SU MATE MALDECIDO

Prefacio

Titus

 

Cuando entré en las instalaciones de práctica, me pregunté si no había cometido un error. Ver a Nero cruzar el campo de juego con su nuevo equipo de la NFL me recordó mis mejores momentos en la escuela secundaria. Claro, nunca fui un jugador como Nero, pero extrañaba el compañerismo, la competencia.

Realmente no le había dado una oportunidad justa al equipo de East Tennessee. Claramente no había dado todo lo que tenía. Soy un lobo cambiaforma. Salvo Nero, todos los demás en el equipo eran humanos. No sentía que fuera correcto dar todo lo que podía.

En la secundaria éramos más que dos y el resto del equipo sabía lo que éramos. Era diferente en East Tennessee. Pero, sentado en las gradas viendo todo lo que me había perdido, sentía que debería haberme esforzado más.

—¡Guau! —dije al ver que la cabeza de Nero caía hacia atrás cuando un hombre gigantesco lo golpeaba con su antebrazo en el cuello.

—¿Qué fue eso? —pregunté a nadie en particular.

Me acomodé a unos metros de los otros espectadores, y observé cómo Nero se recomponía. No era conocido por su habilidad para controlar su temperamento, pero tenía que darle crédito. El campo de entrenamiento había sido agotador e interminable. El viejo Nero hace rato ya se habría convertido y le habría destrozado la garganta a alguien. No sabía cómo se mantenía bajo control.

Parecía que estaba a punto de explotar cuando miró fijamente al tipo que lo golpeó.

—Mantén la calma, Nero. Contrólate —dije en voz baja.

Nero miró hacia las gradas. Me escuchó. La distancia era impresionante. Tenía que estar a un pelo de transformarse. ¿Estaba a punto de presenciar el final de su carrera antes de que comenzara?

No. Se sacudió, se recompuso y retomó su posición en la línea del fondo.

La siguiente jugada también fue iniciada por Nero. Esta vez logró pasar a otro jugador, lo golpeó y luego se lanzó hacia el campo abierto. Estaba casi libre y despejado hasta que el Sr. Juego Sucio salió de la nada y se arrojó a sus pies.

—¿Alguien lo vio? —grité poniéndome de pie—. Es un campo de entrenamiento. No puede estar golpeando las piernas así. ¡Es una locura!

Aparentemente, Nero estuvo de acuerdo, porque, en lugar de tomarlo como lo había hecho la última vez, se quitó el casco y fue tras él. La mitad del equipo tuvo que intervenir para separarlos. Al final, Nero lo dejó ir.

Era increíble la moderación que estaba mostrando. Ni siquiera sé si podría resistirme a convertirme después de una jugada tan sucia como esa. Pero Nero se contuvo. Era mejor lobo que yo, pero eso no impidió que su entrenador lo enviara a las duchas.

—Eres nuevo aquí, ¿no? —me dijo un chico que estaba a mi lado.

—¿Qué? —espeté, volviéndome hacia él.

—¿Es tu amigo el que está allí? —preguntó con una sonrisa.

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

—Deberías avisarle que está jugando con Big Mac.

—¿Con quién? ¿El tipo que juega sucio?

—Lo mejor es que tu amigo se mantenga lejos de su camino.

—Tal vez Big Mac debería mantenerse lejos del camino de mi amigo. No sabe con quién se está metiendo.

—No creo que a Big Mac le importe —dijo con una sonrisa.

Volví a mirar el campo de juego para verlo mejor. Sí, el tío era grande. ¿Y qué? El lobo de Nero era más grande que ese tío. Él debía estar pensando lo mismo que yo porque, cuando entró en la camioneta después de la práctica, aún estaba hirviendo.

—Todavía no —dijo Nero cuando intenté encender la camioneta.

—¿Qué pasa?

—Estabas mirando, ¿verdad?

—¿Te refieres a las dos últimas jugadas?

—Sí. Me ha estado haciendo lo mismo toda la semana. Voy a poner fin a esta mierda ahora.

—Nero, ¿qué vas a hacer? —le pregunté. Estaba seguro de que el asunto no iba a terminar bien.

—Simplemente le mostraremos con quiénes está tratando.

—¿Nosotros?

Nero se volvió hacia mí.

—Sí. ¿Me cubrirás la espalda o qué?

—Siempre. Pero ¿estás seguro de que es la forma de manejarlo?

—Solo sigue mi ejemplo. Esta mierda se termina ahora.

Nero se quedó esperando con la mirada fija en la puerta de salida de los jugadores. Mi corazón latía con fuerza en ese momento. Podía sentir a mi lobo luchando por salir al exterior. No había forma de que fuera una buena decisión. Pero ¿qué otra opción tenía más que respaldar a Nero?

Cuando salió el hombre corpulento envuelto en cadenas de oro, Nero se animó.

—Es él. Vamos —me dijo sin esperar una respuesta.

Nero salió de la camioneta, y marchó hacia él.

—¡Taxi boy!

Big Mac se dio la vuelta y lo miró fijamente.

—¿Cómo me llamaste?

—Me escuchaste —ladró Nero—. No sabes con quiénes te estás metiendo.

Al ver que nos acercábamos los dos, el hombre gigantesco se mostró divertido.

—¿Sí? ¿Con quiénes?

A tres metros de él, Nero se quitó la camisa y apretó el pecho. Parecía que estaba tratando de convertirse, pero no lo hizo.

Confundido, hizo una pausa. Lo intentó de nuevo. Nada.

—Titus, muéstrale con quiénes se está metiendo —dijo, y se giró hacia mí.

No quería, pero era lo que debía hacer. Me quité la camisa y flexioné mis músculos, intentando convertirme. No pasó nada. ¿Qué estaba pasando?

Cuando Big Mac se rio, me giré hacia él.

—¿Qué? ¿No pueden convertirse?

Tanto Nero como yo lo miramos atónitos.

—¿Crees que eres el único cambiaforma en la liga?

—¿Tú estás haciendo esto? —le preguntó Nero a Big Mac.

—Realmente no sabes nada, ¿verdad, novato?

»Las instalaciones de entrenamiento están sobre un terreno mágico. Todos los estadios de fútbol lo están. Los poderosos no pueden permitir que sus chicos de oro sean masacrados por cambiaformas sucios en la televisión nacional, ¿verdad?

Big Mac pasó junto a Nero sin amenazarlo. Nero lo agarró.

—No necesito convertirme para darte una paliza —amenazó Nero.

Mac apartó su mano.

—En cualquier momento. En cualquier lugar —dijo con fuego en los ojos.

—Déjame sacarte del terreno mágico y resolveremos esto rápido.

—¿Sí? —preguntó Mac divertido, y caminó de regreso a su lujoso coche deportivo—. No dejes que tu boca escriba un cheque que no puedas pagar.

—¡Ven a buscarme! —exigió Nero extendiendo sus brazos para invitarlo a una pelea.

Big Mac subió a su coche y lo puso en marcha.

—No tienes que preguntármelo dos veces —dijo antes de arrancar.

Lo vimos marcharse. Mi piel se erizó de una manera que no lo había hecho en años. Sentí que iba a explotar. Recordé ese sentimiento. Así era la ira antes de que pudiera convertirme y de que mi lobo la quemara. Sentía como si mi rostro estuviera en llamas.

—¿Qué diablos es el terreno mágico? —preguntó Nero.

—Estás bromeando. ¿Un lugar donde no podemos convertirnos? —dije afirmando lo obvio.

—¡Mierda! —dijo Nero, mientras se ponía la camisa y se dirigía a su camioneta.

Lo seguí y me senté en el asiento del pasajero. Aunque yo la conducía durante el día, no le gustaba que nadie más la condujera. Era la misma que conducía desde la secundaria. Tenía valor sentimental para él.

—Entonces, ¿de qué se trata todo esto? —pregunté cuando nos detuvimos en la oscuridad.

—Es solo un gilipollas que juega como Taxi Squad. Está celoso porque no puede conseguir un lugar en el equipo.

—¿Taxi Squad?

—Sí, el equipo contrata gente para que practiquemos. Se supone que son jugadores en ascenso, pero ha estado atrapado en esa posición durante seis años. Cree que puede desquitarse conmigo porque soy un novato.

—¿Crees que es un cambiaforma?

—Sabía de nosotros. Tal vez.

—¿Notaste cómo huele?

—¿Quieres decir como mierda en una carretera calurosa?

—Supongo.

—Sí, lo noté.

—¿Has olido algo así antes?

—Hay muchas cosas que nunca antes había olido por aquí. No voy a retroceder porque un imbécil huela raro.

Los dos nos quedamos en silencio mientras conducíamos por el camino oscuro y solitario hacia la casa de Nero. Él no quería estar en la ciudad. Decía que era un lugar demasiado hacinado. Como proveníamos de un pueblo pequeño, yo lo entendía. Además, vivir en el medio de la nada le permitía convertirse y correr cuando quería. Habíamos llegado justo allí cuando…

—¿Qué diablos fue eso? —gritó Nero luego de que su camioneta se tambaleó.

Mi corazón se sobresaltó en el interior de mi pecho. Algo nos había golpeado. Miré a través del parabrisas trasero. No había nada más que oscuridad. Cuando la camioneta se sacudió de nuevo, nos dimos cuenta de que venía de arriba.

—¡Mierda! —gritó Nero antes de desviarse.

Eso no nos liberó de lo que nos había agarrado. El motor aceleró en el aire cuando la camioneta perdió el contacto con el suelo. Entonces el techo de la cabina se abrió como una lata, y las ruedas golpearon el piso. Nos estaban atacando. Pero ¿qué nos estaba atacando?

Cuando los neumáticos tocaron la carretera, perdimos el control. La camioneta salió disparada y se estrelló contra un árbol, sin que Nero pudiera hacer nada para evitarlo. El vehículo se volcó rastrillando las ruedas. Viendo cómo el baúl se precipitaba hacia nosotros, nos detuvimos con una sacudida que casi nos saca por el parabrisas.

Miramos hacia arriba, conmocionados. Sobre nosotros estaba el cielo. Sea lo que sea, había hecho trizas la camioneta. Cada una de mis células me decía que me convirtiera y huyera corriendo. No sabía qué hacer. Obtuve la respuesta cuando unas alas gigantes de seis metros de largo descendieron de la nada y lanzaron sus garras enormes a la parte de atrás de la cabina.

—¡Corre! —gritó Nero, y abrió la puerta.

Me arranqué la camisa y lo seguí. Cuando arremetí hacia adelante sentí que mis huesos se quebraban y se volvían a reconstruir. Mi lobo estaba libre. Veía el mundo diferente. Busqué a mi compañero de manada y los dos huimos por entre los árboles para salvar nuestras vidas.

Me tomé un momento para mirar hacia atrás y lo vi. Había escuchado a Cage hablar de ellos, pero casi no le había creído. Era un dragón. Una bestia con escamas, cuello largo y ojos de fuego. Entonces, como si fuera un jet, nos bombardeó en picado, y cogió con fuerza al lobo de Nero con sus garras.

Nero cayó el suelo con estrépito. Corrí hacia él; no se levantó. No estaba muerto, pero yacía aturdido. Tenía que protegerlo. Tenía que hacer lo que pudiera para mantenerlo a salvo.

Entonces me paré entre Nero y el monstruo, que estaba encaramado en el aire a diez metros frente a mí. Luché contra la presión de cada una de sus alas. Me tenía. Nos tenía a los dos. Y cuando rugió y arrojó fuego al aire, imaginé cómo sería mi muerte.

Volví a convertirme en humano, y le supliqué.

—¡Detente! Te lo ruego. No nos hagas daño.

Al escucharlo, la bestia me miró. Me había entendido. Descendió hasta el suelo, y me miró con toda la arrogancia que su barbilla escamosa podía demostrar. Entonces replegó sus alas sobre sí mismo y se convirtió. Reconocí a la persona en la que se había transformado.

—¡Tú! —dije mirando a Big Mac desnudo—. ¿Qué carajo, hombre? —pregunté cuando él se acercaba a mí sonriendo.

—Tu amigo no es tan arrogante ahora, ¿verdad? —dijo Mac, y me ofreció su mano para que me levantara.

—Creo que lo heriste —le respondí. Ambos estábamos mirando al lobo de Nero.

—Nah. Conozco a los de tu tipo. Lo único que les duele es su orgullo. Quítatelo, novato —exigió Mac.

Para mi sorpresa, Nero respondió. Volvió a convertirse en humano, pero se quedó acostado por un segundo antes de sentarse.

—¿Lo ves? Ahora, habla conmigo otra vez y te haré pedazos el culo huesudo. A ambos —amenazó. Luego extendió sus enormes alas, se convirtió y desapareció en la noche.

Lo vi marcharse. Todavía estaba conmocionado. Nada de lo que había escuchado sobre esos seres hacía justicia a lo que acababa de ver. Era aterrador e imponente.

—Nero, ¿estás bien? —pregunté al hombre tembloroso que yacía en el suelo frente a mí.

—¿Quieres decir… además de que me dieron una paliza?

Me reí.

—Sí. Quiero decir… además de eso.

Nero soltó una carcajada y apartó la mirada. Me senté a su lado.

—Pensé que iba a morir —admití—. Estuvimos cerca.

Nero no respondió.

—No puedo creer todas las cosas que no he hecho. Habría muerto sin decirle a Lou lo que siento por él.

Nero espetó hacia mí.

—Vale, lo admito. Tengo sentimientos por Lou. ¿Estás feliz?

—No si no haces nada al respecto.

—Tengo que irme a casa —dije al darme cuenta—. Tengo que ver a Lou.

 

 

Capítulo 1

Lou

 

¿Qué clase de idiota invita a un chico a conocer a sus padres en la tercera cita? Es como meterse en la jaula del gorila en el zoológico… y luego llevar al gorila a conocer a tus padres en la tercera cita. Es una locura que solo un psicópata haría.

Pero la cosa es así. Nos hemos estado enviando muchos mensajes. Y me dijo que estaba enamorado de mí después de la segunda cita. Así es, tuve una segunda cita con alguien. Apuesto a que nadie lo habría marcado en su tarjeta del bingo.

Pero lo hice y me llevó a las montañas a ver una lluvia de meteoritos. Y llevó una manta y una cesta de picnic. Prácticamente estoy llorando de solo pensarlo. Nunca nadie me había tratado así. Por eso, cuando mis padres me dijeron que vendrían a visitarme, ¿cómo no iba a aprovechar la oportunidad para demostrarles que estaban equivocados?

 “No tenemos ningún problema con que seas gay”, dijeron. “Simplemente creemos que si lo eres nadie te amará. Así que lo último que deberías hacer es dejar tu medicación”.

¿Qué? ¿Mis padres piensan eso? ¿Creen que su hijo nunca encontrará el amor?

Bueno, déjame decirte algo, mamá, hay un chico tan atractivo y rico que cualquier chica moriría por estar con él. Y está enamorado de mí, de tu hijo gay a quien crees que nadie amará jamás.

Siempre he dicho que, si la vida te da limones, los uses para demostrarles a tus padres que están equivocados. Seymour era mis limones. ¿Sey se parece al tipo que le tira las llaves al mexicano más cercano para que estacione su yate? Un poco. Pero, según mis padres, yo parezco un tipo gay que necesita tomar medicación o nunca encontraré el amor. Entonces, las apariencias engañan.

El único problema es que le había enviado un mensaje a Sey con la hora y el lugar donde nos encontraríamos con mis padres y no me había respondido para confirmar. El tío me enviaba un mensaje diciendo: “Buenos días, hermoso”, todos los días. Y se suponía que esa mañana conocería a mis padres, ¿alguien más escucha grillos?

¿He cometido un error? ¿Fui demasiado rápido? Fue él quien me dijo que se estaba enamorando de mí. Yo no había llegado a eso todavía. Entonces, ¿qué tan equivocado estaba al invitarlo a conocer a mis padres?

Arruiné las cosas, ¿no? Oh, Dios, ¡lo hice! Un tipo me ofrece una rama de olivo y yo lo golpeo con ella. ¿No me vio arrancar las hojas? Podría haberme detenido. ¿Al menos teníamos una palabra de seguridad? No teníamos una palabra de seguridad. ¡Mierda, lo asusté!

Ya cerca de tener un ataque de pánico total, saqué mi teléfono y llamé al único que sabía cómo calmarme cuando me encontraba en ese estado.

—¿Titus? —le dije a mi mejor amigo lobo cambiante.

—Lou, ¿qué te cuentas?

Podía escucharlo sonriendo al otro lado del teléfono. ¿No sabía que mi vida se estaba desmoronando? ¿Cómo podía estar sonriendo en un momento así? ¿Quién era el loco, él o yo?

—¿Que qué te cuento? Te diré lo que cuento. Estoy yendo a encontrarme con mis padres y el novio al que había invitado con el único propósito de hacer que mis padres se traguen sus palabras, no me ha confirmado si irá.

—Espera, ¿ya es tu novio? ¿Cuándo pasó?

—No sé. En algún momento después de nuestra segunda cita. Me dijo que me amaba y…

—¿Te dijo que te amaba en la segunda cita? —me preguntó, interrumpiéndome.

—Sí. O tal vez fue solo un mensaje. Dijo que se estaba enamorando de mí. Eso está a solo una manzana de la ciudad del amor, ¿verdad?

—Sí… supongo.

—Entonces, me dijo que me amaba. Así que le dije que mis padres estarían en la ciudad y que sería bueno que los conociera. Dijo que le gustaría y aceptamos. Pero esta mañana cuando le envié la dirección y la hora, nada. Ni siquiera un meme. Y me encantan los memes divertidos que me envía. Es una de las cosas que más disfruto de nuestra relación.

—¡Guau! Es un montón.

—¿Qué es un montón?

—Acabas de decir tantas cosas que…

—Oh, Dios mío, ya llegué —interrumpí a Titus—. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?

—Primero, cálmate.

—¿Te digo que mi vida está en juego y me dices que me calme? Este es el momento perfecto para entrar en pánico.

—Lou, escúchame. Inhala profundo. Respira.

Frente a la pastelería en la que les había dicho a mis padres que nos encontraríamos, hice lo que me dijo Titus. Inhalé profundamente. Fue difícil considerando las manos gigantes que apretaban mi pecho, pero lo hice. Ayudó bastante. Apenas sentía que me iba a desmayar.

—¿Lo estás haciendo?

—Tranquilo, estoy tratando de respirar —dije esforzándome por respirar otra vez.

Después de que mi corazón se desaceleró, y pasé de ser una ardilla tomando Speed a un ciervo pasado de cafeína, me recuperé.

—¿Sigues ahí? —preguntó Titus.

—Estoy aquí.

—De acuerdo. ¿Dónde estás?

—Parado frente a mi perdición.

—Quiero decir, físicamente. ¿Cuál es la dirección?

—Estoy frente a Nutmeg.

—Bien. ¿Necesitas que vaya?

—¿No estás dando la vuelta al mundo o algo así?

—No estaba dando la vuelta al mundo. Estaba ayudando a Nero a instalarse en su nuevo hogar. Lo sabías. También sabías que viajaría en el jet de su equipo. Ni siquiera puedo pagar los cacahuetes que sirven aquí. Nero tuvo que pagar mi vuelo de regreso.

—¿Así que vas a volver?

—Estamos a punto de aterrizar. Podría tomar un taxi y estar allí en 15 minutos.

—¡Oh, espera! ¿No debía recogerte en el aeropuerto? Lo siento mucho. Mis padres me dijeron que iban a estar en la ciudad el día de hoy y mi mente se detuvo.

—Ya sé. Lo entiendo. No te preocupes. Cogeré un taxi. Y si quieres que vaya, podría llegar en unos minutos.

Pensé en ello. Le había dicho a mis padres que quería que conocieran a alguien. ¿Qué tan humillante sería presentarme solo? Demostraría que todo lo que habían pensado alguna vez sobre mí era cierto. No podía lidiar con eso. De solo pensarlo me dieron ganas de caer de rodillas y llorar.

—¿Harías eso? —le pregunté. Amaba a Titus más de lo que creía posible.

—Por supuesto que sí. La azafata dice que tengo que apagar mi teléfono. Pero no te preocupes. Estaré allí tan pronto como pueda. Te entiendo, Lou. Lo sabes.

—Lo sé. Gracias —dije, ya calmado finalmente.

Iba a estar bien. No sabía qué estaba pasando con Sey, pero no tenía que preocuparme por eso entonces. Y claro, había insinuado que les presentaría a alguien que estaba conociendo, pero todavía no habían conocido a Titus. Podría haber querido decir que quería que conocieran a mi mejor amigo. Todo iba a estar bien.

Mirando de nuevo la pastelería, pensé en las personas que me estaban esperando dentro. Frank y Martha no habían ido a visitarme desde el día en que me dejaron en la universidad. No eran esos padres cariñosos que llaman a sus hijos para ver cómo están. Para ellos yo era un mero accesorio.

A pesar de que tenían mucho dinero, crecí como si tuviéramos problemas para salir adelante. No puedo recordar un solo regalo que les haya costado más de $20. Mientras tanto, ellos se compraban coches nuevos todos los años. Cualquier cosa que les hiciera verse bien a los ojos de las personas horribles que los rodeaban, la hacían. Hacerme sentir amado o contenido no entraba en esa categoría.

Solo pude permitirme asistir a la Universidad de East Tennessee gracias a mi abuela. Ella siempre pagó por todo. Incluso cuando era niño, si quería un videojuego o ropa nueva, acudía a ella. Lo era todo para mí.

Definitivamente no habría sobrevivido a mi infancia sin ella. Fue quien me dijo que estaba bien que fuera como soy y que me amaría sin importar nada. Eso fue antes de que saliera del clóset. La abuela Aggie probablemente supo que era gay antes que yo. Parecía saber muchas cosas antes que los demás. Parecía que tenía una especie de conexión con el más allá.

Pero no usaba ese conocimiento de la forma en la que mis padres lo hubieran hecho. De haberlo tenido, Martha habría convertido en esclavos a todos mientras que Frank se habría convertido en un súper villano. Él solía estar callado, pero cuando te miraba, podías ver las cosas horribles que estaba pensando.

La abuela Aggie era mi único refugio de todo eso. No habría sobrevivido sin ella. La vida era demasiado dura y solitaria. Podría llorar pensando en la cantidad de veces que me sostuvo entre sus brazos diciéndome que podría superar lo que fuera. Y en los momentos en que no le creía, seguía abrazándome hasta que lo hacía.

Los brazos de la abuela Aggie eran mi único lugar seguro en todo Tennessee. Pensaba en ella todos los días y la llamaba por teléfono seguido. La fuerza que me había dado era la que entonces me permitía dirigirme a la pastelería.

No tenía novio para presentarles, pero tenía a Titus. Estaría allí pronto y la amistad que teníamos les demostraría que valía algo. Incluso si ellos no lo creían, había alguien que sí lo hacía. Como siempre lo creyó la abuela Aggie.

Respiré hondo por última vez, me paré frente a la puerta de vidrio y miré a través de ella. Los dos estaban sentados vestidos de manera impecable como siempre. Martha vestía el traje azul marino que la hacía parecer una marinera y su característico collar de perlas.

Frank vestía un polo verde y pantalones caqui. Era la persona más invisible de la habitación. Yo era un mero accesorio para ellos, pero Frank era el accesorio de Martha. Y su trabajo era no eclipsarla de ninguna manera. Ganaba el dinero y abría todas las puertas. Pero no podía tener una personalidad propia. Él siempre estuvo de acuerdo con eso.

Enderecé la espalda y entré. Cuando me acerqué a la mesa, se dieron la vuelta.

—Madre, padre.

Mi madre hizo una mueca. 

—Sabes que odio cuando nos llamas así.

Lo sabía. Por eso lo dije.

—Lo siento. Frank, Martha.

También sabía que a Martha le gustaba escuchar su nombre.

—¿Te mataría llegar a tiempo una vez en tu vida? —se quejó mi madre.

—No lo sé. ¿Lo haría?

Martha miró a Frank.

—No puedo lidiar con él si se va a comportar así. No puedo. Hoy no.

—Louis, respeta a tu madre —murmuró Frank.

—Ah, puede hablar —dije sorprendido realmente de que lo hiciera.

—¿Ves lo que quiero decir? —dijo mi madre.

—¡Louis! —dijo mi padre, alzando la voz.

—¡Vale, vale! —dije, y levanté mis manos en señal de derrota.

Él no había hablado en voz alta. Pero cualquier demostración de emoción de su parte era desconcertante.

—¿Tienes que actuar así siempre? —continuó mi madre.

—¿Actuar cómo? Lo único que hice fue saludar. Tú eres la que me ha estado criticando desde que llegué.

Frank habló de nuevo. 

—Lou, hemos estado esperándote durante treinta minutos.

Tenía razón. Había llegado tarde. Le estaba dando a Sey todo el tiempo posible para que me respondiera.

Pero tampoco era como si nunca me hubieran hecho esperar. Por ejemplo, todavía estaba esperando mi regalo de cumpleaños de cuando cumplí trece. Tenía que haber una tienda de $0.99 por ahí cerca.

—No tocaste tu croissant —dije mirando el cruasán frente a ellos—. ¿Te lo vas a comer? No almorcé.

Martha resopló con disgusto y lo empujó frente a mí. Sabía que era algo pequeño, pero era lo primero que me daban en años. Tal vez sí me amaban.

Lo abrí y sus pedazos cayeron sobre mi plato y en toda la mesa. Mis padres me miraron como si fuera la hora de comer en el zoológico.

—Entonces, ¿cómo va la universidad? —preguntó mi padre.

Casi me atraganto. Ellos nunca me habían preguntado eso antes. No entendía lo que estaba pasando. Y por más que quería responderles con algo sarcástico, no me atreví. ¿Y si la preocupación que me estaban mostrando fuera real? ¿Y si, a pesar de toda una vida de demostrarme lo contrario, realmente se preocupaban por mí? No podía arriesgarme a arruinar eso.

—Me está yendo bien —dije con sinceridad—. Mmm, las clases van bien. Tengo un compañero de cuarto genial… Quin. Mmm, tengo novio —dije de repente, y deseando desesperadamente su aprobación.

—Ya veo —dijo Frank bajando los ojos.

¿Había arruinado el momento al recordarles que soy gay? Lo había hecho, ¿no? Si hubiera mantenido la boca cerrada y hubiera dicho que todo estaba bien, él no habría apartado la mirada. Siempre hacía lo mismo. Siempre seguía hablando cuando debería callarme.

—Y él está aquí ahora —dije al verlo abrir la puerta.

Sey había llegado. ¡Estaba allí! Podría haber llorado cuando lo vi. Y había llegado con cinco de sus compañeros de fútbol. ¿Qué estaba pasando?

Tan pronto como me vio, sus ojos se iluminaron. Abrió la puerta y entró.

—¡Lou! —gritó desde el otro lado de la habitación. Sus compañeros se alinearon detrás de él.

—Sey, ¿qué está pasando?

Sey volvió a mirar a los chicos. Cuando lo hizo, empezaron a cantar:

 

Los hombres sabios dicen que solo los insensatos se apresuran. Pero yo no puedo evitar enamorarme de ti.

 

Mientras los chicos continuaban con lo que debía ser la interpretación más triste de una de mis canciones favoritas, Sey cruzó la habitación para ir a mi encuentro. Abrumado, miré a mis padres. Ambos miraban hacia abajo y hacia otro lado. No querían formar parte de nada de lo que estaba pasando y no lo estaban ocultando.

No me importaba. Lo que estaba sucediendo era lo más romántico que alguien había hecho por mí y no iba a permitir que lo arruinaran.

—Lou, sé que no nos conocemos desde hace mucho tiempo. Pero cuando conoces a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida, lo sabes. Y si lo sabes, ¿para qué esperar?

—¿Esperar? —dije horrorizado y encantado al mismo tiempo.

 

 Como fluye un río, seguro hacia el mar, cariño, así vamos tú y yo, algunas cosas están destinadas a ser.

 

—Lou, lo que estoy diciendo es que puede que recién nos conozcamos, pero ya te conozco. Te conozco de toda la vida porque eres el sueño por el que rezaba todas las noches que se hiciera realidad. Así que…—dijo, y puso una rodilla en el piso y saco un anillo de su bolsillo.

—¡Ay, Dios mío! —dije suspirando.

—Louis Armoury, ¿quieres casarte conmigo?

Mi cabeza dio un vuelco. ¿Era real? Tenía que serlo. Nunca elegiría a cantantes tan horribles en mis fantasías.

¿Podría casarme con él? ¿Debería hacerlo? Acabábamos de conocernos. Pero, como él había dicho, cuando lo sabes, lo sabes. Y nunca nadie me había tratado como él. Nunca.

—Sí —dije—. Sí, me casaré contigo —dije con lágrimas rodando por mis mejillas.

—¿Lo harás? —dijo tan feliz como yo.

—Lo haré —repetí sabiendo que era la mejor decisión que había tomado.

Cogió mi mano y deslizó el anillo en mi dedo. Era un poco grande pero estaba bien. Podríamos arreglarlo. Estábamos enamorados y el amor podría arreglar cualquier cosa.

Se levantó y me besó. Fue mi primer beso como hombre comprometido. Fue maravilloso. Nunca había sido más feliz en mi vida.

Con los brazos de Sey a mi alrededor, miré a mis padres. Todavía no lo habían mirado. No habían levantado la vista del suelo. ¿Era porque no podían soportar estar equivocados? Habían dicho que nadie me amaría nunca, pero esa era la prueba de que estaban equivocados.

Un hombre me amaba tanto que me había pedido que me casara con él después de dos citas. ¿No decía eso todo lo que había que decir sobre mí? Yo era adorable. Valía el tiempo de alguien.

—¿Bien? ¿No van a decir nada?  —pregunté necesitando que admitieran su derrota.

Fue entonces cuando mi madre me miró. Sus ojos se clavaron en los míos.

—Tu abuela Agatha murió. Su funeral fue ayer. Habrá una lectura de su testamento. Esperamos que vayas y trates de no llegar tarde —dijo. Luego ambos se levantaron y se fueron.

Los observé atónito. No podía hablar ni moverme. Tenía que haber escuchado mal. O tal vez era una broma.

—¿La abuela Aggie está muerta? —escuché decir a alguien.

Fui yo quien lo dijo. Se suponía que era una pregunta para las dos personas que se iban llevándose mi comprensión de la realidad con ellos. Pero no podían oírme. Apenas podía oírme a mí mismo. Y cuando salieron de la pastelería y cruzaron frente a la ventana, pasaron junto a otra cara familiar. Esa persona estaba sosteniendo un ramo.

—Titus —susurré antes de que sus ojos devastados me miraran y pasara corriendo por la ventana, y se perdiera de mi vista.

 

 

Capítulo 2

Titus

 

No podría haber visto lo que vi, ¿o sí? ¿Lou, el tipo que había tenido más primeras citas que árboles en Tennessee, se había comprometido? No podía ser cierto. Pero lo vi. Estuve parado allí mirándolo.

Lou me había contado que se había estado enviando mensajes con alguien. Era con un estudiante de intercambio que estaba en el equipo de fútbol. Había llegado ese semestre, así que fue después de que me echaron del equipo. Pero definitivamente reconocí a los chicos que cantaban detrás de él. Habían sido mis compañeros de equipo.

Tuve que cerrar los ojos cuando llegué a mi camioneta y respirar profundo para tranquilizarme. Mi lobo me estaba destrozando en su intento por salir. No podía dejarlo. Si lo hacía, despedazaría a todos.

Sin embargo, sabía que no era culpa de nadie más. Yo había sido el que había esperado demasiado. Había ignorado todas las veces que Nero y Quin me habían dicho que le dijera lo que sentía por él, pero finalmente los había escuchado. Había llegado el día.

Me había desviado para comprar las flores. Si no lo hubiera hecho, ¿habría llegado a tiempo para detenerlo? Si le hubiera dicho lo que sentía, ¿le habría dicho igual que sí a ese tío?

Mi teléfono sonó, y me sacó de la furia en aumento que sentía. Cuando lo cogí, vi el nombre de Lou. No podía hablar con él en ese momento. Como sabía que no podría fingir que estaba feliz por él, lo metí de nuevo en mi bolsillo.

Miré la docena de rosas rojas que me habían costado un brazo y una pierna, y las tiré al suelo. Había sido un tonto. No pude llegar. Necesitaba escapar. Me alegré de haber ido a mi casa primero para buscar mi camioneta en lugar de ir a la pastelería directamente desde el aeropuerto, porque entonces podía meterme en ella y marcharme.

Unos momentos después, mi teléfono volvió a sonar. Lo saqué mientras conducía, y volví a ver el nombre de Lou.

“¡No quiero escuchar que te comprometiste! ¿No lo entiendes?”, le grité al teléfono antes de arrojarlo al asiento del pasajero.

Sabiendo que necesitaba alejarme lo más posible de lo que acababa de suceder, por mi propia cordura y la seguridad de todos los demás, no me dirigí a mi dormitorio. En cambio, tomé la carretera que me conducía a casa. Justo en ese momento mi teléfono volvió a sonar. No sabía por qué Lou no estaba entendiendo el punto. No había forma de que le contestara.

Sí, le había dicho que iría a la pastelería, pero solo porque su chico lo había dejado plantado o algo así. Pero el tío apareció. Lou no me necesitaba allí. Entonces, ¿por qué no dejaba de llamarme?

Después de que me llamó por cuarta vez, silencié el teléfono y encendí la radio. No me importaba lo que estuviera sonando siempre y cuando me distrajera de lo que acababa de presenciar.

No podía acusar a Lou de nada. Siempre había sido sincero acerca de quién era. Quería encontrar el amor y estaba dispuesto a salir con todos los chicos del Estado para encontrarlo. Yo era el cobarde que no podía admitir lo que era.

La única persona a la que le había dicho que me gustaban los chicos era Quin. Todavía ni siquiera se lo había dicho a Nero, y eso que no solo habíamos crecido juntos, sino que éramos compañeros de cuarto cuando le declaró amor a su novio en la televisión nacional. Nero arriesgó su oportunidad de ser reclutado por la NFL por el hombre que amaba y, aún así, no había podido salir del clóset con él.

Entonces, si no se lo decía a Nero, ¿a quién? Ciertamente no a Lou, al chico del que me enamoré desde el primer momento en el que vi su sonrisa traviesa y sus grandes y adorables ojos marrones. Y en lugar de aceptar quién era, ¿qué hice? Me convertí en su amigo, su mejor amigo.

Bueno, ¿sabes qué? Estaba cansado de ser amigo de todos. Quería ser deseado. Quería que Lou me desee.

Pero ya era demasiado tarde. Había encontrado a su chico y se había comprometido. Había dicho que solo había tenido dos citas con él. Pensé que tendría más tiempo. Pero no había otro culpable más que yo.

Incapaz de pensar en otra cosa durante la hora y media de viaje hasta mi pueblo, me alegré al sentir que me consumía su burbuja protectora. Me quitaba el elevado sentido del olfato de mi lobo, pero era el comienzo no oficial de nuestro pequeño pueblo alejado. No faltaba mucho para llegar a la casa de mi madre una vez que pasabas esa barrera.

Me detuve en la cabaña de madera de dos pisos en la que pasé mi infancia y me quedé contemplando la vista. Estaba en casa. Y aunque no era la casa que Quin había comprado en el pueblo para estar con su novio Cage, era un lugar agradable. Estaba en una colina con vista a un valle cubierto de árboles. No podías pedir mucho más en un pueblo como el nuestro.

A diferencia de mí, Quin nació rodeado de una riqueza obscena. Mi madre solo tenía la pensión que le había dado la Fuerza Aérea después de que mi padre fue derribado en combate. Era solo una humana criando un lobo cambiante. No soy del tipo que considera a su madre su mejor amiga. Pero ella era mi sostén. Sin importar lo que ocurriera, sabía que siempre podía contar con ella.

Entonces, salí de la camioneta y caminé hacia la puerta principal sabiendo que no tendría que lidiar con todo lo que había sucedido una vez que estuviera en casa. No es que le tuviera miedo al cambio. Había estado haciendo una campaña para remover la barrera protectora. Siempre he sido un fan del cambio. Creo que el cambio es bueno.

Pero ahora que Lou se comprometió, Nero se mudó a otro estado y yo tengo un nuevo compañero de cuarto en menos de una semana, me vendría bien un poco de estabilidad. Con eso me refiero a mi madre. Las etiquetas, los valores tradicionales y el status quo son las cosas a las que adhiere.

Abrí la puerta sin llave y miré a mi alrededor en busca de mi madre. Cuando la encontré, me petrifiqué. Probablemente debería haber mirado hacia otro lado. Pero la primera vez que ves a tu madre y a su novio corriendo desnudos desde el sofá a la habitación, te toma un momento procesarlo.

 —¡Ay, Dios mío! —grité mientras la horrible imagen me quemaba el cerebro.

¿Por eso la gente de la mitología griega se sacaba los ojos? Creo que finalmente lo comprendí.

—¿Qué están haciendo ustedes dos? —grité horrorizado.

Aunque era demasiado tarde y nunca más podría volver a cerrar los ojos, me volteé para mirar en la dirección opuesta. Consideré irme, pero ¿de qué serviría? El daño ya estaba hecho. Además, ¿a dónde más podría ir?

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar en la universidad? —dijo mi madre, quien sonaba tan horrorizada como yo.

—Se me ocurrió venir a visitarte. Tal vez debería irme.

Mi madre salió de su dormitorio.

—No tienes que irte. Puede que sea un buen momento para decirte algo.

Lentamente me di la vuelta y vi a mi madre atándose el cinto de su bata. Después de lo que había sucedido, incluso eso era demasiado revelador.

—¿Sí? ¿Qué cosa? —pregunté vacilante.

—Mike, ¿puedes salir, por favor?

¡Oh, no!

Mike salió con jeans, tirantes y sin camisa. El hombre tenía la línea del cabello más hacia atrás, una barba rubia y la barriga cervecera más grande que jamás había visto. Era el dueño del restaurante local y, cuando era chico, había notado siempre el coqueteo entre los dos. No era ciego. Pero ¿esto?

—¿Qué está pasando? —pregunté nervioso.

—Cariño, Mike y yo nos mudaremos juntos —dijo con firmeza.

—¿Mike se mudará aquí?

—No. Yo me mudaré con él.

—Compré una casa junto al lago. Está cerca de Tanner Cove —explicó Mike.

—Es hermoso, Titus. Y me mudaré allí.

—Sé que a tu mamá le gustan las cosas bonitas. Siempre lo mejor para ella.

Miré a mi madre.

—Entonces, ¿qué vas a hacer con esta casa? —pregunté mientras pensaba en qué me depararía el destino.

—No lo he decidido. Tal vez la venda.

—Ya veo —dije sintiendo que mi pecho se me apretaba. Hice una mueca y luego me acerqué al sofá y me senté.

—¿Estás bien, hijo? —preguntó mi madre.

—Parece que todo está cambiando. Nero está jugando fútbol profesional. Lou se comprometió. Tú te mudas con Mike. Todos logran lo que desean menos yo.

—Mike, ¿podrías dejarnos solos un minuto? —dijo mi madre, y luego se dirigió hacia mí.

—En realidad, tengo que volver al restaurante y prepararme para la hora pico de la cena.

Mike cogió su camisa y sus zapatos. 

—¿Te veré más tarde?

Mi madre sonrió y lo vio irse. Cuando él se fue, ella se sentó conmigo en el sofá. Tomó mi mano entre las suyas.

—Las cosas cambian, Titus.

—Lo sé. Soy yo quien ha estado tratando de convencerte de eso, ¿recuerdas? Es que todos parecen estar cambiando sin mí. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué soy yo el que se queda atrás solo?

—No estás solo, hijo.

—¿No lo estoy? Tú estás con Mike. Nero tiene a Kendall. Lou tiene a ese tío, como sea que se llame. ¿Y a quién tengo yo? Dime, mamá. ¿A quién tengo?

Los ojos de mi madre se hundieron. Tenía una mirada como si quisiera decirme algo, pero no podía obligarse a decirlo.

—¿Qué pasa?

Ella se recompuso. 

—No es nada.

—No. Oye, mamá. Siempre haces esto. Si tienes algo que decirme, solo dilo. ¿Se trata de esta casa? ¿Ya la vendiste? ¿También estás pensando en irte de la ciudad?

—Titus, tienes un hermano.

Me quedé helado. De todas las cosas que podría haber dicho, era lo último que esperaba escuchar.

—¿De qué estás hablando?

—No puedo decirte más que eso. Pero me ha estado pesando por un tiempo y…

—¿Qué? ¿Crees que puedes decirme que tengo un hermano que nunca supe que tenía y dejarlo así?

—No puedo decirte nada más —dijo resignada.

—¿Por qué no? ¿Quién es él? ¿Está en la ciudad? ¿Tuviste un hijo antes que yo?

—No, nada de eso. —Mi madre respiró hondo—. Ustedes dos tienen el mismo padre.

Miré a mi madre como si la realidad de lo que me estaba diciendo me retorciera el cuerpo.

—Mamá, tienes que decirme quién es. ¿Vive por aquí?

—Hice una promesa de que no diría nada.

—¿A quién? ¿A mi papá?

—No —dijo incómoda.

—Mamá, no puedes decir algo así y esperar que lo deje pasar. Al menos cuéntame algo sobre él. ¿Es mayor que yo? ¿Más chico?

—Es más chico —admitió.

—Entonces, ¿mi papá lo tuvo antes de que lo enviaran a Irak?

Mi madre miró hacia abajo.

—Vamos, mamá. Al menos dime eso. ¿Vive en la ciudad?

Sus ojos se movieron para encontrarse con los míos.

—Sí —afirmé—. ¿Lo conozco?

—Titus, detente. Estás tratando de hacerme decir cosas que no puedo decir.

—Puedes hacer lo que quieras, mamá. Es lo que siempre has hecho. Quiero decir, ¿cómo pudiste ocultarme esto toda mi vida?

Recuperó su determinación. 

—Esta conversación se terminó.

Se levantó y se fue a su habitación.

—Oh, crees que porque ya terminaste de hablar, la conversación se acabó.

—¡Solo olvídalo, Titus!

—¿Que lo olvide? ¿Dejas caer una bomba así y esperas que lo olvide?

Entró en su habitación y cerró la puerta detrás de ella. Me quedé mirándola atónito. ¿Qué diablos acababa de pasar? Había crecido más solo de lo que podía soportar, deseando tener un hermano, ¿y lo había tenido todo el tiempo? No podía creerlo.

Me destruía no poder llamar a Lou para contárselo. Pero probablemente estaba celebrando su compromiso. ¿Por qué había esperado tanto tiempo para decirle lo que sentía por él? Sentía que todo mi mundo se estaba desmoronando.

Como no quería estar más en mi casa, me dirigí a mi camioneta y me marché. Al ser un pueblo pequeño, no había muchos lugares a donde ir. Podía convertirme y correr hacia una de las cataratas, pero no tenía ganas de estar solo.

Al acercarme al restaurante de Mike, vi su camioneta aparcada en la parte de atrás. Pensé en él y en mi madre. ¿Desde hacía cuánto tiempo pasaban cosas entre ellos?

No es que Mike fuera un hombre tan malo. Cuando Nero estaba pasando por su fase de gilipollas, Mike fue el único que le dio trabajo. Teniendo en cuenta las opciones que tenía mi madre, era un buen partido. Supongo que mi problema era todo lo que implicaba su relación, como el hecho de que podía perder la casa de mi infancia.

Mira, sé lo que piensas. Ya no era un niño. Y gracias al novio de Quin, Cage, que se había convertido en el nuevo alfa, era un lobo con una manada cada vez más grande. Podía encontrar mi propio camino.

Pero había perdido al chico que amaba. Estaba perdiendo el único hogar que había tenido. Y en algún lugar por ahí tenía un hermano que tal vez nunca conocería. ¿Qué mierda se suponía que debía hacer?

Conduje por la calle principal hasta el Bed & Breakfast de la Dra. Sonya. Ella era la madre humana de mi nuevo compañero de cuarto. Como Nero había sido reclutado y Cali empezaba su primer año en la Universidad de East Tennessee, tenía sentido que compartiéramos la habitación.

Los dos éramos los únicos de nuestro pueblo que estudiábamos en East Tennesee. En el pueblo, los seres sobrenaturales convivían con los humanos. Considerando que ambos teníamos que esconder nuestras habilidades, teníamos que permanecer juntos. Además, él recién había comenzado a convertirse y era un miembro nuevo de nuestra manada.

Recordé el nuevo proyecto que tenía la Dra. Sonya, así que me detuve frente a la entrada del hostel y aparqué junto a una camioneta que no reconocí. Seguí el camino hasta la parte trasera de la hermosa casa de estilo Craftsman, rodeé el gran porche de piedra y encontré tres mesas pequeñas para dos personas.

—¡Titus! ¿Qué te trae por aquí? —dijo la Dra. Sonya, que había salido por la puerta trasera de la casa para saludarme.

—Cali me contó lo que estabas haciendo y, como estaba en el pueblo, decidí venir a verlo. ¿Cómo te ha ido?

—Sorprendentemente bien. Marcus está más que emocionado —dijo mostrando un poco de su acento jamaiquino—. Él cocina todas las mañanas en el horno. Se ha convertido en toda una aventura.

—¡Qué guay! Entonces, si logramos que el resto de la ciudad participe, podríamos poner a este pueblo en el mapa.

—Literalmente —dijo la Dra. Sonya, y me tocó el brazo con una sonrisa.

Ella compartía mi frustración ante el deseo del pueblo de mantenerse oculto. Sí, ser atacado por un dragón cambiaforma me había ayudado a entender por qué el hada líder del pueblo había puesto la barrera protectora. Pero el mundo es peligroso sin importar si eres sobrenatural o no. No hay razón para aislarte de la vida.

Si algo había aprendido al ir a la universidad de East Tennessee, es que el mundo exterior tiene mucho que ofrecer. Nuestro pueblo tenía mucho que ofrecer. Podríamos ser el destino de turismo ecológico más popular de Tennessee. Teníamos más cataratas hermosas por kilómetro cuadrado que en cualquier otro lugar del Estado. Podía beneficiarnos a todos.

Pero había personas como mi madre y el líder de las hadas, el Dr. Tom, que preferían dejar las cosas como estaban. No se daban cuenta de que mi generación necesitaba una razón para quedarse.

¿Por qué un lobo cambiaforma viviría sin su sentido del olfato? ¿Por qué nos conformaríamos siendo solo la mitad de lo que podríamos ser?

Y no se trataba solo de eso. Necesitábamos otros trabajos además del empleo en el restaurante local o reponer la mercadería en la tienda de comestibles. Cambiaforma, hada o humano, necesitábamos oportunidades para tener una vida real. Si no podíamos encontrarlas en el pueblo, las buscaríamos en otro lado. Y ¿cuánto duraría el pueblo cuando sus únicos habitantes tuvieran más de 50 años?

La Dra. Sonya lo entendía. Es que ella había nacido en una isla que había sobrevivido gracias al turismo. Probablemente por eso había abierto un hostel. Era el único lugar donde un extranjero podía pasar la noche en el pueblo. Sin ella, el pueblo solo sería una tienda, un restaurante y una escuela secundaria en ruinas.

—No te ves como el chico jovial de siempre. ¿Pasó algo malo? —preguntó la Dra. Sonya.

No esperaba que se diera cuenta. Pensaba que lo estaba ocultando bastante bien. Pero ¿podría decirle que el chico del que estaba secretamente enamorado se había comprometido antes de que tuviera la oportunidad de decirle lo que sentía por él? ¿Podría decirle que vi a mamá y Mike y que se iban a mudar juntos y me dejarían sin un lugar para vivir?

—Me acaban de decir que tengo un hermano.

La Dra. Sonya me miró con la misma sorpresa que yo sentí cuando me enteré.

—¿De verdad?

—Sí. Resulta que lo he tenido durante la mayor parte de mi vida y mi madre nunca se molestó en mencionarlo hasta ahora.

—¿Te dijo algo sobre él?

Negué con la cabeza.

—Dijo que era más chico que yo y que mi padre lo tuvo antes de que lo enviaran a Irak.

—¿Tu padre fue a Irak? —preguntó confundida.

—¿No lo sabías?

—No.

—Sí, mi padre estaba en la Fuerza Aérea. Sinceramente, no me atreví a preguntar si él y mi madre estaban casados. A ella no le gusta hablar mucho sobre él. Pero luego de que me dijo que tengo un hermano, empiezo a entender por qué. ¿Sabes algo sobre esto?

—Es información nueva para mí —admitió.

Me encogí de hombros.

—Parece que aquí todo está en marcha.

—Supongo que sí. Por cierto, ¿vas a tomar algo o solo viniste a ver el lugar?

Recordé el pastel que había visto en la mesa frente a Lou.

—¿Tienes croissants?

—Marcus ha hecho unos deliciosos croissants con baño de chocolate —dijo moviendo sus ojos con emoción.

—Pues tomaré uno. Y quiero un café.

—Hecho. Siéntate. Relájate. Disfruta de la vista —dijo señalando los alrededores.

—Gracias —dije mientras elegía una mesa y me sentaba.

La vista desde el porche trasero de la Dra. Sonya tenía que ser una de las mejores de la ciudad. Podías ver las colinas cubiertas de árboles. Y en el punto más lejano se veía una nube de niebla proveniente de la cascada más grande que había en kilómetros.

Perdido tanto en la vista como en mis pensamientos, escuché una voz que no había escuchado en mucho tiempo.

 —¿Titus?

Me volteé para encontrar a Claude, el único chico de mi clase que había ido a la universidad inmediatamente después de graduarse de la secundaria.

—¡Claude! Qué bueno verte. ¿Qué haces aquí?

—¿Aquí en la ciudad o aquí en la pastelería de la Dr. Sonya?

Me encogí de hombros. 

—Ambas cosas. Por favor, siéntate.

Claude se sentó en la silla frente a mí. Los recuerdos que tenía sobre Claude pasaron por mi mente. Siempre había estado un poco celoso de él. No solo era un lobo cambiante sino también uno de los mejores jugadores de fútbol de nuestro equipo de la secundaria. También era extremadamente guapo.

El hombre tenía rasgos perfectos y la tez morena más sorprendente que podía imaginar. Nunca supe qué sentía al ser único chico negro en nuestra escuela secundaria. Podría haber sido la razón por la que era tan reservado. Pero siempre había deseado que pudiéramos ser amigos.

—Bueno, me gradué antes de tiempo. Por eso estoy en la ciudad. Y estoy aquí en la pastelería de la Dra. Sonya porque Marcus me dijo que hoy haría sus croissants de chocolate —dijo con una leve sonrisa.

—Escuché que son ricos.

—Lo son.

Miré a Claude por un momento.

—Sabes, de todos los que se fueron de esta ciudad, pensé que serías el último en regresar.

—Pensaba lo mismo —dijo mirando pensativo hacia abajo—. Pero mi madre está aquí. Y está necesitando un poco de ayuda, así que vine.

—¿Y qué estás haciendo? ¿Estás trabajando?

—¿Tienes que reparar alguna computadora? —preguntó inclinándose hacia adelante con una sonrisa.

—¿Reparas computadoras? ¿Aquí?

—Sí, bueno, no hay mucha demanda aquí. Pero cuando la hay, no hay nadie más. Y poco a poco he estado convenciendo a algunas empresas para que adopten la gestión electrónica de información, así que nunca se sabe…

Me reí.

—¿Te refieres a llevar a esta ciudad al siglo XXI? Buena suerte con eso.

—Gracias. Pero ¿tú qué te cuentas? Pensé que estabas en East Tennessee.

—Sí. Solo estoy de visita por hoy.

Claude asintió con la cabeza.

—Sabes, he querido comunicarme contigo.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Has hecho tours para turistas por las cataratas, ¿no?

—Pues sí. ¿Por qué?

—¿Alguna vez has considerado que, con el apoyo adecuado, podría ser un gran negocio? Tal vez podría ser algo más que un tour. Podría incluir una acampada o hacer rafting en el río. Podrías vender paquetes turísticos. He estado haciendo números. Podría llevar un tiempo, pero algo así podría ser bastante rentable.

Lo miré sorprendido. 

—Sí, lo he pensado. Todo el tiempo. ¿Por qué? ¿Estás pensando en montar algo así?

—Estuve pensando en ello. Pero solo soy un chico. Y estaría mucho mejor manejando la parte comercial. Si tuviera un compañero, claro.

—Parece que te estás olvidando de algo. No vas a encontrar a nadie en esta ciudad que esté de acuerdo con algo así. Créeme, lo he intentado.

—Has intentado convencer a la gente. Pero ¿has considerado simplemente hacerlo tú mismo? No necesitas permiso para ir tras lo que quieres en la vida. Solo necesitas saber lo que quieres y no parar hasta conseguirlo.

—¿Claude? Me pareció que te había escuchado. ¿Viniste por más croissants? —dijo la Dra. Sonya cuando me trajo mi pedido.

—Sabes que sí —dijo Claude con una sonrisa.

—Bueno, solo quedan dos, pero te los daré si me muestras de nuevo cómo hacer eso en la computadora. Solo tomará un segundo.

Claude me miró con una sonrisa que me decía que tardaría más que un segundo.

—Por supuesto.

—Lamento seguir molestándote con eso. Mi técnico informático está lejos rebotando balones de fútbol —dijo antes de fingir que lloraba.

—No te preocupes. Te lo mostraré ahora. —Claude se levantó—. Piénsalo, Titus. ¿Qué es lo que quieres?

Los vi entrar en la casa y luego pensé un poco en la propuesta de Claude. Muchas veces había considerado iniciar un negocio turístico. Pero nunca supe por dónde empezar. Probablemente por eso estaba tan concentrado en convencer a la gente para que abriera la ciudad. Pensaba que con eso llegarían las oportunidades.

Pero tal vez Claude tenía razón. Tal vez dependía de mí tomar las oportunidades. Tal vez era hora de que decidiera qué quería hacer.

Dejé que mi mente deambulara de una cosa a la otra, hasta que finalmente logré centrarme. Sólo había una cosa que realmente quería. Estaba tan claro como el cielo sobre las montañas frente a mí. Lo que quería más que la vida misma era a Lou.

Dejé el hostel de la Dra. Sonya y conduje por los alrededores pensando en la situación con él. ¿Qué estaba dispuesto a hacer para conquistarlo? Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Entonces, ¿qué implicaba eso?

Cuando oscureció, regresé a mi casa vacía y me hice algo para comer. Sabiendo que regresaría por la mañana a clase, me acosté temprano. En la oscuridad de mi habitación, se me ocurrió un plan. Iba a decirle a Lou lo que sentía. No podía hacerlo por mensaje. Tenía que ser en persona.

 

A la mañana siguiente, en medio de mi primera clase, mi teléfono vibró. Era Lou. Leí su mensaje y todos los anteriores que me había enviado.

“¿Dónde estás?”.

“¿No vienes?”.

“Necesito hablar contigo”.

“En serio, ¿dónde estás?”.

“Me estás volviendo loco”.

El texto de la mañana era diferente.

“Te necesito. Por favor, respóndeme”.

Sabía de lo que necesitaba hablar conmigo. Se había comprometido. Quería que yo estuviera feliz por él como siempre. Por lo general, me gustaba ser su mayor animador. Lou era un tipo fantástico. Estaba seguro de que sabía lo guay que era. Y yo era feliz de poder recordárselo cada vez que tenía la oportunidad.

Pero no podía hacerlo esa vez. No podía fingir que estaba feliz de que se hubiera comprometido con un chico que conocía desde hacía dos semanas. No había forma.

Lo amaba. Quería estar con él. Y no había manera de que Seymour, o como se llamara, supiera lo increíble que era Lou.

“18.30 en Commons”, respondí finalmente para romper el silencio.

Me envió emojis de corazones. Me hizo sonreír.

No estaba cometiendo un error. Lou tenía que sentir algo por mí, ¿verdad? Yo era el tipo al que regresaba después de todas sus citas. Yo era a quien acudía cuando estaba triste. Yo era su chico.

Y cuando le dijera que lo amaba, sabría que había cometido un error al decirle que sí a ese otro tío. Luego rompería su compromiso y finalmente podríamos tener la vida que siempre tuvimos predestinada.

Durante el resto del día hice lo mejor que pude para prestar atención en mis clases. Pero era difícil dejar de pensar en lo que sería el verdadero comienzo de mi vida. Lo había amado durante mucho tiempo. Nero lo había notado desde hacía meses. Me gustaban los chicos y la única persona que significaba algo para mí era Lou.

Al regresar a mi dormitorio para matar la última hora antes de nuestro encuentro, me topé con mi nuevo compañero de cuarto, Cali. Había crecido de forma acelerada durante el verano, lo que era sorprendente. Entonces, el niño que alguna vez fue flaco y de cabello oscuro y que siempre tenía una mirada misteriosa en sus ojos, se había convertido en un atleta tranquilo y bien formado.

Él también lo sabía porque se pasaba la mayor parte del día sin camisa. Por suerte, no era mi tipo. Pero estaba empezando a tener la sensación de que nuestros tipos eran similares.

 —Oye —gruñó cuando tiré mi bolso sobre la cama y aparecí después.

Lo miré. Se quitó la camisa porque, por supuesto, siempre lo hacía. Tenía que haber regresado hacía un momento de la práctica de fútbol.

 —Oye.

 —¿Fuiste a tu casa?

 —¿Eh? Oh, sí. Necesitaba despejarme la cabeza. —Me levanté—. Oye, ¿conoces a un chico del equipo llamado Seymour?

—¿Sey? Sí, ¿qué pasa con él?

—¿Qué piensas de él?

Cali se puso nervioso y apartó la mirada.

—Es agradable, supongo.

—Le gustan los chicos, ¿verdad?

Los ojos de Cali se clavaron en los míos. 

—Quizás. ¿Por qué lo preguntas?

—Creo que le pidió a Lou que se casara con él.

Me miró sorprendido. 

—¿A tu Lou?

—Sí —dije con una mirada que decía lo infeliz que me sentía por eso.

—Maldita sea. Bien. ¿Quieres que vayamos a golpearlo?

Esa no era la respuesta que esperaba.

—No estaba pensando en eso. Pero suena tentador —dije con una sonrisa. No estaba seguro de por qué, pero lo que había dicho me había hecho sentir mejor—. ¿Qué sabes sobre él?

Cali lo pensó. 

—Chico rico. Estudiante de intercambio de Nashville.

—¿De Nashville? —pregunté sorprendido. Sabía que, a pesar de todos los campeonatos que había ganado East Tennessee gracias a Nero y su hermano Cage, Nashville tenía un programa de fútbol mucho más prestigioso.

—Sí. Dijo que le gustaba lo que teníamos aquí.

Pensé en eso. El año pasado, Nero declaró su amor por su novio Kendall en ESPN y luego llevó al equipo a ganar el título nacional. A los campeonatos anteriores los ganamos gracias al hermano de Nero, Cage, quien no ocultó cuando se enamoró de su novio Quin.

—¿Cómo es en el campo? —pregunté sospechando por qué había pedido el intercambio.

—Es nuestro mariscal de campo titular. No es tan bueno como el Sr. Rucker. Pero no está mal.

Sonreí.

—Ya no es más tu entrenador. Puedes llamarlo Cage.

Cali no respondió.

—Si vas a venir con nosotros a pasar el rato, no puedes llamarlo Sr. Rucker. Te das cuenta de eso, ¿verdad? —bromeé.

Cali se puso rojo. Podía parecer un lobo nuevo, pero por dentro era el mismo chico respetuoso y pueblerino. Iba a tener que cuidar de él. Sin alguien que te ayudara durante la transición, la Universidad de East Tennessee podía arruinarte. Tuve la suerte de tener a mi lado cambiantes como Nero, Quin y, lo más importante, a un humano como Lou.

Cali y yo nos quedamos en silencio mientras consideraba lo que le diría a Lou. No iba a irme por las ramas. Se lo iba a decir directamente.

“Lou, te amo. Siempre te amé. Y quiero que estemos juntos. Lou, te amo. Siempre te amé. Y quiero que estemos juntos”.

Ensayé las palabras hasta que el estrés que me provocaban ya no me hacía desear convertirme y matar a todos a mi alrededor. Me tomó un tiempo, pero cuando me vestí para encontrarme con Lou, estaba listo.

—Buena suerte —dijo Cali, a pesar de que no le había dicho lo que estaba a punto de hacer.

—Gracias —respondí sin preguntarle lo que sabía.

Antes de irme, miré a los ojos al tipo de cabello desgreñado que me devolvía la mirada desde el espejo. ¿Había alguna razón para que Lou me eligiera a mí y no al mariscal de campo rico y de mandíbula cuadrada que le había pedido que se casara con él? Si la había, no podía verla.

Pero Lou tenía que saber que nadie lo amaría como yo. Haría lo que fuera necesario para hacerlo feliz. ¿Quién más podría decir eso? Lou tenía que saber que era cierto.

Crucé el campus y me acerqué a las grandes puertas de metal de Common. Luego entré y subí medio tramo de escaleras hasta la sala de estudio. Lou y yo nos reuníamos mucho en ese lugar. Cuando estábamos en la misma clase, era a donde íbamos a estudiar juntos. Y cuando no lo estábamos, fingíamos que estudiábamos mientras Lou me contaba sobre su última cita. No sabía que había tantos chicos que salían con chicos en el mundo y mucho menos en East Tennessee.

Al verlo al otro lado de la habitación en el sofá, me acerqué. Era nuestro lugar de siempre. Nos permitía acercarnos lo suficiente como para hablar susurrando sin molestar a los demás.

Mi corazón se encogió al mirarlo. Dios mío, era hermoso. No era un tipo robusto, pero lo compensaba con su personalidad. Sus mejillas como manzanas y su sonrisa traviesa hacían que pareciera que siempre se estaba divirtiendo, incluso cuando no era así. Y su cabello oscuro con puntas ligeras era lo suficientemente largo como para que pudieras deslizar tus dedos y tirar de él cuando fuera el momento adecuado.

Sin embargo, ese día Lou no tenía su habitual sonrisa juguetona. Había tristeza en sus ojos. ¿Era porque me estaba por dar la gran noticia? Sea lo que sea, había algo que necesitaba sacar de mí primero. Era lo que tenía que suceder. Y si no era así, no sabía cuándo volvería a tener el coraje.

Al acercarme a él, nuestros ojos se encontraron. Me derretí.

“Lou, te amo. Siempre te amé. Y quiero que estemos juntos”, ensayé.

Cuando me senté a su lado, hizo algo que nunca antes había hecho. Puso su mano en mi muslo mientras su mirada caía al suelo. El gesto me petrificó. ¿Qué estaba pasando? Hice un esfuerzo, y comencé.

—Lou, yo…

—Mi abuela murió —me interrumpió.

—¿Qué?

—Es lo que mis padres vinieron a decirme a la ciudad. El funeral fue el sábado pasado.

—¿No te avisaron del funeral? —pregunté sorprendido.

Lou me había hablado de ella. Había dicho que su abuela era la única razón por la que había sobrevivido a su infancia. Estaba muerta y sus padres le habían quitado la oportunidad de despedirse de ella.

 —Lo siento mucho —susurré, sintiendo que me dolía el corazón por él.

Entonces Lou hizo otra cosa que tampoco había hecho nunca. Cayó en mis brazos y lloró. Lo sostuve, olvidando cualquier plan que hubiera tenido. Lou me necesitaba e iba a hacer lo que fuera necesario para apoyarlo.

 

 

Capítulo 3

Lou

 

Nada parecía real hasta que se lo dije a Titus. Y cuando se lo dije supe que mi abuela realmente se había ido. Nunca la volvería a ver. Ni siquiera la vería en un ataúd. Mis padres me lo habían robado. Siempre supe que mi familia me odiaba, pero nunca había creído que podían ser tan crueles.

—Se ha ido —dije sintiendo sus cálidos brazos envolviéndome—. No puedo creer que se haya ido.

—Lo siento mucho —seguía repitiendo él.

Eso me bastó para perdonarlo por no haberse acercado a mí hasta ese momento. Había dicho que iría a rescatarme de estar solo con mis padres. Incluso lo había visto parado fuera de la puerta. Había elegido no entrar.

Verlo alejarse me había dolido. Lo único que quería hacer era lo que estaba haciendo entonces, llorar en sus brazos. Pero él me había abandonado. Nunca me había sentido más solo.

Nada de eso importaba ya que estaba conmigo. No necesitábamos hablar de por qué se había ido. Había muchas cosas de las que no necesitábamos hablar.

No sabía cómo iba a contarle sobre mi compromiso. En parte porque no estaba seguro de si realmente estaba comprometido. Sí, me lo había propuesto con un coro de sus compañeros cantando de fondo. Fue lo más romántico que alguien había hecho por mí y dije que sí. Pero ¿dónde había estado desde entonces?

Que mis padres lanzaran esa bomba el día de mi compromiso fue una mierda de su parte. No había duda. Habían arruinado lo que tenía que ser el día más feliz de nuestras vidas. Pero no era yo quien lo había estropeado. Yo era el chico al que le habían arrancado el corazón. Había cosas más importantes que los grandes gestos y Sey me había preguntado si quería ser su marido.

Claro, mientras yo estaba sentado allí atónito, había enviado a sus compañeros de equipo a casa y me había sostenido la mano mientras yo intentaba procesarlo todo. Pero, finalmente, me había acompañado a casa, y no había sabido nada de él desde entonces.

¿Pensaba que dependía de mí buscarlo para decirle cómo estaba? ¿Estaba dándome espacio para llorar?

Lo que fuera que estuviera haciendo, lo odiaba a cada momento. Y considerando que habían pasado más de veinticuatro horas desde la última vez que había sabido de él, estaba empezando a creer que su propuesta había sido una broma. Tal vez “broma” era la palabra incorrecta. Tal vez lo había hecho porque sabía lo inseguro que me hacían sentir mis padres y había decidido que eso les demostraría que alguien me valoraba.

No le había dicho nada sobre las peleas que había tenido con mi familia a lo largo de los años. Pero ¿no podría ser eso una señal de que era el indicado? ¿Que él supiera lo que necesitaba sin que yo tuviera que decir nada?

—¿Qué te gustaría hacer? —preguntó Titus, quien finalmente rompió el silencio.

—Nada —admití—. Solo quiero sentarme aquí.

—Por el tiempo que quieras —dijo en serio.

—En realidad… ¿Sabes qué me gustaría mucho? Una noche de juegos. Nada grande

Solo algo agradable, ¿sabes?

 —Lo organizaré.

Con sus palabras tranquilizadoras, salí de sus brazos y me senté. Lo miré fijamente. Era el mejor amigo que cualquiera desearía tener. Probablemente ese era el momento de contarle sobre mi compromiso. Incluso aunque no hubiera sido una propuesta genuina, era mi oportunidad de mencionarlo.

Tal vez se burlaría de mí por comprometerme tan rápido como hacía con todo lo demás. Tal vez yo haría algunas bromas al respecto y dejaría de lado mi momento de locura. Sin importar lo que pasara, era mi oportunidad de hacerlo realidad.

—Creo que quiero ir a dormir —dije en su lugar.

—Por supuesto —dijo, y luego recogió mis cosas y me ofreció su mano para ayudarme a levantarme.

La cogí y luego deslicé mi brazo alrededor de su cintura. Siempre me sentí muy pequeño en sus brazos. No sabía si su buen estado físico se debía a que era un jugador de fútbol o a que era un lobo cambiaforma. Pero sabía que sería el novio cachondo de una chica algún día.

¿Que si pensé si había una posibilidad de que también le gustaran los chicos? Obviamente. ¿Había invitado a salir a suficientes chicos como para saber que estaban a solo un trago de decirme cómo besaron a su mejor amigo en el campamento o lo que sea? Pero había una gran diferencia entre tener sentimientos por alguien y estar dispuesto a actuar en consecuencia.

La clave era poder notar la diferencia. Y mi gay-rádar me decía que Titus no estaba allí y que tal vez nunca lo estaría. Un desperdicio.

Sin embargo, eso estaba bien porque era el mejor amigo que podía tener. Ni siquiera sabía que una amistad como la suya era posible antes de conocerlo. ¿Por qué querría hacer algo para estropearla?

Sería la cosa más tonta que podría hacer. Y había hecho muchas cosas tontas. Incluso había aceptado casarme con alguien con quien solo tuve dos citas. ¿Podrías siquiera imaginar algo así?

 Titus me acompañó hasta mi dormitorio y entró. Quin estaba en casa.

 —Hola Titus —dijo alegremente.

Los dos se habían conocido en nuestro primer año cuando Quin pensaba que era el único lobo cambiaforma que existía. Su lobo lo había llevado hasta a la casa de Titus cuando buscaba a los padres biológicos de su novio. Quin también fue quien convenció a Titus para que asistiera a East Tennessee. Los dos se conocían desde hacía mucho tiempo.

—¿Por qué no me dijiste que la abuela de Lou había muerto? —espetó Titus a Quin.