SU MATE RECHAZADO

Prefacio

 

Ya no soportaba estar encerrado, así que dejé mi dormitorio. Mi lobo no estaba acostumbrado a estar enjaulado de esa manera. Desde que llegué a la universidad, sentía que pasaba todo el tiempo en cajas. Al mismo tiempo, no podía simplemente dejarlo salir. El campus estaba repleto de humanos frágiles e impredecibles.

No era que nunca había pasado tiempo con ellos. Donde crecí había muchos humanos. Todos se llevaban muy bien.

La diferencia era que ellos sabían que existían los cambiaformas. Si alguien de repente se convertía en lobo, nadie terminaba muerto. Los lobos no se asustan fácilmente. Pero si ves uno e inmediatamente piensas en “matar o morir”, lo olerá apenas tengas ese pensamiento. No se puede sobrevivir al ataque de un lobo si cree que está defendiendo su vida.

Entonces, viviendo donde vivía, tenía que encerrarlo. Las únicas veces que podía dejarlo salir eran los domingos cuando mi hermano Cage venía al campus. Era cuando él, su novio, mi compañero de cuarto y yo nos dirigíamos al bosque, nos convertíamos y dejábamos correr a nuestros lobos.

Saldríamos a correr al día siguiente y mi lobo lo sabía. La razón por la que estaba deambulando por el campus era porque él estaba inquieto pensando en eso. Cuando se pone así, también tengo la sensación de que está buscando algo. Pero es solo una suposición. Mucho de lo que sé sobre ser un cambiante son solo suposiciones.

No tuve un alfa que me enseñara estas cosas cuando comencé a convertirme. Ni siquiera tuve una madre. Pero, por lo que escuché, los lobos son curiosos. Si los dejas, te llevarán 100 kilómetros solo para ver qué hay al otro lado de la colina. Probablemente era lo que estaba ocurriendo en ese momento, pero tenía mis dudas.

La primera vez que vine al campus fue en la graduación de mi hermano. Fue entonces cuando vi a alguien. No sé por qué, pero no podía dejar de mirarlo fijamente. Cuando pude levantarme de mi asiento para ir a buscarlo, se había ido.

Lo extraño fue que no dejó un rastro que pudiera seguir. Todo deja un aroma. Pero fue como si él fuera un fantasma. Al menos para mi lobo.

Creo que mi lobo lo ha estado buscando desde entonces. No puedo culparlo. Yo tampoco puedo dejar de pensar en él. No porque fuera hermoso en las formas más obvias ni nada parecido. En realidad, era un poco torpe y se veía como aniñado.

Pero cuando lo miré fijamente cuando él presenciaba la ceremonia desde el límite de los árboles, lo deseé. Después de que desapareció, me arrepentí de no haberme acercado a él apenas lo vi. Necesitaba saber todo sobre él.

Esperaba que fuera un estudiante de la universidad. Fue una de las razones por las que tenía muchas ganas de empezar a estudiar aquí. Pero era un campus grande con muchos estudiantes y él no tenía aroma. Entonces, o no estaba allí, o estaba y yo no podía encontrarlo.

De cualquier manera, había tratado de olvidarlo. Claramente no lo había logrado porque allí estaba pensando en él todavía. Estaba bastante seguro de que eso aumentaba la inquietud de mi lobo. Y últimamente, incluso dejarlo tomar el control en el campo de fútbol no había ayudado. Ya no sabía qué más hacer.

Entonces, en noches como esta cuando quería vagar por el campus, lo dejaba. No quería pensar en lo que pasaría si no lo hiciera. Solo durante un cierto tiempo un lobo puede permanecer enjaulado antes de salir a la fuerza. Cuando eso sucede… digamos que nadie está a salvo.

Como suele hacer cuando está de este humor, esa noche mi lobo me había llevado a otra fiesta. A pesar de que le gusta evitar a las personas, anhela estar cerca de ellos. Vale. Puedo seguirle el juego. Tengo mucha práctica usando máscaras.

Lo de esa noche podría resultar más fácil porque la fiesta a la que me había llevado mi lobo era en una de las fraternidades deportivas. Había dos en el campus. Una era principalmente de jugadores de fútbol. La de ese día era una mezcla de los tres deportes principales. Irían chicos de mi equipo. Con suerte, eso haría que la noche no fuera un coñazo.

—¡Nero! ¡Hombre! Viniste —dijo Dan cuando entré.

Dan era un tackle ofensivo y uno de los amigos de mi hermano Cage. Tenía la impresión de que mi hermano le había pedido que cuidara de mí. Dan era genial y todo eso, pero era amigo de mi hermano desde antes de que él se convirtiera por primera vez. Dan no sabía que existían los cambiaformas. Entonces, ¿en qué podía ser bueno para mí?

—Solo estoy tomando un poco de aire. No sabía que iban a hacer una fiesta esta noche —dije, poniéndome mi máscara humana.

—¿De qué estás hablando? Te lo conté después de la práctica. Te lo juro, es como si no escucharas una palabra de lo que te digo. ¿Crees que me han golpeado en la cabeza muchas veces o algo así?

Dan hizo una mueca imitando a un zombi y luego sonrió.

—Sólo estoy bromeando. Venga. Vamos a buscarte un trago.

¿Dan me había contado sobre la fiesta? ¿Por eso que estábamos allí? ¿Lo había recordado mi lobo, aunque yo no?

No podía entender como mi lobo y yo podíamos ser tan diferentes. Yo era perfectamente feliz estando solo. Joder, lo prefería. Pero cada vez que mi lobo tenía la oportunidad, salía a buscar una manada.

Con un trago en la mano, dejé a Dan y atravesé las habitaciones. Todos parecían estar pasando un buen rato. Me preguntaba si realmente era así o solo estaban fingiendo como yo.

Como sabía que tenía que estar allí todo el tiempo que mi lobo quisiera, me metí en el papel y salí al patio trasero. Encontré un porche y me apoyé en una barandilla de madera. Cuando exploré la multitud, me paralicé.

¡Mierda! No podía creerlo. Era él, el chico de la graduación. Estaba parado a diez metros frente a mí.

Mientras el calor me inundaba la cara, mi lobo se volvió loco. Lo miré fijamente. No podía respirar. No podía moverme. ¿Qué se suponía que debía hacer?

 

 

Capítulo 1

Kendall

 

Cuántas veces te llevaste algo a la boca y pensaste: “Esto no sabe bien, ¿se supone que debo tragarlo?”. Y luego lo tragas y te arrepientes. Y unos segundos después te olvidas de cuánto lo habías odiado y vuelves a llevarte otro poco a la boca…

Bueno, ese fui yo anoche y lo estoy pagando esta mañana. ¿A quién se le ocurre beber whisky? Sabe a tierra y es como tragar lava. Debería haberlo retenido en mi boca y escupido cuando nadie me estaba mirando. A nadie le importa si lo tragas, ¿verdad? Solo les importa que estés allí intentando beberlo.

Vale, eso se terminó para mí. Sé que es un cliché que la gente se despierte con resaca y diga que nunca más volverá a beber. Pero yo realmente no lo volveré a hacer. No volveré a beber nunca. Ni vino, ni whisky, ni siquiera sidra. Ya basta de bebida. Mientras tanto, necesito reconsiderar mi relación con los ruidos fuertes y el sol.

—¿Puedes dejar eso, por favor?  —dije a Cory, mi compañero de cuarto, antes de gemir y retorcerme de lo horrible que me sentía.

    —Me estoy poniendo los pantalones —respondió Cory, confundido.

    —¿Y podrías hacerlo en silencio?

    —¿Cuántas formas hay de ponerse los pantalones?

    Refunfuñé.

—No me siento bien.

    —¿Quieres que te traiga un vaso de agua o algo? Iré a desayunar. ¿Quieres que te traiga un bagel?

    Pensé en un bagel con queso crema y salmón ahumado, y casi vomito. ¿Qué estaba tratando de hacer Cory? ¿Matarme? Nuestro dormitorio no era muy grande, ¿lo quería todo para él? Respondí con un gemido y me enrosqué hasta quedar convertido en una bola.

    Cory permaneció un momento en silencio; luego se sentó en el borde de mi cama y pasó sus dedos por entre mis cabellos, masajeando mi cuero cabelludo. Se sentía tan bien que casi olvido que tiene novia.

    Excepto por lo ruidoso que era para ponerse los pantalones, era un chico muy dulce. Era el tipo de chico con el que me hubiera gustado salir si los homosexuales no me vieran como un tipo estrafalario y asexuado, o como a su hermano.

    —¿Así que lo pasaste bien anoche?

    —No lo recuerdo —admití.

    —¿Te desmayaste?

    —Sí —dije enterrando mi cara en la almohada.

    —Vaya, eso es duro —dijo frotando mi cabeza un poco más fuerte.

El hombre tenía manos mágicas. Si fuera un perro, mi pierna se hubiera vuelto loca en este momento. Con novia o no, si quisiera meterse en mi cama y tomarme entre sus brazos, no me opondría.

Sin embargo, él no haría eso. Porque además de ser fastidiosamente heterosexual, era el chico más puro que conocía. Y aún si se tratara de algo inocente, tal vez lo consideraría una infidelidad. El hombre era un buen tipo. Probablemente pase el resto de mi vida buscando a un chico gay como él.

     —¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó Cory, con seriedad.

     —¿Si me caso contigo? Si vas a seguir masajeando mi cabeza así, la respuesta es .

Cory soltó una carcajada.

 —Lo tendré en cuenta, pero esa no era la pregunta que quería hacerte.

     —Ooooh —gemí decepcionado.

     —¿Por qué tienes un pedazo de papel enganchado en tu camisa?

     —¿Qué?

     Cory quitó sus dedos mágicos de mi cuero cabelludo y tiró de algo que colgaba de mi camisa. Era la misma que llevé puesta cuando salí anoche. Y hasta el momento en que mis recuerdos entraron en penumbras, ningún papel colgaba de ella.

    Me volteé para verlo mejor. Levantándolo un poco, distinguí unas palabras en él.

     —Está escrito al revés —dije mientras los restos del whisky se agitaban en mi cerebro.

     Cory soltó otra carcajada.

     —Déjame que te lo lea.

    Soltó el alfiler y miró fijamente la nota.

     —“Willow Pond @ 2 pm”. ¿Qué quiere decir?

     ¿Qué quería decir? Conocía Willow Pond. Era mi lugar favorito del campus. Iba a ese lugar cuando necesitaba un momento para pensar. Pero ¿qué quería decir “@ 2 pm”?

     Estaba pensando en preguntarle a Cory si lo había leído bien cuando, de repente, una imagen se me vino a la mente. Era la de un chico de tamaño y forma indistinguibles que se inclinaba hacia mí.

     —¡Oh, Dios! ¡Besé a un chico! —dije poniéndome de pie de un salto.

     Aparentemente salté demasiado rápido porque el movimiento hizo que regresara todo lo que había consumido la noche anterior. Si nuestro dormitorio no estuviera tan cerca del baño, no habría llegado a tiempo. Pero cuando volví del dios de porcelana me sentía como un tigre listo para la caza. Eso duró unos 30 segundos antes de recibir el recordatorio de que el sol era el diablo y que tenía que volver a meterme debajo de las sábanas.

     No era exactamente uno de esos gays populares que duermen con un chico diferente cada fin de semana. Me encantaría poder decir que me estaba reservando para el matrimonio, pero no era así. Simplemente los chicos no se fijaban en mí.

     Cuando iba a la escuela secundaria, podía echarle la culpa a que era el único chico que había salido del closet. Pero ¿por qué pasaba lo mismo en la universidad? La Universidad de East Tennessee incluso tenía un club LGTBIQ+. Fui miembro de ella durante mis primeros dos años de carrera. Y como durante ese tiempo nadie me había invitado a salir, este año decidí tomarme un descanso.

 ¿Qué debe hacer un chico para tener algo de acción de labios-con-labios? Aparentemente, emborracharse de tal manera que no pueda recordar cómo se sentía ni con quién estaba. ¡Excelente!

     —¿Estás bien? —me preguntó mi compañero de cuarto, mirándome preocupado.

Algún día se convertirá en un flamante gran marido.

—Creo que besé a un chico.

—Lo escuché. ¿A quién?

—No lo sé.

—¿Cómo puedes no saberlo?

—Porque, a diferencia de ti, algunas personas tomamos malas decisiones y hacemos cosas con completos extraños que no recordamos —expliqué.

—A veces tomo malas decisiones.

—Claro que sí, señor, “prácticamente he estado casado desde que tenía diecisiete años”. Probablemente ni siquiera sepas lo que es una mala decisión.

     —No soy perfecto.

     —Sí, claro.

—Como quieras. Entonces, ¿crees que el chico al que besaste es el mismo que escribió esto?

Me senté.

—Ahora lo creo.

—Entonces, ¿esto sería una invitación?

—¿Para vernos a las 2 pm en mi lugar favorito?

—Sí —dijo Cory con creciente entusiasmo—. Es muy romántico.

—Lo es, ¿no?

—¿Recuerdas algo sobre el chico? —dijo con mucho más interés del que podría tener cualquier hombre heterosexual.

Busqué en mi memoria.

—Lo único que puedo recordar es a alguien inclinándose hacia mí. Eso es todo.

—¿Inclinándose cómo? ¿Hacia adelante? ¿Agachándose?

—Se estaba agachando. Y era corpulento. Recuerdo eso.

—¿Corpulento sería realmente corpulento o simplemente más corpulento que tú?

—Oye, somos del mismo tamaño —le recordé a Cory.

—No te estaba criticando. Solo estaba intentando obtener una referencia.

—Creo que era corpulento. Lo recuerdo con manos grandes.

—Manos grandes —dijo Cory, sugestivamente.

—¿Qué? —dije, sonrojándome.

—Sólo digo.

Cory sonrió. Además de todo lo bueno que tenía, también era el perfecto mejor amigo gay cuando lo necesitaba. Sabía que no significaba nada y que solo estaba brindándome su apoyo. Pero permitía que mis fantasías se encendieran de vez en cuando.

—Está bien, don Insinuación, contenga sus caballos. No sabemos nada de él. Por la poca información que tenemos, corpulenta podría ser una estatua; mi trasero borracho estaba haciendo cosas inapropiadas.

—Pero ¿una estatua escribiría una nota diciéndote que te encuentres con ella en Willow Pond a las 2?

Lo pensé un poco. Cory tenía razón. Quien sea que hubiera escrito la nota era humano. El chico al que había besado estaba hecho de carne y hueso. ¿Esto quería decir que había conocido a alguien que me gustaba y que yo también le gustaba? ¿Los milagros existen?

—Kelly y yo vamos a hacer senderismo, así que tengo que ir a desayunar. Pero te vas a encontrar con él, ¿verdad?

—¿Te refieres al extraño que podría estar preparando el lugar para asesinarme?

—No, me refiero al tipo que te besó bajo las estrellas y te dejó una pista para que lo encuentres de nuevo.

¿Ven lo que quiero decir con que Cory es demasiado bueno para ser heterosexual?

Cory se levantó, y tomó sus llaves y su billetera.

—Kendall, tanto te escuché quejarte de no tener a nadie, que no hay forma de que no vayas. Este podría ser el tipo con el que vas a pasar el resto de tu vida.

—Sí, porque me mata y arroja mi cuerpo al estanque.

Cory se rio.

—Ok. Haz lo que quieras. Pero si vuelvo esta noche y no te has encontrado con este tipo, estaré muy decepcionado de ti.

—Sí, papá.

—Buen chico, hijo mío —dijo antes de arrodillarse en mi cama y besarme el cabello.

¡Puaj! ¿Qué dije sobre Cory siendo perfecto? No había forma de que su novia supiera lo genial que era.

Ya basta del chico que se va para encontrarse con su novia y a quien nunca tendré. Era hora de pensar en quien sea que me haya enganchado la nota. Tenía que admitir que al menos había sido algo romántico.

¿Se había dado cuenta de que no recordaría nada de esa noche y quería asegurarse de que nos viéramos de nuevo? Tenía que ser así, ¿verdad? ¿O no había querido agendar su número en mi teléfono para que no lo encontrara la policía? O tal vez podía ser por ambas cosas.

Lentamente, mientras sentía que recuperaba mis fuerzas, busqué mi teléfono en el bolsillo. Al no encontrarlo, busqué en mi mesita de noche. Tampoco estaba allí. ¿Me había emborrachado tanto que había perdido mi teléfono?

¡Mierda! Costó 800 dólares y todavía lo estaba pagando. En serio, nunca más volveré a beber. Lo bueno es que, además de mis padres, la única persona que conocía era al chico con el que vivo. Gracias a Dios que no soy popular.

Necesitaba meter algo en mi estómago, así que me dirigí a la cafetería y me llené la bandeja. No sabía si algo permanecería allí abajo, así que tomé un poco de todo. Al levantar la vista, un chico que reconocí de clases me llamó la atención y me hizo señas para que me uniera a su grupo. Le di a entender que no iría porque sabía que no podía mantener una conversación en el estado en el que estaba.

Además, quería ver qué podía recordar antes de las 2 de la tarde. Si no sabía cómo lucía, ¿cómo iba a reconocerlo cuando llegara? ¿Cómo sabía que no me estaba mirando en ese momento?

Miré hacia arriba y exploré la habitación. Había mucha gente. La mayoría de ellos estaban conversando o mirando su plato. Excepto uno, que estaba mirándome fijamente. Después de un momento de contacto visual, se acercó.

—Hola, Kendall, ¿recibiste mi mensaje sobre el grupo de estudio? ¿Quieres unirte? —preguntó torpemente.

Lo conocía. Era el chico de la clase de psicología que siempre se quedaba mirándome fijo. No podía entender su forma de actuar. ¿Yo tenía algo siempre en mi cara o él solo miraba al chico detrás de mí?

—Creo que perdí mi teléfono —dije antes de limpiarme la boca por reflejo.

—¿En serio? ¡Es una mierda!

—No me digas.

—¿Quieres agendar mi número de nuevo?

—No tengo donde guardarlo.

—Bien —dijo, luciendo decepcionado—. De todos modos, nos reuniremos el jueves en Commons. Sería genial si pudieras ir.

—Creo que tengo algo el jueves, pero tal vez pueda —dije, aunque no quería ir.

—Ah, vale. Avísame si puedes.

Sonrió y regresó a su mesa. Tuve que preguntarme por él. El tipo siempre me pedía que nos reuniéramos para una cosa u otra. ¿Cuántos eventos sociales organizaba?

Cuando terminé mis panqueques, me sentí lo suficientemente humano como para regresar a mi habitación y prepararme para el día. El domingo era un día tranquilo en los dormitorios. La mayoría de las personas estaban sacudiéndose los efectos de la noche del sábado.

Mientras me duchaba no pude evitar imaginarme a la persona que había enganchado la nota en mi camisa. ¿Y si Cory tenía razón y era el amor de mi vida? Las probabilidades de que lo fuera eran bajas, pero no significaba que no pudiera suceder.

La idea me hizo sentir un cosquilleo de emoción. ¿Cómo sería acurrucarse en los brazos de un chico y quedarse dormido? ¿Cómo sería tener novio o tener sexo? No sabía nada de esas cosas.

Solo sabía que quienquiera que fuese ese tipo, iba a hacer todo lo posible para no arruinarlo. Estaba cansado de estar solo. Quería conocer el amor.

Con la hora de la cita acercándose y las mariposas pululando en mi estómago, encontré la mejor camiseta que tenía y la combiné con unos pantalones negros. Mientras me ponía una pulsera de cuero tachonado en la muñeca, me paré frente al espejo y me miré.

Pensé que seguramente el tipo se iba a decepcionar cuando me viera a la luz del día, pero era lo mejor que podía hacer. Despejé mi frente cepillando mis rizos rebeldes, y dejándolos caer hacia atrás. Sí, era lo mejor que podía obtener de mí. Tendría que ser suficiente.

Incapaz de posponerlo más, salí de mi habitación y me dirigí a Willow Pond. Apenas podía respirar, estaba muy nervioso. ¿Qué pasaría si no pudiera reconocerlo? ¿Qué pasaría si me viera, se diera cuenta de que había cometido un gran error y me dejara allí esperando?

Ese pensamiento era suficiente para hacerme dar la vuelta, pero no lo hice. Continué paso a paso hasta el estanque. El lugar estaba prácticamente vacío. Solo había un tipo que estaba en la costa mirando a los patos.

¿Sería él? No podía ser. Solo podía ver su espalda, pero guiándome por ella, podía decir que estaba fuera de mi alcance. Imagínate unos hombros tan anchos como para llevar el mundo entero y unos brazos tan fuertes como para aplastarlo entre sus manos.

Su cabello dorado brillaba cuando el reflejo del estanque rebotaba en él. Verlo amenazaba con dejarme sin aliento. Cuando se dio la vuelta y nuestras miradas se encontraron, lo hizo. Era él, el chico de anoche. Lo habría reconocido en cualquier lugar.

Todos mis recuerdos regresaron rápidamente. Borracho hasta el trasero, me acerqué a él en la fiesta y le dije que era el chico más hermoso que había visto en mi vida. Esperaba que me golpeara o algo así. En cambio, me preguntó mi nombre y hablamos durante el resto de la noche.

La mayor parte del tiempo seguía diciéndole lo sexy que era y trataba de besarlo mientras él me rechazaba y se sonrojaba. Oh, mierda, me había olvidado de eso. Hice el ridículo total.

Solo me había besado porque no iba a dejarlo hasta que lo hiciera. Pero luego escribió algo en un pedazo de papel y me dijo que era para mañana y que, si todavía estaba interesado, debería encontrarme con él aquí.

Creo que actuó como un caballero. Debía haber notado lo borracho que estaba y no quería aprovecharse de mí. Pero ¿cómo alguien puede ser tan sexy y atento? Claramente había algo mal en él.

     —¡Kendall! Viniste —dijo sonriendo, con un acento rural de Tennessee.

     Oh, Dios, recordó mi nombre. ¿Qué pasaba con él?

 —Por supuesto —dije poniéndome a un brazo de distancia de él—. Cómo no iba a hacerlo.

 —No recuerdas mi nombre, ¿verdad?  —bromeó.

—Sí. Es mmm…

Mis pensamientos daban vueltas desesperadamente.

—No hay problema. Estabas bastante borracho anoche. Me alegro de que hayas venido.

—La nota ayudó. La tenía enganchada.

Se rio.

—Sí, no quería que la perdieras… como a tu teléfono.

—Entonces, sí perdí mi teléfono.

—Eso me dijiste.

—¡Mierda! Tenía la esperanza de que lo tuvieras.

—¿Por qué iba a tenerlo? —preguntó, sin dejar de sonreír.

—Solo lo esperaba. Entonces, ¿tengo que preguntarte tu nombre?

—Oh. Me llamo Nero.

—Kendall.

—Lo recuerdo.

—Cierto. Tengo que ser honesto. No recuerdo mucho de anoche. Solo lo que me llegó hace unos 60 segundos. Lo siento.

—No hay problema. ¿Qué quieres saber? Lo recuerdo todo.

Pensé por un momento.

—Mmm, ¿nos besamos?

Nero se rió.

—Sí, nos besamos.

—¿Fue bueno?

—Lo fue para mí.

—Y te estaba besando, así que probablemente también fue bueno para mí.

Nero se sonrojó.

—¿Qué me contaste sobre ti que podría haber olvidado?

—No creo que te haya contado mucho de nada.

—¿Por qué no?

—No preguntaste. Pero te pregunté mucho sobre ti. Sé que eres de Nashville.

—Nacido y criado —confirmé.

—Sé que estás en tercer año.

—Cierto.

—Y que eres el chico más lindo que he visto. Pero no necesitabas decirme eso.

Mis mejillas ardieron al escuchar sus palabras. Claramente no era cierto, pero escucharlo de sus labios envió un pulso que se instaló en mi sexo y me puso duro.

—Tú también eres bastante sexy —dije sabiendo que estaba rojo como una remolacha.

—¡Gracias!

—Ya que sabes tanto sobre mí, supongo que debería preguntarte por ti.

—Ok. Dispara.

—¿De dónde eres?

—De un pueblo pequeño a unas dos horas de aquí.

—¿Y en qué año estás?

—Estoy en primer año. Me tomé unos años de descanso después de la secundaria.

—¿Cuál es tu especialidad?

—¿Ahora? Fútbol —dijo riendo.

—¿Fútbol americano? —pregunté, sintiendo que se pinchaba nuestra burbuja.

—Sí. Estoy aquí con una beca. Así que ahora mismo la estoy comiendo y respirando.

Me quedé mirándolo sin poder escuchar una palabra más después de que dijo “fútbol”. Un dolor se disparó en la boca de mi estómago hasta que me vi obligado a interrumpirlo.

—¡No! Lo siento, no. No puedo hacer esto. ¿Fútbol americano? ¡Diablos, no! —dije, y me alejé apuntándolo con el dedo. Lo miré de nuevo y vi la conmoción que recorría su hermoso rostro. ¿Por qué tenía que ser futbolista?

—¡Joder! —grité con total frustración antes de irme furioso y sin mirar atrás.

 

 

Capítulo 2

Nero

 

¿Qué acababa de suceder? Un minuto estaba hablando con el chico al que no había podido quitarme de la cabeza por meses. Las cosas estaban yendo bien. El mundo se sentía bien. Luego, de la nada, me gritó y me dijo que me fuera a la mierda.

—¿Qué diablos acaba de pasar? —grité a Kendall, cuando se alejó de mí.

No se dio la vuelta ni respondió. Mi lobo quería perseguirlo y obligarlo a que me lo dijera. Me tomó de todo mí refrenar ese impulso.

¿Se fue porque le dije que jugaba al fútbol? ¿Por qué?

Jugar al fútbol era lo más normal que hacía. Incluso las personas que me odiaban me amaban cuando entraba al campo de fútbol. Demonios, incluso mi madre me amaba cuando entraba a ese campo.

Durante muchos años mi madre había estado desaparecida de mi vida. No porque me hubiera abandonado como mi padre. Sino porque había desaparecido en su propio mundo. El doctor del pueblo, que también era un hada, no sabía si se debía a un hechizo o si simplemente había perdido la cordura. Y la única vez que volvía a este mundo, era para animarme bajo las luces de la noche del viernes.

El fútbol era una de las razones por la que nos hicimos unidos con Cage, mi hermano recién descubierto. El fútbol era lo que me estaba pagando el escape al mundo exterior. El fútbol, no mi lobo, me había dado todo lo bueno en mi vida.

Pero ¿el primer chico que me ha hecho doler el corazón de solo mirarlo, me odia por tener algo que ver con ese deporte? ¿Por qué no puedo tener un respiro?

Parado donde Kendall me había dejado, mis pensamientos daban vueltas. Mi lobo se volvió completamente loco. Quería que me transformara con tanta intensidad que mi piel se rasgó. Pero no podía permitirlo. En medio del campus con tanta gente alrededor, lo mejor que podía pasar era que alguien me viera. Lo peor sería dejar un rastro de cuerpos que demostrara cuánto me había dolido el rechazo de Kendall.

Y no era solo porque Kendall prácticamente me había escupido en la cara. Era todo. Vivir en el mundo exterior era difícil. La presión cada vez mayor de tener que reprimir a mi lobo y mi pasado me estaba afectando.

Además, me costaba más de lo que había pensado destacarme en el campo. Había asumido que ser un cambiaforma sería suficiente. Naturalmente, era más fuerte y rápido que los humanos. Pero resultó que tampoco tenía tanta ventaja. Tenía que trabajar tan duro como los demás para mantenerme al día, y más aún si quería mantener mi beca.

Estar allí no resultó ser para nada como lo había pensado. Encontrar a Kendall  esa noche fue la primera vez que pensé que las cosas estarían bien. Estar con él me hizo creer que podría escapar de mi pasado y que tal vez tendría un futuro.

A pesar de lo que mi lobo deseaba que hiciera, fui tan amable y considerado con él como sabía que podía serlo. Realmente no quería estropear las cosas. Estar con él me hizo creer que tenía la misma oportunidad de ser feliz que todos los demás. Y todo eso se desvaneció cuando me apuntó con el dedo y me gritó: “Diablos, no”.

Eso me dolió. Me arrancó las tripas. El ensordecedor aullido de mi lobo amenazaba con hacerme caer de rodillas.

Sin embargo, sabía lo que sucedería si lo dejaba salir. Tenía que luchar contra él. Comencé a caminar y me fui del estanque rumbo a la calle. Era la que estaba atravesando el campus. Pero en lugar de dirigirme a mi pequeño dormitorio, corrí en la dirección opuesta. Necesitaba alejarme. Necesitaba respirar.

Mi trote se convirtió rápidamente en una carrera. Mientras lo hacía, mi mente se arremolinaba. Mis pensamientos, que al principio eran sobre Kendall, se trasladaron a los últimos veintiún años de mi vida. Había tenido que luchar por todo. Nadie me había dado nada. Ni siquiera mi madre.

Mientras ella estaba catatónica, me puse a trabajar. Alguien tenía que asegurarse de que tuviéramos un lugar para dormir y comida. A los 14 años, la única persona en la que podía confiar era en mí.

La mayor parte del tiempo usaba ropa que era de una talla demasiado pequeña. No podía permitirme nada más. Y cuando el primer niño de la escuela lo señaló, le grité por haberlo mencionado. Nadie se burló de mí después de eso.

Pasé de hacer recados que podrían haberme matado a los catorce años, a apostar por mí mismo en luchas de lobo a los 20. Siempre hice lo que fuera necesario para sobrevivir.

Si Cage no me hubiera encontrado y no me hubiera dicho que somos hermanos, probablemente todavía lo estaría haciendo. En cambio, me presentó a su entrenador de fútbol americano universitario, tramitó mi beca y me rescató de ese mundo.

Sin embargo, incluso con lo lejos que había llegado, el chico del que me enamoré pensaba que era demasiado difícil de amar. Tenía que ser por eso que mi madre había elegido desaparecer en su propio mundo y la razón por la que había crecido sin un padre. Era demasiado difícil de amar. Yo era un lobo rechazado por mi manada y eso era todo lo que siempre iba a ser.

Pensando en eso, todo se volvió demasiado. Mi cabeza palpitaba y una dolorosa agonía me atravesaba. Sentía que iba a explotar. Necesitaba liberarla. Pero, en lugar de convertirme como me lo pedía cada fibra de mi cuerpo, fijé mis ojos en el siguiente coche aparcado frente a mí y lo dejé salir.

Pateé la puerta tan fuerte como pude y el metal se dobló con el impacto. No fue suficiente. Necesitaba escuchar un estallido. Entonces, apretando el puño, golpeé la ventana del pasajero. No cedía, así que golpeé más fuerte. Finalmente, el vidrio explotó en mil pedazos.

A pesar de lo fuerte que sonaba, aún no era suficiente. Golpeé la puerta trasera con una patada. Cuando estaba a punto de subirme al capó y meter el pie por el parabrisas, algo me detuvo. Era una sirena. Me despertó como si hubiera estado perdido en un mal sueño.

Aclarando mi cabeza, miré fijamente lo que había hecho. Había demolido el coche. Había actuado mal. Había perdido el control de mí mismo y ese era el resultado.

—¡Al suelo! —gritó alguien detrás de mí—. ¡Dije que al suelo!

Acababa de arruinarlo todo. Estaba a punto de perder mi beca y mi única oportunidad de vivir. Si fuera una persona más inteligente, tal vez hubiera dejado salir a mi lobo y hubiera huido. Pero no lo era.

Yo me lo había causado. Había sido quien había estropeado todo lo bueno que me estaba pasando, nadie más. Y no iba a luchar contra mi propia autodestrucción.

Como no me puse de rodillas lo suficientemente rápido, alguien me empujó por detrás. Caí sobre los vidrios rotos. Antes de que pudiera liberarme, alguien juntó mis muñecas y me puso las esposas. Estaban tan apretadas que parecía que me cortarían la piel. De nuevo sentí a mi lobo en la superficie, pero lo hice retroceder.

—Tienes derecho a permanecer en silencio —comenzó.

No tuve que escuchar el resto. Ya estaba familiarizado con todo eso. Iba a ir la cárcel. Como no podía pagar la fianza, me iban a retener durante dos o tres días hasta que compareciera ante el juez.

Entonces me sentenciarían. Y a diferencia de cuando era menor de edad, ese crimen me perseguiría por el resto de mi vida. Yo me lo había causado. Y para ser honesto, siempre supe que era cuestión de tiempo que arruinara las cosas aquí.

Seguí las instrucciones de los oficiales sin oponer resistencia. En el asiento trasero del patrullero, dejé que mi mente divagara. Pensé en todas las cosas que me habían llevado hasta allí. Pensé en la primera vez que vi a Kendall. Fue en la graduación de Cage cuando nuestros ojos se encontraron. Era el chico más adorable que había visto en mi vida.

Estar vestido de negro le daba un toque de rebeldía. Sus rulos castaños despeinados resaltaban sus rasgos angulosos. Y que completara su look de “me importa un carajo” con delicados anteojos de montura redonda me confirmó que había más en él de lo que dejaba ver.

Había más en mí de lo que dejaba ver. Y no era solo que era un lobo cambiante. Incluso para los de mi especie yo era el matón que organizaba luchas de lobo. Ellos me veían como a una persona lista para derribar a quien sea por mirarme de cierta forma. ¿Qué puedo decir? Tenía una mecha corta, incluso para un lobo.

Pero no siempre había sido así. Hubo en tiempo en el que todo lo que quería era que alguien me aferrara entre sus brazos y me dijera que todo iba a estar bien.

Él debía estar en algún lado. Y cuando vi a Kendall por primera vez, luciendo tan vulnerable como era, quise hacer eso por él desesperadamente.

Quizás nadie haría eso por mí, pero yo podría cuidarlo. Quería protegerlo. Quería darle a Kendall el amor que yo nunca podría tener. Pero a la primera oportunidad, arruiné las cosas por ser quien soy.

En la estación de policía, respondí a todas las preguntas de los oficiales y me acompañaron a mi celda. Había otras dos personas allí. Una estaba borracha hasta el trasero y la otra… bueno, se parecía a mí, un matón al que se le había acabado el tiempo.

No estaba de humor para hablar y ellos tampoco. No era la primera vez que estaba en la cárcel, así que, como sabía que estaría allí por un tiempo, me puse cómodo. Me sorprendí cuando un policía apareció al otro lado de los barrotes y dijo mi nombre.

—¿Nero Roman?

—Soy yo.

—Pagaron fianza. Vamos.

Me levanté con la seguridad de que se había equivocado. Pero si me iban a dejar salir por un error de archivo, estaba bien para mí. En el camino de regreso al mar de escritorios, exploré la habitación y vi a alguien a quien no esperaba ver. Quin era el novio de mi hermano y se veía bastante asustado.

Teniendo en cuenta que su padre tenía más dinero que Dios y que él creció protegido de la realidad de la vida de los cambiantes, no era de extrañar que estar en una estación de policía lo hiciera parecer como si estuviera a punto de orinarse encima. La única pregunta era qué estaba haciendo allí. No había realizado mi única llamada telefónica. No podía pensar en nadie que pudiera ayudarme.

Cuando estuve a su alcance, Quin me abrazó. Su abrazo fue genuino y apretado.

—Jesús, Nero, ¿qué pasó? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué no me llamaste?

Estaba a punto de responder cuando alguien a quien conocía entró por la puerta, mi compañero de cuarto Titus. Era un lobo cambiante que conocía de mi pueblo. Las mismas dos personas con las que yo contaba, Quin y mi hermano, lo habían motivado a asistir a la Universidad de East Tennessee. Se acercó y me abrazó también.

—¿Qué diablos está pasando, hombre? ¿Y por qué tuvimos que enterarnos de que estabas aquí por el tipo de seguridad del campus?

—No es nada —les dije—. Acabo de dañar un poco un coche.

—¿Dañar un poco? —preguntó Quin, alejándose—. Dijeron que rompiste una ventana y un par de puertas.

—Como dije, lo dañé un poco —dije con un atisbo de sonrisa.

—¿Por qué? —insistió Quin, frunciendo su tierna cara nerd.

Pensé en Kendall y en cómo me había dicho que me fuera al infierno.

—No quiero hablar de eso. Chicos, ¿alguno de ustedes me daría aventón para salir de aquí?

—Sí, vine en mi coche —dijo Titus, pasando sus dedos por su pelo desgreñado color café—. Está aparcado enfrente. Vamos.

Los tres nos dirigimos a la camioneta de Titus y regresamos al campus en silencio.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Titus, mientras nos dirigíamos hacia Campus Lane—. ¿Dejo a todos o vamos a la casa de Quin para correr como todos los domingos?

Estaba a punto de pedirle que me llevara a nuestro dormitorio cuando Quin me interrumpió.

—A mi casa. Cage está yendo y querrá saber todo lo que ha pasado. Podría ser antes de que nos desahoguemos con la transformación.

—No le dijiste a Cage, ¿verdad? —pregunté a Quin, sintiendo un dolor en el pecho de solo pensarlo.

—Fue la primera persona a la que llamé después de que Titus me lo contó.

Miré a Titus enojado.

—Mira, el de seguridad del campus me dijo que habías destruido uno de sus coches y que estabas en la cárcel. ¿A quién más debía llamar? Él es el único que podría conseguirte un abogado.

—¿Llamaste a un abogado? —pregunté a Quin.

—No tuve que hacerlo. Cage llamó a la escuela y pudo arreglar las cosas. Todavía tiene algo de influencia por haberles ganado esos campeonatos nacionales. Entonces, todo lo que tuve que hacer fue pagar tu fianza y sacarte.

—Entonces, ¿no voy a perder mi beca?

—No dije eso. Pero estoy seguro de que Cage te dirá todo lo que necesitas saber al respecto. En serio, Nero, ¿en qué estabas pensando?

No respondí.

—¿Así que nos dirigimos a la casa de Quin?

Miré por la ventana resignado.

— Sí.

—Genial. Lou me dijo que no tenía planes esta noche, así que también irá —dijo Titus con una sonrisa.

Quin y yo lo miramos.

—¿Qué? Él y yo somos amigos. Sé que ninguno de ustedes tiene mucha experiencia en tener amigos pero, créanme, pasar el rato con amigos es algo que la gente hace.

Lo miré a Quin. Ambos estábamos pensando lo mismo. Los dos pasaban mucho tiempo juntos.

Sabía que ser amigo de un chico gay, humano o no, no significaba nada. Y a Titus todos lo consideraban un tipo muy amistoso, sin importar lo que fuera. Pero parecía que sin duda sentían algo el uno por el otro.

Desafortunadamente, Titus era un cambiaforma y Lou era humano, por lo que las cosas entre ellos probablemente nunca funcionarían. Incluso en mi pueblo, donde los lobos, hadas y humanos vivían juntos, tendíamos a quedarnos con alguien de nuestra propia especie.

Pero ¿qué sabía yo? ¿Y quién era yo para hablar? Me había enamorado de Kendall y probablemente sea tan humano como Lou. Joder, yo era la última persona que debería estar hablando de lo que funciona y lo que no en las relaciones.

Aparcamos frente al elegante dormitorio de Quin, subimos las escaleras y Lou nos recibió.

—Trajiste al criminal —dijo, mirándome—. ¿Qué terminó siendo? ¿Robo a mano armada? ¿Daño a la propiedad privada?

—¿Cómo sabes lo qué es el daño a la propiedad privada? —preguntó Titus.

—Veo La ley y el orden. Sé de esas cosas.

Quin intervino:

—No creo que Nero quiera hablar de eso. Entonces…

—Fue el clásico romper y robar, ¿no? Mira, no creas que porque tienes ese aire de lobo cambiante malo vas a conseguir que me enamore de ti. Me gustan los chicos buenos.

Abrí la boca para responder.

—Está bien, podemos salir. Pero si me dejas embarazado después de hacer el amor una noche de borrachera, voy a tener al bebé y no lo voy a criar solo.

Miré a Lou aturdido y luego me reí. Todos lo hicimos.

—Hablo en serio, señor. No voy a criar a Nero junior solo.

—Está bien, lo prometo —dije, sintiéndome de repente mejor acerca de todo.

Titus dijo:

—Ahora que lo hemos dejado asentado, ¿cómo se sienten para un juego de Wavelength antes de que llegue Cage?

Wavelength era nuestro juego favorito del domingo por la noche mientras esperábamos a Cage.

A la hora de formar parejas, Titus eligió a Lou, por supuesto, y yo me asocié con Quin. Luego de un par de rondas, las cosas iban bien. Entonces llegó Cage.

Mi hermano estaba cabreado. No podía culparlo.

—¿Por qué diablos destrozaste un coche de seguridad del campus?

—¿Era un coche de seguridad del campus? —pregunté.

—¿No lo sabías?

—No había marcado a nadie en particular. Simplemente estaba enojado. ¿Hubieras preferido que me convirtiera y matará a algunas personas?

Cage se congeló y se quedó mirándome fijo. Se había convertido por primera vez mucho más tarde que la mayoría de los lobos y eso había sido hace menos de un año. Y aunque su lobo era el más poderoso con el que había peleado, no fingía saber todo sobre ser un cambiaforma. Entonces, cuando volvió a hablar, lo hizo mucho más tranquilo.

—¿Por qué estabas enojado?

—Por nada —dije, sin querer hablar de eso realmente.

—No lo quieres decir, ¿eh? Bueno, tendrás que hablar de eso. La escuela va a aceptar que pagues los daños en lugar de presentar cargos.

—No tengo el dinero.

—Tú eres quien lo destruyó. Tú serás quien pague por ello.

—Yo podría prestártelo —se ofreció Quin.

—No necesito tu dinero —respondí toscamente.

—Oye, Nero. Solo está tratando de ayudar.

—No necesito su ayuda. No necesito la ayuda de nadie.

—Teniendo en cuenta que fue él quien te sacó de la cárcel, eso no es del todo cierto, ¿verdad?

Me callé porque sabía que Cage tenía razón. Tan pronto como dejé de hablar, Cage también lo hizo. Con mucha más empatía en sus ojos, se acercó a mí y puso sus brazos en mis hombros.

—Nero, tienes mal carácter y tendrás que controlarlo.

—Lo estoy intentando.

—Sin embargo, mi novio tuvo que sacarte de la cárcel hoy.

—No sé qué decir —admití.

Cage me miró fijamente. Supongo que tampoco sabía qué decir.

—Pensaré en algo. Hablaré con la escuela y veremos qué se nos ocurre. No te preocupes, solucionaremos esto. Estoy aquí para ti, hombre. No me voy a ninguna parte.

—Ninguno de nosotros lo hará —agregó Titus.

—Sí —acordó Quin.

Miré a los chicos que me rodeaban y me limpié una lágrima de los ojos. Quizás todo estaría bien. Quizás no estaba tan solo como pensaba.

—¿Vamos a correr? —preguntó Cage, mirando a los demás cambiaformas.

Todos asintieron.

—¿Quién viene conmigo en la camioneta? —preguntó Titus, luego de echarle un vistazo a Lou y despedirse con una sonrisa.

Titus y yo seguimos a Cage y Quin mientras serpenteaban por las estrechas carreteras del condado. A treinta minutos del pueblo, aparcamos nuestras camionetas y miramos alrededor.

—¿Les parece bien este lugar? —preguntó Cage, para verificarlo con nosotros.

Todos estuvimos de acuerdo y luego nos desnudamos. Era una noche fría. Afortunadamente, el calor de la transformación me mantuvo caliente. Cuando todos nos convertimos, el lobo de Cage se volteó para mirar al mío. Por lo general, mi lobo se iba apenas era liberado y todos tenían que correr para alcanzarlo.

Esa vez no se escapó tan rápido. Parecía que se sentía mal por lo que había pasado y que estaba cediendo el control. No me estaba dando las riendas a mí, sino que se las estaba dando al lobo de Cage. Y tan pronto como supo que las tenía, el lobo de Cage salió corriendo liderándonos en una carrera salvaje bajo la luz de la luna.

 

 

Capítulo 3

Kendall

 

—¡Ahhhh! —grité al despertarme.

Miré alrededor. Estaba en mi cama y era de mañana. Cory estaba sentado mirándome. Parecía sorprendido.

—Fue sólo un sueño —me dije a mí mismo—. Eso es todo.

—¿Evan Carter? —preguntó Cory con suavidad y relajado.

—Evan Carter —admití.

—Maldito Evan Carter —dijo mi compañero de cuarto haciéndome sentir un poco mejor.

Me recosté y traté de calmarme. No podía decir que las pesadillas empeoraban, pero tampoco mejoraban.

Evan Carter fue el jugador de fútbol que hizo mis años escolares un infierno desde el primer año. Había algo en mí que él no podía soportar. Siempre asumí que la razón era que yo era el único chico gay que había salido del armario. Pero para ser honesto conmigo mismo, no estaba intentando encajar en ningún lado.

Experimenté con el color de mi cabello, el maquillaje y el tipo de ropa que usaba. Quizás llevar un vestido a la escuela era demasiado extremo. No estaba luchando para derribar el patriarcado ni nada por el estilo. Solo que siempre me había sentido diferente a los demás y estaba tratando de averiguar quién era yo.

Para que lo sepan, no soy un tipo que use vestidos o maquillaje. Y no porque Evan Carter pudiera intimidarme un ápice si lo hiciera. Simplemente no es lo mío.

Pero tenía que llegar el momento en el que los cabezas huecas del fútbol no pudieran aguantar más. Porque a partir de cierto punto, me empujaban cada vez que cruzaba por los pasillos. Podía estar almorzando o sentado tranquilamente en clase y mi cabeza se sacudía por el escozor de una palma abierta.

Aplastaban mi cabeza contra escritorios, puertas de casilleros e incluso retretes. La peor parte era que nunca podía verlos llegar. Llegué al punto en el que pasaba todo el día escolar revisando las habitaciones. Cuando veía a uno, tenía que hacerme lo más invisible posible. Si me veían, podían atacarme o no. Siempre era aleatorio. Pero cuando decidían que ese era mi día infernal, no estaba a salvo en ningún lado.

Y si no era el abuso físico, era la burla constante. Sé que no hay nada de malo en la palabra “mariquita” y muchos chicos la usan como insignia de honor. Pero si la escucho una vez más, creo que voy a quebrarme.

Sin embargo, jamás me rendí. No permití que su mentalidad cerrada controlara mi vida. Por la mañana lloraba mientras me vestía sabiendo que lo que me estaba poniendo me traería otro día de infierno.

Llegué al punto en el que ni siquiera quería vestirme así. Pero lo hacía de todos modos porque…  no lo sé. Supongo que me negaba a hacer lo mismo que los demás cuando no me sentía igual que ellos. Pero ¿quién sabe?

Sea por la razón que sea, me seguí vistiendo así, y apenas tenía ganas de vivir cuando terminé la escuela secundaria. Y durante las primeras semanas en la universidad, no podía estar más feliz. Pensé que al estar a miles de kilómetros de mi pueblo podría dejar todo atrás.  Pero fue entonces cuando comenzaron las pesadillas.

Por supuesto, siempre las había tenido. Pero se habían agudizado y concentrado en una sola persona: Evan Carter. Él era el líder del grupo.

Sigo creyendo en que, si no fuera por ese idiota, los demás me habrían dejado en paz. Probablemente él no había salido del armario y deseaba tener el coraje de hacer lo que yo hacía. ¿Quién sabe?

Pero de lo que estoy seguro es que, en la secundaria, perdí las batallas y la guerra. No solo era a mí al único al que le pateaban el trasero de forma regular, sino que él era el dueño de una propiedad inmobiliaria que renté años después. Fue una mierda.

La parte realmente desagradable era que, hasta esa noche, parecía que las pesadillas habían comenzado a desvanecerse. Solía tenerlas un par de veces a la semana. Cory sabía todo eso. Por la cantidad de veces que desperté gritando, era increíble que aún quisiera ser mi compañero de cuarto.

Hasta antes de esa noche, habían pasado dos semanas desde mi último concierto de gritos. Estoy muy seguro de saber qué lo desencadenó. Había besado a un jugador de fútbol. Pensarlo casi me hacía vomitar. Claro, Nero no se parecía en nada a Evan Carter o a cualquiera de sus imbéciles amigos, pero aún así…

Los futbolistas habían hecho de mi vida una pesadilla infernal de proporciones épicas desde que tenía 14 años. Amenazaron mi voluntad de vivir. Me despertaba gritando y empapado en sudor a causa de ellos. No quería chuparle la cara a un jugador de fútbol.

—¿Vas a clase? —preguntó Cory desde su cama.

—¡Oh, mierda! —exclamé, al recordar mi clase del lunes por la mañana.

Mi profesor tenía que ser un sádico. ¿Quién programa una clase un lunes a las 8 am? Es ridículo. Pero si quería convertirme en psicólogo clínico, necesitaba especializarme en psicología y tenía que cursarla.

Salí de la cama y me vestí rápidamente. Me alisté, cargué mi mochila y me apresuré a salir. Llegué tarde a clase, pero la tardanza estaba dentro de la curva de las 8 am.

—Hoy completarán el T.E.T., el Test de Empatía de Toronto. No solo nos introducirá en la discusión sobre la empatía, sino que también les dirá a los aspirantes a terapeutas si son aptos para realizar el trabajo —dijo mi profesor, captando mi atención de repente.

Tenía muchas ganas de ser terapeuta. Era lo único que había querido desde que tenía 12 años. Había leído un libro de introducción a la Psicología de principio a fin cuando tenía 15 años porque estaba muy interesado en el tema. Necesitaba pasar esa prueba.

Cuando deslizaron el papel frente a mí, vi que no era muy largo. Las preguntas también eran bastante básicas. Le puse mi nombre y comencé.

Cuando alguien está emocionado, yo suelo estar emocionado: ¿Nunca, a veces o siempre?

Fácil. Siempre, por supuesto.

Las desgracias de otras personas no me perturban mucho: ¿Nunca, a veces o siempre?

De nuevo, fácil. Nunca… normalmente.

Quiero decir, si se tratara de una persona normal, a quien supongo que se refiere esta pregunta, nunca me haría sentir bien la desgracia de otra persona. Pero digamos que Evan Carter es atropellado por un autobús. No estoy sugiriendo que muriera… necesariamente. Solo estoy imaginando cómo sería si sintiera una mínima fracción del dolor que me causó durante cuatro años.

La pregunta no podía referirse a situaciones como esa, ¿verdad? ¿O sí? ¿El cuestionario trataba de desenterrar los pensamientos más oscuros? ¿Era mi falta de empatía por el psicópata que me torturó lo que me convertirá en un mal terapeuta?

Me quedé mirando la pregunta paralizado. No podía superarlo. No podía creer que después de todo lo que me había hecho pasar, ese eco pudiera impedirme ser bueno en lo único que siempre había querido serlo.

—Por favor, entreguen sus test —dijo el profesor, sacándome de mi trance.

—No he terminado —dije a la chica que me quitó el papel y lo puso en la pila.

Ella se encogió de hombros, registrando apenas mi lucha. Sabía con certeza que esa reina de hielo sería una terapeuta horrible. Pero ¿qué hay de mí? ¿Era la empatía tan importante realmente?

No tuve que esperar mucho para obtener una respuesta a esa pregunta. Dos días después, el profesor me pidió que lo viera antes de irme.

—Al comienzo del semestre les pregunté a todos cuáles eran sus objetivos en relación a la clase —comenzó el profesor Nandan.

—Sí. Y dije que quería convertirme en terapeuta, porque es lo que quiero.

Me miró confundido.

—Correcto. Lo que me hace preguntarme por qué harías esto en un test diseñado para determinar tu nivel de empatía —dijo antes de colocar mi hoja en el escritorio.

—Lo sé, no lo terminé.

—No lo hiciste. Pero no estoy hablando de eso —dijo colocando su dedo junto al garabato que había dibujado en la esquina superior derecha del papel.

Al mirarlo de nuevo, me di cuenta de que era menos un garabato y más un boceto. Sabía que dibujaba cosas cuando estaba aburrido, y que no siempre eran imágenes felices. Ese dibujo definitivamente no era muy feliz y tenía un mensaje que era difícil pasar por alto.

—¿Dibujaste a un jugador de fútbol colgando de una soga en el margen del test de empatía? ¿Hay algo de lo que le gustaría hablar, señor Seers?

Mi boca se abrió cuando miré al hombre de rostro redondo frente a mí. No había dudas de qué lo había inspirado. Maldito Evan Carter.

—Está bien, puedo explicarlo —comencé, sin saber qué diría a continuación.

—Continúa —instó pacientemente.

¿Iba a mentir? ¿Le diría la verdad? Me sentía como en un callejón sin salida.

—Podría tener un problema con los jugadores de fútbol.

—No me digas —dijo con sarcasmo.

—Y podría haber tenido un mal sueño con uno de ellos justo antes de venir a clase.

—¿Y quisieras hablar de ese sueño?

—Realmente no. Fue una pesadilla bastante estándar. Mucha persecución. Carreras. Ya sabes, lo de siempre.

—Y luego viniste aquí y dibujaste esto… en un test de empatía?

—Eso parece —dije con una sonrisa incómoda.

El profesor Nandan se reclinó en su silla y me miró fijamente. No podía decir lo que estaba pensando, pero no podía imaginarme que fuera algo bueno.

—La forma en que lidiamos con el trauma infantil es única para cada uno de nosotros —comenzó—. Algunos optamos por evitarlo. Pero la estrategia más eficaz para tener una vida sana y feliz es enfrentarse los problemas de frente.

—¿Estás sugiriendo que debería ver a un terapeuta por esto?

—No estaría de más. Pero lo que demuestran las investigaciones es que la forma más efectiva de lograr empatía hacia un grupo de personas es humanizándolas.

—No creo que los jugadores de fútbol no sean humanos. Solo son lo peor que puede existir.

El profesor me miró con extrañeza.

—Correcto. ¿Pero aceptas que no todos los que comparten un rasgo son iguales? No todos los jugadores de fútbol son iguales. Al igual que no todos los estudiantes que se visten con pulseras negras y tachonadas son iguales. Todos somos individuos únicos.

—¿Qué estás sugiriendo? —pregunté, sintiendo que se me formaba un nudo en el pecho.

—Te sugiero que conozcas a un jugador de fútbol. Creo que, si ves su individualidad, podría ser de gran ayuda para cambiar cualquier sentimiento negativo que tengas hacia ellos. Incluso podría ayudarte en relación a tus sueños.

—¿Y cómo se supone que debo conocer a un jugador de fútbol?

—Curiosamente, hay un programa que he estado intentando implementar desde hace algunos años. Es una especie de tutoría. Los estudiantes avanzados se reúnen con estudiantes de primer año que están teniendo dificultades para adaptarse a la vida universitaria con el fin de brindarles su apoyo. Teniendo en cuenta que tu objetivo es convertirte en terapeuta, esto podría ser muy bueno para ti.

—Eso suena genial. Pero supongo que lo que no estás diciendo es que yo sería el tutor de un jugador de fútbol.

—Hay uno que se ha metido en problemas por su comportamiento. Y en lugar de expulsarlo de la escuela y del programa de fútbol, la universidad pensó que algo así sería útil.

Miré a mi profesor. ¡La peor idea que se le podía ocurrir! No todo el programa. La parte de la tutoría sonaba muy bien. Pero la parte en la que me encerraban en una habitación con uno de esos psicópatas lanzadores de cerdos era una locura.

¿Estaba intentando hacer que me mataran? Tan pronto como se cerrara la puerta y nos quedáramos solos, este tipo se dislocaría la mandíbula y me tragaría entero. Habiéndome devorado, probablemente se escaparía a Washington DC mientras crecía de tamaño hasta que, con la cola envuelta alrededor del Monumento a Washington, se comiera al presidente y convirtiera a los Estados Unidos en una dictadura demoníaca… ¿o estaba exagerando?

—Sí —dije antes de que la respuesta se registrara en mi cerebro—. Lo haré.

—¿Lo harás?

—Eso parece.

—¿Estás seguro?

—No. Pero sí. Mira, quiero ser un buen terapeuta algún día. Mierda, no solo quiero ser bueno. Quiero ser genial. Quiero ayudar a la gente. Quiero que los niños no tengan que pasar por lo mismo que he pasado yo. Y si eso significa enfrentar mi problema con cierto grupo de demoníacos chupadores de almas, lo haré.

El profesor Nandan me miró de forma inquisitiva.

—Estoy bromeando… en su mayor parte. Pero lo digo en serio. Puedo hacerlo. Y tienes razón. Enfrentar mi problema de frente es la mejor manera de resolverlo.

—Entonces lo organizaré. Gracias por esto. Si funciona entre tú y él, podríamos lograr que muchas personas reciban ayuda en los próximos años —dijo con una sonrisa.

—En otras palabras, ¿sin presión?

Él se rio.

—Sin presión. Solo sé tú mismo. No se trata de darle respuestas. Se trata de acompañarlo y prestarle tu oído cuando lo necesite.

—Puedo hacer eso.

—Lo harás muy bien —dijo. Luego me prometió que me enviaría un correo electrónico con los detalles, y se despedió.

Lo bueno es que nadie realmente necesita dormir para mantener la cordura. Si así fuera, me habría metido en muchos problemas. Porque acostado en la cama en la oscuridad, solo podía pensar en todo lo que Evan Carter y sus compañeros de equipo me habían hecho desde que empecé a orinar parado.

No sabía en qué estaba pensando cuando acepté la propuesta de mi profesor. Ser mentor de un jugador de fútbol era una mala idea, una muy mala idea.

Sin embargo, eso no me impediría seguir adelante. ¿Quién era yo para rechazar una mala idea?

Mientras caminaba hacia el lugar de reunión acordado, comencé a mojar de sudor mi ropa. Estaba teniendo un ataque de pánico total. Nos reuniríamos en la guarida de la serpiente, la instalación de práctica del equipo de fútbol. Pero al menos mi profesor estaría allí conmigo.

—¿Estás listo? —preguntó tan emocionado como yo estaba aterrorizado.

—No, pero estoy aquí. Hagámoslo.

El profesor Nandan puso su brazo alrededor de mi hombro y me condujo a la habitación. La bestia estaba sentada de espaldas a mí. Lo curioso fue que reconocí su espalda. Era inconfundible. Y cuando se volteó y pude vislumbrar esos pómulos que estaban para morirse, pensé que era una broma cruel.

—¿Tú? —pregunté aturdido.

—¿Ustedes dos se conocen? —preguntó el profesor.

Nos miramos el uno al otro. No supe qué responder.

—Nos conocemos —respondió Nero.

—Espero que eso sea bueno —sugirió mi profesor.

Nero me miró de nuevo.

—Sí —confirmó, lo que pemitió que mi profesor respirara.

—Entonces tal vez no necesito presentarlos. Pero, Nero Roman, él es Kendall Seers. Kendall, Nero es una estrella de fútbol muy prometedora.

—No estoy seguro de eso —intervino rápidamente Nero.

—Te he visto jugar. Eres muy bueno —dijo efusivamente el hombre mayor.

—Gracias —dijo Nero, y miró a otro lado con timidez.

—Y Kendall es uno de mis estudiantes más prometedores.

—Lo soy —confirmé—. Probablemente el mejor.

No tengo idea de por qué dije eso. Pero rompió la tensión. Al menos para esos dos.

—No estoy seguro de eso —bromeó mi profesor—. Pero él es muy bueno. Estarás en buenas manos. ¿Los dejo a solas para que se conozcan?

—No veo por qué no —dijo Nero, que me miraba como si no le hubiera escupido en la cara y le hubiera pateado tierra la última vez que lo vi.

—Muy bien. Entonces me voy —dijo el hombre resplandeciente antes de dejarnos solos y cerrar la puerta detrás de él.

Ambos nos miramos. Habría sido lo peor del mundo si no fuera extremadamente sexy. En serio, ¿cómo puede alguien ser tan guapo? El chico rezumaba sexo. Imaginé cómo se vería desnudo.

—Entonces, ¿de qué quieres hablar? —preguntó sonriendo. Dios, tenía una gran sonrisa.

Pensé que estaba sudando antes. Entonces estaba prácticamente parado en un charco.

—¿Tienes calor aquí? —pregunté—. ¡Lo digo en serio! ¿Hace calor aquí? ¿Quieres que nos vayamos? Salgamos de aquí. Necesito un poco de aire fresco. No puedo respirar aquí dentro.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

—Solo necesito dar un paseo. ¿Podemos dar un paseo?

—Lo que quieras —dijo chorreando el encanto sureño de pueblo.

Salimos de las instalaciones de práctica y caminamos de regreso al campus en silencio. A mitad de camino me di cuenta de que no iba a poder huir más, así que me dirigí a un banco y me senté. Nero se sentó a mi lado. Podía olerlo. Olía a cuero y almizcle. El olor hizo que mi polla se endureciera. ¿Por qué me estaba poniendo duro por un jugador de fútbol?

—¿Cómo lo supiste?

—¿Cómo supe qué? —pregunté todavía sin mirarlo.

—Que este era mi lugar favorito. No recuerdo habértelo dicho la noche que nos conocimos.

—¿Este es tu lugar favorito? —pregunté, y finalmente me volví hacia él.

—Sí. Descanso aquí todos los días después del entrenamiento. Siempre entreno mucho, ya sabes. Todo suele ser demasiado. Así que este es el banco en el que me siento a pensar.

Miré alrededor. No había pasado mucho tiempo en ese rincón del campus durante mis años allí. Pero era un lugar hermoso. Había más árboles que en cualquier otra parte. Y con las hojas de otoño coloreadas cubriendo el suelo, la escena parecía una postal.

—¿Qué es lo que resulta ser demasiado? —pregunté, sintiéndome de repente más tranquilo.

La sonrisa de Nero desapareció.

—Dímelo tú. Entrenar. Ir a clases. Adaptarme a las cosas. Tener sentimientos que probablemente no debería tener.

Me quedé mirándolo mientras me preguntaba cuáles eran esos sentimientos.

—¿Puedo preguntarte algo?

—¿Qué?

—¿Eres gay?

Nero se movió incómodo. No creo que estuviera preparado para la pregunta.

—No tienes que decírmelo si no quieres.

—No es que no quiera decírtelo.

—¿Es que no lo sabes?

—No sé muchas cosas sobre mí mismo. ¿Eso es malo?

—¿Qué significa “bueno” o “malo”?

—Bueno, lo primero es algo que está bien. Y lo otro es algo que está mal —explicó con una mirada seria.

Me volví hacia él. Abandonó la seriedad y ambos nos reímos.

—Oh, eso lo explica. No lo había visto de esa manera —bromeé.

—De nada —dijo, siguiendo el juego.

—Quiero decir, ¿qué es un momento de incertidumbre en la totalidad de las cosas?

—Ha sido más que un momento de incertidumbre. Ha ocurrido desde la pubertad, si le vamos a poner una fecha.

—¿Y por quién tenías sentimientos antes de eso?

—Sobre todo por chicas.

—Entonces, probablemente eres bisexual —dije.

—Pero he tenido sentimientos muy fuertes hacia los chicos. Sobre todo recientemente.

—No importa. La bisexualidad se define como la capacidad de tener una atracción romántica o sexual hacia más de un género, no necesariamente al mismo tiempo o en la misma proporción. Entonces, si te enamoraste genuinamente de una chica cuando tenías 12 años, y me refiero a sentimientos fuertes, entonces ya has demostrado que tu cerebro está conectado de tal manera que puedes tener esos sentimientos. No es necesario que tengas otro enamoramiento para demostrar eso.

—Entonces, supongo que eso me haría bisexual. ¡Guau! Me lo he preguntado toda mi vida y simplemente lo respondiste por mí —dijo asombrado—. ¿Y qué me dices de ti?

—De mí, ¿qué?

—¿Eres bisexual? —preguntó tímidamente.

—Oh, Dios, ¡no! ¿Parezco un animal?

Nero me miró sorprendido. Dejé que mi declaración resonara todo el tiempo que pude y luego me reí.

—Estoy bromeando. No se trata de ser bisexual. Soy homosexual. Pero estaría bien con eso si lo fuera.

Nero se relajó y se rio.

—Oye, tal vez eres bi. Pero todavía no conociste a la chica adecuada.

—Sí, será mejor que esa chica venga con una polla porque eso es bastante esencial para despertar mis fantasías.

—Eso podría suceder —señaló Nero.

—Cierto. Pero aún así, hay algo en los chicos que me atrae mucho. Es difícil de explicar…

—Sí, lo entiendo. Hay algo en ellos —dijo Nero, mirándome de una forma que me puso duro de nuevo. Dios, qué sexy era.

—De todos modos, basta de mi inexistente vida amorosa. Tal vez podrías decirme qué te trajo aquí.

—¿Aquí?

—Ya sabes, a tener que pasar el rato conmigo.

—¿Suerte?

Me reí.

—Lo digo en serio.

—Yo también —dijo con una montaña de encanto.

—No, vale. Se supone que estoy aquí para ayudarte. Mi profesor dijo que tuviste un incidente…

Nero miró hacia abajo, y el hechizo se esfumó.

—Sí, tuve un encontronazo con un coche.

—¿Qué quieres decir?

Nero me miró con vacilación.

—A veces necesito descargarme. Y cuando lo hago, no siempre tomo las mejores decisiones.

—Entonces, cuando dices que tuviste un encontronazo con un coche, ¿quieres decir que…?

—Podría haberme sacado algo de frustración con él.

—¡Oh!

—Golpeé un par de puertas, rompí una ventana…

—¿Por qué?

Nero me miró fijamente por un momento y luego desvió la mirada.

—Hay momentos en que no me siento yo mismo y las cosas se me pueden ir de las manos.

—¿Siempre has sido así?

— Más en estos días. Pero sí.

A pesar de todo su encanto, no tenía dudas de lo que veía. No era un monstruo. Era un tipo que sufría mucho. Me rompía el corazón.

—Las cosas también me sobrepasan, a veces.

—¿Sí? —dijo, y me miró con una nueva luz en sus ojos—. ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir… como cuando te dije lo que te dije.

—Oh —dijo decepcionado—. Oh —repitió, esta vez mirando hacia abajo y perdiéndose en su memoria. No había dudas del dolor que le había provocado.

—Sé que nunca lo adivinarías, pero tengo algo en contra de los jugadores de fútbol.

Nero sonrió.

—Creo que me di cuenta de eso. ¿Por qué?

A pesar de lo cómodo que me estaba empezando a sentir junto a él, todavía no estaba listo para hablar de eso.

—¿Qué tal si no hablamos de mí?

—Entonces, ¿de qué deberíamos hablar?

—¿En qué te va bien en este momento?