NO SALGO CON MI MEJOR AMIGO

Capítulo 1

Lou

 

¿Qué clase de idiota invita a un chico a conocer a sus padres en la tercera cita? Es como meterse en la jaula del gorila en el zoológico… y luego llevar al gorila a conocer a tus padres en la tercera cita. Es una locura que solo una psicópata haría.

Pero la cosa es así. Nos hemos estado enviando muchos mensajes. Y me dijo que estaba enamorado de mí después de la segunda cita. Así es, tuve una segunda cita con alguien. Apuesto a que nadie lo habría marcado en su tarjeta del bingo.

Pero lo hice y me llevó a las montañas a ver una lluvia de meteoritos. Y llevó una manta y una cesta de picnic. Prácticamente estoy llorando de solo pensarlo. Nunca nadie me había tratado así. Por eso, cuando mis padres me dijeron que vendrían a visitarme, ¿cómo no iba a aprovechar la oportunidad para demostrarles que estaban equivocados?

 “No tenemos ningún problema con que decidas dejar de tomar tu medicación”, dijeron. “Simplemente creemos que nadie te amará si te comportas de manera extraña”.

¿Qué? ¿Mis padres piensan eso? ¿Creen que su hija nunca encontrará el amor por ser como es?

Bueno, déjame decirte algo, mamá, hay un chico tan atractivo y rico que cualquier chica moriría por estar con él. Y está enamorado de mí, de tu hija a quien crees que nadie amará jamás.

Siempre he dicho que si la vida te da limones, los uses para demostrarles a tus padres que están equivocados. Seymour es mis limones. ¿Sey se parece al tipo que le tira las llaves al mexicano más cercano para que estacione su yate? Un poco. Pero, según mis padres, parezco una chica que nunca encontrará el amor. Las apariencias engañan.

El único problema es que le envié un mensaje a Sey con la hora y el lugar donde nos encontraríamos con mis padres y no me ha respondido para confirmar. El tío me envía un mensaje diciendo: “Buenos días, hermosa”, todos los días. Y se suponía que esta mañana conocería a mis padres, ¿alguien más escucha grillos?

¿He cometido un error? ¿Fui demasiado rápido? Fue él quien me dijo que se estaba enamorando de mí. Yo no había llegado allí todavía. Entonces, ¿qué tan equivocada estaba al invitarlo a conocer a mis padres?

Arruiné las cosas, ¿no? ¡Oh, Dios, lo hice! Un tipo me ofrece una rama de olivo y yo lo golpeo con ella.

Ya cerca de tener un ataque de pánico total, saqué mi teléfono y llamé al único que sabía cómo calmarme cuando me encontraba en ese estado.

—¿Titus?

—Lou, ¿qué te cuentas?

Podía escucharlo sonriendo al otro lado del teléfono. ¿No sabía que mi vida se estaba desmoronando? ¿Cómo podía estar sonriendo en un momento así? ¿Quién era el loco, él o yo?

—¿Que qué te cuento? Te diré lo que cuento. Estoy yendo a encontrarme con mis padres y el novio al que invité con el único propósito de hacer que mis padres se traguen sus palabras, no me ha confirmado si irá.

—Espera, ¿ya es tu novio? ¿Cuándo pasó?

—No sé. En algún momento después de nuestra segunda cita. Me dijo que me amaba y…

—¿Te dijo que te amaba en la segunda cita? —preguntó interrumpiéndome.

—Sí. O tal vez fue solo un mensaje. Dijo que se estaba enamorando de mí. Eso está a solo una manzana de la ciudad del amor, ¿verdad?

—Sí… supongo.

—Entonces, me dijo que me amaba. Así que le dije que mis padres estarían en la ciudad y que sería bueno que los conociera. Dijo que le gustaría y aceptamos. Pero esta mañana cuando le envié la dirección y la hora, nada. Ni siquiera un meme. Y me encantan los memes divertidos que me envía. Es una de las cosas que más disfruto de nuestra relación.

—¡Guau! Es un montón.

—¿Qué es un montón?

—Acabas de decir tantas cosas que…

—Oh, Dios mío, ya llegué —dije interrumpiendo a Titus—. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?

—Primero, cálmate.

—¿Te digo que mi vida está en juego y me dices que me calme? Este es el momento perfecto para entrar en pánico.

—Lou, escúchame. Inhala profundo. Respira.

Mirando la pastelería en la que les dije a mis padres que nos encontraríamos, hice lo que me dijo Titus. Inhalé profundamente. Fue difícil considerando las manos gigantes que apretaban mi pecho, pero lo hice. Ayudó bastante. Apenas sentía que me iba a desmayar.

—¿Lo estás haciendo?

—Tranquilo, estoy tratando de respirar —dije esforzándome por respirar otra vez.

Después de que mi corazón se desaceleró y pasé de ser una ardilla tomando Speed a un ciervo pasado en cafeína, me recuperé.

—¿Sigues ahí? —preguntó Titus.

—Estoy aquí.

—De acuerdo. ¿Dónde estás?

—Parada frente a mi perdición.

—Quiero decir, físicamente. ¿Cuál es la dirección?

—Estoy frente a Nutmeg.

—Bien. ¿Necesitas que vaya?

—¿No estás dando la vuelta al mundo o algo así?

—No estaba dando la vuelta al mundo. Estaba ayudando a Nero a instalarse en su nuevo hogar. Lo sabías. También sabías que viajé en el jet de su equipo. Ni siquiera puedo pagar los cacahuetes que sirven aquí. Nero tuvo que pagar mi vuelo de regreso.

—¿Así que vas a volver?

—Estamos a punto de aterrizar. Podría tomar un taxi y estar allí en 15 minutos.

—¡Oh, espera! ¿No debía recogerte en el aeropuerto? Lo siento mucho. Mis padres me dijeron que iban a estar en la ciudad el día de hoy y mi mente se detuvo.

—Ya sé. Lo entiendo. No te preocupes. Cogeré un taxi. Y si quieres que vaya, podría llegar en unos minutos.

Pensé en ello. Les había dicho a mis padres que quería que conocieran a alguien. ¿Qué tan humillante sería presentarme sola? Demostraría que todo lo que pensaron alguna vez sobre mí era cierto. No podía lidiar con eso. De solo pensarlo me dieron ganas de caer de rodillas y llorar.

—¿Harías eso? —pregunté amando a Titus más de lo que creía posible.

—Por supuesto que sí. La azafata dice que tengo que apagar mi teléfono. Pero no te preocupes. Estaré allí tan pronto como pueda. Te entiendo, Lou. Lo sabes.

—Lo sé. Gracias —dije calmándome finalmente.

Iba a estar bien. No sabía qué estaba pasando con Sey, pero no tenía que preocuparme por eso entonces. Y claro, había insinuado que les presentaría a alguien que estaba conociendo, pero todavía no habían conocido a Titus. Podría haber querido decir que quería que conocieran a mi mejor amigo. Toda iba a estar bien.

Mirando de nuevo la pastelería, pensé en las personas que me estaban esperando dentro. Frank y Martha no habían ido a visitarme desde el día en que me dejaron en la universidad. No eran esos padres cariñosos que llaman a sus hijos para ver cómo están. Para ellos yo era un mero accesorio.

A pesar de que tenían mucho dinero, crecí como si tuviéramos problemas para salir adelante. No puedo recordar un solo regalo que me hayan hecho que les haya costado más de $20. Mientras tanto, ellos se compraban autos nuevos todos los años. Cualquier cosa que les hiciera verse bien a los ojos de las personas horribles que los rodeaban, la hacían. Hacerme sentir amada o contenida no entraba en esa categoría.

Solo pude permitirme asistir a la Universidad de East Tennessee gracias a mi abuela. Ella siempre pagó por todo. Incluso cuando era niña, si necesitaba ropa nueva o algo de dinero, acudía a ella. Lo era todo para mí.

Definitivamente no habría sobrevivido a mi infancia sin ella. Fue quien me dijo que estaba bien que fuera como soy y que me amaría sin importar nada. Eso fue antes de que decidiera dejar de tomar la medicación. La abuela Aggie probablemente fue quien me sugirió que la dejara.

¿Cómo podía saber lo viva que me iba a sentir cuando las dejara? Mi abuela parecía saber muchas cosas que los demás no sabían. Parecía que tenía una especie de conexión con el más allá.

Pero no usaba ese conocimiento de la forma en que mis padres lo hubieran hecho. De haberlo tenido, Martha habría convertido en esclavos a todos mientras que Frank se habría convertido en un súper villano. Él solía estar callado, pero cuando te miraba, podías ver las cosas horribles que estaba pensando.

La abuela Aggie era mi único refugio de todo eso. No habría sobrevivido sin ella. La vida era demasiado dura y solitaria. Podría llorar pensando en la cantidad de veces que me sostuvo entre sus brazos diciéndome que podría superar lo que fuera. Y en los momentos en que no le creía, seguía abrazándome hasta que lo hacía.

Los brazos de la abuela Aggie eran mi único lugar seguro en todo Tennessee. Pienso en ella todos los días y la llamo por teléfono seguido. La fuerza que ella me da es la que me permitía dirigirme a la pastelería.

No tenía novio para presentarles, pero tenía a Titus. Estaría allí pronto y la amistad que tenemos les demostraría que valgo algo. Incluso si ellos no lo creen, hay alguien que sí lo hace. Como siempre lo creyó la abuela Aggie.

Respiré hondo por última vez, me paré frente a la puerta de vidrio y miré a través de ella. Los dos estaban allí sentados vestidos de manera impecable como siempre. Martha vestía el traje azul marino que la hacía parecer una marinera y su característico collar de perlas.

Frank vestía un polo verde y pantalones caqui. Era la persona más invisible de la habitación. Yo era un mero accesorio para ellos, pero Frank era el accesorio de Martha. Y su trabajo era no eclipsarla de ninguna manera. Ganaba el dinero y abría todas las puertas. Pero no se le permitía tener una personalidad propia. Él siempre estuvo de acuerdo con eso.

Enderecé la espalda y entré. Cuando me acerqué a la mesa, se dieron la vuelta.

—Madre, padre.

Mi madre hizo una mueca.

—Sabes que odio cuando nos llamas así.

Lo sabía. Por eso lo dije.

—Lo siento. Frank, Martha.

También sabía que a Martha le gustaba escuchar su nombre.

—¿Te mataría llegar a tiempo una vez en tu vida? —se quejó mi madre.

—No lo sé. ¿Lo haría?

Martha miró a Frank.

—No puedo lidiar con ella si se va a comportar así. No puedo. Hoy no.

—Louise, respeta a tu madre —murmuró Frank.

—Ah, puede hablar —dije realmente sorprendida de que lo hiciera.

—¿Ves lo que quiero decir? —dijo mi madre.

—¡Louise! —dijo mi padre alzando la voz.

—¡Vale, vale! —dije levantando mis manos en señal de derrota.

Él no había hablado en voz alta. Pero cualquier demostración de emoción de su parte era desconcertante.

—¿Tienes que actuar así siempre? —continuó mi madre.

—¿Actuar cómo? Lo único que hice fue saludar. Tú eres la que me ha estado criticando desde que llegué.

Frank habló de nuevo.

—Louise, hemos estado esperándote durante treinta minutos.

Tenía razón. Había llegado tarde. Le estaba dando a Sey todo el tiempo posible para que me respondiera.

Pero tampoco era como si nunca me hubieran hecho esperar. Por ejemplo, todavía estaba esperando mi regalo de cumpleaños de cuando cumplí trece. Tenía que haber una tienda de $0.99 por ahí cerca.

—No tocaste tu croissant —dije mirando el cruasán frente a ellos—. ¿Te lo vas a comer? No almorcé.

Martha resopló con disgusto y lo empujó frente a mí. Sé que fue algo pequeño, pero fue lo primero que me dieron en años. Tal vez sí me amaban.

Lo abrí y sus pedazos cayeron sobre mi plato y en toda la mesa. Mis padres me miraron como si fuera la hora de comer en el zoológico.

—Entonces, ¿cómo va la universidad? —preguntó mi padre.

Casi me atraganto. Ellos nunca me habían preguntado eso antes. No sabía lo que estaba pasando. Y por más que quería responderles con algo sarcástico, no me atreví. ¿Y si la preocupación que me estaban mostrando fuera real? ¿Y si, a pesar de toda una vida de demostrarme lo contrario, realmente se preocupaban por mí? No podía arriesgarme a arruinar eso.

—Me está yendo bien —dije con sinceridad—. Mmm, las clases van bien. Tengo una compañera de cuarto genial… Quin. Mmm, tengo novio —dije de repente deseando desesperadamente su aprobación.

—Ya veo —dijo Frank bajando los ojos.

¿Había arruinado el momento al recordarles que no los escuché cuando me dijeron que no dejara la medicación y sobreviví de todas maneras? Lo había hecho, ¿no? Si hubiera mantenido la boca cerrada y hubiera dicho que todo estaba bien, él no habría apartado la mirada. Siempre hago lo mismo. Siempre sigo hablando cuando debería callarme.

—Y él está aquí ahora —dije al verlo abrir la puerta.

Sey había llegado. ¡Estaba allí! Podría haber llorado cuando lo vi. Y había llegado con cinco de sus compañeros de fútbol. ¿Qué estaba pasando?

Tan pronto como me vio, sus ojos se iluminaron. Abrió la puerta y entró.

—¡Lou! —gritó desde el otro lado de la habitación. Sus compañeros se alinearon detrás de él.

—Sey, ¿qué está pasando?

Sey volvió a mirar a los chicos. Cuando lo hizo, empezaron a cantar:

 

Los hombres sabios dicen que solo los insensatos se apresuran. Pero yo no puedo evitar enamorarme de ti.

 

Mientras los chicos continuaban con lo que debía ser la interpretación más triste de una de mis canciones favoritas, Sey cruzó la habitación en dirección a mí. Abrumada, miré a mis padres. Ambos miraban hacia abajo y hacia otro lado. No querían formar parte de nada de lo que estaba pasando y no lo estaban ocultando.

No me importaba. Lo que estaba sucediendo era lo más romántico que alguien había hecho por mí y no iba a permitir que lo arruinaran.

—Lou, sé que no nos conocemos desde hace mucho tiempo. Pero cuando conoces a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida, lo sabes. Y si lo sabes, ¿para qué esperar?

—¿Esperar? —dije horrorizada y encantada al mismo tiempo.

 

 Como fluye un río, seguro hacia el mar, cariño, así vamos tú y yo, algunas cosas están destinadas a ser.

Los hombres sabios dice

—Lou, lo que estoy diciendo es que puede que recién nos conozcamos, pero ya te conozco. Te conozco de toda la vida porque eres el sueño por el que rezaba todas las noches para que se hiciera realidad. Así que…—dijo poniendo una rodilla en el piso y sacando un anillo de su bolsillo.

—¡Ay, Dios mío! —dije suspirando.

—Louise Armoury, ¿quieres casarte conmigo?

Mi cabeza dio un vuelco. ¿Era real? Tenía que serlo. Nunca elegiría a cantantes tan horribles en mis fantasías.

¿Podría casarme con él? ¿Debería hacerlo? Acabábamos de conocernos. Pero, como él dijo, cuando lo sabes, lo sabes. Y nunca nadie me había tratado como él. Nunca.

—Sí —dije—. Sí, me casaré contigo —dije con lágrimas rodando por mis mejillas.

—¿Lo harás? —dijo tan feliz como yo.

—Lo haré —repetí sabiendo que era la mejor decisión que había tomado.

Cogió mi mano y deslizó el anillo en mi dedo. Me quedaba un poco grande pero estaba bien. Podríamos arreglarlo. Estábamos enamorados y el amor podría arreglar cualquier cosa.

Se levantó de su rodilla y me besó. Fue mi primer beso como mujer comprometida. Fue maravilloso. Nunca había sido más feliz en mi vida.

Con los brazos de Sey a mi alrededor, miré a mis padres. Todavía no lo habían mirado. No habían levantado la vista del suelo. ¿Era porque no podían soportar estar equivocados? Habían dicho que nadie me amaría nunca por como soy, pero esa era la prueba de que estaban equivocados.

Un hombre me amaba tanto que me había pedido que me casara con él después de dos citas. ¿No decía eso todo lo que había que decir sobre mí? Yo era adorable. Valía el tiempo de alguien.

—¿Bien? ¿No van a decir nada?  —pregunté necesitando que admitieran su derrota.

Fue entonces cuando mi madre me miró. Sus ojos se clavaron en los míos.

—Tu abuela Agatha murió. Su funeral fue ayer. Habrá una lectura de su testamento. Esperamos que vayas y trates de no llegar tarde —dijo antes de que ambos se levantaran y se fueran.

Los observé atónita. No podía hablar ni moverme. Tenía que haber escuchado mal. O tal vez era una broma.

—¿La abuela Aggie está muerta? —escuché decir a alguien.

Fui yo quien lo dijo. Se suponía que era una pregunta para las dos personas que se iban llevándose mi comprensión de la realidad con ellos. Pero no podían oírme. Apenas podía oírme a mí misma. Y cuando salieron de la pastelería y cruzaron frente a la ventana, pasaron junto a otra cara familiar. Esa persona estaba sosteniendo un ramo.

—Titus —susurré antes de que sus ojos devastados me miraran y pasara corriendo por la ventana y se perdiera de mi vista.

 

 

Capítulo 2

Titus

 

No podría haber visto lo que vi, ¿o sí? ¿Lou, la chica que había tenido más primeras citas que árboles en Tennessee, se comprometió? No podía ser cierto. Pero lo vi. Estuve parado allí mirándolo.

Lou me había contado que se había estado enviando mensajes con alguien. Era con un estudiante de intercambio que estaba en el equipo de fútbol. Había llegado ese semestre, así que fue después de que me echaron del equipo. Pero definitivamente reconocí a los chicos que cantaban detrás de él. Habían sido mis compañeros de equipo.

Tuve que cerrar los ojos cuando llegué a mi camioneta, tranquilizarme y respirar profundo. Las lágrimas luchaban por salir, pero no las dejaba. Sí, había esperado demasiado. Sí, había ignorado todo lo que Nero y Quin me habían dicho acerca de decirle cómo me sentía, pero finalmente había escuchado. Había llegado el día.

Me había desviado para comprar las flores. Si no lo hubiera hecho, ¿habría llegado a tiempo para detenerlo? Si le hubiera dicho lo que sentía, ¿le habría dicho igual que sí a ese tío?

Mi teléfono sonó, sacándome de mi desesperación en aumento. Al cogerlo, vi el nombre de Lou. No podía hablar con ella en ese momento. Sabiendo que no podría pretender que estaba feliz por ella, lo metí de nuevo en mi bolsillo.

Miré la docena de rosas rojas que me habían costado un brazo y una pierna, y las tiré al suelo. Había sido tan tonto. No pude llegar. Necesitaba escapar. Me alegré de haber ido a mi casa primero para buscar mi camioneta en lugar de ir a la pastelería directamente desde el aeropuerto, porque podía meterme en él y marcharme.

Unos momentos después, mi teléfono volvió a sonar. Lo saqué mientras conducía, y volví a ver el nombre de Lou.

“¡No quiero escuchar que te comprometiste! ¿No lo entiendes?”, le grité al teléfono antes de arrojarlo al asiento del pasajero.

Sabiendo que necesitaba alejarme lo más posible de lo que acababa de suceder, no me dirigí a mi dormitorio. Al acercarme a la carretera que me conducía a casa, la tomé. Justo cuando lo hice, el teléfono volvió a sonar. No estaba seguro de por qué Lou no estaba entendiendo el punto. No había forma de que le contestara.

Sí, le había dicho que me encontraría con ella en la pastelería, pero solo porque su chico la había dejado plantada o algo así. Pero el tío apareció. Lou no me necesitaba allí. Entonces, ¿por qué no dejaba de llamarme?

Después de que me llamó por cuarta vez, silencié el teléfono y encendí la radio. No me importaba lo que estuviera sonando siempre y cuando me distrajera de lo que acababa de presenciar.

No podía acusar a Lou de nada. Siempre había sido sincera acerca de quién era. Quería encontrar el amor y estaba dispuesta a salir con todos los chicos del Estado para encontrarlo. Yo era el cobarde que no podía admitir lo que sentía por ella.

Me enamoré de ella desde el primer momento en el que vi su sonrisa traviesa y sus grandes y adorables ojos marrones. Pero ¿qué hice en lugar de decirle? Me convertí en su amigo, su mejor amigo.

Bueno, ¿sabes qué? Estoy cansado de ser amigo de todos. Quiero ser deseado. Quería que Lou me desee.

Pero ya era demasiado tarde. Había encontrado a su chico y se había comprometido. Había dicho que solo había tenido dos citas con él. Pensé que tendría más tiempo. Pero no había otro culpable más que yo.

Incapaz de dejar de pensar en ello durante la hora y media de viaje hasta Frozen Falls, me alegré de que la tienda de Glen apareciera a la vista. Era el comienzo no oficial de nuestro pequeño pueblo alejado. No faltaba mucho para llegar a la casa de mi madre una vez que pasabas esa tienda.

Me detuve en la cabaña de madera de dos pisos en la que crecí y respiré hondo. Estaba en casa. Y aunque no era la casa elegante que la compañera de cuarto de Lou había comprado para estar con su novio, era muy agradable. Estaba en una colina con vista a un valle cubierto de árboles. No podías pedir mucho más en un pueblo como el nuestro.

Además, Quin había nacido rodeada de una riqueza obscena. Mi madre solo tenía la pensión que le había dado la Fuerza Aérea después de que mi padre fue derribado en combate. Me crio sola. No soy del tipo que considera a su madre su mejor amiga. Pero ella era mi sostén. Sin importar lo que ocurriera, sabía que siempre podía contar con ella.

Salí de mi camioneta y caminé hacia la puerta principal sabiendo que no tendría que lidiar con todo lo que había sucedido una vez que estuviera dentro. No es que le tuviera miedo al cambio. Soy el que ha estado haciendo campaña para incentivar el turismo en Frozen Falls. Soy un fan del cambio. Creo que el cambio es bueno.

Pero ahora que Lou se comprometió, Nero se mudó a otro estado y yo tengo un nuevo compañero de cuarto en menos de una semana, me vendría bien un poco de estabilidad. Con eso me refiero a mi madre. Las etiquetas, los valores tradicionales y el status quo son las cosas a las que ella adhiere.

Abrí la puerta sin llave y miré a mi alrededor en busca de mi madre. Cuando la encontré, me quedé helado. Probablemente debería haber mirado hacia otro lado. Pero la primera vez que ves a tu madre y a su novio corriendo desnudos desde el sofá a la habitación, te toma un momento procesarlo.

 —¡Ay, Dios mío! —grité mientras la horrible imagen me quemaba el cerebro.

¿Por eso la gente de la mitología griega se sacaba los ojos? Creo que finalmente lo comprendí.

—¿Qué están haciendo ustedes dos? —grité horrorizado.

Aunque era demasiado tarde y nunca más podría volver a cerrar los ojos, me volteé para mirar en la dirección opuesta. Consideré irme, pero ¿de qué serviría? El daño ya estaba hecho. Además, ¿a dónde más podría ir?

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar en la universidad? —dijo mi madre sonando tan horrorizada como yo.

—Se me ocurrió venir a visitarte. Tal vez debería irme.

Mi madre salió de su dormitorio.

—No tienes que irte. Puede que sea un buen momento para decirte algo.

Lentamente me di la vuelta y vi a mi madre atándose el cinto de su bata. Después de lo que había sucedido, incluso eso era demasiado revelador.

—¿Sí? ¿Qué cosa? —pregunté vacilante.

—Mike, ¿puedes salir, por favor?

¡Oh, no!

Mike salió con jeans, tirantes y sin camisa. El hombre tenía la línea del cabello más hacia atrás, una barba rubia y la barriga cervecera más grande que jamás había visto. Era el dueño del restaurante local y, cuando era chico, había notado siempre el coqueteo entre los dos. No era ciego. Pero ¿esto?

—¿Qué está pasando? —pregunté nervioso.

—Cariño, Mike y yo nos mudaremos juntos —dijo con firmeza.

—¿Mike se mudará aquí?

—No. Yo me mudaré con él.

—Compré una casa junto al lago. Está cerca de Tanner Cove —explicó Mike.

—Es hermoso, Titus. Y me mudaré allí.

—Sé que a tu mamá le gustan las cosas bonitas. Todo lo mejor para ella.

Miré a mi madre.

—Entonces, ¿qué vas a hacer con esta casa? —pregunté pensando en dónde me dejaba todo eso.

—No lo he decidido. Tal vez la venda.

—Ya veo —dije sintiendo que mi pecho se me apretaba. Hice una mueca y luego me acerqué al sofá y me senté.

—¿Estás bien, hijo? —preguntó mi madre.

—Parece que todo está cambiando. Nero está jugando fútbol profesional. Lou se comprometió. Tú te mudas con Mike. Todos obtienen lo que quieren menos yo.

—Mike, ¿podrías dejarnos solos un minuto? —dijo mi madre y se dirigió hacia mí.

—En realidad, tengo que volver al restaurante y prepararme para la hora pico de la cena.

Mike cogió su camisa y sus zapatos.

—¿Te veré más tarde?

Mi madre sonrió y lo vio irse. Cuando se fue, se sentó conmigo en el sofá. Tomó mi mano entre las suyas.

—Las cosas cambian, Titus.

—Lo sé. Soy yo quien ha estado tratando de convencerte de eso, ¿recuerdas? Es que todos parecen estar cambiando sin mí. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué soy yo el que se queda atrás solo?

—No estás solo, hijo.

—¿No lo estoy? Tú estás con Mike. Nero tiene a Kendall. Lou tiene a ese tío, como sea que se llame. ¿Y a quién tengo yo? Dime, mamá. ¿A quién tengo?

Los ojos de mi madre se hundieron. Tenía una mirada como si quisiera decirme algo, pero no podía obligarse a decirlo.

—¿Qué pasa?

Ella se recompuso.

—No es nada.

—No. Oye, mamá. Siempre haces esto. Si tienes algo que decirme, solo dilo. ¿Se trata de esta casa? ¿Ya la vendiste? ¿También estás pensando en irte de la ciudad?

—Titus, tienes un hermano.

Me quedé helado. De todas las cosas que podría haber dicho, era lo último que esperaba escuchar.

—¿De qué estás hablando?

—No puedo decirte más que eso. Pero me ha estado pesando por un tiempo y…

—¿Qué? ¿Crees que puedes decirme que tengo un hermano que nunca supe que tenía y dejarlo así?

—No puedo decirte nada más —dijo resignada.

—¿Por qué no? ¿Quién es él? ¿Está en la ciudad? ¿Tuviste un hijo antes que yo?

—No, nada de eso. —Mi madre respiró hondo—. Ustedes dos tienen el mismo padre.

Miré a mi madre como si la realidad de lo que me estaba diciendo me retorciera el cuerpo.

—Mamá, tienes que decirme quién es. ¿Vive por aquí?

—Hice una promesa de que no diría nada.

—¿A quién? ¿A mi papá?

—No —dijo incómoda.

—Mamá, no puedes decir algo así y esperar que lo deje pasar. Al menos cuéntame algo sobre él. ¿Es mayor que yo? ¿Más chico?

—Es más chico —admitió.

—Entonces, ¿mi papá lo tuvo antes de que lo enviaran a Irak?

Mi madre miró hacia abajo.

—Vamos, mamá. Al menos dime eso. ¿Vive en la ciudad?

Sus ojos se movieron para encontrarse con los míos.

—Sí —afirmé—. ¿Lo conozco?

—Titus, detente. Estás tratando de hacerme decir cosas que no puedo decir.

—Puedes hacer lo que quieras, mamá. Es lo que siempre has hecho. Quiero decir, ¿cómo pudiste ocultarme esto toda mi vida?

Recuperó su determinación.

—Esta conversación se terminó.

Se levantó y se fue a su habitación.

—Oh, crees que porque ya terminaste de hablar, la conversación se acabó.

—¡Solo olvídalo, Titus!

—¿Que lo olvide? ¿Dejas caer una bomba así y esperas que lo olvide?

Entró en su habitación y cerró la puerta detrás de ella. Me quedé mirándola atónito. ¿Qué diablos acababa de pasar? Había crecido más solo de lo que podía soportar, deseando tener un hermano, ¿y lo había tenido todo el tiempo? No podía creerlo.

Me destruyó no poder llamar a Lou para contárselo. Pero probablemente estaba celebrando su compromiso. ¿Por qué había esperado tanto tiempo para decirle lo que sentía por ella? Sentí que todo mi mundo se estaba desmoronando.

No queriendo estar más en mi casa, me dirigí a mi camioneta y me marché. Al ser un pueblo pequeño, no había muchos lugares a donde ir. Podía hacer una caminata hacia una de las cataratas que le dieron nombre a la ciudad. Pero no tenía ganas de estar solo.

Al acercarme al restaurante de Mike, vi su camioneta estacionada en la parte de atrás. Pensé en él y en mi madre. ¿Desde hacía cuánto tiempo pasaban cosas entre ellos?

No es que Mike fuera un hombre tan malo. Cuando Nero estaba pasando por su fase de gilipollas, Mike fue el único que le dio trabajo. Teniendo en cuenta las opciones que tenía mi madre, era un buen partido. Supongo que mi problema era todo lo que implicaba su relación, como el hecho de que podía perder la casa de mi infancia.

Mira, lo entiendo. Ya no soy un niño. Puedo encontrar mi propio camino. Pero mi mundo estaba cambiando de manera drástica.

Había perdido a la chica que amaba. Estaba perdiendo el único hogar que había tenido. Y en algún lugar por ahí tenía un hermano que tal vez nunca conocería. ¿Qué mierda se suponía que debía hacer?

Conduciendo por la calle principal, me acerqué al Bed & Breakfast de la Dra. Sonya. La Dra. Sonya era la madre de mi nuevo compañero de cuarto. Como Nero fue reclutado y Cali empezaba su primer año en la Universidad de East Tennessee, tenía sentido que compartiéramos la habitación. Los dos éramos los únicos de Frozen Falls que estudiábamos allí. Teníamos que permanecer juntos.

Al recordar el otro proyecto que tenía la Dra. Sonya, me detuve frente a la entrada del hostel y estacioné junto a una camioneta que no reconocí. Seguí el camino hasta la parte trasera de la hermosa casa de estilo Craftsman, rodeé el gran porche de piedra y encontré tres mesas pequeñas para dos personas.

—¡Titus! ¿Qué te trae por aquí? —dijo la Dra. Sonya saliendo por la puerta trasera de la casa para saludarme.

—Cali me contó lo que estabas haciendo y, como estaba en el pueblo, decidí venir a verlo. ¿Cómo te ha ido?

—Sorprendentemente bien. Marcus está más que emocionado —dijo mostrando un poco de su acento jamaiquino—. Él está todas las mañanas aquí cocinando en el horno. Se ha convertido en toda una aventura.

—¡Qué guay! Entonces, si logramos que el resto de la ciudad participe, podríamos poner a Frozen Falls en el mapa.

—Literalmente —dijo la Dra. Sonya tocándome el brazo con una sonrisa.

Ella compartía mi frustración por la apatía del pueblo. Estaba seguro de que Frozen Falls podría ser el destino de turismo ecológico más popular de Tennessee. Teníamos más cataratas hermosas por kilómetro cuadrado que cualquier otro lugar del Estado. Podía beneficiarnos a todos.

Pero había personas como Mike y mi madre que preferían dejar las cosas como estaban. No se daban cuenta de que mi generación necesitaba una razón para quedarse. Si no podíamos encontrar oportunidades aquí, las buscaríamos en otro lado. Y ¿cuánto duraría el pueblo cuando sus únicos habitantes tuvieran más de 50 años?

Sin embargo, la Dra. Sonya lo entendía. Es que ella había nacido en una isla que había sobrevivido gracias al turismo. Probablemente por eso abrió su hostel. Era el único lugar donde un extranjero podía pasar la noche en el pueblo. Sin ella, el pueblo solo sería una tienda, un restaurante y una escuela secundaria en ruinas.

—No te ves como el chico jovial de siempre. ¿Pasó algo malo? —preguntó la Dra. Sonya.

No esperaba que se diera cuenta. Pensé que lo estaba ocultando bastante bien. Pero ¿podría decirle que la chica de la que estaba secretamente enamorado se había comprometido antes de que tuviera la oportunidad de decirle lo que sentía por ella? ¿Podría decirle que encontré a mamá y Mike y que se iban a mudar juntos y me dejarían sin un lugar para vivir?

—Me acaban de decir que tengo un hermano.

La Dra. Sonya me miró con la misma sorpresa que yo sentí cuando me enteré.

—¿De verdad?

—Sí. Resulta que lo he tenido durante la mayor parte de mi vida y mi madre nunca se molestó en mencionarlo hasta ahora.

—¿Te dijo algo sobre él?

Negué con la cabeza.

—Dijo que era más chico que yo y que mi padre lo tuvo antes de que lo enviaran a Irak.

—¿Tu padre fue a Irak? —preguntó confundida.

—¿No lo sabías?

—No.

—Sí, mi padre estaba en la Fuerza Aérea. Sinceramente, no me atreví a preguntar si él y mi madre estaban casados. A ella no le gusta hablar mucho sobre él. Pero luego de que me dijo que tengo un hermano, empiezo a entender por qué. ¿Sabes algo sobre esto?

—Es información nueva para mí —admitió.

Me encogí de hombros.

—Parece que aquí todo está en marcha.

—Supongo que sí. Por cierto, ¿vas a tomar algo o solo viniste a ver el lugar?

Recordé el pastel que vi en la mesa frente a Lou.

—¿Tienes croissants?

—Marcus ha hecho unos deliciosos croissants con baño de chocolate —dijo moviendo sus ojos con emoción.

—Pues tomaré uno. Y quiero un café.

—Hecho. Siéntate. Relájate. Disfruta de la vista —dijo señalando los alrededores.

—Gracias —dije mientras elegía una mesa y me sentaba.

La vista desde el porche trasero de la Dra. Sonya tenía que ser una de las mejores de la ciudad. Podías ver las colinas cubiertas de árboles. Y en el punto más lejano se veía una nube de niebla proveniente de la cascada más grande que había en kilómetros.

Perdido tanto en la vista como en mis pensamientos, escuché una voz que no había escuchado en mucho tiempo.

 —¿Titus?

Me volteé para encontrar a Claude, el único chico de mi clase que fue a la universidad inmediatamente después de graduarse de la secundaria.

—¡Claude! Qué bueno verte. ¿Qué haces aquí?

—¿Aquí en la ciudad o aquí en la pastelería de la Dra. Sonya?

Me encogí de hombros.

—Ambas cosas. Por favor, siéntate.

Claude se sentó en la silla frente a mí. Los recuerdos de Claude pasaron por mi mente. Siempre había estado un poco celoso de él. No solo era uno de los mejores jugadores de fútbol de nuestro equipo de la secundaria. También era extremadamente guapo.

El hombre tenía rasgos perfectos y la tez morena más sorprendente que podía imaginar. Nunca supe cómo se sentía al ser único chico negro en nuestra escuela secundaria. Podría haber sido la razón por la que era tan reservado. Pero siempre había deseado que pudiéramos ser amigos.

—Bueno, me gradué antes de tiempo. Por eso estoy en la ciudad. Y estoy aquí en la pastelería de la Dra. Sonya porque Marcus me dijo que hoy haría sus croissants de chocolate —dijo con una leve sonrisa.

—Escuché que son ricos.

—Lo son.

Miré a Claude por un momento.

—Sabes, de todos los que se fueron de esta ciudad, pensé que serías el último en regresar.

—Pensaba lo mismo —dijo mirando pensativo hacia abajo—. Pero mi madre está aquí. Y está necesitando un poco de ayuda, así que vine.

—¿Y qué estás haciendo? ¿Estás trabajando?

—¿Tienes que reparar alguna computadora? —preguntó inclinándose hacia adelante con una sonrisa.

—¿Reparas computadoras? ¿Aquí?

—Sí, bueno, no hay mucha demanda aquí. Pero cuando la hay, no hay nadie más. Y poco a poco he estado convenciendo a algunas empresas para que adopten la gestión electrónica de información, así que nunca se sabe…

Me reí.

—¿Te refieres a llevar a esta ciudad al siglo XXI? Buena suerte con eso.

—Gracias. ¿Pero tú qué te cuentas? Pensé que estabas en East Tennessee.

—Sí. Solo estoy de visita por hoy.

Claude asintió con la cabeza.

—Sabes, he querido comunicarme contigo.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Has hecho tours para turistas por las cataratas, ¿no?

—Pues sí. ¿Por qué?

—¿Alguna vez has considerado que, con el apoyo adecuado, podría ser un gran negocio? Tal vez podría ser algo más que un tour. Podría incluir una acampada o hacer rafting en el río. Podrías vender paquetes turísticos. He estado haciendo números. Podría llevar un tiempo, pero algo así podría ser bastante rentable.

Lo miré sorprendido.

—Sí, lo he pensado. Todo el tiempo. ¿Por qué? ¿Estás pensando en montar algo así?

—Estuve pensando en ello. Pero solo soy un chico. Y estaría mucho mejor manejando la parte comercial. Si tuviera un compañero, claro.

—Parece que te estás olvidando de algo. No vas a encontrar a nadie en esta ciudad que esté de acuerdo con algo así. Créeme, lo he intentado.

—Has intentado convencer a la gente. Pero ¿has considerado simplemente hacerlo tú mismo? No necesitas permiso para ir tras lo que quieres en la vida. Solo necesitas saber lo que quieres y no parar hasta conseguirlo.

—¿Claude? Me pareció que te había escuchado. ¿Viniste por más croissants? —dijo la Dra. Sonya cuando me trajo mi pedido.

—Sabes que sí —dijo Claude con una sonrisa.

—Bueno, solo quedan dos, pero te los daré si me muestras de nuevo cómo hacer eso en la computadora. Solo tomará un segundo.

Claude me miró con una sonrisa que me decía que tardaría más que un segundo.

—Por supuesto.

—Lamento seguir molestándote con eso. Mi técnico informático está lejos rebotando balones de fútbol —dijo antes de fingir que lloraba.

—No te preocupes. Te lo mostraré ahora. —Claude se levantó—. Piénsalo, Titus. ¿Qué es lo que quieres?

Los vi entrar en la casa y luego pensé un poco en la propuesta de Claude. Muchas veces había considerado iniciar un negocio turístico. Pero nunca supe por dónde empezar. Probablemente por eso estaba tan concentrado en convencer a la gente para que abriera la ciudad. Pensaba que con eso llegarían las oportunidades.

Pero tal vez Claude tenía razón. Tal vez dependía de mí tomar las oportunidades. Tal vez era hora de que decidiera qué quería hacer.

Dejé que mi mente deambulara de una cosa a la otra, hasta que finalmente logré centrarme. Sólo había una cosa que realmente quería. Estaba tan claro como el cielo sobre las montañas frente a mí. Lo que quería más que la vida misma era a Lou.

Dejé el hostel de la Dra. Sonya  y conduje por los alrededores pensando en ello. ¿Qué estaba dispuesto a hacer para conquistarla? Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Entonces, ¿qué implicaba eso?

Cuando oscureció, regresé a mi casa vacía y me hice algo para comer. Sabiendo que regresaría por la mañana a clase, me acosté temprano. Una vez que estuve en la oscuridad, se me ocurrió un plan. Iba a decirle a Lou lo que sentía. No podía hacerlo por mensaje. Tenía que ser en persona.

 

A la mañana siguiente, en medio de mi primera clase, mi teléfono vibró. Era Lou. Leí su mensaje y todos los anteriores que me había enviado.

“¿Dónde estás?”.

“¿No vienes?”.

“Necesito hablar contigo”.

“En serio, ¿dónde estás?”.

“Me estás volviendo loca”.

El texto de esta mañana era diferente.

“Te necesito. Por favor, respóndeme”.

Sabía de lo que necesitaba hablar conmigo. Se había comprometido. Quería que yo estuviera feliz por ella como siempre. Por lo general, me gustaba ser su mayor animador. Lou era una chica fantástica. Estaba seguro de que sabía lo guay que era. Y yo era feliz de poder recordárselo cada vez que tenía la oportunidad.

Pero no podía hacerlo esta vez. No podía fingir que estaba feliz de que se hubiera comprometido con un chico que conocía desde hacía dos semanas. No había forma.

La amaba. Quería estar con ella. Y no había forma de que Seymour, o como se llamara, supiera lo increíble que era Lou.

“18.30 en Commons”, respondí rompiendo el silencio.

Me envió emojis de corazones. Me hizo sonreír.

No estaba cometiendo un error. Lou tenía que sentir algo por mí, ¿verdad? Yo era el tipo al que regresaba después de todas sus citas. Yo era a quien acudía cuando estaba triste. Yo era su chico.

Y cuando le dijera que la amaba, sabría que cometió un error al decirle que sí a ese otro tío. Luego rompería su compromiso y finalmente podríamos tener la vida que siempre tuvimos predestinada.

Durante el resto del día hice lo mejor que pude para prestar atención en mis clases. Pero fue difícil dejar de pensar en lo que sería el verdadero comienzo de mi vida. La había amado durante mucho tiempo. Nero lo había notado desde hacía meses. Al regresar a mi dormitorio para matar la última hora antes de nuestro encuentro, me topé con mi nuevo compañero de cuarto, Cali. Había crecido de forma acelerada durante el verano, lo que era sorprendente. Entonces, el niño que alguna vez fue flaco y de cabello oscuro y que siempre tenía una mirada misteriosa en sus ojos, se había convertido en un atleta tranquilo y bien formado.

 —Oye —gruñó cuando tiré mi bolso sobre la cama y aparecí después.

Lo observé detenidamente. Se quitó la camisa. Tenía que haber regresado recién de la práctica de fútbol.

 —Oye.

 —¿Fuiste a tu casa?

 —¿Eh? Oh, sí. Necesitaba despejarme la cabeza. —Me levanté—. Oye, ¿conoces a un chico del equipo llamado Seymour?

—¿Sey? Sí, ¿qué pasa con él?

—¿Qué piensas de él?

Cali apartó la mirada.

—Es agradable, supongo.

—Quizás. ¿Por qué lo preguntas?

—Creo que le pidió a Lou que se casara con él.

Cali me miró sorprendido.

—¿A tu Lou?

—Sí —dije con una mirada que decía lo infeliz que me sentía por eso.

—Maldita sea. Bien. ¿Quieres que vayamos a golpearlo?

Esa no era la respuesta que esperaba.

—No estaba pensando en eso. Pero suena tentador —dije con una risa. No estaba seguro de por qué, pero lo que dijo me había hecho sentir mejor—. ¿Qué sabes sobre él?

Cali pensó.

—Chico rico. Estudiante de intercambio de Nashville.

—¿De Nashville? —pregunté sorprendido porque sabía que a pesar de todos los campeonatos que había ganado East Tennessee gracias a Nero y su hermano Cage, Nashville tenía un programa de fútbol mucho más prestigioso.

—Sí. Dijo que le gustaba lo que tenemos aquí.

—Oh, ¿cómo es él en el campo?

—Es nuestro mariscal de campo titular. No es tan bueno como el Sr. Rucker. Pero no está mal.

Sonreí.

—Ya no es más tu entrenador. Puedes llamarlo Cage.

Cali no respondió.

—Si vas a venir con nosotros a pasar el rato, no puedes llamarlo Sr. Rucker. Te das cuenta de eso, ¿verdad? —bromeé.

Cali se puso rojo. Podía parecer una persona nueva, pero por dentro era el mismo chico respetuoso y pueblerino. Iba a tener que cuidar de él. Sin alguien que te ayude durante la transición, la Universidad de East Tennessee podía arruinarte. Tuve la suerte de tener a Nero, Quin y, lo más importante, a Lou.

Cali y yo nos quedamos en silencio mientras consideraba lo que le diría a Lou. No iba a irme por las ramas. Se lo iba a decir directamente.

“Lou, te amo. Siempre te amé. Y quiero que estemos juntos. Lou, te amo. Siempre te amé. Y quiero que estemos juntos”.

Ensayé las palabras hasta que el calor que sentía al decirlas ya no hacía que mi cabeza quisiera explotar. Me tomó un tiempo, pero cuando me vestí para encontrarme con Lou, estaba listo.

—Buena suerte —dijo Cali a pesar de que no le había dicho lo que estaba a punto de hacer.

—Gracias —respondí sin preguntarle lo que sabía.

Mirándome en el espejo antes de irme, miré a los ojos al tipo de cabello desgreñado que miraba hacia atrás. ¿Había alguna razón para que Lou me eligiera a mí y no al mariscal de campo rico y de mandíbula cuadrada que le había pedido que se casara con ella? Si la había, no podía verla.

Pero Lou tenía que saber que nadie la amaría como yo. Haría lo que fuera necesario para hacerla feliz. ¿Quién más podría decir eso? Lou tenía que saber que era cierto.

Crucé el campus y me acerqué a las grandes puertas de metal de Common. Luego entré y subí medio tramo de escaleras hasta la sala de estudio. Lou y yo nos reuníamos mucho en ese lugar. Cuando estábamos en la misma clase, íbamos a estudiar juntos allí. Y cuando no lo estábamos, fingíamos que estudiábamos mientras Lou me contaba sobre su última cita. Al verla al otro lado de la habitación en el sofá, me acerqué. Era nuestro lugar de siempre. Nos permitía acercarnos lo suficiente como para susurrar sin molestar a los demás.

Mi corazón se encogió al mirarla. Dios mío, era hermosa. No era una chica curvilínea o alta, pero lo compensaba con personalidad. Sus mejillas como manzanas y su sonrisa traviesa hacían que pareciera que siempre se estaba divirtiendo, incluso cuando no era así. Y su cabello oscuro con puntas ligeras tenía el largo justo como para tocar sus hombros.

Sin embargo, ese día Lou no tenía su habitual sonrisa juguetona. Había tristeza en sus ojos. ¿Era porque me estaba dando la gran noticia? Sea lo que sea, había algo que necesitaba sacar de mí primero. Era lo que tenía que suceder. Y si no era así, no sabía cuándo volvería a tener el coraje.

Al acercarme a ella, nuestros ojos se encontraron. Me derretí.

“Lou, te amo. Siempre te amé. Y quiero que estemos juntos”, ensayé.

Sentado a su lado, hizo algo que nunca antes había hecho. Puso su mano en mi muslo mientras su mirada caía al suelo. El gesto me congeló. ¿Qué estaba pasando? Haciendo un esfuerzo, comencé.

—Lou, yo…

—Mi abuela murió —dijo interrumpiéndome.

—¿Qué?

—Eso es lo que mis padres vinieron a decirme a la ciudad. El funeral fue el sábado pasado.

—¿No te avisaron del funeral? —pregunté sorprendido.

Lou me había hablado de ella. Había dicho que su abuela era la única razón por la que había sobrevivido a su infancia. Ahora estaba muerta y sus padres le habían quitado la oportunidad de despedirse de ella.

 —Lo siento mucho —susurré sintiendo que me dolía el corazón por ella.

Entonces Lou hizo otra cosa que tampoco había hecho nunca. Cayó en mis brazos y lloró. La sostuve olvidando cualquier plan que hubiera tenido. Lou me necesitaba e iba a hacer lo que fuera necesario para apoyarla.

 

 

Capítulo 3

Lou

 

Nada parecía real hasta que se lo dije a Titus. Y cuando se lo dije supe que mi abuela realmente se había ido. Nunca la volvería a ver. Ni siquiera la vería en un ataúd. Mis padres me habían robado eso. Siempre supe que mi familia me odiaba, pero nunca creí que podían ser tan crueles.

—Se ha ido —dije sintiendo sus cálidos brazos envolviéndome—. No puedo creer que se haya ido.

—Lo siento mucho —seguía repitiendo él.

Eso me bastó para perdonarlo por no haberse acercado a mí hasta ese momento. Había dicho que iría a rescatarme de estar sola con mis padres. Incluso lo había visto parado fuera de la puerta. Había elegido no entrar.

Verlo alejarse me había dolido. Lo único que quería hacer era lo que estaba haciendo ahora, llorar en sus brazos. Pero él me había abandonado. Nunca me había sentido más sola.

Pero nada de eso importaba ahora que estaba conmigo. No necesitábamos hablar de por qué se había ido. Había muchas cosas de las que no necesitábamos hablar.

No sabía cómo iba a contarle sobre mi compromiso. En parte porque no estaba segura de si realmente estaba comprometida. Sí, me lo había propuesto con un coro de sus compañeros cantando de fondo. Fue lo más romántico que alguien hizo por mí y dije que sí. Pero ¿dónde ha estado desde entonces?

Que mis padres lanzaran esa bomba el día de mi compromiso fue una mierda de su parte. No había duda. Habían arruinado lo que tenía que ser el día más feliz de nuestras vidas. Pero no era yo quien lo había estropeado. Yo era la chica a la que le habían arrancado el corazón. Había cosas más importantes que los grandes gestos y Sey me había preguntado si quería ser su esposa.

Claro, mientras yo estaba sentada allí atónita, había enviado a sus compañeros de equipo a casa y me había tomado la mano mientras yo intentaba procesarlo todo. Pero, finalmente, me acompañó a casa, y no he sabido nada de él desde entonces.

¿Pensó que dependía de mí buscarlo para hablar sobre cómo estoy? ¿Estaba dándome espacio para llorar?

Lo que fuera que estuviera haciendo, lo odiaba a cada momento. Y considerando que habían pasado más de veinticuatro horas desde la última vez que supe de él, estaba empezando a creer que su propuesta había sido una broma. Tal vez “broma” era la palabra incorrecta. Tal vez lo había hecho porque sabía lo insegura que me hacían sentir mis padres y decidió que eso les demostraría que alguien me valoraba.

No le había dicho nada sobre las peleas que había tenido con mi familia a lo largo de los años. Pero ¿no podría ser eso una señal de que era el indicado? ¿Que él supiera lo que necesitaba sin que yo tuviera que decir nada?

—¿Qué te gustaría hacer? —preguntó Titus finalmente, rompiendo el silencio.

—Nada —admití—. Solo quiero sentarme aquí.

—Por el tiempo que quieras —dijo en serio.

—En realidad, ¿sabes qué me gustaría mucho? Una noche de juegos. Nada grande.

Solo algo agradable, ¿sabes?

 —Lo organizaré.

Con sus palabras tranquilizadoras, salí de sus brazos y me senté. Lo miré fijamente. Era el mejor amigo que cualquiera desearía tener. Probablemente ese era el momento de contarle sobre mi compromiso. Incluso aunque no hubiera sido una propuesta genuina, era mi oportunidad de mencionarlo.

Tal vez se burlaría de mí por comprometerme tan rápido como hacía todo lo demás. Tal vez yo haría algunas bromas al respecto y dejaría de lado mi momento de locura. Sin importar lo que pasara, era mi oportunidad de hacerlo realidad.

—Creo que quiero ir a dormir —dije en su lugar.

—Por supuesto —dijo recogiendo mis cosas y ofreciéndome su mano para ayudarme a levantarme.

La cogí y luego deslicé mi brazo alrededor de su cintura. Siempre me sentí muy pequeña en sus brazos. Durante la mayor parte del año pasado, Titus había estado en el equipo de fútbol. Todavía tenía el cuerpo para demostrarlo. Sería el grandioso novio de una chica algún día.

¿Que si pensé si había una posibilidad de que yo le gustara? Obviamente. He invitado a salir a suficientes chicos como para saber que soy guapa. Pero hay una gran diferencia entre encontrar a alguien atractivo y estar dispuesta a hacer lo necesario para tener una relación con él.

La clave es ser capaz de notar la diferencia. Y no creo que Titus considere que valgo el esfuerzo. Y tal vez nunca lo crea.

Sin embargo, eso estaba bien porque era el mejor amigo que podía tener. Ni siquiera sabía que una amistad como la suya era posible antes de conocerlo. ¿Por qué querría hacer algo para estropearla?

Sería la cosa más tonta que podría hacer. Y he hecho muchas cosas tontas. Incluso he aceptado casarme con alguien con quien solo tuve dos citas. ¿Podrías siquiera imaginar algo así?

 Titus me acompañó hasta mi dormitorio y entró. Quin estaba en casa.

 —Hola Titus —dijo alegremente.

Los dos se habían conocido en nuestro primer año cuando Quin buscaba a los padres biológicos de su novio. Quin también fue quien convenció a Titus para que asistiera a East Tennessee. Los dos se conocían desde hacía mucho tiempo.

—¿Por qué no me dijiste que la abuela de Lou había muerto? —espetó Titus a Quin.

Quin se congeló.

—Lou, ¿tu abuela murió?

—Sí, no es la gran cosa —dije tratando de mitigar mi error.

—¿Cuándo? —preguntó Quin con su lindo rostro arrugado.

—Es lo que mis padres vinieron a decirme a la ciudad.

Quin se cubrió la boca mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—No es la gran cosa —insistí mientras cruzaba la sala de estar hacia mi dormitorio y me metía en la cama bajo el peso de todo.

—Deja de decir que no es la gran cosa —dijo Titus yendo tras de mí—. Tiene mucha importancia. La muerte de alguien importante es importante. Que tus padres no te hayan contado sobre el funeral es importante.

—¿Tus padres no te avisaron sobre el funeral? —preguntó Quin mientras las lágrimas corrían por sus adorables mejillas.

—Estoy segura de que había una razón —dije esperando que la hubiera.

Eso no impidió que Quin se metiera en mi cama y me rodeara con sus brazos. Nunca antes había hecho algo así. Nunca ha sido del tipo demostrativo-abrazador. Pero mientras me abrazaba con fuerza, solo podía pensar que se sentía bien.

—Creo que estás en buenas manos —dijo Titus desde la puerta del dormitorio.

Abrí los ojos en busca de los suyos.

—Gracias. No sé qué haría sin ti —dije con sinceridad.

—Te llamaré por la mañana para ver cómo estás —dijo llenando un vacío que no sabía que necesitaba llenar.

—Mmm, no muy temprano —bromeé.

Titus sonrió.

—¿Qué soy, un monstruo?

Me reí. Era la primera vez que lo hacía desde que recibí la noticia. Sentía más dolor que nunca en mi vida. Pero sabía que mientras tuviera a Titus, lo superaría. Luego me sentí reconfortada en los brazos de una amiga. Mi abuela claramente me estaba cuidando desde arriba.

Al día siguiente recibí un correo electrónico de mis padres informándome sobre la lectura del testamento de mi abuela. Me sorprendió que no hubieran esperado hasta el último minuto para contarme eso también.

Al menos, mi abuela siempre dejó en claro que me pasaría toda su fortuna. No me importaban mucho esas cosas, pero ella había insistido. Me dijo que ya estaba arreglado y que tenía que prepararme para eso.

Yo, por supuesto, no hice tal cosa. Era el problema de la Lou del futuro. Yo era la Lou del presente. Y déjame decirte que la Lou del pasado era un poco idiota. Me había arrojado todo lo que tenía que hacer. ¿Al menos sabía lo que es la responsabilidad?

Como no tenía que estar en la finca de mi abuela hasta el viernes, decidí no pensar en nada de eso hasta entonces. Estaba de duelo. Tenía cosas más importantes de las que preocuparme, como poder levantarme de la cama.

—¿Crees que podrás estar en la noche de juegos el viernes? —preguntó Titus cuando me hizo una videollamada por FaceTime.

—Tengo que ir a casa el viernes.

—¿Y el jueves?

—Seguro, eso creo.

—Entonces, reserva la fecha.

—No tengo nada más en marcha, así que no debería ser un problema —dije con tristeza.

Hubo una pausa mientras nos mirábamos el uno al otro.

—¿Cómo te sientes?

—Es difícil de creer, ¿sabes? Solía llamarla cada dos o tres días. Pero no hablé con ella por varias semanas antes de que muriera. Ni siquiera sabía que estaba enferma.

—¿Sabes de qué murió?

—Mis padres no me lo han dicho.

—¿Crees que tu hermano podría decirte algo más?

—¿Te refieres al anticristo? No he hablado con él desde la última vez que estuve en casa. No somos muy cercanos.

—¿No sería el momento perfecto para arreglar las cosas entre ustedes?

—Titus, no le confío ni un martillo.

—Hablo en serio, Lou.

—¡Yo también! Una vez, cuando era niña, caminó hacia mí con un martillo, me miró a los ojos y me golpeó el pie con él.

—¿Qué?

—Era uno de esos martillos de plástico y tenía cinco años, pero me miró a los ojos antes de hacerlo. Recibí el mensaje.

—¿Cuántos años tenías?

—Cuatro. Te lo digo, es el engendro del diablo y mi padre.

—Está bien, bueno, ¿tienes tías o tíos a los que puedas contactar para obtener más información?

—Realmente no.

—Lo siento, Lou.

—Me encogí de hombros.

—Lo bueno es que después de este fin de semana, no necesitaré nunca más nada de mis padres.

—¿Eso es bueno?

—Créeme, cuando tienes padres como los míos, no tener que lidiar con ellos es como cumplir años lo suficientemente lejos de Navidad como para que la gente tenga que darte dos regalos. Titus sonrió.

—Pues me alegro por ti. Pero lamento que tuviera que suceder así.

—Gracias —dije notando su sinceridad.

—¿Estás segura de que vas a poder ir a la noche de juegos del jueves?

—Creo que sí. No estarás pasando por muchos problemas, ¿verdad?

Titus lo pensó.

—Estoy pasando por tantos problemas que no deberías cancelar la cita, pero no tantos como para que tengas que sentirte mal si lo haces.

Me reí.

—Me conoces tan bien.

—Me alegro de que te hayas dado cuenta —dijo con una sonrisa.

Con el apoyo de Titus, de repente tuve la energía suficiente para levantarme de la cama. Después de todo, tenía clases. Con herencia o sin ella, nadie quiere salir con una chica tonta. Aunque sea claramente atractiva.

Mientras me obligaba a vestirme, pensé en Sey. Todavía no había sabido nada de él.

Me negué a ser la primera en buscarlo. Yo estaba de duelo. ¿No lo comprendía? Titus lo entendía. Quin lo entendía. No era un concepto tan difícil de entender.

Sin embargo, tal vez la otra razón por la que no me había acercado a él era que esperaba que todo desapareciera. No me malinterpreten, había cosas de estar comprometida que me encantaban. No podía esperar a llevarlo a la lectura del testamento de mi abuela y restregarles mi compromiso en las caras a toda mi familia.

“Mamá, dijiste que nunca nadie me amaría. Bueno, mira sus increíbles pómulos y dime que estabas muy equivocada. No seas tímida, tu hijo anticristo también lo quiere escuchar”.

Sí, era definitivamente lo que quería que pasara. ¿Pero quería que Sey estuviera en la noche de juegos de Titus? No estaba segura. Sentía que era algo solo para la familia. ¿Sey no era ahora mi familia? No sentía que lo fuera. ¿Debía sentirme así?

Después de un día en el que escuché mucho a Titus, decidí ser la persona más adulta y me acerqué a Sey. No era una batalla. O, al menos, no se suponía que lo fuera. Entonces le envié un mensaje diciéndole que me sentía mejor y le conté sobre la lectura del testamento. ¿Por qué no le mencioné también la noche de juegos? Supongo que se me fue de la cabeza.

“¡Me alegro de que te sientas mejor, hermosa! ¿Cuándo es la lectura?

“El domingo”.

“Tal vez tenga un partido el sábado. ¿Dónde es?”.

Le envié la dirección de la finca.

“Te avisaré”.

“¿Te avisaré?”, leí en voz alta.

 Nada me daba menos confianza que esperar que él me avisara sobre algo. Quiero decir, él iba a estar allí apoyándome, ¿verdad? Tenía que saber que era importante. ¿Cómo podía no saber que era importante?

—¿Te estás preparando para mañana en la noche? —me preguntó Titus por FaceTime cuando salí de mi última clase por la noche.

—¿Debería estarlo?

—Considerando la frecuencia con la que te aplasto cuando jugamos uno contra el otro… Pero no te preocupes, sé que estás pasando por algo. Me lo tomaré con calma esta vez.

—Oh, así es como va a ser. Porque si quieres que vaya con todo, lo haré. Puedes contar con ello.

 —No, no. Todos estuvieron de acuerdo en tomárselo con calma contigo. Sabemos que no puedes soportar otro golpe con todo lo que te está pasando.

Miré la pantalla de mi teléfono y vi la cara sonriente de Titus. ¿Se había vuelto loco? Tenía que saber que podía limpiar el suelo con ellos. Quiero decir, siempre y cuando no fuera un juego de palabras porque, ya sabes, Quin. Pero aparte de ella, los destrozaría a todos.

Con la boca aún abierta, escuché la voz de Titus por duplicado. Miré hacia arriba y lo vi parado frente a mí. Seguía sonriéndome con su adorable y estúpido rostro.

—Estás atrapando moscas —dijo recordándome que tenía la boca abierta.

—Estoy en shock porque crees que tienes la oportunidad de vencerme… en cualquier cosa.

—Es gracioso cómo el duelo afecta tu memoria.

Me reí con una risa vengativa.