A LAS ÓRDENES DE DOS AMOS

Isabel dejó caer su equipaje de mano en algún lugar entre primera clase y turista de camino hacia la parte trasera del avión. Había sido de las últimos  nombres de reserva que se habían llamado a este vuelo de dos escalas a París. No hizo mucho caso al hombre robusto que la ayudó a asentarse en su asiento. Por su ligero acento y la ropa de viaje arrugada, supuso que era francés. Otra cosa, pensó, sin dedicarle mucho más que una sonrisa furtiva y un rápido “gracias”.

Habían pasado exactamente 36 días desde que se había graduado de la universidad y 22 desde que se había casado con el artista. Nadie lo sabía. Ni siquiera sus padres. Tampoco sus mejores amigos. Ni siquiera Vivi. Había sido un matrimonio de emergencia para evitar que su último amante fuera deportado. Nadie lo sabría nunca y el procedimiento burocrático de la obtención de residencia algo rápido, probablemente lo que durara su aventura, pensó Isabel. No hay daño. Sin culpa. Impetuosa, no era de las que valoraban las consecuencias. Esto era otra más de sus aventuras del último año, al igual que su primer año en Brasil; el breve romance con su profesor de sociología; y su primera aventura lésbica con una mujer que conoció en Venice Beach.

El nuevo marido de Isabel era Luca, un miembro del Club de Europeos de los jueves que frecuentaban Sarno’s, una antro de la vieja mafia donde era estudiante a tiempo parcial y camarera-cantante a tiempo completo. Alto, musculoso, con rasgos cincelados y una larga melena de cabello castaño rizado, Luca era el hombre de los sueños de toda camarera y más aún porque su inglés era horrible. A Isabel no le importaba en absoluto, y a pesar de que entendía cada palabra que decía en italiano, fingía ignorancia según fuera conveniente. Cuando conoció a Luca se sentía una mujer de mundo, un italiano casado con anterioridad cinco años mayor que ella. Luca había descrito su matrimonio como una llama brillante que se consumió rápidamente, e Isabel podía imaginar por qué había sido así. Él había sido el primero en dominarla y la experiencia había encendido sus pasiones como nadie lo había hecho.

Por fin sentada, Isabel pidió un vaso de vino, echando una mirada furtiva a la azafata con una extraña mezcla de curiosidad, preguntándose si habría tenido relaciones sexuales con el resto de la tripulación de vuelo y si le cobrarían por la bebida.

En cuanto Isabel terminó su mini botella de vino, apareció otra.

“No he pedido esto, pero gracias, debes haberme leído la mente,” dijo Isabel a la azafata. 

“Es una invitación del señor del 4C,” dijo. Miró en esa dirección intentando ofrecer un gesto de agradecimiento, pero estaba leyendo.

“Es guapo, ¿verdad?” dijo la azafata. “Es un fotógrafo famoso o algo así. Hace esta ruta muy a menudo.”

“Los Ángeles-San Francisco?” preguntó Isabel.

“No, Los Ángeles-París,” contestó.

La conversación se vio interrumpida por un anuncio por la megafonía del avión. El vuelo de esta noche a París había sido cancelado debido a problemas mecánicos. El próximo vuelo sería por la mañana; el personal de la aerolínea les proporcionaría vales de hotel para los pasajeros con destino a París. Un murmullo colectivo de insatisfacción llenó el avión cuando la azafata se dirigió al intercomunicador para ofrecer instrucciones sobre el equipaje, el transporte terrestre a hoteles y algo acerca de viajes de ida y vuelta gratis.

Isabel puso atención. Se suponía que debía estar en París hacía tres días y Luca estaba esperando. Las cosas no estaban yendo muy bien entre los recién casados – aún no se conocían lo suficiente – pero el retraso de Isabel estaba arruinando sus planes de presentarle a sus amigos en París y luego dirigirse a Roma en una litera en el TGV. 

Isabel fue a retocarse el maquillaje, sobre todo por aburrimiento antes de que el avión aterrizara, encontrándose en una ensoñación acerca de su primer encuentro anal, con Luca, que, al igual que muchos hombres europeos, disfrutaba con sus jadeos de dolor hasta que sus firmes y redondas nalgas se abrieron a la plenitud de su polla larga y gruesa y pudo embestirla con abandono.

Isabel se sacó las tetas de un sujetador de encaje y las acarició, luego las masajeó con las palmas completos, como hacía Luca. Se acercó un pecho a su lengua y se esforzó en lamerlo, y luego el otro. Esto era demasiado trabajo, pero era tan agradable que quería más; tanto placer como ella misma pudiera darse. Isabel luego se apretó los pezones con firmeza hasta que el dolor se transportó por todo su cuerpo. Observó su propia excitación en el espejo con sus pezones aumentando en tamaño y sus pupilas dilatándose.

Se miró fijamente, sintiendo un orgasmo brutal acercándose. Una mano subió por dentro de la falda y se dirigió hacia su muslo, apartando las bragas a un lado de los labios. Se metió el dedo durante unos minutos antes de que sus dedos medio y anular encontraran la forma familiar de su clítoris. Se tocó lentamente y con intención, sin darse cuenta de que la luz que indicaba que debía volver a los asientos se había encendido.

Alguien tocó a la puerta cuando Isabel se corría, y con la cara enrojecida del vino y del orgasmo que amainaba, susurró, “Un segundo.”

“Tómate tu tiempo,” contestó una voz de hombre.

Tras tirar de la cisterna sin necesidad y lavarse las manos bajo el agua fría, Isabel abrió la puerta para encontrar al hombre del 4C frente a ella. Pues sí que era guapo, pensó Isabel, para ser un tío mayor. Tendría unos 45, adivinó, o la edad que tuvieran sus padres.

“Nunca te di las gracias por la bebida. Gracias.” 

Era realmente atractivo, pensó Isabel. La azafata probablemente lo había visto más de una vez. Los dos eran más o menos de la misma edad.

Isabel reconoció una sutil nota de Dolce & Gabbana que provenía de 4C. Aunque había perdido la virginidad con 17, no había sido hasta Luca cuando empezó a ver a los hombres en general como posibles parejas sexuales. Era como si con el primer dolor bajo la mano de su nuevo marido se hubiera abierto ante ella todo un mundo nuevo de sensualidad.

4C sonrió, “Un placer.”

Lo sabía, pensó Isabel. Tenía que saber lo que estaba haciendo y por ello recorrió con la mirada meticulosamente por sus ojos y sus pechos al acercarse y pasar junto a ella. Miró atrás para ver si la estaba mirando volver a su asiento. Por si acaso, añadió un poco de movimiento a las caderas, no demasiado, pensó, sólo lo necesario para que valiera la pena que la miraba. Y la estaba mirando. Ella le lanzó una sonrisa dulce y seductora. No estaba segura de por qué, pero lo hizo.

Se preguntó si habría podido oler los jugos femeninos que se acumulaban en sus bragas igual que ella había captado su colonia. Decidió que no era probable, y contó las horas para estar con Luca y comenzar su luna de miel clandestina.

 De vuelta a su asiento, 4C se detuvo junto al asiento de Isabel el tiempo suficiente para darle un apretón amistoso en el hombro. Aunque había sido suficientemente inocente, le envió un escalofrío inesperado de excitación por todo el cuerpo.

Cuando el avión aterrizó, Isabel escribió un mensaje a Luca informándole del último retraso; esta vez no era culpa suya. La excusa era verdadera: avería en el avión. Isabel se había retirado mientras observaba la cinta transportadora de equipaje dar vueltas cuando recibió un mensaje de respuesta, “¡Te estás buscando un azote!”