EL HIJO DE LA BESTIA

Capítulo 1

Quin

 

No podía creer que Lou me hubiera convencido de hacerlo. Me estaba diciendo que me volvería indomable si no salía y conocía a alguien y, de repente, había comenzado a gritarle que no era así que una persona se volvía indomable. A lo que ella me había respondido que era exactamente así y luego me había contado una historia inventada de un perro que se había vuelto loco porque estaba atado todo el día.

Aunque era muy insultante que me comparara con un perro, tenía que admitir que Lou no estaba del todo equivocada. Tenía una lucha interna acerca de quién era en verdad. ¿Era la hija de mi padre, como él siempre decía? ¿O era lo que el resto del mundo creía que era, eso que siempre intentaba reprimir?

De cualquier modo, mi vida era una mierda. Bueno, gracias al gran éxito de la empresa de investigación genética de mi padre, tenía todo lo que cualquiera pudiera pedir. Sin embargo, el precio que había tenido que pagar hacía que no valiera la pena.

Mi padre había creído que le estaba haciendo un favor al mundo al curar la infertilidad. Como mi madre era infértil, había sido el primer sujeto de estudio. Yo era la prueba de que funcionó. Pero nadie hubiera podido imaginar el efecto secundario que tuvo.

Mi madre estaba muerta por ese efecto secundario. Yo me encerraba por ese efecto secundario. Y, también por eso, le tenía pánico a la luna llena.

Sabía que nada iba a pasar durante una noche de luna llena. Ya habían pasado muchas desde la primera. Además, creía en la ciencia.

Lo que me aterraba era lo que las otras personas creyeran que podría llegar a pasar. Si sabían quién era —y, gracias al fanfarrón de mi padre, ¿quién no lo sabía?— y me veían una noche de luna llena, todos creían que me convertía en un monstruo gracias a las historias de terror que hubieran leído.

No quería sentir su juicio ni su miedo. Aún más, no quería olerlo. Me han dicho que soy la única que lo nota, pero los olores de las personas son abrumadores. Esa era una de las razones por las que me encerraba en mi habitación cuando no estaba en clase. Bueno, por eso y porque todavía nadie en la Universidad de East Tennessee me había reconocido, y quería que las cosas siguieran así.

La única que sabía sobre mi problema era Louise, mi compañera de cuarto y mi primera amiga de verdad. Se lo había dicho luego de que la universidad nos pusiera en la misma habitación, cuando decidí que ese sería el año en el que asistiría. Gracias a la educación en el hogar y a haber heredado las dotes intelectuales de mi padre, tenía el equivalente a un título del instituto desde los dieciséis. Y cuatro años habían sido mucho tiempo para decidir qué hacer con mi vida.

La verdad era que nunca iba a tener que buscar un trabajo. Y podría obtener el equivalente al título en genética que quería trabajando en la compañía de mi padre. Pero había algo que no tenía y que sabía que no podría obtener si seguía viviendo así. Encerrada en el piso de lujo en Nueva York, nunca tendría una vida. Nunca tendría amigos. Nunca tendría sexo.

Quería tener sexo. Durante una parte del mes, era lo único en lo que podía pensar. La luna llena no me convertía en una rugiente bestia semihumana, pero me hacía pensar en el sexo como si lo necesitara para respirar. Y cuanto más crecía, peor se ponía.

¿Era verdad que, si me quedaba encerrada en mi cuarto, me volvería indomable, como había sugerido Lou? No lo creía. En comparación a cuando era una niña, tenía mucho más control sobre las cosas. Si en vez de ser lo que era, hubiera sido un problema de alcoholismo, podría haber dicho que no bebía hacía muchos años.

Sin embargo, más allá de si Lou lo había dicho en broma o no, no quería que creyera que existía la posibilidad de que yo me volviera indomable. Por eso, después de gritarnos y discutir, busqué la única fiesta que había esa noche en el campus y me vestí para asistir.

—Por fin —dijo Lou, cuando me vio dirigirme a la puerta.

No podía creer que, después de la discusión, mientras yo salía, ella sonriera con superioridad, como si ese hubiera sido su objetivo desde el principio y yo fuera la única realmente molesta. Me había manipulado para que saliera y tuviera una vida. ¡Era una diva entrometida!

—Y quiero pruebas de que no fuiste a un parque a perseguir ardillas o algo así.

—¡No persigo ardillas! —protesté con firmeza.

—Como digas. Pero, cuando regrese de mi cita, quiero ver a un chico desnudo en tu cama y quiero ver vergüenza, jovencita. Mucha vergüenza.

—¡Habrá mucha vergüenza! Habrá mucha vergüenza para ti. Por lo equivocada que estás sobre mí… y eso.

—Bien.

—Bien.

—Lo digo en serio, Quin.

—Yo también.

Así que ahí estaba, avanzando por el campus hacia la única fiesta que había encontrado en mi investigación de último minuto. Ese día, el equipo de fútbol americano de la Universidad de East Tennessee le había ganado al de la Universidad de West Tennessee, su rival del estado, y la fraternidad de fútbol estaba dando una fiesta. Nada de eso sonaba divertido, pero estaba yendo porque… porque Lou me había engañado para que lo hiciera. Y eso que se suponía que yo era la inteligente.

Muy bien. Iría a la fiesta. Conseguiría pruebas de que había ido. Y luego me sentaría en una cafetería a leer un libro en mi teléfono.

Sabía que Lou había dicho que quería encontrar a alguien desnudo en mi cama, pero no había forma de que eso sucediera. No podría perder mi virginidad ni en una piscina llena de pollas. ¡Y eso que lo había intentado! Pero, en cuanto me miraban de cerca y se daban cuenta de quién era, o querían ponerme una correa por si me trasformaba en el medio del sexo o salían corriendo para ponerse a salvo.

No. Iba a pasar el resto de mi vida triste, sola y virgen. ¿Acababa de bajarme el ánimo? Sí, lo había hecho. Definitivamente ya no estaba de humor para ir a una fiesta.

Al doblar la esquina, llegó a mis oídos la música antes de que la casa de la fraternidad apareciera a la vista. Me seguía impulsando el enojo con Lou, pero los efectos se disipaban rápidamente. La otra consecuencia de haber crecido de la manera en la que lo había hecho era que no era muy buena con las relaciones humanas. Al enfrentarme con la realidad de lo que estaba haciendo, me di cuenta de que no había forma de que pudiera mezclarme o agruparme o lo que fuera que hicieran las personas de mi edad.

No. Nuevo plan. No entraría. Sin embargo, obtendría una prueba de que había estado ahí. Iba a acercarme a alguna de las seis personas que estaban afuera, le iba a pedir que nos sacáramos una selfie y luego me iría lo más rápido posible.

Miré a mi alrededor y vi algunas personas fumando, un grupo hablando en un círculo con vasos rojos y un tío parado solo. Eso facilitó la elección. Todo lo que tenía que hacer era acercarme a él, pedirle que nos tomáramos una selfie, hacerlo, agradecerle y marcharme. Podía hacerlo. No era tan rara. Podía hablar con una persona.

Apreté los labios, me resolví a hacerlo y avancé. No tenía que pensarlo demasiado. Tenía que hacerlo y terminar con eso.

—Disculpa, ¿puedo tomarme una selfie contigo? —le pregunté al chico, que me estaba dando la espalda.

—¿Quieres una foto conmigo? ¿Por qué? —me preguntó el chico, con un leve tono de enojo, mientras se giraba.

¡Vaya!

¿Conoces esa sensación, cuando ves a alguien que te deja sin aliento? El calor comienza en el dorso de las manos y se dispara hacia los brazos, por donde sube hasta el rostro y hace que te sientas mareada. Eso fue lo que sucedió cuando nuestros ojos se encontraron. El muchacho era hermoso.

Su piel clara contrastaba con el cabello negro azabache y sus ojos azules. Su mandíbula estaba tallada en mármol. Tenía hoyuelos, tantos hoyuelos. Y parecía tener músculos hasta en los músculos.

Y, además, olía increíble. Tenía un aroma dulce que nunca había percibido en mi vida. Me hizo sentir borracha solo de olerlo. La fragancia que emanaba de él me robó mi voluntad. Era como si me hubiera puesto una correa y, al mismo tiempo, hubiera despertado la parte de mí que yo peleaba tan fuerte por controlar.

No podía hablar y, claramente, él estaba esperando que lo hiciera. Me había preguntado algo. ¿Qué había sido? ¡Ah, cierto! Me había preguntado por qué quería una selfie con él, y parecía molesto.

¿Lo había hecho enfadar? ¿No era normal pedirle una selfie a un desconocido? Probablemente no. ¡Mierda! ¿En qué carajo estaba pasando?

—Lo siento —balbuceé, antes de obligar a mis piernas a moverse en la dirección contraria.

Me había alejado dos pasos, cuando él volvió a hablar.

—¡Espera! No te vayas.

Me detuve.

—Lo siento. No quise ser grosero. Si quieres una selfie, me tomaré una contigo.

—No, está bien —le dije, con ganas de mirarlo de nuevo, pero con miedo de que, si lo hacía, no sería capaz de respirar.

—No, en serio. Está bien. Podemos tomarnos una. No sé por qué alguien querría una. Pero está bien. Me encantaría tomarme una foto contigo.

Entonces lo miré de nuevo y reconocí lo que estaba diciendo. Hablaba como alguien acostumbrado a que la gente le pida tomarse fotos con él. Yo conocía un poco de eso. ¿Quién no quería tomarse una foto con Harlequin Toro, la única mujer lobo del mundo?

Sin embargo, esa era yo. ¿A él por qué la gente le pediría selfies? Era el tipo más buen mozo en la historia de la humanidad. Tal vez se le acercaran desconocidos deslumbrados por su belleza. No me hubiera sorprendido si hubiera sido así.

—Yo, mmm… no te he pedido una selfie porque sé quién eres. No te reconozco. No sé quién eres —le expliqué.

El chico echó la cabeza hacia atrás, sorprendido. Mientras lo miraba, su piel clara se tornó rosada.

—¡Oh! Bien. Entonces… —movió la cabeza como si tratara de comprender algo—. Lo siento, ¿por qué quieres una selfie conmigo?

—No era específicamente contigo. Era con cualquiera —le dije.

—¿Querías una selfie con cualquier persona? ¿Por qué?

Resoplé al recordar mi exasperante situación.

—Es para mi compañera de cuarto. Me ha dicho que tenía que salir y divertirme. Y me ha dicho que quiere pruebas…

—¿Y la selfie iba a ser la prueba?

—Sí.

—Entonces, después de tomarte la foto… ¿qué? ¿Ibas a irte?

—Sí —respondí. De repente me sentía desanimada.

El hermoso chico me miró como el bicho raro que yo efectivamente era. Se le dibujó una sonrisa en el rostro. Me hubiera hecho sentir mal conmigo misma de no ser porque yo estaba por derretirme y convertirme en un charco en el pasto.

—Esto te va a parecer una locura, pero… ya estás aquí. ¿Por qué no entras y te diviertes?

—No soy buena con estas cosas. Con lo social, ¿sabes?

—Por suerte, eso es algo en lo que yo soy muy bueno. ¿Qué te parece si hacemos un trato? Nos sacaremos la selfie para tu compañera de cuarto, pero tienes que entrar e intentar pasar un buen rato. Te presentaré a algunas personas. Y así, cuando tu compañera te pregunte cómo ha estado la noche, no tendrás que mentirle —dijo, y su rostro se llenó de hoyuelos.

Lo miré fijo.

—¿Por qué harías algo así?

Me miró y torció la cabeza, confundido.

—Quizás solo quiero ser amable. Quizás creo que eres genial y que sería divertido pasar el rato contigo. Quizás estoy coqueteando.

Un escalofrío me atravesó al escuchar la palabra «coqueteando». ¿Qué estaba pasando? ¿Ese chico gustaba de mí? ¿Estaba sucediendo algo entre nosotros? ¿Iba a haber un chico desnudo en mi cama y mucha vergüenza cuando Lou regresara al apartamento?

—Mmm, está bien —acepté, segura de que me estaba poniendo roja como un tomate.

—Cage, por cierto…

—¿Cómo?

—Mi nombre —Me miró fijo—. ¿Y tu nombre es…?

—Ah. Quin.

—Genial. Me gusta ese nombre.

—Gracias. Me lo pusieron mis padres —le dije, porque había perdido el control de mi boca.

Cage se echó a reír—. Quiero decir, es obvio que me lo pusieron mis padres.

—No es tan obvio. Mis padres no eligieron el nombre «Cage».

—¿Quién lo hizo? ¿Un tío o alguien así?

—No, yo mismo.

—Entonces, ¿cuál es tu verdadero nombre?

Cage me miró y se notó que tenía muchas cosas en la cabeza.

—¿Qué te parece si vamos adentro y te muestro el lugar?

—Entonces, supongo que no vas a responder esa pregunta…

Cage se rio entre dientes, un poco incómodo.

Me llevó por las escalinatas, pasamos por el porche e ingresamos a la casa de la fraternidad. Me era difícil apartar los ojos de él. Cuando lo hice, me sorprendí con lo que vi. No sabía qué debía esperar, pero definitivamente no esperaba eso. La gran sala de estar tenía pocos muebles y estaba llena de gente. Todos sostenían vasos rojos y hablaban entre sí como si fueran amigos.

—Todavía es bastante temprano —me dijo Cage.

—¿A qué te refieres? —le pregunté, levantando mi voz sobre la música country pop.

—Habrá más gente en un rato.

—¿Más de la que hay ahora? —le pregunté, mientras miraba a mi alrededor y pensaba que ya había muchísima gente.

Cage se rio entre dientes.

—Sí.

—¡Cage! —dijo un tío grandote. Pasó un brazo alrededor de los hombros de Cage y le derramó un poco de su bebida en la camisa—. Oh, ¿te he manchado?

—No pasa nada —dijo Cage, sin preocuparse—. Dan, ella es Quin.

Dan se volvió hacia mí y me miró fijo.

—¡Quin! —dijo, por fin, para terminar con el momento incómodo—. ¿Está tratando de reclutarte?

—¿Qué cosa? —le pregunté, confundida.

—Que si está tratando de que seas parte del equipo de fútbol americano.

Lo miré sin entender qué estaba pasando. ¿Estaba hablando en serio? ¿Creía que era un tío? No era la primera vez que me confundían con un chico. Aparte de todo lo demás, el hada de los pechos había sido bastante tacaña conmigo.

Pero, incluso si se había confundido, yo sería un tío pequeño. Claramente no tenía el cuerpo de alguien que choca a toda velocidad con hombres de cien kilos.

—¿El equipo de fútbol americano?

Confundida, me volví hacia Cage, que me sonrió.

—No le prestes atención a Dan. Ha recibido demasiados golpes.

—Eres bienvenida, por cierto —dijo Dan, a la defensiva.

—¿Jugáis en el equipo de fútbol americano? —les pregunté, hilando lo que habían dicho.

Dan dejó de hacerse el despistado y pasó un brazo alrededor de Cage.

—Yo juego en el equipo. Este tío es el equipo.

Miré a Cage en busca de una explicación. Sonrió con humildad.

—Soy el mariscal de campo.

—No es solo el mariscal de campo —dijo Dan, burlón—. Es el tío que nos llevará a competir en un campeonato nacional y que luego se convertirá en jugador profesional.

—¡Ahhhh! Ahora entiendo. La selfie. Creíste que te estaba pidiendo una foto porque eres un jugador de fútbol americano famoso.

—No soy famoso —negó rápidamente.

—¡Joder que sí! Es famoso. No hay nadie que no sepa quién es —dijo Dan, con orgullo.

Miré a Cage para ver cómo reaccionaba. Me devolvió la mirada y se rio entre dientes, incómodo.

—No todos saben quién soy.

—Nómbrame a una persona que no lo sepa —lo desafió Dan.

Cage me sonrío con complicidad.

—¿Quieres algo de beber? Creo que necesitas beber algo. Ven conmigo.

—Un placer conocerte, Quin —dijo Dan, antes de alejarse.

—Así que eres el mariscal de campo…

—¿No te has enterado? No soy solo el mariscal de campo, soy el equipo —dijo Cage, con algo de autodesprecio.

Me eché a reír.

—Sí, me he enterado. ¿Quieres ser un jugador profesional?

—Sí —dijo Cage, sin entusiasmo, antes de darse la vuelta para servir cerveza en dos vasos rojos.

—No suenas muy emocionado.

—No. Estoy entusiasmado. No puedo esperar a jugar en la NFL. Es, eh, todo por lo que he estado trabajando —dijo. Me entregó un vaso y levantó el suyo para brindar—. Por los nuevos amigos.

Choqué mi vaso contra el suyo y tomé un trago.

—Esta cerveza es horrible —dije, mirando mi vaso.

Cage se echó a reír.

—Por favor, dime lo que piensas realmente.

—No es muy rica —le expliqué.

Cage se rio más fuerte.

—No tienes filtro, ¿verdad?

Me quedé paralizada. Esa no era la primera vez que alguien me lo decía.

—¿Es algo malo?

—A decir verdad, es algo refrescante

—Oh. Bien —dije, y me enamoré un poco más de él.

—Tu sonrisa es muy bonita.

—No me di cuenta de que estaba sonriendo —le dije.

—Estás sonriendo —me dijo, sonriendo él también.

—Tú también. Y también es muy bonita —le dije, mientras sentía que el corazón me explotaba en el pecho, sin saber qué hacer al respecto.

Luego, dejó de sonreír y me miró a los ojos. Tenía muchas ganas de besarlo.

—Supongo que, si te pregunto si te estás divirtiendo, me dirás la verdad.

—Me estoy divirtiendo —le dije, y me acerqué más, por si me quería besar.

Cage me miró con un brillo diabólico en los ojos. Podría haber jurado que estaba a punto de acercar sus labios a los míos, pero, en lugar de eso, dijo:

—¿Por qué no te presento a algunas personas más?

—¿Más personas? Ya he conocido a dos. ¿A cuántas personas se puede conocer en una noche?

—Jaja. Varias más que dos —dijo. Pasó una mano alrededor de mis hombros y nos pusimos en marcha.

Ese contacto hizo que se activara algo dentro de mí que casi no podía controlar. Era esa parte mía que yo luchaba por reprimir. Quería salir. Sabía que tenía que hacer todo lo posible por detenerla, pero no quería. Porque, junto con ella, me invadió una sensación de poder que nunca había sentido. Me gustaba. Me hacía sentir… fuerte.

A pesar de lo mucho que deseaba dejarme ir, hice un esfuerzo por quedarme con Cage en mi forma humana. Me estaba llevando por la fiesta y me presentaba a distintas personas. Era verdad eso de que era un tío sociable. Todas las personas que me presentó estaban pendientes de cada una de sus palabras. Y, cuando me tocaba hablar a mí, estaban pendientes de cada una de las mías.

Esas interacciones siempre me habían costado muchísimo. Pero esa vez, haciendo equilibrio en la superficie de la espiral de mis emociones, me sentí… viva.

Lo que me afectaba todavía más era que él aprovechaba cada oportunidad que tenía para tocarme. Me apoyaba una mano en el hombro cuando me presentaba a alguien. Su dedo índice tocaba ligeramente mi antebrazo cuando hacía hincapié en algo. Y, cuando estábamos de pie uno al lado del otro, como si fuéramos una pareja, su hombro chocaba contra el mío cuando él se reía.

Cuando Cage terminó conmigo, yo estaba a punto de transformarme. Sabía que debía estar asustada por eso, pero, en cambio, estaba pensando en la otra cosa que Lou me había sugerido. ¿Cómo se vería Cage desnudo en mi cama?

Uno de sus compañeros de equipo agitaba los brazos mientras contaba una historia, pero yo no podía apartar los ojos de Cage. Con toda su atención en su amigo, Cage sacó sutilmente el teléfono de su bolsillo y lo miró. Lo volvió a guardar muy rápido, esperó a que los brazos se quedaran quietos y luego me miró a mí y a sus amigos.

—Odio tener que deciros esto, pero tengo que irme —dijo, mientras colocaba su gran mano en la parte de atrás de mi brazo.

—Sí, yo también —dije, rápidamente.

—¿Sí? ¿Adónde vas? —me preguntó, con entusiasmo.

—A mi apartamento.

—¿Dónde queda?

—En el edificio Plaza Hall…

—¿En serio? Te acompaño —dijo, y me apretó el brazo.

Mi corazón se detuvo. ¿Venía conmigo? ¿Había llegado el momento? No podía creer que finalmente fuera a suceder. Tragué saliva y me forcé a decir algo.

—Genial.

Después de despedirnos de algunas personas, salimos hacia la noche. El aire fresco rodeó mi cuerpo caliente, y me sentía mareada y peligrosa. Necesitaba escuchar su voz. Sabía que me ayudaría a estar presente.

¿Por qué no decía nada. ¿No había dicho que él era bueno con esas cosas? Estaba desesperada, a punto de mascullar algo cuando, por fin, él habló.

—La noche está despejada.

—¿Qué cosa?

—Se ven muchas estrellas.

Levanté la mirada. Tenía razón. La noche estaba completamente despejada. No había nada entre nosotros y el resplandor de la luna llena. ¿Cómo era posible que hubiera olvidado que esa noche había luna llena?

En realidad, no importaba. Yo no era un monstruo, no estaba atada a la luna. Hacía años que no me transformaba. Hacía mucho tiempo que podía controlarme a mí misma, a mi cuerpo. Era Harlequin Toro, un ser humano, no una loba sin control sobre sí misma…

—¿Tienes frío?

—¿Qué?

—Estás tiritando.

Temblaba.

—Creo que estoy nerviosa —admití.

—¿Por qué estás nerviosa?

Sentí calor en el rostro.

—No lo sé.

Cage me miró fijo.

—Eres muy bonita. ¿Lo sabes?

—Tú también. O sea, eres guapo, no bonito —le dije. Temblaba cada vez más.

Cage se rio entre dientes.

—Gracias. ¿Estás contenta de haber salido?

—Sí, claro que sí —le dije, y traté de ocultar cuán contenta estaba.

—Hemos llegado —dijo, cuando nos acercamos a la puerta de mi edificio.

—Hemos llegado —repetí, con el corazón latiendo muy fuerte—. ¿Quieres pasar?

—¿Pasar? —me preguntó Cage, que no se lo esperaba.

—Sí —contesté. Estaba haciendo un esfuerzo muy grande por no saltarle encima ahí mismo.

—Ehhhh —balbuceó, antes de que la puerta se abriera y saliera una muchacha.

—¡Cage! —exclamó, y luego lo rodeó con los brazos, se puso en puntas de pie y lo besó en los labios.

Mi boca se abrió de la sorpresa. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Quién era esa chica?

La muchacha, que era pequeña y rubia y tenía rasgos angulosos, se dio la vuelta hacia mí.

—¿Quién es ella?

—Ah, ella es Quin. Quin, ella es Tasha.

Tasha me miró con sospecha. Se notaba que Cage estaba incómodo.

—Tasha es mi novia.

—¿De dónde conoces a Cage? —me preguntó Tasha.

Estaba muy impactada y no podía hablar.

—Quin me ha pedido un selfie.

Sorprendida, Tasha se giró hacia Cage.

—Ah. ¿Y se tomaron una?

—Todavía no —dijo Cage, con una sonrisa.

—Puedo hacerlo yo —se ofreció Tasha—. Dame tu teléfono —me dijo, mientras se acercaba a mí con una mano extendida.

Aún sin palabras, le di mi teléfono y me paré junto a Cage.

—¡Sonreíd! —dijo.

Cage sonrió, mientras yo lo miraba atónita.

—Aquí tienes —dijo, y me devolvió el teléfono—. Mírala.

Bajé los ojos y vi la captura de mi humillación.

—Sí.

—Bien. Vámonos. Tengo hambre —dijo Tasha, mientras entrelazaba su cuerpo con el de Cage y lo alejaba.

—Ha sido un placer conocerte, Quin —dijo él, mirándome mientras se iba.

—Un placer conocerte… a ti también —murmuré, segura de que ya no podía oírme.

Observé a la pareja perfecta mientras se alejaban. Por supuesto que tenía novia. Y por supuesto que ella lucía así. Verlos alejarse me hizo sentir un dolor en el pecho.

No podía creer que hubiera pensado que quería estar conmigo. Nadie nunca había querido estar conmigo. ¿Por qué había podido ser tan estúpida? ¿Por qué había pensado que un tío como él podría estar interesado en una chica como yo?

Cuando la pareja se perdió de vista en la oscuridad, entré al edificio. Subí las escaleras aturdida, sentía que estaba a punto de explotar. ¿Por qué no le gustaba a nadie? ¿Por qué no le gustaba a Cage?

No podía soportarlo más. Mi piel vibraba con una ferocidad que no había sentido en años. Cuando por fin me di cuenta de lo que sucedía, era demasiado tarde.

—Oh, no. ¡No, no, no, no, no! —dije, entrando en pánico.

Mientras subía las escaleras, el mundo a mi alrededor se alejaba cada vez más. Necesitaba encerrarme. No podía creerlo. Hacía años que no me sucedía. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué ahí?

Al acercarme a la puerta de mi apartamento, olí lo último que quería o esperaba oler. Lou estaba en casa. ¿Por qué estaba en casa? ¿No me había dicho que tenía una cita?

No quería que me viera así. No quería aterrorizarla con la realidad sobre mi identidad. No quería matarla por error.

¿Había sido así como había muerto mi madre? ¿Había perdido el control y le había lanzado un zarpazo a la garganta? Era muy joven y no lo recordaba. Pero una niña de tres años y una loba de tres años eran cosas muy distintas. Si se lo permitía, temía que la bestia que tenía dentro de mí se llevara a otra de las personas que amaba.

No podía dejar que eso sucediera. Necesitaba encerrarme lo antes posible. A las apuradas, busqué mis llaves, me lancé sobre la puerta y entré de golpe.

—¿No deberías estar de fiesta, en busca de un tío? —me dijo Lou. Yo pasé a su lado como una flecha, en dirección a mi habitación—. Quin, ¿qué sucede?

Mientras la puerta de mi habitación se cerraba y yo buscaba el candado del cerrojo que había instalado, perdí el control e hice lo que llevaba años rogando no hacer. Era una tortura. Volví a sentirlo todo.

Me invadió una sensación punzante, que encendió cada uno de mis nervios. Mis músculos se agarrotaron, invadidos por los calambres más dolorosos imaginables. Y, mientras mis músculos se hacían pedazos y se consumían, mis huesos se quebraban por la presión.

Gracias a Dios, en ese momento me desvanecía. Eso era lo que me sucedía cuando era una niña. O, al menos, así comenzaba. En mi infancia, me desmayaba en un lugar y me despertaba desnuda y cubierta de sangre en otro.

A menudo, mi padre analizaba la sangre, para asegurase de que no fuera humana. Nunca lo era. Sin embargo, de vez en cuando, aparecían fotos de gatos que habían desaparecido cerca de nuestra casa, al norte del estado de Nueva York.

Los vecinos sabían todo sobre mí y sospechaban, pero no podían estar seguros. La única persona que me había visto transformándome era mi padre. Recién cuando determinó que ni yo ni mi loba éramos peligrosas, volvimos al piso de Manhattan, en donde había muerto mi madre.

Sin embargo, esa vez, la transformación no fue como las que había tenido de niña. Me desperté en la oscuridad de mi habitación. Era como una de esas experiencias en las que te despiertas y te das cuenta de que no puedes mover el cuerpo. Estaba consciente. Completamente consciente. Pero estaba caminando en mi habitación, muy cerca del suelo, como si me hubieran sacado a pasear.

Por mucho que lo intentara, no podía detenerme. Veía imágenes sucesivas de mi cómoda pasar ante mis ojos como flashes y percibía los sonidos a mi alrededor. Escuché un jadeo salvaje. ¡Oh, no! Era yo. Yo era el monstruo.

El mecanismo que había tenido que desarrollar para aceptar quién era había sido convencerme de que yo no era esa y esa no era yo. No había sido yo quien había matado a mi madre, había sido mi loba. Ella era peligrosa y despiadada. Yo no lo era.

Y, sin embargo, ahí estaba, contradiciendo todo en lo que había tenido que creer para mantenerme cuerda. Estaba despierta, pero no tenía el control. Percibí el mundo que me rodeaba como si fuera mi mundo.

—Quin, ¿te encuentras bien? —dijo una voz apenas perceptible, al otro lado de la puerta.

Como si la hubieran prendido fuego, mi loba se volvió loca. Se lanzó sobre la puerta y la atacó, como si luchara por atravesarla.

—¡Oh, no! No cerré el candado —recordé, mientras el terror me inundaba.

Tan pronto como lo dije, mis ojos se fijaron en el pomo de la puerta, y la loba gateó hasta ahí. Me había oído y estaba luchando por salir. Si salía, mataría a Lou. No tenía dudas. Mataría a todo lo que se le cruzara hasta que alguien la matara a ella o lograra escapar.

Mi peor pesadilla se estaba volviendo realidad. Por eso me había encerrado y no había querido salir al mundo. Era todo a lo que siempre le había temido.

Un momento… Me había oído. Por eso se había dirigido al pomo de la puerta. Si me había oído decir eso, tal vez…

—¡Detente! No vas a atacar a mi amiga. ¡No le vas a hacer lo que le hiciste a mi madre!

Como si se hubiera paralizado, se detuvo. Quieta, la tristeza invadió mi mente. Sin embargo, no era yo quien la sentía. Era la loba. Estaba pensando en lo que le había hecho a mi madre. Sintió arrepentimiento. De alguna manera, entendí que no había sido su intención. Y, como si el recuerdo de esa tragedia la hubiera calmado, se alejó despacio de la puerta y gimió.

Mi loba estaba llorando. Sabía cuánto había perdido ese día, igual que yo. También sabía que había sido su culpa. Ambas habíamos crecido sin una madre debido a eso. Mi loba no había querido matarla. Había actuado impulsivamente, y habían ocurrido cosas imprevistas.

Sin que se lo pidiera, mi loba se acercó al espejo de cuerpo entero. Estaba oscuro, pero sus ojos eran más sensibles que los míos. Pude ver su reflejo con claridad. Yo tenía veinte años, recién entraba en la adultez. La loba que me devolvía la mirada era mucho mayor.

Hasta ese momento, solo la había visto en un video. Era una loba mucho más joven en ese entonces. Esta se veía más tranquila e incluso tal vez un poco más sabia que la que había visto caminando de un lado al otro en la habitación de seguridad de mi padre. ¿Sería distinta a la que había aterrorizado mi mundo hacía tantos años?

Tal vez lo fuera. Tal vez no conociera a esta loba. Tal vez no me conociera a mí misma. ¿Quién sería si no tuviera miedo de en lo que me convertiría?

 

 

Capítulo 2

Cage

 

¡Vaya! Nunca había sentido algo así en mi vida. Apenas podía contenerme mientras miraba a Quin. No podía apartar mis manos de ella. Podría haberme quedado con ella en esa fiesta toda la noche. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía vivo.

Volver a la realidad fue muy duro. Cuando recibí el mensaje de Tasha, fue como si se abriera el piso debajo de mí. Quería quedarme con Quin. Quería ver hasta dónde llegaríamos. Pero le había prometido a Tasha que la llevaría a cenar, sin importar si ganábamos o no el partido. Yo siempre cumplía con mis compromisos y tenía uno con ella.

—Quería hablarte de algo —dijo Tasha, rompiendo el silencio mientras caminábamos.

—¿De qué?

Tasha me miró entusiasmada y se sonrojó. Era inusual que exhibiera sus emociones. Normalmente, llevaba consigo una nube tóxica, que infectaba a todos a su alrededor.

Daba por sentado que ella no era feliz con su vida. Claramente, yo era parte de su insatisfacción. Pero, cada vez que trataba de hablar con ella al respecto, me acusaba de intentar arruinar la buena relación que teníamos.

¿De qué buena relación hablaba? Ella no era feliz. Yo no era feliz. Y nunca teníamos sexo.

—¿Te acuerdas de Vi? —me preguntó, entusiasmada.

—¿Tu mejor amiga, con la que estás todo el tiempo? Sí, la recuerdo.

—No tienes que decirlo así.

—Me has preguntado si recuerdo a la chica de la que te la pasas hablando.

—¿Por qué quieres iniciar una pelea? Estoy tratando de hacer algo bonito para ti.

Me contuve y respiré hondo. Estaba tenso. No había querido dejar a Quin, pero lo había hecho por Tasha. De todas formas, probablemente era lo mejor. La forma en la que me hacía sentir solo podía llevarme a tomar decisiones de las que luego me arrepentiría.

Tenía que tener en mente las cosas que importaban. Había trabajado toda mi vida para jugar en la Liga Nacional de Fútbol Americano. Estar con una chica como Tasha me ayudaría a vender la imagen de tío perfecto para poder ser el rostro de un equipo. O al menos eso decía mi padre. Él había soñado con que yo jugara al fútbol americano desde antes que yo. No podía defraudarlo.

—Lo siento. Creo que todavía estoy cansado por el partido. Eso me pone gruñón.

Tasha sonrió.

—Estás perdonado —dijo, y pasó los brazos alrededor de los míos—. Y creo que tengo algo que te va a hacer sentir mejor.

—Muy bien —dije, y logré una sonrisa—. ¿Qué es?

—Bien, recuerdas que hemos estado hablando de subirle un poco el tono a las cosas… en la cama…

Miré a Tasha con sospecha. Lo de subirle el tono a las cosas era algo que había mencionado ella y, cuando lo había hecho, me había parecido que tenía algo específico en mente que no había dicho.

—Lo recuerdo.

—He hablado con Vi…

—Ajá… —dije, confundido.

—He hablado con Vi y le he preguntado si le gustaría estar con nosotros cuando estemos… juntos. Y me ha respondido que sí —dijo Tasha, exultante.

Me detuve y la miré. Me tomó un segundo comprender lo que estaba diciendo.

—¿Te refieres a hacer un trío?

—Sí —dijo ella, y se puso colorada como un tomate.

—¿Por qué has hecho algo así, Tasha?

—¿A qué te refieres?

—¿Por qué has invitado a alguien a nuestra cama… y sin hablarlo conmigo primero?

—Pensé que estarías contento. ¿No es lo que todos los tíos quieren? ¿Estar con dos mujeres hermosas al mismo tiempo?

—No todos los tíos. Y, si me hubieras preguntado, te habría dicho que a mí me gusta estar con una sola mujer… si me hubieras preguntado.

—Pensé que te gustaría —dijo, desconsolada.

—Bueno, no. Y ni siquiera entiendo por qué lo has sugerido.

—Tal vez sea porque ya nunca tenemos relaciones sexuales.

—¿Y eso es culpa mía? Eres tú la que está todo el día con Vi.

—¿Qué dices?

—Digo que no soy yo el que no quiere tener sexo.

—Eso no es tan evidente.

—Si eres tan infeliz, quizá no deberíamos seguir juntos.

Tasha se quedó paralizada, mirándome.

—¿Por qué dices eso? ¡¿Por qué dices eso?!

—¿No es obvio?

—No. Estamos destinados a estar juntos. Yo seré la esposa perfecta para ti. Lo sabes. Vas a conseguir que te recluten y te vas a convertir en el mariscal de campo de un gran equipo de la NFL, y yo me ocuparé de la casa y haré trabajo de caridad. Ya hemos hablado de esto, amor. Nuestro futuro está decidido.

Tenía razón. Habíamos hablado del tema y eso era exactamente lo que habíamos decidido. Pero, ahora que estaba en mi último año y no podía postergar más la entrada al sistema de reclutamiento de jugadores, comenzaba a dudar. Sin embargo, no era su culpa. Y no tenía que desquitarme con ella.

—Tienes razón. Lo siento, Tasha. Estoy de mal humor hoy. Pero, por favor, no volvamos a hablar de tríos, ¿de acuerdo?

Apenas lo dije, vi que la luz de los ojos de Tasha se apagaba.

—De acuerdo —accedió, y continuamos la caminata hacia el restaurante en silencio.

 

—Te dije que no tomaras esa clase, Rucker.

—Pero es un tema que me interesa, entrenador —intenté explicarle por milésima vez.

—¿Introducción a la Educación Infantil? ¿Para qué necesita el mariscal de campo de los Dallas Cowboys o los L. A. Rams una clase sobre educación infantil? —me preguntó el entrenador, muy enojado.

—Mire —le dije, cuando finalmente perdí la calma—. Me he anotado en todas las clases que me ha indicado, sin importar si quería hacerlo o no. He asistido a todos los entrenamientos que ha programado, y he trabajado hasta vomitar…

—Y mira dónde estás gracias a eso. Tienes una gran posibilidad en un año en el que el reclutamiento es muy competitivo. Deberías agradecerme lo mucho que te he presionado.

Me contuve y respiré hondo.

—Y se lo agradezco. Pero necesito tomar al menos una clase para mí.

—Pero ¿por qué esa?

—Es algo que me interesa.

—Y, sin embargo, no has asistido a una sola clase desde el comienzo del año…

—Porque comienza veinte minutos después de que finaliza el entrenamiento. Pensé que podría ir corriendo cuando terminara de entrenar. Pero, a veces, la práctica se extiende, o tengo que tomar un baño de hielo. A veces estoy demasiado cansado.

—Bueno, deberías haberlo pensado antes de elegir esa clase, porque esa profesora no es muy comprensiva con los desafíos de los atletas. Esa profesora cree que debes asistir a clase y pasar los exámenes para aprobar. Y, si no apruebas esa clase, no podrás jugar en la primavera. Y, si no juegas, el equipo no ganará y nadie te reclutará.

—Ya lo he entendido. Comenzaré a ir a clase.

—Eso no es todo. Vas a tener un tutor. Te buscaremos a alguien. ¿Cuándo es tu próxima clase?

Levanté los ojos hacia el reloj en la pared de la oficina del entrenador.

—Ahora mismo.

—Entonces mueve tu culo y ve.

—Es en el otro extremo del campus. Para cuando llegue, solo quedarán cinco minutos de clase.

—Supongo que tendrás que correr, ¿no?

—Pero acabamos de hacer veinte minutos de carreras en velocidad.

—No contestes, solo corre. Lo digo en serio. ¡Vamos, vamos, vamos!

Cuando salí de la oficina, hice lo que me había dicho y comencé a correr. Me había quitado las hombreras, pero todavía llevaba los botines, la camiseta de compresión y los pantalones acolchados. La clase era en el tercer piso de un edificio al otro lado del campus. No tenía tiempo para cambiarme.

No sabía cómo había hecho para meterme en ese lío. En realidad, sí lo sabía. Había sido mi acto de rebeldía. Sabía que la clase estaba muy pegada al entrenamiento, pero había creído que me daría una excusa para irme temprano. Me había equivocado. Y ahora todo mi futuro dependía de esa clase.

Entré al edificio y subí las escaleras casi sin aliento. Por suerte, el estruendo de mis botines metálicos contra el concreto tapaba el sonido de mis jadeos. No había manera de que me colara silenciosamente en la parte de atrás de la clase. Cuando abrí la puerta del salón, todos se dieron vuelta para mirarme. Tenía clavados los ojos de cincuenta estudiantes y una profesora enojada.

—Lo siento. Continúe, por favor —dije, entre la dificultad para respirar y la humillación.

Me senté en el primer lugar disponible y apoyé mi cabeza en el escritorio para recuperar el aliento. Tenía ganas de vomitar de nuevo, pero no iba a dejar que eso sucediera.

Cuando me recuperé, me senté y me di cuenta de que no había tomado mi mochila del casillero. Tampoco tenía un cuaderno para esa clase. Hacía mucho que había renunciado a la idea de asistir. Pero me hubiera gustado tener algo delante de mí para no parecer un idiota.

Saqué el teléfono e hice lo que pude para que pareciera que estaba tomando notas. No lo estaba haciendo, porque no entendía nada de lo que la profesora decía. Sin embargo, parecía que el resto sí entendía. Todos estaban enfocados en la mujer que estaba de pie frente a la clase. Es decir, todos estaban prestando atención, excepto una persona. Y, cuando la vi, me quedé sin aliento.

Era Quin y me estaba mirando. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, pero ella apartó los ojos. Sentí un hormigueo que me recorría el cuerpo. Pude escuchar cómo se aceleraba mi respiración.

Solo verla me generaba algo. Tenía una segunda oportunidad con ella y no iba a dejar que se escurriera de mi vida otra vez.

—Eso es todo por hoy. La clase que viene tomaré un examen sobre lo que vimos en las últimas dos semanas. Estudien —dijo la profesora, antes de poner su atención en mí—. Señor Rucker, ¿puede acercarse un momento?

No me lo esperaba. Peor aún, Quin estaba sentada en el lado opuesto del salón, que tenía otra salida. No me estaba mirando y se iría antes de que pudiera pedirle que me esperara.

—Señor Rucker —me volvió a llamar la mujer de rasgos asiáticos y cabello gris.

—Ya voy —le dije, sin perder de vista a Quin, que se acercaba a la salida.

Avancé rápido en contra de la corriente de alumnos y me acerqué a la profesora mientras borraba la pizarra. Se tomaba su tiempo y me estaba matando. Cuando Quin desapareció al otro lado de la puerta, mi corazón se hundió. La había perdido de nuevo y me sentí como una mierda.

—Llegar cinco minutos antes del final de la clase no se considera asistir. Al menos no según mis reglas.

—Lo sé. Y lo siento mucho. Vine corriendo después del entrenamiento. Pero le prometo que, de ahora en adelante, no llegaré tarde.

—Me han dicho que debe aprobar esta clase para poder jugar la próxima temporada.

—Es así, profesora.

—Entonces debería tomarse la clase un poco más en serio.

—Le prometo que lo haré… de ahora en adelante.

—Si no quiere estar aquí…

—Quiero estar aquí.

—¿Por qué? —me preguntó, con sinceridad.

—Porque es una materia que me interesa mucho. Siempre he querido enseñar a niños.

—¿Y el fútbol americano? Me han dicho que tiene una carrera profesional prometedora.

—El fútbol es algo en lo que soy bueno. Es una bendición. Pero no es…

No terminé la oración. Las repercusiones que tendría eran más de lo que podía comprender en ese momento.

—Bueno, si se va a tomar en serio esta clase, tiene mucho con lo que ponerse al día.

—Me doy cuenta de eso y estoy dispuesto a trabajar muy duro. Voy a tener un tutor.

—¿Sí?

—Sí. De hecho… —comencé. Había tenido una idea—. ¿Podríamos retomar esta conversación la próxima clase? Le prometo que llegaré a horario.

—Espero que así sea. Recuerde que la asistencia es un requisito.

—Lo sé. Lo tengo presente. Aquí estaré. Lo prometo —le dije, mientras trotaba hacia la puerta haciendo mucho ruido con mis botines contra la alfombra.

Cuando salí al pasillo, miré en ambas direcciones en busca de ella. No la veía. ¿Adónde habría ido tan rápido?

La mayoría de los estudiantes estaban bajando por las escaleras. Troté en esa dirección y me uní a ellos. Estiré el cuello, pero no la veía. Cuando empezaba a odiarme por no haberme marchado antes, vi una espalda que solo podía ser la de Quin. Estaba saliendo de las escaleras en la planta principal.

—Disculpa. Lo siento —dije, mientras me abría paso a los empujones.

Solo logré adelantarme unos pocos metros y, para cuando llegué, de nuevo no se la veía por ningún lado.

Miré en todos los salones de clases mientras pasaba corriendo, pero no la vi. Estaba a punto de darme por vencido, pero, cuando abrí la puerta del edificio, vi su figura sexy alejándose. Me inundó una ola de calor. Se sintió como un rayo de sol en un día nublado.

Me acerqué trotando y reduje la velocidad cuando estaba a unos metros de distancia. No podía perder la calma solo porque estaba a punto de hablar con la chica más guapa que había visto en mi vida. Tenía que al menos fingir que darle un beso no era lo único en lo que había estado pensando desde el momento en que nos habíamos conocido.

—¿Quin? —dije, lo más relajado que pude.

Se detuvo y se dio la vuelta. No parecía tan feliz de verme como yo de verlo a ella. Me provocó una punzada en el pecho, pero la hice a un lado.

—Me parecía que eras tú. ¿Cómo has estado? ¿Has ido a alguna buena fiesta desde la última vez que nos vimos? —le pregunté, con una sonrisa.

Como no contestaba, agregué:

—Soy Cage. Cage Rucker. Nos conocimos en la fiesta de la fraternidad Sigma Chi.

—Sé quién eres —me dijo, nada feliz de verme. ¡Ay! De vuelta esa la punzada de dolor—. ¿Cómo está Tasha? Así se llama tu novia, ¿verdad?

—¿Tasha? Ah, sí. Bien. Ella está bien. Eh… ¿he hecho algo que te haya molestado? Si lo he hecho, lo siento —dije. Estaba desesperado por verla sonreír.

Quin me observó con una mirada de frustración, y luego cedió.

—No. No has hecho nada mal. No me hagas caso. Solo he pasado una mala noche.

—¿No has dormido bien?

—Algo así. O tal vez solo soy una tonta, no lo sé.

—¿Tú? ¿Una tonta? No me lo creo —le dije, con una sonrisa.

Me miró fijo de nuevo. Sentía que estaba examinándome el alma.

—¿Por qué has dicho eso?

—No lo sé. Supongo que porque pareces muy inteligente.

Suavizó la intensidad de su mirada.

—No soy inteligente para las cosas que importan —dijo, y retomó el paso.

La alcancé.

—No creo que eso sea verdad. De hecho, apuesto a que sabes mucho de Introducción a la Educación Infantil. Apuesto a que eres de las mejores de la clase.

Al escucharlo, Quin me miró.

—Lo eres, ¿verdad?

Luego, apartó la mirada.

—Pero mira nada más. Muy bien. Entonces lo que diré a continuación será menos incómodo. Resulta que necesito que me vaya bien en esa clase para poder seguir jugando al fútbol americano y, en última instancia, entrar al sistema de selección de la NFL. Pero, como no he asistido a clase, estoy un poco atrasado. Necesito una tutora. El equipo te pagará por hacerlo.

—No puedo ser tu tutora —dijo, con desdén.

—¿Por qué no?

—Simplemente no puedo. Lo siento.

—Bueno. ¿Y si hago que la oferta sea un poco más tentadora?

—¿A qué te refieres?

—Cuando estábamos en la fiesta, me dijiste que no eras muy sociable, lo que me cuesta creer, porque parecías muy cómoda hablando con mis amigos.

—Solo estaba cómoda porque…

—¿Por qué? —le pregunté, deseando que dijera que porque estaba conmigo.

—Por nada.

—Bueno, si estás dispuesta a ayudarme con lo que se te da bien, yo podría ayudarte con lo que se me da bien a mí.

—¿Ser una estrella de fútbol americana que todos quieren?

—En primer lugar, ¡ay! Y, en segundo lugar, soy un poco más que eso.

—Lo sé. Lo siento. ¿Ves? No soy buena para esto —exclamó Quin.

Tomé su mano, intentando lucir relajado. Traté de fingir que era algo que hacía siempre que hablaba con otra persona, pero la verdad era que me moría de ganas de tocarla.

—Sí que eres buena. O puedes serlo. Déjame ayudarte. Sé que puedo. Y, una vez que hayamos terminado, serás una estrella del fútbol que todos quieran, como yo —le dije, con una sonrisa.

Quin se echó a reír. Sentí un cosquilleo tan fuerte que pensé que se me caerían los dientes.

—¿Qué dices?

Quin me miró fijo, pensativa. En ese momento, sucedió algo extraño. Me pareció que sus ojos se volvían más profundos y me atravesaban.

Se sentía como si me estuviera mirando el alma. Y, mientras lo hacía, algo se encendió en mí. No podía explicar lo que estaba sucediendo.

¿Ella también lo sentía? ¿O era ella quien lo generaba? ¿Qué estaba pasando entre nosotros? Fuera lo que fuera, me dejó sin aliento.

Cuando finalmente relajó la mirada, inhalé con desesperación. Apartó su mano de la mía, no de manera sutil. La cabeza todavía me daba vueltas, pero me pareció que estaba tratando de marcar los límites. Muy bien, yo podía respetarlos.

—De acuerdo —dijo, con incertidumbre en los ojos.

—¿De acuerdo? —repetí. Todavía me estaba recuperando.

—Está bien —confirmó, y una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro.

—Escuché que hay un examen pronto —le dije, ya más tranquilo.

—Es en dos días y cubre lo que hemos visto en las últimas dos semanas.

—Suena a que es mucho.

—Lo es —me confirmó.

—Me parece que nuestras clases particulares deberían comenzar de inmediato —sugerí, porque, de pronto, quería pasar cada segundo con ella.

—¿Qué tal esta noche? Prepararé un plan de estudio y partiremos desde ahí.

—¿Un plan de estudio? Eso suena muy serio.

—Lo es. Y tú también deberías tomártelo en serio si quieres aprobar el examen.

—Lo haré.

Quin vaciló.

—¿No tienes planes con tu novia o algo de eso?

Que me recordara a Tasha fue como un baldazo de agua fría para el entusiasmo desenfrenado que me generaba la idea de pasar la noche con ella. Mi sonrisa se apagó.

—Aunque tuviera algún plan, lo cancelaría. Aprobar la materia y jugar al fútbol americano son mis prioridades. Ella lo entendería.

—Bueno. Te veré esta noche, entonces.

—¿Me das tu número? —le pregunté. No iba a dejar pasar la oportunidad de nuevo.

—Sí. Dame tu teléfono.

Se lo di y él marcó su número. Un segundo después, sonó el teléfono en su mochila.

—Sabes dónde vivo. Te enviaré un mensaje con el número de apartamento y la hora —dijo Quin, muy profesional.

—¿Entonces lo haremos en tu apartamento?

—A menos que tengas un lugar mejor. Supongo que podríamos ir a la biblioteca, pero no nos van a permitir hablar mucho.

—No, tu apartamento será perfecto. No puedo esperar.

—¿No puedes esperar para estudiar? —me preguntó, recordándome que no era una cita.

—Por supuesto. Me apasiona la Introducción a la Educación Infantil. Todo el mundo lo sabe.

Quin se echó a reír e hizo que se me derritiera el corazón.

—Nos vemos más tarde, Hoyuelos —dijo, con una sonrisa, antes de darse la vuelta y alejarse. ¡Joder! Estaba en problemas.

 

 

Capítulo 3

Quin

 

¿«Nos vemos más tarde, Hoyuelos»? ¿Realmente lo había dicho? ¿En qué había estado pensando? ¿En qué había estado pensando al aceptar su propuesta?

Me había quedado muy corta al decir que había pasado una mala noche. Había estado atrapada e indefensa en el cuerpo de mi loba durante horas. La tortura había terminado recién cuando ambas nos habíamos quedado dormidas.

Por la mañana, no me desperté cubierta de sangre y no estaba en un lugar desconocido. Estaba en mi cama, en mi habitación. Sí, la puerta estaba toda marcada por las garras de mi loba. Pero no estaba abierta, aunque era evidente lo cerca que había estado de salir.

Si lo hubiera intentado una vez más, lo habría logrado. Se habría liberado, y quién sabe qué habría pasado. Sin embargo, no lo había hecho. Ni siquiera había hecho un último intento.

Y, además, pasé toda la mañana con la sensación de que ella no se había ido del todo. Sentía como si la tuviera sobre el hombro, mirando todo lo que hacía. Fue ella quien me dijo que Lou se había ido en medio de la noche. Hasta me dijo la hora a la que se había marchado. No sabía cómo, pero mi loba lo sabía.

Al ver a Cage entrando al salón de clases, sentí como si sus orejas se levantaran. Parecía que a ella le gustaba Cage incluso más que a mí.

Sin embargo, no estaba a merced de sus deseos. Y yo conocía a su novia, ella no. Por eso, no había forma de que me metiera ahí, sobre todo si tenía en cuenta lo que él y su novia habían generado en mí.

Estaba dispuesta a alejarme de Cage y a no volver a verlo nunca más. Pero él me había perseguido y me había hecho la propuesta. La razón por la que había dicho que sí no tenía nada que ver con lo que quería mi loba. Tampoco tenía nada que ver con esa extraña conexión que había sentido cuando lo había mirado a los ojos.

Había aceptado porque Harlequin Toro se había ido al medio de la nada, en Tennessee, con un propósito: descubrir cómo tener una vida. Sabía que no tendría una junto a Cage. Pero, mientras caminaba por la fiesta con él, me sentí más relajada de lo que me había sentido en una situación social en toda mi vida.

Necesitaba saber cómo sentirme así por mi cuenta. Y, cuando lo había mirado a los ojos, algo me había dicho que él podría ayudarme. ¿Cómo me había dado cuenta? No lo sabía. Pero estaba segura.

¿Podría haber sido mi loba, jugando con mi mente para lograr su vil propósito? Era una posibilidad. Acababa de conocerla. Hasta ese momento, solo había escuchado historias acerca de ella. De todas formas, no lo creía. Con Cage sucedía algo más. No podía ni siquiera empezar a adivinar qué era.

Fuera lo que fuere, me empujaba hacia él. No era solo su apariencia sexy, aunque todavía no había superado eso. Seguía pareciéndome un dios magnífico. Pero… Había algo más.

Sucedía algo que no podía identificar. Algo me había dicho que aceptara su oferta. Y, una vez que lo había hecho, mi loba había perdido el control. No de una manera peligrosa. Más bien de una manera que me había hecho sonreír.

—Lou, ¿has vuelto? —pregunté, cuando volví al apartamento y la encontré ahí, con aspecto de estar exhausta.

—¿No debería?

Estaba sentada en la mesa del comedor. Lucía aterrorizada, pero trataba de parecer valiente. Cuando me di cuenta de lo mucho que la había asustado, me invadió la tristeza. Por primera había sido testigo de cómo sonaba mi loba cuando intentaba atrapar a alguien. Era aterrador.

Si hubiera sido yo la que hubiera escuchado los arañazos en la puerta mientras la bestia trataba de alcanzarme, probablemente no hubiera regresado nunca. Y, sin embargo, ella estaba ahí. ¿Por qué había vuelto? ¿Por qué alguien volvería después de conocer esa parte de mí?

—No, está bien que hayas regresado. Esta es tu casa… ¿Debería marcharme? —le pregunté. De pronto me di cuenta de que tal vez había regresado para reclamar el apartamento.

—¿Deberías?

—No lo sé. ¿Debería?

—Bien, creo que estamos caminado en círculos —dijo. Lo estaba manejando muchísimo mejor de lo que yo lo hubiera hecho—. Mira, sé que me contaste acerca de lo que eres. Pero me dijiste que no habías tenido un episodio en años. Me dijiste que se te había pasado.

—Creía que se me había pasado —le dije, y me senté en una silla frente a ella.

—Entonces, ¿qué fue lo de anoche?

—No lo sé.

—¿Fue por la luna llena?

Escuché que mi loba gruñía ante la sugerencia.

—¡No! —solté. Tan pronto como lo dije, dudé—. Al menos no lo creo.

—Bueno, llevas meses viviendo aquí, y esa no fue la primera luna llena.

—No lo fue. ¿Verdad?

—Entonces, ¿qué fue diferente esta vez? —me preguntó Lou, como si estuviera más preocupada por mí que por ella.

Pensé en su pregunta. ¿Qué había sido diferente? No estaba segura, pero tenía una idea. Saqué el teléfono de mi bolso y encontré la foto de la noche anterior. Lo puse sobre la mesa, entre ambas.

—¿Quién es ese tío?

—Se llama Cage. Lo conocí en la fiesta a la que fui.

—¿Por qué te ves tan… devastada?

—Porque la que tomó la foto fue su novia.

Los ojos de Lou se encontraron con los míos.

—Oh, Quin, lo siento tanto. Fue mi culpa, ¿verdad? Te manipulé para que fueras a la fiesta, y terminaste con el corazón roto y… una recaída.

—Nada de esto ha sido tu culpa. Pero, incluso si lo fuera, no ha pasado nada. Nadie salió herido.

—No es verdad, Quin. Tú resultaste herida.

No super qué responder. Quería negarlo, pero era cierto. ¿Había sido por eso que me había transformado? ¿Mi loba había salido para protegerme? Y si hubiera sido así, ¿qué habría hecho una vez liberada? No quería ni pensarlo.

—No puedes estar aquí esta noche…

Las yemas de los dedos de Lou presionaron el vaso, con miedo.

—¿Va a suceder de nuevo?

—¡No! No lo creo, al menos. No. Es que va a venir alguien.

—¿Quién?

—Cage.

Lou abrió la boca, confundida.

—Viene a estudiar, nada más. Voy a ayudarlo con una clase a la que ambos asistimos.

—¿Compartes una clase con él?

—Eso parece. Hoy ha sido la primera vez que ha ido. Estaba vestido con el uniforme de fútbol americano —dije, y no pude evitar que se me dibujara una sonrisa en el rostro.

—¿Con esas prendas muy ajustadas que usan?

—Así es —dije, mientras sentía que me ardía el rostro.

—¡Oh! No viene solo a estudiar, ¿verdad?

—Viene nada más que a estudiar —dije, y volví a la tierra—. Necesita aprobar la clase para poder jugar al fútbol el próximo semestre, y me pidió que le dé clases particulares.

—Entonces, ¿ha depositado toda su vida en tus manos poderosas y delicadas?

Me las miré y me pregunté qué querría decir con eso.

—No es tan así… Pero más o menos.

—Oh, Dios mío, se van a besar.

—¿Qué dices? No, no nos besaremos. —Mientras lo decía, sentí la excitación que corría por mi loba—. ¡No! Tiene novia —dije, para que lo oyeran todas las presentes.

—Quizá quiere que te unas a ellos.

—No haría eso —dije, firme.

—¿O sea que vamos a tener que hacer que se separen? —preguntó Lou, de vuelta con el destello de malicia en los ojos.

—¡No! Tampoco haremos eso.

—No vas a comértela, ¿verdad? —me preguntó, dudosa.

—¡No! No haré nada de todo eso. Si él quiere estar con ella… está bien. Me parece bien.

—¿Te ha dolido mucho decirlo? —me preguntó. De pronto, me miró con compasión.

Me tomé un momento y permití que las palabras se asentaran en mí.

—Muchísimo. Pero tendrá que ser verdad. No quiero estar con alguien que no quiere estar conmigo.

—Eres mejor persona que yo —dijo Lou, con resignación.

—No sé si mejor, pero mucho más solitaria.

—¡Ohhh! —exclamó Lou, con empatía en la mirada. Luego de un momento, se levantó y me abrazó. Con sus brazos todavía alrededor de mí, me dijo—: Este chico va a ser nuestra perdición, ¿no es así?

—Probablemente.

—Bueno, pero cuando esa cosa que apareció anoche me esté despedazando, tienes que prometerme algo —dijo Lou, como quien no quiere la cosa.

—¿Qué cosa?

—No en la cara, Bichito. No en la cara.

Me eché a reír, mucho más aliviada.

 

 

Capítulo 4

Cage

 

Podía hacerlo. Podía pasar el rato con Quin sin enamorarme perdidamente de ella y arruinar mi vida entera para estar juntos. Estaba seguro de que podía hacerlo. Sin embargo, cuanto más se acercaba el momento del encuentro, más claro se volvía que la decisión no iba a ser mía.

¿Cómo era posible que los otros chicos no vieran lo que yo veía? No lo entendía. Era hermosa y su torpeza era adorable. Quería pasar los dedos por su cabellera oscura y ondulada hasta perderme en ella.

Y esos ojos. Esos ojos conmovedores y eléctricos. De solo pensar en ellos me ponía duro. ¿Cómo era capaz de provocarme eso?

Era como… ¿qué era los que los animales liberaban para atraer a una pareja? ¿Feromonas? Era como si ella liberara feromonas y no hubiera nada que yo pudiera hacer para resistirme.

No debería haberle pedido que me ayudara con la clase. Probablemente era la última persona a la que debería habérselo pedido. ¿Cómo haría para concentrarme teniéndola al alcance de mi mano? Había sido un grave error. Pero no podía esperar. Y nunca en mi vida el tiempo había pasado más lento.

En lugar de conducir de ida y de vuelta a casa, esperé en la sala común hasta la hora del encuentro. También podría haberme quedado con Tasha, ya que vivía en el mismo edificio que Quin. Pero lo más probable era que estuviera con Vi.

Eran inseparables. No me extrañaba que me hubiera propuesto que tuviéramos sexo con ella. Hacían todo juntas. ¿Por qué no también follar?

Una vez que la dolorosa y larga espera terminó, me apresuré a cruzar el patio. Me metí en el edificio mientras alguien salía, subí las escaleras de dos en dos y llamé a la puerta. Escuché un poco de revuelo en el interior y, luego, una voz que no conocía dijo:

—Solo quiero verlo.

La puerta se abrió.

—Hola —le dije a la chica de aspecto travieso que estaba frente a mí.

—Soy Lou, gusto en conocerte —dijo, sin estirar la mano ni invitarme a pasar.

—Cage.

—¿La estrella del fútbol americano? —preguntó, sonriendo.

—Supongo que sí. ¿Está Quin?

—Sí. Pero primero, tengo dos preguntas. ¿Cuáles son tus intenciones con mi amiga? Y, ¿dirías que te gustan más los perros o los gatos?

—¿Qué?

—¡Lou! —gritó Quin, detrás de ella. Luego, empujó a su compañera de cuarto y se colocó entre nosotros dos—. Lo siento —dijo—. Lou se estaba yendo.

El cuerpo de Quin estaba muy cerca del mío.

—Está bien. Lou, te invitaría a quedarte y pasar el rato con nosotros, pero tenemos que repasar todo lo que han visto en dos semanas… A menos que Quin crea que podemos hacer ambas cosas…

—No podemos hacer ambas cosas, y Lou ya se estaba yendo. Adiós, Lou.

—Nos vemos —dijo Lou. Pasó a mi lado a los empujones, dejando que Quin me invitara a entrar.

—Lo siento. Tiene buenas intenciones.

—Siempre es bueno tener una amiga que te cuide.

—Sí. Bienvenido a mi apartamento.

Miré a mi alrededor.

—¿Así es como vive la otra mitad?

—¿A qué te refieres?

—Los apartamentos de Plaza Hall son bastante lujosos.

—Pero tu novia también vive en este edificio, ¿o no?

—Sí, pero eso no lo hace menos lujoso. Además, ella tiene dos compañeras de piso y tiene que compartir el dormitorio. Este lugar es más bonito que mi casa.

—¿Vives en la casa de la fraternidad?

—No. No soy miembro. Lo sé, ¿dónde se ha visto un jugador de fútbol americano que no pertenezca a Sigma Chi? Pero la vida de fraternidad estaba fuera de mi presupuesto.

—¿Dónde vives? —me preguntó Quin, mientras me acompañaba al sofá de la sala de estar.

—En casa, con mi padre.

—¿Y no con tu mamá? —me preguntó. Tomó algunos libros y se sentó a mi lado.

—Mi mamá murió cuando yo nací.

Quin se quedó paralizado.

—Lo lamento mucho.

—No hay nada que lamentar. Fue hace mucho tiempo.

—O sea que siempre han sido solo tú y tu papá.

—Sí. Y a veces solo yo.

—¿A qué te refieres?

—Nada. Deberíamos empezar a estudiar. Tengo la sensación de que es mucho material —le dije, para cambiar de tema.

Aunque no había conocido a mi madre, el tema seguía siendo delicado para mí. Sobre todo, debido a mi padre. Nunca me lo había dicho, pero me parecía que haberla perdido había sido un golpe duro para él. O eso era lo que yo creía.

Lo primero que Quin hizo fue mostrarme el diagrama de actividades más organizado que había visto en mi vida.

—Esto es lo que vamos a tener que cubrir antes del jueves —dijo, y se puso manos a la obra.

La seguridad con la que hablaba casi lograba sacar mi atención de su rodilla, que se movía a centímetros de la mía, con el libro de texto encima. O del aroma que percibía cuando se inclinaba para señalarme algo en la página opuesta. Ese olor dulce hacía que mi polla se endureciera. Lo único que podía hacer para ocultarlo era doblarme hacia adelante.

—Estás muy inclinado, ¿te duele la espalda?

—¿La espalda? Sí. Por eso me inclino, porque me duele la espalda. Necesito mantenerla estirada. Por el entrenamiento, ¿sabes?

—Si quieres, podemos pasarnos a la mesa… Las sillas tienen un poco más de apoyo —sugirió Quin, muy dulce.

—Sí, tal vez eso sea lo mejor.

Estaba a punto de levantarme cuando me di cuenta de que todavía tenía una gran erección.

—Eh, quizás en un momento.

—Te duele mucho la espalda, ¿no?

—Sí, me duele mucho.

—Lo siento tanto. Deberías haberlo mencionado antes. Espero que no te suene muy raro, pero puedo hacerte unos masajes si quieres. He aprendido por mi cuenta hace algunos años. No he tenido muchas oportunidades de practicar, pero creo que soy bastante buena.

—Mmm…

—Lo siento, ¿es raro? Ofrecerme a hacerte masaje es extraño, ¿verdad? —dijo Quin, palideciendo frente a mis ojos.

—No, no es para nada raro. Me encantaría que lo hicieras. Realmente me haría bien… a la espalda.

—¿Estás seguro?

—No sabes cuánto —le dije, con una sonrisa.

—Bien. Entonces…

Quin miró a su alrededor.

—Probablemente estaremos más cómodos en mi cama.

No había forma de que me pusiera de pie.

—Creo que estaremos bien en el sofá.

—Muy bien.

Quin se levantó y comenzó a estirar los dedos.

—Quítate lo que quieras, hasta que te sientas cómodo, y acuéstate.

Sentí un destello de calor en las mejillas. ¿Acababa de decirme que me desnudara? La idea de quitarme la ropa para ella me excitaba tanto que mi polla comenzó a temblar. Solo Dios sabía lo que pasaría si me quitaba los pantalones. No podía hacerlo. Pero podía quitarme la camiseta.

Mientras me la sacaba lentamente, miré a Quin. La manera en la que me estaba mirando me provocó muchas cosas. Iba a tener que pensar mucho en béisbol para no correrme apenas me tocara. Sin embargo, valía la pena el riesgo. Necesitaba sentir sus manos en mi piel. Cuando me acosté y ella se subió encima de mí, fue como tocar el cielo con las manos.

Con Quin masajeando y apretando mis músculos, me perdí. ¡Joder! Qué bien se sentía. Era mejor que tener sexo. Al menos, que el sexo que yo había tenido. Y, después de no mucho tiempo, percibí una sensación familiar, que comenzaba en mis bolas y subía lentamente.

¡Oh, no! Me iba a correr.

—Necesito ir al baño —solté, mientras me sacaba de encima a la pequeña muchacha y la arrojaba sobre el sofá.

Por suerte, sabía dónde estaba el baño, y la puerta estaba abierta. La cerré detrás de mí, me bajé los pantalones lo más rápido que pude y exploté en un orgasmo.

Gemí para no gritar de placer. Atrapé casi todo el semen con la mano y logré evitar que quedara esparcido por el techo. Pero después del orgasmo, comencé a sentirme mareado y me caí de culo. Golpeé el suelo con un ruido sordo.

 

 

Capítulo 5

Quin

 

—¿Estás bien? —pregunté, luego de escuchar lo que sonó como si el toallero se hubiera roto y alguien hubiera caído al suelo.

—¡Estoy bien! —gritó Cage—. Pero creo que rompí algo. Lo siento.

—No te preocupes, sea lo que sea. ¿Estás seguro de que te encuentras bien?

—Sí. Solo necesito un momento.

¿Qué demonios había sido eso? Esa no había sido yo. Yo no les ofrecía masajes a los tíos. No les pedía que se desnudaran para mí. Pero él había emanado un aroma al que no me había podido resistir. No podía decir qué era, pero me hacía pensar en sexo.

Pero, sentada encima de él, lo había asustado. Sabía que lo había hecho. Por eso me había apartado y había salido corriendo al baño como si su cabeza estuviera en llamas.

Tenía que ser ella la que me estaba generando eso. Era mi loba tomando el control. De todas formas, eso era mejor que transformarse y desgarrarle la garganta. Era un avance. Y no era tan extraño ofrecerle un masaje a alguien a quien le dolía la espalda, ¿verdad?

¡Uf! No lo sabía. No sabía nada. ¿Por qué me costaba tanto relacionarme con otras personas? Tal vez me resultara más fácil si le permitía a mi loba hacer lo que quisiera. Nada sería peor que el desastre que acababa de crear.

—¿Estás seguro de que no necesitas ayuda?

—No necesito nada —dijo Cage. Luego abrió el grifo y, finalmente, salió.

¡Joder! Se veía muy bien de pie, sin camiseta, en la puerta del baño. Sus hombros eran musculosos y abultados. Sus pectorales y sus abdominales estaban marcados. ¿Cómo era posible que se vieran sus abdominales si no estaba haciendo fuerza? Solo estaba de pie. ¿Cómo era posible?

Me miró con cara de perro mojado y dijo:

—Lo siento…

—No, yo lo siento —respondí. Me sentía mal por haber cruzado un límite.

—¿Por qué me pides disculpas? —me preguntó, como si no lo supiera.

—Ya sabes, porque…

—Tú estás dispuesta a ser mi tutora en una clase que necesito aprobar para tener la vida que soñé, y yo he hecho que las cosas se pongan raras.

—He sido yo quien ha hecho que la situación se ponga rara. No tú.

—Puede que seas muy buena en lo que haces, pero lo que ha pasado ha sido culpa mía. Volvamos al estudio, ¿vale?

—¿Cómo está tu espalda?

—Mucho mejor, gracias —dijo, mientras tomaba su camiseta y se la ponía—. Has sido de mucha ayuda. Ahora me puedo concentrar. Tengo un poco de sueño, pero me puedo concentrar.

Seguimos desde donde nos habíamos quedado, e hice lo que pude para aquietar los impulsos de mi loba, que estaba muy feliz. Le encantaba estar cerca de Cage. No podía reprochárselo, porque a mí también me encantaba.

Por suerte, a pesar de que teníamos muchos temas que repasar, habíamos avanzado bastante para cuando volvió Lou.

—¿Todavía seguís estudiando? Bueno, cada perro con su hueso, ¿eh? —bromeó Lou.

Cage la miró, incómodo.

—Debería irme.

—No quiero interrumpir —dijo Lou—. Ni siquiera notaréis que estoy aquí.

—O podríamos ir a mi habitación —sugerí.