muslo.

Lucy recordó que no llevaba ropa interior. Se imaginó cómo él deslizaría lentamente su mano entre sus piernas. ¿Cuánta gente a su alrededor lo vería? ¿Pensarían que ella era su… prostituta? La idea la excitaba aún más.

Ella era Lucynthia Hollingsworth, después de todo. Podría hacer que un camarero llorara simplemente sugiriendo que su filete estaba demasiado hecho. Tener a alguien que pudiera hacerla sentir vulnerable era más que su fantasía; era algo que anhelaba.

“He estado bien. Le dije a mi padre que se joda si piensa que voy a casarme con Peter solo para que él tenga a alguien que maneje la empresa”.

Cristiano sonrió. “No comprendo a tu familia”.

“¿A qué te refieres?”

“Primero, nadie en mi familia habría hablado de esa manera a nuestro padre. Segundo, mi padre nunca habría intentado casar a mi hermana como si fuera ganado.”

“Mi familia está jodida,” admitió Lucy.

“Eso es lo que pasa cuando tienes demasiado dinero. Empiezas a pensar que todo el mundo a tu alrededor es una herramienta para ayudarte a ganar más dinero.”

Lucy no le gustaba admitirlo, pero sabía que Cristiano tenía razón. El dinero de su familia era una espada de doble filo. Siempre había obtenido todo lo que quería, pero el precio que su padre le hizo pagar por ello siempre fue alto. Lucy tomó un gran sorbo de vino, dejándolo reposar en su boca antes de tragarlo de golpe.

Al recordarlo, miró su copa. La emoción la invadió al darse cuenta de que ya había terminado un tercio de su vino. Ya podía pedir la primera regla de la noche.

“Creo que estoy lista,” dijo ella, moviendo su copa.

Cristiano dejó que sus ojos se posaran en el Pinot Noir de Lucy. Mientras lo miraba, sus ojos se volvieron fríos. El corazón de Lucy retumbó al verlo transformarse. De repente tuvo miedo de no haber bebido lo suficiente. Sintió alivio cuando Cristiano levantó la vista y le regaló una leve sonrisa.

Al ver cómo él se inclinaba, Lucy hizo lo mismo. Fue entonces cuando Lucy sintió los gruesos dedos de Cristiano empujándose entre sus cerrados muslos hacia los confines de su hinchada entrepierna. De repente, no podía respirar.

“La primera regla es que, una vez que cruzamos la puerta de mi apartamento, me dirigirás como Señor. Dirás, sí, Señor y no, Señor. ¿Entiendes?”

Lucy tragó, perdiéndose en el momento. Con la boca seca, logró pronunciar una respuesta. “Sí, Señor.”

“Muy bien”, dijo Cristiano con una sonrisa.

Apoyada hacia atrás, Lucy sintió cómo sus gruesos dedos se retiraban. No fueron muy lejos, se asentaron con un agarre firme en el interior de su rodilla. Cualquiera sentado a su lado o que pasara cerca podía verlo. Sentía tanto vergüenza como excitación. Pero sabiendo que esa noche ella era suya para mandar, tomó una respiración profunda y se perdió en su tacto sensual.

“¿Le has hablado de mí a tu padre ya?” preguntó con una sonrisa más ligera.

Al oír la pregunta, Lucy salió de su trance. Cristiano nunca había sido tan directo antes. Ciertamente, ella había tenido la impresión de que no le gustaba ser su secreto, pero había explicado la delicada política de su hogar.

Cristiano era todo lo que Lucy había soñado en un hombre, pero había complicaciones. Su padre tenía sus ojos puestos en un hombre como Peter Baron para ella. Peter era un tipo despiadado de la Ivy League. Cristiano no lo era y esa era una de las razones por las que le gustaba.

No, Cristiano era lo que Lucy describía como un “verdadero hombre”. No había nada secreto ni traicionero en el poder de Cristiano. Claro, era a veces bruto y cabeza dura, pero cuando envolvía sus fuertes manos en torno a sus hombros y la apretaba con fuerza, ella sabía que estaba en la presencia de un hombre. No era la hija malcriada de un multimillonario cuando estaba con Cristiano. Era solo una chica en los brazos de un hombre fuerte.

Después de dar un sorbo de vino, Lucy volvió su atención hacia Cristiano. “¿Cómo va tu proyecto?” preguntó con cierta vacilación.

Cristiano le sonrió. “¿Mi proyecto? Va muy bien.”

“¿Cuándo me vas a contar de qué se trata?” Lucy preguntó tan curiosa por ello como por cuál sería la segunda regla de la noche.

“Te lo contaré cuando sea el momento”, dijo firme.

Lucy conocía ese tono. Cristiano nunca hacía nada antes de estar preparado. Era otra de las frustraciones de él. Todos los demás se sometían a su voluntad. Cristiano nunca lo hacía.

“No puedo creer que aún no me lo quieras decir.”

“Quizás solo quiero que te cuestiones de qué se trata. Podría ser cualquier cosa. Mi proyecto podría ser la respuesta a todos tus sueños o no ser nada.”

Lucy abrió la boca sorprendida y enojada. “Eres terrible. Creo que solo intentas hacerme sufrir.”

Cristiano rió a carcajadas. También podía ser bastante maquiavélico y esta era claramente una de esas veces. Frustrada, Lucy tomó dos grandes tragos de vino. Confirmando cuánto quedaba, lo dejó en la barra frente a Cristiano.

“Bueno, creo que estoy lista para mi próxima regla”, dijo, necesitada de obtener algo de él.

“Parece que lo estás.”

Cristiano se inclinó de nuevo hacia adelante. Esta vez, su mano subió por su pierna hasta que su dedo medio presionó su clítoris hinchado. Le hacía cosquillas tanto como la mandaba al éxtasis. Luego, deslizó su dedo de izquierda a derecha estimulándola. Su cara se puso roja mientras luchaba por contener su respuesta. Él realmente era terrible, pero de la mejor manera posible.

“Regla número dos. Esta noche tendremos palabras de seguridad.”

Sabía lo que eso significaba, Lucy tragó. “De acuerdo.”

“Si quieres que pare, dirás manzana. Si dices eso, la noche terminará y todo acabará. Si quieres que te dé un momento para descansar, dirás banana. Cuando digas uvas, continuaré. ¿Lo entiendes?”

Aún sintiendo el dorso de su dedo rozar su clítoris, luchó por respirar y dijo, “sí, Señor”. Estaba deslizándose hacia el orgasmo cuando él volvió a retirar su mano, devolviéndola esta vez al borde de su corta falda.

Mirando el rostro de su amante, supo que estaba lista para que la noche comenzara. Deseaba tanto vaciar el resto del vino y obtener su regla final, pero utilizó cada gramo de su autocontrol para mostrarse como la dama que su padre siempre exigía que fuera.

Se desarrolló un momento de silencio entre ellos. Mientras Cristiano parecía cómodo en el silencio, Lucy necesitaba desesperadamente oír su voz.

“Cristiano, ¿puedes contarme otra historia de cuando eras torero?”

Cristiano la miró con curiosidad. “Ya te he dicho, yo no era torero. Los toreros son personas en pantalones ajustados que bailan alrededor de un toro adiestrado. Yo era un vaquero con varios toros agresivos. No había aplausos cuando me subía a un toro. Solo estaba la vida de mis compañeros vaqueros en juego.

“Y además de eso, no podíamos matar a ninguno de ellos. Pero tampoco podíamos obligarlos a hacer nada. Pesaban 400 libras. Teníamos que hacer que se sometieran a nosotros. Teníamos que hacerles ver que su única opción era doblegarse a nuestra voluntad.”

Lucy escuchaba atentamente. No es de extrañar que se sintiera impotente ante sus deseos. Si él podía doblegar la voluntad de una bestia rebelde, ¿qué oportunidad tenía ella bajo su seductor tacto?

Con solo un poco de vino restante, Lucy alzó la copa y vació el contenido restante en su boca. Con el familiar sabor amargo aún concentrado en su lengua, miró a Cristiano. Su corazón latía a mil, sabiendo que este era el momento. La regla final revelaría el núcleo de su juego. ¿Qué sería? Tragó asustada, pero necesitaba descubrirlo.

“Ya terminé”, anunció, con un cosquilleo al hacerlo.

Cristiano miró el vaso satisfecho. “Entonces es hora de tu última regla”. No hizo ningún esfuerzo por esconder la trayectoria de sus dedos cuando se volvió a acercar a ella. La facilidad con la que se introdujeron en su cuerpo le indicaba que ella estaba excitada. No podía creer que él la estuviera acariciándo así en medio de un bar, pero era cierto. Con su pulgar ejerciendo presión sobre su clítoris, ella se inclinó hacia adelante apretando su pierna e intentando controlar su orgasmo.

“Esta noche te presentaré tres juguetes. Tendrás que elegir uno. Con cada elección viene un conjunto diferente de circunstancias. No sabrás cuáles son esas circunstancias, pero tendrás que elegir uno de los juguetes.”

Lucy sintió el dedo de Cristiano acercarse hacia su punto G. Apenas podía respirar. Sabía que debía reconocer su última regla de alguna manera, pero apenas podía pensar con claridad.

“¿Has entendido lo que he dicho?” Preguntó Cristiano con una mirada de satisfacción en su rostro.

“Sí, Señor”, logró balbucir finalmente.

“¿Crees que estás lista para esto?” Cristiano preguntó al retirar lentamente su mano de ella.

A medida que sus sentidos volvían, también lo hizo su valentía. “Solo hay una manera de averiguarlo”, dijo ella con una sonrisa.

Con eso, Cristiano se levantó, apartó su taburete y le dio espacio a Lucy para salir. Cuando ella se levantó, sintió todas las miradas sobre ella. Nadie se había perdido el espectáculo. Eso le había gustado.

Lucy sonrió mientras levantaba la barbilla y se encaminaba hacia la puerta. Al salir, ella tomó la delantera hacia su Porsche. Cristiano vivía cerca, pero como ella conducía, no veía el punto de caminar. Sintiendo la mano de Cristiano en su trasero, caminaron en silencio. Una vez en su coche, Lucy arrancó el motor y luego miró a Cristiano, confundida.

“Lo siento, tendrás que guiarme”, le dijo.

“¿Cuántas veces has venido a mi casa?” Cristiano preguntó con una sonrisa.

“Muchas, pero mi mente no está pensando con claridad ahora”, bromeó.

“Bueno, me parece justo”, dijo Cristiano sonriendo.

Cristiano dirigió a Lucy a su puerta que estaba justamente a la vuelta de la esquina. Parado frente a ella con las llaves en su mano, se giró hacia ella. Su semblante había cambiado. Sus ojos eran implacables. Su voz era un redoble.

“¿Recuerdas las reglas?” preguntó.

“Creo que sí”, dijo Lucy comenzando a temblar de anticipación.

“Repítelas”.

Lucy pensó por un momento, luchando contra la confusión de su mente. “Debo llamarte Señor en cuanto entremos”, dijo mirando hacia arriba y obteniendo confirmación. “Manzana es para parar, plátano es para esperar y uva es para continuar. Y tengo que elegir entre tres juguetes.”

“Buena chica”, dijo él con una voz que hizo retumbar los labios de su sexo.

Fue entonces que él abrió la puerta e invitó a Lucy a entrar. La suave alfombra beige, las pinturas españolas en la pared, todo era familiar para ella. Aún así, no estaba segura de dónde debía ir.

Cristiano se adelantó, guiándola por el pasillo. Al entrar en la habitación, notó algo diferente. En la cómoda justo pasado la puerta había un mantel de seda blanco. Encima de eso, se disponían una serie de juguetes.

El solo hecho de ver cada uno hizo que Lucy sintiera que se le cortaba la respiración. No podía controlar su temblor. Su miedo y anticipación se había convertido en uno. Sabía que eventualmente tendría que hablar, pero en ese momento le resultaba difícil mantenerse en pie.

Cristiano se movía por la habitación con decisión. Después de encender unas velas, se estableció junto a Lucy.

“Ahora, tendrás que elegir entre uno de estos tres juguetes”, dijo señalando los instrumentos de cuero. “El que elijas aquí”, dijo señalando los instrumentos de cuero, “determinará cuál de estos voy a usar”, dijo moviendo su dedo hacia un grupo de antifaces y correas para las muñecas.

“Si prefieres la pala”, dijo señalando un objeto de cuero dos veces más ancho que una regla, “dirás, por favor, Señor, quisiera la pala. Si prefieres el látigo, entonces dirás, por favor, Señor, quisiera el látigo. Si prefieres el fusta, dirás, por favor, Señor, quisiera el fusta. ¿Lo entiendes?” preguntó con un tono retumbante.

Sin palabras, ella asintió con la cabeza.

“Entonces, decide”, dijo él, dejándola hacer su decisión.

Lucy miró los tres juguetes frente a ella. Apenas podía creer lo que estaba viendo. Tragó saliva pensando en cómo se sentiría cada uno golpeando su trasero. Su sexo se apretó ante la idea. Su respiración se agitó a medida que su pulso se aceleraba.

Durante los primeros momentos, Lucy apenas pensó en nada. Al escuchar la música encenderse, se obligó a concentrarse. Cristiano volvería en momentos y exigiría una respuesta. Lucy necesitaba saber qué iba a decir.

Imaginando la pala de cuero golpeando su trasero, Lucy cerró los ojos. Imaginó tener que soportar la quemazón. Imaginó el escozor reverberando por su cuerpo. Era erótico.

Luego, imaginó el látigo en las manos fuertes de Cristiano. Pensó en la embestida que seguiría. Era un largo palo unido a una lengüeta de cuero doblada. Se imaginó el dolor al golpear su trasero. Pensó que se sentiría mágico.

Finalmente, se imaginó el fusta. Debería haber unas treinta tiras de cuero individuales colgando de su corta empuñadura. Intentó imaginarse cómo se sentiría cada una al golpear su nalga desnuda. Era casi incomprensible.

De nuevo mirando a los tres juguetes, Lucy no se sentía más cerca de tomar una decisión. Deseaba fervientemente que Cristiano interviniera y tomara las decisiones por ella. Pero sabía que él no iba a hacerlo.

“¿Has decidido?” dijo Cristiano, estando tan cerca de ella que podía sentir el calor de su cuerpo envolviéndola.

“No sé, Señor”, admitió Lucy.

“Tendrás que decidir”, afirmó él con firmeza.

Decepcionada de no poder tener los tres, Lucy tomó una bocanada de aire y dejó que su mente se asentara en lo que sería el juguete de esta noche.

“Por favor, Señor, ¿Puedo tener… la pala?”

Lucy buscó en los ojos de Cristiano si había hecho una buena elección. Él no dio ninguna indicación. En cambio, se movió hacia la cama y se sentó.

“Ponte aquí”, dijo Cristiano señalando el suelo frente a él.

Lucy hizo lo que le ordenaron. De pie ante él, estaba preparada para someterse completamente. Todo lo que él quisiera, podía tomar. La vulnerabilidad que sintió en presencia de Cristiano era diferente a cualquier otra que hubiera sentido en su vida.

“Desvístete”, ordenó.

Mientras Lucy se desvestía, sintió que se estaba desnudando para él por primera vez. Se quitó la chaqueta exponiendo sus pechos. Observó sus ojos buscando una reacción, pero no la obtuvo. Luego alargó la mano hacia un lado y desabrochó su falda. Cuando cayó al suelo y ella salió de ella, finalmente vio reaccionar a Cristiano. Su rostro se suavizó, como si se hubiera excitado.

Cristiano extendió sus grandes manos apretando su cintura. Atraíéndola hacia él, sus labios tocaron su pezón sobresaliente. Al tomarlo en su boca, la sensación provocó un hormigueo eléctrico por todo su cuerpo. Al mover su lengua alrededor del rosa de su areola, Lucy alcanzó a Cristiano necesitando su apoyo para mantenerse en pie.

Las caricias de Cristiano en su pezón no duraron mucho. Rápidamente apartó a Lucy y se puso de pie frente a ella. Lucy se sentía pequeña a la sombra de su gran estatura. También se sentía desnuda.

Tomando la mano de Lucy, Cristiano la llevó de nuevo a los juguetes. Sin decir una palabra, alcanzó una pulsera para la muñeca. Insegura de lo que iba a hacer con ella, permaneció inmóvil. Cuando tomó una de sus muñecas y abrochó la correa en ella, ofreció la otra.

Con las dos muñecas atadas, él cogió dos correas más y se arrodilló frente a ella. Mientras él ataba las otras dos a sus tobillos, ella se hizo más consciente del calor de su cara mientras se derramaba sobre su excitado sexo. Quería desesperadamente que él se inclinara y tocara su creciente clítoris con su lengua. Lo ansiaba, pero no lo consiguió.

En cambio, Cristiano se levantó, llevó a Lucy a una barandilla que estaba adherida a la pared y enganchó sus correas de muñeca a las correas atadas a la madera. Aunque sólo eran clips, Lucy sabía que no tenía la fuerza para escapar. No tenía más remedio que someterse a la voluntad de Cristiano.

Sintiéndose vulnerable, Lucy miró hacia atrás. Cristiano se estaba desvistiendo. Lentamente desabotonó su camisa revelando su musculoso pecho y sus definidos abdominales. Desabotonó y desabrochó sus pantalones permitiéndoles caer al suelo. No llevaba ropa interior, así que su gran miembro apareció.

Cristiano ya estaba completamente excitado. Su cuerpo le había excitado. A ella le emocionaba aún más pensarlo. Apoyada contra la pared, incapaz de escapar, Lucy sintió el ardiente deseo de ser tocada. Podía ser su gran mano o su implacable pala de cuero. En ese momento, no le importaba cuál.

Fue la pala la que la tocó primero. Frotada suavemente contra su trasero, Lucy deseaba desesperadamente más. Cristiano rápidamente la complació. El primer golpe fue sorprendente. No era que doliera. Fue el agudo crujido que hizo el cuero al besar su delicada piel. Lucy se sobresaltó y luego rápidamente quiso más y más fuerte.

¡Smack! El segundo fue más fuerte y dejó un punto cálido en su trasero. Se sentía como el cielo. Cuando Cristiano golpeó de nuevo, fue aún más fuerte. Esta vez, el calor pulsó hacia abajo por su pierna y hacia arriba por su costado. Le quitó el aliento.

Aunque le dolía, también sabía que necesitaba más. La sensación de placer era abrumadora. No había conocido nada igual. Lucy quería que Cristiano controlara su cuerpo. Cuando Cristiano desató una lluvia de golpes, Lucy supo que él ya lo hacía.

Dándole un descanso, Cristiano presionó su cuerpo desnudo contra la espalda de Lucy. Frotó su erecto miembro a lo largo de su columna vertebral. Quería sentirlo dentro de ella, pero no todavía. Cuando escuchó su voz sensual susurrar en su oído, supo que conseguiría lo que quería.

“Di, por favor, Señor, ¿Puedo tener otro?”.

Lucy tragó saliva. “Por favor, Señor, ¿Puedo tener otro?”, preguntó con hesitación.

Lo que siguió fue un golpe más fuerte de lo que había sentido hasta entonces. Su ardor irradiaba calor por todo su trasero y cuerpo. Se sentía maravilloso. Cobrando valor, lo dijo de nuevo.

“Por favor, Señor, ¿Puedo tener otro?”.

Golpeó de nuevo, aún más fuerte.

“Por favor, Señor, ¿Puedo tener otro?”.

¡Smack!

“Por favor, Señor, ¿Puedo tener otro?”.

¡Smack!

“Por favor, Señor, ¿Puedo tener otro?”, repitió siendo recompensada cada vez.

Los golpes cayeron en un aluvión después de eso. Parecía que no había fin. Incapaz de controlar su cuerpo, Lucy se puso de rodillas rebotando hacia arriba.

“Por favor, Señor, ¿Puedo tener otro?”.

Cristiano golpeó su trasero hasta que se puso rojo. Cuando ella estaba segura de que no podía soportar más, Cristiano instintivamente se detuvo. Pero aún no había terminado. Desatando sus muñecas, la llevó a la cama. Hasta entonces no los había notado, vio una cadena que se extendía sobre el colchón desde sus cuatro esquinas.

“Boca arriba”, Cristiano ordenó.

Retrocediendo sobre la cama, su tierno trasero rozó las sábanas de satén granate. Era un exquisito recordatorio de lo que Cristiano acababa de hacer. Cuando su cabeza se acercó al cabecero de la cama, observó cómo su amo rodeaba su muñeca derecha y la enganchaba a la cadena tirando de ella.

No había sabido para qué eran las correas de los tobillos, pero ahora lo sabía. Rápidamente atada tanto por los tobillos como por las muñecas, Lucy yacia en la cama completamente abierta. ¿Qué planeaba ahora Cristiano? No lo sabía, pero estaba ansiosa por descubrirlo.

Cristiano se subió encima de ella, deteniendo su rodilla justo antes de su bulliciosa entrepierna. Con la paleta en mano, movió el cuero hacia sus sensibles pezones. Con solo la presión necesaria para que ella sintiera la paleta, golpeó su pecho. Era casi demasiado. Pero cuando Cristiano se inclinó y encontró su clítoris con su lengua mientras lo hacía, Lucy se sintió como si estuviera ardiendo de placer.

Hizo círculos con su lengua alrededor de su botoncito, aplicando presión. Fue hipnótico. Cambiando su paleta al otro seno, Cristiano continuó. Ella se precipitó rápidamente hacia el orgasmo, pero antes de que lo lograra, él soltó sus pezones y su clítoris, subió encima de ella, e introdujo su virilidad entre sus húmedas labios vaginales.

Lucy le acogió como si él fuese una pieza perdida que ahora la llenaba. La estiró al límite. El grueso tallo de su miembro apretó su punto G llevándola rápidamente al orgasmo. El placer la inundó. Desesperadamente quería retenerle, pero amarrada como estaba, no pudo.

En lugar de eso, él la penetró de nuevo, más profundo y más largo, llevándola al borde del orgasmo. A punto de entrar en el estado de no retorno, Cristiano sacó su grueso pene, deslizándose por su cuerpo, y luego volvió a succionar su aún deseosa entrepierna.

Ya habiendo alcanzado el orgamo, el clítoris de Lucy estaba en llamas. Con cada toque, sentía que estaba a punto de explotar. Jugó con ella con astucia increíble, seccionando su clítoris a gran distancia, pero acercándose de vez en cuando. Su cuerpo salto cada vez que lo hizo. Se sentía descontrolada y a merced de la voluntad de Cristiano. Sujeta a su piedad, gimió, cuando su lengua hizo una nueva recorrida por los límites de su clítoris y luego se concentró enteramente en su punto de placer.

Su segundo orgasmo fue poderoso e implacable. Cada músculo de su cuerpo se contrajo, rehusándose a soltar. Luces brillantes parpadeaban en su mente. Una corriente eléctrica recorría su cuerpo mientras su intenso orgasmo se retiraba y luego retomaba.

“¡Ahhhh!” exclamó.

Ni siquiera sabía que lo estaba haciendo. Estaba perdida en el momento. Cuando su orgasmo estalló, balanceó sus caderas de un lado a otro. No podía aguantar más y él se negaba a parar. Necesitaba respirar. Tenía que ponerle fin a esto.

“Manzana”, grito recordando su palabra clave.

Al oír eso, Cristiano se detuvo de inmediato. Sin dudarlo, se inclinó para desabrochar las correas de sus tobillos antes de seguir con sus muñecas. Tan pronto como sus manos quedaron libres, ella se agarró la entrepierna. Estaba al rojo vivo. Todavía se sentía mareada. Todo lo que podía hacer era quedarse allí, tratando de recuperar el aliento.

Como si supiera instintivamente lo que necesitaba, Cristiano reptó a la cama a su lado. Lucy, quien necesitaba sentir sus fuertes brazos alrededor de ella, se acurrucó de lado. Cristiano se acomodó a su lado, encajándose contra ella.

Con su gran cuerpo presionando contra su espalda, podía sentir su pene. Todavía estaba muy erecto. Lucy sabía que Cristiano estaría contento de terminar la noche aunque él no hubiera llegado al orgasmo. Este era su ‘día’. En ‘su día’ Lucy se aseguraría de darle exactamente lo que él necesitaba.

La mente de Lucy daba vueltas mientras estaba acostada, con los brazos de su hombre alrededor de ella y sus manos acunando su aún pulsante entrepierna.

“¿Te ha gustado eso?” preguntó Cristiano con un tono bajo y profundo.

“¿No te diste cuenta?” preguntó Lucy asombrada.

“Me gusta escucharte decirlo.”

“Eso fue increíble. No tenía idea de que podía disfrutar tanto de eso. ¿Cómo se te ocurrió todo eso?”

“Sólo escuché cuando tu cuerpo me dijo que disfrutarías esto.”

“Entonces mi cuerpo dijo la verdad. Me gustó mucho.” Lucy se giró permitiéndose mirar directamente a los ojos de Cristiano. “Eres increíble,” afirmó sin querer estar en ningún otro lugar del mundo.

“Tú también lo eres,” él le dijo. “Eres la mujer más hermosa que he visto. Pienso en ti cuando me despierto, cuando me voy a dormir. Cuando no sueño contigo te extraño y mi corazón se rompe.”

El corazón de Lucy se derretía. Alzando la mano, acarició su mejilla. “Te quiero mucho.”

“Yo también te quiero,” respondió Cristiano sin un ápice de duda.

Los ojos de Cristiano se movían de un ojo a otro de Lucy. Su ceño estaba fruncido como si estuviera buscando algo.

“¿Qué?” preguntó Lucy intriga.

“Acabo de darme cuenta de algo.”

“¿De qué?”

“Que no quiero pasar ni un minuto más sin ti.”

El corazón de Lucy palpitó al escuchar sus palabras. ¿Qué estaba diciendo? ¿Esto estaba llegando a donde ella pensaba? No podía ser. Sólo se conocían desde hacía unos pocos meses. Ni siquiera había contado a sus amigos sobre él. Él era solo su pequeño y agradable secreto.

Sí, el sexo era alucinante y él era todo lo que había soñado en un hombre. Pero eso no era lo que se suponía que era su relación.

“Lucy, quiero pasar el resto de mi vida contigo. No sé a dónde nos llevará la vida. Sé lo diferentes que somos. Pero también sé que si sólo me dieran un deseo para el resto de mi vida, lo usaría para estar contigo.

“No creo que la gente sepa lo especial que eres. Estoy seguro de que ven tu ropa bonita y joyas caras y creen que te conocen. Pero tú eres mucho más que eso. Eres la persona más emocionante y aventurera que he conocido… incluso si nadie lo sabe.

“Lucy, estoy seguro de que no será fácil, pero te lo estoy preguntando, ¿te casarías conmigo?”

Lucy había estado escuchando atónita. No podía creer cómo la veía Cristiano. Lucy nunca se había sentido orgullosa de sí misma.

Su padre quería que se uniera al negocio familiar. Había declinado, escogiendo en su lugar la vida de una heredera. Era decadente e impersonal. A decir verdad, Lucy lo encontraba insatisfactorio. Pero ¿quién en su sano juicio escogería trabajo duro sobre una vida de ocio?

El problema ahora, sin embargo, era que ya no se consideraba una buena persona. La idea de que Cristiano, el hombre que mejor conocía sus deseos más íntimos, la viera de la forma en que la había descrito, la conmovía. Quería ser la mujer que Cristiano veía en ella. Fue por esa razón que Lucy levantó la vista hacia los ojos de Cristiano y lloró.

“Sí, Cristiano. Me casaré contigo. Sí.”

Lucy nunca había visto a Cristiano tan feliz. La envolvió con sus brazos. Inmediatamente supo que había tomado la decisión correcta. Cristiano era lo mejor que le había pasado en la vida. Tal vez no encajaba en el molde de lo que su padre tenía en mente, pero sí en cómo ella se veía a sí misma. Que les den a aquellos que no puedan ver por qué deben estar juntos.

Lucy no podía imaginarse más feliz. Lo único que la podría abatir sería pensar en cómo contarle a todos sobre su inesperado compromiso. Eso no era un problema de hoy, sin embargo. Ahora mismo Lucy se sentía como la mujer más feliz del mundo y nada más importaba.

Lucy de repente se sobresaltó. “¿Y el anillo?” Preguntó sin pensar la pregunta.

“Pensé en eso. Podría haber conseguido algo, pero no estoy seguro de que sería algo que quisieras mostrar a tus ricas amigas. Pensé que tal vez deberíamos buscar tu anillo juntos.”

Lucy consideró lo que había dicho Cristiano. Tenía razón. Cristiano era un camarero. Antes de eso, era un vaquero en España. No había forma de que pudiera permitirse el tipo de anillo que sus amigas herederas iban a elogiar adecuadamente. Para él, ese tipo de anillo representaría el salario de tres años. Pero eso está bien. Para eso existía su inmensa herencia.

“Podemos ir a buscar el anillo mañana”, sugirió Lucy, emocionada por la posibilidad.

“Eso suena perfecto. ¿Tienes alguna idea de lo que quieres?”

“Tengo alguna idea”, dijo con una sonrisa.

La verdad es que había estado pensando en su anillo desde que era una niña. No era el matrimonio lo que fantaseaba tanto. Era el anillo en sí. También era organizar una boda y tener a decenas de personas a su completa disposición. Era ser tratada como una princesa.

Cuando lo imaginaba, su marido no era alguien como Cristiano, aunque. Cristiano era mil veces mejor. Las cosas eran tan simples con él. Él era un hombre y la trataba como a una mujer.

No había conspiraciones ni ascensos sociales como los había con todos los demás hombres que conocía. Cristiano no estaba tras su dinero o la empresa de su padre. Cristiano era alguien en quien Lucy podía confiar.

Cerrando los ojos, Lucy se acurrucó más profundamente en los brazos de Cristiano. A pesar de todas las veces que se habían unido por el sexo, Lucy nunca había pasado la noche. Esta noche sería diferente. Esta noche pasaría la noche con su prometido. No había otro lugar en el que preferiría estar.

“Por cierto,” dijo Cristiano mientras Lucy se acomodaba. “El proyecto del que te hablé, eso era. Era conseguir que te casaras conmigo”, dijo con una sonrisa.

Lucy miró a Cristiano y le devolvió la sonrisa. “Me gustó tu proyecto”, le dijo más relajada que nunca.

Cayendo dormida y durmiendo profundamente, Lucy se despertó con el aroma del tocino. Con los ojos cerrados, extendió el brazo por la cama. No había nadie allí. Abriendo los ojos y mirando a su alrededor, se encontró sola. Envuelta en la sábana alrededor de su cuerpo desnudo, se levantó y siguió el olor.

Lucy encontró a Cristiano de pie y desnudo frente a la estufa cocinando el desayuno. Su perfil era increíble. Estaba en algún punto intermedio entre muy tonificado y con músculos bien definidos. Su magnífico pene colgaba generosamente por debajo de sus enormes testículos. Y aunque estaba segura de que se había levantado de la cama así, el pelo de Cristiano estaba perfecto.

Lucy entendía por qué a los hombres que querían ascender en la escala social les gustaba ella. Pero no entendía por qué a un hombre tan perfecto como Cristiano le gustaría ella.

“Buenos días”, dijo captando la atención de Cristiano.

Cristiano se giró y le mostró una sonrisa radiante. “Buenos días, hermosa.”

Lucy se sonrojó. “¿Qué estás cocinando?”

“Estoy preparándole el desayuno a mi prometida. Huevos, tocino y panqueques”, dijo alegremente.

“Huele delicioso”, dijo Lucy antes de ponerse detrás de él y rodear su cuerpo con sus brazos. Le encantaba abrazarlo. Tocarlo hacía que todas sus preocupaciones desaparecieran.

“Siéntate, te serviré el desayuno”, dijo él poniendo el último de los trozos de tocino en un gran plato.

Los dos desayunaron antes de regresar al dormitorio para otra sesión de sexo. Esta vez no se preocuparon por quién iniciaría.

Cristiano la levantó y la sostuvo mientras caían ambos en la cama. Con sus labios sellados en los suyos, la penetró. Levantándose sobre sus rodillas agarró su cintura y arqueó su espalda. Con él empujándola con poder dentro de ella, ella se movía como una muñeca de trapo. Y llegando tan rápidamente como lo hizo, Cristiano se dejó caer sobre su cuerpo agotado antes de que ambos se tomaran una pequeña siesta.

Emocionada por su anillo, cuando ambos despertaron nuevamente, Lucy se vistió y besó a Cristiano adiós. Tenía muchas cosas que hacer antes de ir a comprar su diamante. Necesitaba hacerse de nuevo las uñas cambiándolas a un color adecuado para comprar un anillo. Tenía que arreglarse el cabello. Y tenía que elegir el traje perfecto para ir a comprar el anillo de compromiso. El traje perfecto claramente no se iba a escoger por sí mismo.

Al llegar a casa, Lucy encendió su móvil. Siempre lo apagaba cuando estaba con Cristiano porque temía que alguien pudiera rastrear su ubicación. No era que le diera vergüenza estar con Cristiano. Era más que quería evitar tener una conversación complicada con su padre.

Comprometida, ya no podía evitar la conversación. Cristiano iba a convertirse en su esposo. Tarde o temprano su padre tendría que saber que tenía un yerno.

Como si fuera a propósito, Lucy miró su teléfono y encontró un mensaje de su padre. Su conversación con él no había ido exactamente como se lo había descrito a Cristiano. Le había dicho que no iba a casarse con Peter, pero no fue tan tajante como podría haber sido.

Había intentado insinuar que había alguien más en su vida, pero su padre se negó a escucharlo. Su padre era un hombre muy poderoso. No era fácil decirle que no. Lucy no era la primera en intentarlo y fracasar.

“Lucy, soy tu padre. Peter me cuenta que le diste plantón en la fiesta de los Vanderbilt. Esa no es forma de comportarse una Hollingsworth. Ahí no solo te representabas a ti misma, se suponía que eras representante de nuestra familia.

“Espero que envíes una disculpa formal por escrito a los Vanderbilt. También espero que llames a Peter y te disculpes personalmente. Si quieres mantener tu paga, debes cumplir con tus obligaciones. Nada en este mundo es gratis, cariño. No lo olvides.

“Ahora, dejemos atrás todo este comportamiento desafortunado. Invitaré a Peter a cenar el jueves. Espero que estés ahí y que te muestres en tu mejor comportamiento. Puedes llamar a mi asistente para los detalles. Te veré allí”.

Por mucho que se hubiera sentido bien momentos antes, escuchar la voz de su padre lo cambió todo. Lucy pensó lo poco que podía controlar de su vida. Sí, viajaba por el mundo y tenía lindas casas en cada ciudad importante, pero todo venía con un truco. Era una mercancía. Era una ficha que su padre utilizaba para mantener la riqueza de su familia.

Lucy decidió que era hora de acabar con todo eso, pero dudó al imaginar las consecuencias. ¿Su padre la desheredaría? Si lo hacía, tendría que depender solo de su fondo fiduciario. Un fondo que había establecido su abuelo. Fue su padre quien convirtió la fortuna familiar en billones. La herencia de su abuelo apenas alcanzaba para comprar una casa en una ciudad importante, mucho menos para vivir el resto de su vida.

Después de pensar en lo mal que podrían ir las cosas, Lucy decidió que Cristiano valía el riesgo de ser desheredada. Cristiano era con quien quería pasar el resto de su vida. Estaba segura de eso. También estaba segura que a su padre no le gustaría. Pero eso no importaba, porque a ella sí.

Habiendo tomado su decisión, Lucy consideró qué debía hacer a continuación. Estaba comprometida. ¿Debía llamar a su padre con la noticia? Su otra opción era esperar hasta después de recibir el anillo. Pero realmente, ¿qué importaba el anillo? Su padre estaba demasiado ocupado para encontrarse con ella antes de la reunión. Tendría que ser por teléfono y eso no requería un anillo.

Su corazón latía con fuerza al darse cuenta de lo que debía hacer. Mientras miraba su teléfono su rostro se ruborizó. ¿Realmente iba a hacerlo? Tenía que hacerlo, decidió.

Esto era más que su compromiso. Esto era tomar control de su vida fuera del alcance de su padre. Lucy se detuvo al darse cuenta de que también implicaba otra cosa. La noticia rompería el corazón de su padre. A él realmente le gustaba Peter Baron.

Peter nunca la amó, Lucy estaba segura de eso. Desde la primera vez que los presentaron, Peter la miró como lo hicieron todos los demás hombres ambiciosos de la empresa. Para ellos, Lucy podría ser una solterona del siglo XVIII con una dote. A los ojos de esos hombres, Lucy era una adquisición necesaria para conquistar el mundo. Peter siempre fue el peor de todos.

Durante los momentos que estuvieron solos, apenas hablaron. Cuando Peter abría la boca, era para presumir de su tiempo en Harvard o de su último viaje en yate. Una vez Lucy dejó claro que no quería casarse con él. Él respondió con tal veneno que no dejó dudas de que no le importaba ella ni lo que ella quería.

“Las mujeres deben hacer lo que sus hombres les dicen”, fue su respuesta. Tal vez no fueron sus palabras exactas, pero bien podría haber sido.

Lucy no lo podía creer. ¿Quién demonios se creía este tipo? ¿Y qué le vio su padre en primer lugar?

Lucy no tenía ninguna intención de dejar a Peter decir lo que había dicho. Desde entonces, aprovechó cualquier oportunidad para arruinar su vida. Unas pocas observaciones y chistes eran todo lo que realmente necesitaba. No tardó mucho para que Peter se diera cuenta de lo que ella estaba haciendo. La batalla se convirtió en algo recíproco después de eso.

Aún así, él continuó con el engaño de un posible matrimonio con su padre. Tal vez lo hacía para no perder la cara en el trabajo. Lucy no tenía una explicación para ello pero le parecía patético. No había forma de que se casara con un hombre como Peter. De hecho, deseaba poder ver su rostro cuando se enterara de que ya estaba comprometida.

¿Qué pensaría Peter cuando viera a su prometido y se diera cuenta de que Cristiano era doblemente el hombre que él jamás sería? Esa fue la idea que inspiró a Lucy a llamar a su padre.

“Papá?”, dijo cuando él contestó el teléfono.

“Cariño, ¿cómo estás?”

“Comprometida”, contestó ella con recelo.

“Perdona, ¿qué?”

“Estoy comprometida, papá.”

“¿Tu y Peter?”

“Por última vez, no, papá. Te dije que estaba viendo a alguien más. Ahí es donde estuve anoche. Por eso no fui a la fiesta.”

“¿Estás diciendo que te comprometiste con un hombre que yo nunca he conocido?”

Lucy recordó el día en que había conocido a Cristiano. Él había sido uno de los camareros en una fiesta con catering en su casa.

“De hecho, sí lo has conocido,” admitió, comenzando a sudar.

“¿Lo he hecho? ¿Quién es?”

Lucy pensó en lo que estaba a punto de contarle a su padre, uno de los hombres más ricos del mundo. ¿Cómo podría admitir que estaba a punto de casarse con un camarero? Apenas podía creerlo ella misma.

“No importa. Estamos comprometidos y pronto lo conocerás.”

“Esto es absurdo. ¿Qué pasa con Peter?”

“Papá, si lo amas tanto, ¿por qué no te casas con él?”

“No seas sarcástica, querida. Eso no es digno de una Hollingsworth.”

“Lo siento por decepcionarte, pero amo a Cristiano y quiero que tú también lo ames. Sé que esto será mucho pedir, pero quiero que lo intentes. ¿Puedes hacerlo por mí, papá?”

“Si él es un hombre digno de mi pequeña, entonces recibirá mi bendición. Pero si no lo es, no puedes esperar que le dé la bienvenida a algún degenerado en nuestra casa.”

“Él no es ningún degenerado.”

“Entonces dime, ¿qué hace?”

Lucy sintió un calor pulsante desde su pecho. En su círculo, esta era la pregunta que determinaría el resto de su vida social. Cada amiga que había tenido estaba obsesionada con lo que la gente hacía. La respuesta incorrecta a esa pregunta provocaría murmullos tan pronto como alguien girara la cabeza. Se pensaba que las chicas de secundaria de doce años eran viciosas, pero el tormento de la peor reina abeja no tenía comparación con el trato que seguía a la respuesta incorrecta a esa pregunta.

“Él es un artista,” dijo Lucy, intentando ser lo más vaga posible.

Lucy pensó en su respuesta. ¿Realmente era una mentira? Cristiano podría haber sido un artista. Por lo que Lucy sabía, Cristiano podría ser un pintor famoso en el mundo que viajaba por el continente en busca de inspiración. Lucy no lo sabía. Sus habilidades artísticas no eran algo que surgiera durante sus muchas sesiones de amor.

Pero por mucho que Lucy se dijera a sí misma que eso podría ser cierto, Lucy rápidamente se percató de la verdad. La verdad era que había traicionado al hombre que amaba a la primera oportunidad que tuvo. Su corazón le dolía pensando en ello. Mentir era la única manera de atravesar esta conversación, sin embargo. Los detalles personales podrían aclararse más tarde, pero era imposible causar una segunda primera impresión.

“¿Un artista? ¿Quieres desperdiciar tu vida con un artista? ¿A quién se supone que debo traspasar nuestra empresa? Seguramente no esperas que se la dé a un artista.”

“No me importa, papá. No voy a casarme con alguien solo porque necesitas a alguien a quien darle la empresa. No soy una vaca premiada.”

“Por supuesto que no lo eres, querida. Pero nuestra empresa ha estado en la familia durante tres generaciones. Quería pasarla a mis hijos como mi padre lo hizo conmigo.”

“Y entonces te maldijeron conmigo,” dijo Lucy admitiendo lo que siempre había pensado que era cierto.

“Siempre he estado orgulloso de ti, querida. Solo que no te aplicas. Podrías ser la mayor CEO que esta compañía haya tenido, pero todo lo que te importa es derrochar dinero en viajes y hacer vaya a saber Dios qué con artistas.

“Esta empresa necesita un heredero. Si no vas a ser tú, al menos dame un yerno que pueda mantener el estilo de vida al que te has acostumbrado tanto.”

El corazón de Lucy se rompió al escuchar la petición de su padre. Aunque egoísta, no era completamente irracional. Nada de eso importaba, sin embargo. Cristiano era el hombre con quien quería pasar el resto de su vida. Y mientras él la quisiera, eso era exactamente lo que Lucy planeaba hacer.

“Papá, no puedo vivir mi vida basada en lo que es correcto para la empresa. Necesito ser feliz. Quieres que sea feliz, ¿verdad?”

El padre de Lucy hizo una pausa. “Lo deseo, cariño. Pero todos tenemos obligaciones. Y si no puedes cumplir con tus obligaciones, entonces no puedes cosechar las recompensas. Si quieres casarte con este artista, puedes hacerlo pero quedarás desheredada. Nadie recibe algo en esta vida de forma gratuita, ni siquiera una Hollingsworth. ¿Estás realmente dispuesta a renunciar a todos tus viajes y visitas al spa por este artista?”

“Si eso es lo necesario, entonces sí.”

“Entonces, estás desheredada. La asignación del último mes fue la última.”

“¿Qué voy a hacer por dinero?” preguntó Lucy nerviosamente.

“Bueno, siempre podrías buscar un empleo. Conozco una empresa que está contratando.”

Lucy hizo una pausa esperando que su padre estuviera bromeando. Pronto se dio cuenta de que no lo estaba.

“Oh, y por cierto,” dijo él continuando, “felicidades por tu compromiso.” Con ello, colgó el teléfono.

Atónita, Lucy bajó el teléfono de su cara. No podría haber imaginado que la conversación fuera peor. Su padre la había desheredado. No lo podía creer. ¿Cómo había llegado a eso?