LA BELLA Y LAS DOS BESTIAS

Capítulo 1

 

—Bella, ¿a dónde vas? —preguntó su padre cuando la vio salir corriendo por la puerta.

—A ningún lado, papá. Volveré más tarde —respondió Bella.

—Si no vas a ningún lado, ¿cómo es que volverás más tarde? —dijo su padre arrugando la nariz y acomodándose sus anteojos más arriba.

Pero Bella ya no podía escucharlo. Se había ido. Con una canasta llena de comida que había estado preparando durante la mañana, ya estaba en medio de la plaza del pueblo y se dirigía hacia el campo que rodeaba la aldea.

Había estado esperando ese momento toda la semana. Trudeau le había dicho que tendría algo especial para ella cuando regresara. Estaba segura de lo que eso significaba. Le pediría que se casara con él.

Había soñado que se casaría con Trudeau desde que ambos tenían trece años. Y hacía unos pocos meses que había cumplido la edad suficiente para casarse. Estaba muy emocionada de comenzar una nueva vida con su amor.

Tardó treinta minutos en llegar al arroyo. Era donde Trudeau le había dicho que la encontraría. Era su lugar especial. Era el lugar en el que habían estado solos por primera vez. Era el lugar en el que se habían besado por primera vez. El joven cuerpo de Bella se estremeció al imaginar qué otras primeras cosas ocurrirían allí. Y saliendo del campo de trigo que le llegaba a la cintura, entró en el claro buscando emocionada a su amor.

—¿Bella? —gritó su joven pretendiente.

Se volteó para ver al amor de su vida. Era increíblemente guapo. Vestido con sus mejores ropas, su cabello rubio rizado caía más abajo de su cuello y su rostro masculino sin vello coronaba lo que solo podía describirse como un físico perfecto.

Bella sintió que su sexo hormigueaba con solo mirarlo. Había tanto en él que la hacía sentir como una mujer. No veía la hora de ser su esposa para poder abrazarlo como hacían las personas casadas. Era todo lo que deseaba en la vida y su corazón latía con fuerza al pensar que su nueva vida podría comenzar ese día.

Con la cesta todavía colgada del antebrazo, corrió hacia su amado y le dio un beso. Cuando sus labios rosados estaban unidos a los de él, sintió que una ola de calor la recorría. Se sentía indefensa. No quería alejarse de esos labios nunca. Si él no se hubiera apartado, ella no lo hubiera dejado ir.

—Oh, Bella, te extrañé mucho —dijo Trudeau sin aliento.

—Yo también te extrañé mucho. Prométeme que no te irás más por tanto tiempo.

—Sabes que no puedo prometerte eso, Bella. Y no quiero mentirte nunca.

Bella dio un paso hacia adelante y lo abrazó. Podía escuchar su corazón latiendo en su pecho. Hizo que tambaleen sus rodillas.

—Sé que no puedes, pero me gustaría.

—A mí también me gustaría. Algún día dejaré de ser el asistente de un vendedor ambulante. Yo mismo seré un comerciante. Y cuando lo sea, podré viajar cuando quiera y quedarme en casa cuando quiera. Y cuando pueda, pasaré todo el día y la noche contigo.

Fue la sugerencia de que pasaría toda la noche con ella lo que aceleró su corazón. Se sintió mareada. Al notar su inestabilidad, Trudeau se le acercó y la sostuvo cuando parecía perder el equilibrio.

—¿Estás bien, Bella? —preguntó inseguro de lo que le estaba pasando.

Al mirar sus ojos azul cielo, se sintió avergonzada. Se recompuso.

—Sí. Debo estar cansada por la caminata.

Bella sabía que eso no era lo que le ocurría. Podía hacer la caminata dormida. Pero algo tenía que decirle. No podía simplemente decirle lo enamorada que estaba de él. Al menos no todavía.

—Tal vez podríamos sentarnos y comer algo.

Trudeau miró a Bella con nerviosismo.

—Sí, hagamos eso.

Ya de pie en su lugar favorito junto al arroyo, Bella dejó su canasta y tomó una manta. Trudeau la ayudó a extenderla. Luego de delinear el espacio para ellos, se quitaron los zapatos y se acomodaron en la manta.

Sentados hombro con hombro, Bella vació el contenido de su cesta sobre la manta. Había preparado un almuerzo maravilloso. Había pan, queso y uvas.

—También traje esto —dijo mostrándole una botella de vino nerviosa—. No sabía si te gustaría.

—Claro —dijo inseguro de su respuesta.

Ciertamente, había bebido vino antes, pero no muy seguido. A decir verdad, ese sería su segundo vaso lleno. Pero era más de lo que había bebido Bella. Aunque su padre tenía botellas de vino en su casa y ocasionalmente bebía una copa durante la cena, ni siquiera había probado un sorbo.

Sin embargo, quería ser adulta. Quería casarse con Trudeau. Y si Trudeau iba a ser la persona con la que pasaría el resto de su vida, quería que su primera copa fuera con él.

Luego de coger dos vasos, Bella intentó abrir el vino. Había visto como lo hacía su padre, pero imitar sus acciones resultó ser más difícil de lo que esperaba.

—Déjame a mí —pidió Trudeau.

—No, yo puedo —dijo ella, que no estaba dispuesta a renunciar—. Es solo cuestión de … —pensó mientras hablaba—. Es solo cuestión de aplicar la fuerza justa.

Con la lengua entre los dientes y abultando un lado de su boca, logró sacar el corcho de la botella, que salió con un “plop”.

—Lo hice —dijo Bella encantada.

—Lo hiciste —dijo Trudeau, disfrutando de su éxito.

—¿Por qué deberíamos beber? —preguntó Bella llenando los dos vasos.

—¿Qué te parece si por nosotros?

Bella sonrió.

—Sí.

Los dos chocaron sus vasos, se miraron a los ojos como era costumbre y tomaron un sorbo. Bella no estaba tan preparada como Trudeau. El vino era mucho más amargo de lo que esperaba. Tosió.

—¿Estás bien, Bella?

—Estoy bien —dijo de nuevo avergonzada—. Es rico —agregó sin estar segura de qué tan rico era en realidad. Trudeau se dio cuenta de que mentía y se rio.

—No tienes que beberlo si no te gusta.

—No, me gusta —dijo tomando un trago aún más grande.

Trudeau sonrió mirándola fijamente. Era una de las cosas que más le gustaban de Bella. Su espíritu era imparable. Había más vida en ella que en cualquier otra chica de su aldea. Realmente quería pasar el resto de su vida con ella. Y por eso se decidió a hacer lo que hizo a continuación.

—¿Bella? —dijo mientras ella bebía la mitad de su vaso—. Hay algo que quiero preguntarte.

Al escuchar esas palabras, Bella se congeló. ¿Estaba a punto de preguntarle lo que ella esperaba? Su corazón latía con fuerza y las lágrimas le brotaban de sus ojos.

—¿Sí, Trudeau?

—Sabes que te amo, ¿verdad, Bella?

Su mano tembló al darse cuenta de lo que estaba pasando. Rápidamente dejó a un lado su vaso y tomó las manos de Trudeau entre las suyas.

—Sé que sí. Y te amo también.

Era la primera vez que se lo decía. No estaba segura de por qué había esperado tanto.

—¿Sí?

—Por supuesto que sí. Te he amado desde que nos conocimos cuando éramos niños.

—Yo también me enamoré de ti desde el primer momento en que te vi —dijo Trudeau sintiendo que su corazón iba a explotar—. Y es por eso que…

Trudeau soltó su mano y se apoyó sobre una de sus rodillas. Volviendo a tomar la delicada mano de Bella entre las suyas, pudo sentir cómo temblaba. Era tan delicada y hermosa que apenas podía contenerse.

—Bella, estoy a punto de preguntarte algo y si dices que sí, me harás el chico más feliz que jamás haya existido.

Bella apenas podía respirar de la emoción.

—¿Qué es, Trudeau? Solo preguntame.

—¿Bella?

—¿Sí, Trudeau? —preguntó, con el corazón palpitando.

—¿Quieres casarte conmigo?

Fue como si todo el aire hubiera sido succionado de su cuerpo. Sintió como si fuera a estallar de felicidad. El mundo a su alrededor inmediatamente le pareció más brillante. Mirando fijamente a los ojos a su amor, el momento pareció extenderse para siempre.

—Sí —dijo finalmente—. Me casaré contigo. ¡Sí! —dijo comenzando a llorar.

De pronto, Trudeau se sintió abrumado por la alegría y el alivio. Casarse con Bella fue su único deseo desde el momento en el que se conocieron. Todo lo que había hecho desde entonces eran cosas que pensaba que lo harían merecedor de su mano.

Entonces estaba comprometido con la chica más hermosa del mundo. Sentía que su vida estaba completa. Se inclinó hacia adelante y besó a su futura esposa. Su hombría cobró vida cuando sus labios se tocaron.

Besando a su futuro esposo, Bella apenas podía contenerse. Era más feliz que nunca. Incluso mientras lo besaba, pensaba en cómo podría demostrarle más cuánto lo amaba. Consideró contarle todos sus secretos, pero luego se dio cuenta de que no tenía ninguno.

Lo que podía hacer, sin embargo, se le ocurrió en un momento. No supo de dónde salió ese pensamiento pero, en ese instante, por alguna razón, su idea loca no le pareció tan loca.

La única forma de estar aún más cerca de su futuro esposo sería mostrándole un lado de ella que no le había mostrado a nadie más. El pudor era algo que se predicaba a menudo en su pequeño pueblo y lo había aprendido mejor que nadie. Pero entonces Trudeau iba a ser su esposo. ¿Qué mejor manera de demostrarle cuánto lo amaba que mostrándole todo de sí misma?

No podía creer lo que estaba considerando. ¿Cómo se le había ocurrido? Ciertamente, había soñado con hacer cosas de adultos con el chico que amaba desde hacía mucho tiempo. ¿Qué chica no lo hacía? Pero ¿realmente iba a darle ese regalo antes de su boda?

Algo dentro de ella gritó diciéndole que debía hacerlo. Mientras su beso se prolongaba y su cuerpo se calentaba hasta el punto de ebullición, tomó su primera decisión adulta. Lo haría.

Bella se apartó de su amor y continuó mirándolo a los ojos.

—Quiero hacer algo contigo —dijo.

—Cualquier cosa, mi amor —respondió él.

Bella temblaba mientras se alejaba más de él. No podía creer lo que estaba haciendo. Pensaba que estaría mucho más asustada. Sin embargo, no tenía miedo en absoluto. En todo caso, hubiera dicho que se sentía muy emocionada.

Sentada a más de un brazo de distancia de él, sus manos temblorosas se movieron hacia los botones de su espalda. Al observar los ojos de Trudeau, los vio agrandarse. Quería que estuviera emocionado y lo estaba. Incluso mientras se desnudaba, apenas podía esperar a estar más cerca de él. Su joven cuerpo parecía anhelar el de su amor. Y cuando se inclinó hacia adelante para revelar su ropa interior, el rostro de Trudeau se puso rojo como una remolacha.

Reuniendo cada pizca de coraje dentro de ella, Bella se puso de pie. Sus piernas temblaban. Su joven cuerpo temblaba. Pero aún no había terminado y volvió a llevar sus manos detrás de su cuerpo. Cogiendo los botones de su camisola entre sus dedos, los desabrochó uno por uno.

Entonces, su estado de ánimo cambió. Si antes estaba nerviosa, ahora no podía esperar para quitarse la ropa interior. Quería que su amor la viera como realmente era. Cuando su camisola cayó al suelo revelando sus senos redondeados y sus pezones erectos, se le cortó la respiración.

Sin detenerse, desabrochó los botones de sus bragas. Cayeron al suelo. Su cuerpo joven estaba frente a su futuro esposo rogando que lo tocara. Se quedó allí por lo que pareció una eternidad, y luego salió de la manta y se dirigió al arroyo.

El agua fría le resultaba familiar. Allí era donde solía bañarse. Y no solo eso, era adonde regresaba en sus sueños.

En sus sueños, Trudeau caminaba al lado del arroyo cuando, de pronto, la encontraba bañándose. Entonces él revelaba su propio cuerpo desnudo y entraba en el arroyo con ella. A veces se abrazaban allí mismo. Era ese abrazo lo que más deseaba entonces.

—Ven conmigo —dijo Bella rebosante de emoción.

Trudeau, que estaba sonrojado como nunca lo había visto, no dijo una palabra. Simplemente se levantó y desabotonó lentamente su camisa dejándola caer al suelo. Bella nunca antes había visto su pecho desnudo. Sus músculos estaban marcados como los de un hombre, pero su pecho no era velludo. Decidió que era tan hermoso como las estatuas de los libros que había leído. No podía imaginar a nadie más guapo.

Mientras sus ojos seguían sus manos hasta su cintura, vio algo inesperado. Había algo abultado en sus pantalones. A menudo había escuchado a las otras chicas bromear sobre algo como eso pero no podía entender, por su vida, de qué estaban hablando. Seguramente se trataba de eso.

Volvió a temblar sabiendo que entonces podría llenar los espacios en blanco de sus sueños. Aunque había soñado con él desnudo y con su abrazo, lo que pasaba debajo de su cintura siempre era borroso. Entonces, cuando se bajó los pantalones y luego su ropa interior, Bella no pudo creer lo que veía.

“¿Así es como se ve un chico desnudo?”, se preguntó a sí misma. Nunca lo habría adivinado. Su cuerno era aterrador y estimulante a la vez. Su pecho desnudo subía y bajaba al considerar lo que un chico podía hacer con eso cuando abrazaba a una chica.

Estaba segura de que Trudeau podía oír los latidos atronadores de su corazón desde donde estaba. Sentía un anhelo inexplicable dentro de ella. Necesitaba estar tan cerca de su amor como pudiera. Cuando los anchos pies de Trudeau dejaron la manta para ir hacia ella, estaba segura de que podía estallar en lágrimas de emoción.

Trudeau entró en el arroyo de curso suave y se detuvo a más de un brazo de distancia frente a ella. Con el agua que le llegaba hasta el ombligo, miró a su amor sin saber qué hacer a continuación. Quería desesperadamente acercarse a ella y tocarla, pero ¿ella lo permitiría? Era la chica más maravillosa del mundo, y él solo quería hacerla feliz. Así que si ella quería que se quedara allí, por mucho que le doliera, lo haría.

Sin embargo, Bella quería hacer algo más que solo mirarlo. Ardía de deseo por tocarlo. Sin estar segura de si él querría que lo hiciera, se movió lentamente hacia adelante. Al verla, él también se acercó. Y una vez que ambos se vieron moviéndose uno hacia el otro, sus movimientos se volvieron más rápidos, hasta que finalmente aferraron sus cuerpos desnudos y unieron sus labios.

Bella no podía explicar la sensación que tenía al apretar sus jóvenes pechos contra su pecho varonil. Era estimulante. Incluso lo era más aún la sensación de su virilidad rígida frotando su vientre. Podía sentir la carne entre sus piernas contraerse ante esa sensación. Deseaba tanto que Trudeau la tocara allí. Pero no deseaba que lo hiciera con sus dedos. Quería que fuera con su virilidad.

Como necesitaba estar más cerca de él, envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se colgó de él. Besándolo más fuerte, sintió lo que le generaba cada roce de la punta de su cuerno cuando se movía debajo de ella. Cuando abrió sutilmente sus piernas, su hombría rozó su carne hinchada. La sensación la hizo convulsionar. Fue la mejor sensación que tuvo en su vida. Le tomó un momento recuperarse pero, cuando lo hizo, supo que necesitaba más de eso.

Casi salvaje a causa de su toque, comenzó a descolgarse de su cuello y a bajar. La punta de su cuerno se deslizó por su carne y se detuvo. Se había detenido en su agujero. Allí era donde su placer era mayor.

Ella bajó causándose dolor. Sin embargo, no era algo que quería evitar. Era un dolor que de alguna manera se sentía bien. Pidió más de ese dolor mientras bajaba aún más. Y cuando el empujón se volvió casi demasiado, sintió un pinchazo seguido de la sensación de que la había llenado.

Bella no estaba segura de lo que estaba pasando, pero le gustaba. El chico que amaba estaba realmente dentro de ella. No había manera de que pudiera estar más cerca de él. Estaba dispuesta a quedarse así para siempre.

Sin embargo, ese no parecía ser el plan de Trudeau. Echó las caderas hacia atrás como si tratara de salir. Bella se decepcionó cuando creyó que se había retirado, y luego se sintió igualmente eufórica cuando la hombría de su amor invirtió su retirada y la penetró de nuevo.

La sensación que todo eso le provocaba estaba más allá de cualquier cosa imaginable. De inmediato, esa sensación la paralizó y liberó su mente. Sintiendo la maravillosa masculinidad de Trudeau entrando y saliendo de ella, su mente cayó en profundidades en las que nunca antes había estado. Su cuerpo se estremeció por todas partes y su interior se tensó con un nuevo tipo de dolor que se sentía bien. Se volvió demasiado para ella, pero no quería que él se detuviera.

Mientras el estruendo crecía dentro de ella, Bella sintió el impulso de gritar. Se sentía tan bien que quería que todo el mundo lo supiera. Se sentía fuera de control. Era como si estuviera cayendo hacia las profundidades del placer. No podía pensar en nada más que en lo que podría suceder a continuación.

Cuando no pudo contenerlo más, enlazó sus piernas alrededor del cuerpo de su prometido y dejó escapar un grito desgarrador. Una ola de placer la inundó como miel tibia. Estaba en éxtasis. Su momento solo fue interrumpido cuando Trudeau dejó escapar su propio gemido. Él había disfrutado lo que habían hecho tanto como ella.

Poco después, Trudeau, compasivamente, detuvo sus suaves embestidas. Bella solo quería abrazarlo y estar lo más cerca posible de él. Trudeau parecía estar de acuerdo y ella podría haberse quedado en su abrazo para siempre. Sin embargo, un crujido que provenía de la maleza cerca del arroyo los interrumpió. Trudeau fue el primero en mirar a su alrededor; Bella pronto soltó su amor y también se volteó a mirar.

—¿Qué es? —preguntó Bella, perdiendo lentamente el coraje que había sentido hacía solo unos momentos.

—No sé. Podría haber sido un animal —susurró Trudeau.

—¿Crees que deberíamos salir por si acaso? —sugirió Bella.

—Tal vez deberíamos.

Bella liberó a Trudeau. Para su sorpresa, su hombría ya no estaba dentro de ella. No había sentido cuando lo sacó. Y cuando lo miró mientras salía del arroyo, se sorprendió al descubrir que su cuerno ya no estaba tan rígido como antes.

Todo el asunto asombró a Bella. No podía esperar a convertirse en su esposa y estar con él todo el día y toda la noche. El placer que acababa de experimentar con él era el más grande que había experimentado en su joven vida. No se arrepintió de nada de lo que había hecho con su prometido y solo pensaba en cuándo podría volver a hacerlo.

Una vez que los dos se vistieron, volvieron a la manta y a los brazos del otro. Se recostaron y hablaron durante lo que debieron ser horas. Cuando el pan y el queso se habían acabado hacía  mucho tiempo y Bella había bebido todo el vino que podía manejar, decidieron dar por terminado el encuentro.

—Mañana tengo que irme con el Sr. Lafleur a un viaje de negocios. Encontró un nuevo territorio que le gustaría que exploremos. Estaré fuera una semana pero, cuando regrese, tendré un anillo, y le pediré tu mano a tu padre. En cuanto me dé su permiso, me casaré contigo, Bella. ¿Te parece bien? —preguntó Trudeau con vulnerabilidad.

—Me gustaría mucho —dijo mirando los ojos claros de Trudeau—. ¿Pero por qué esperar por el anillo? Si le preguntas a mi padre esta noche, te dirá que sí. Sé que lo hará. Te ama tanto como yo. Ya piensa en ti como su hijo.

—Y lo amo como al padre que nunca tuve. Juntos seremos la mejor familia. Pero quiero que el momento sea perfecto para ambos. Quiero que tengas un anillo y que lo nuestro sea oficial.

—Lo de los anillos es algo que hace la gente en la ciudad. No nosotros, Trudeau. No tienes que preocuparte de eso con mi padre.

—Pero quiero hacerlo. Quiero algo que le muestre al mundo entero cuánto te amo. Quiero algo que les diga que me perteneces y que yo te pertenezco a ti.

Bella miró fijamente a su prometido amado. Un anillo no era importante para ella, pero podía darse cuenta de que era importante para él.

—Entonces ve con el Sr. Lafleur. Contaré los días hasta tu regreso. Y cuando estés de vuelta, seré la chica más feliz del mundo sabiendo que tendré el esposo más cariñoso y considerado que jamás haya existido.

Bella volvió a besar los labios de su prometido, luego recogió sus cosas y se dirigió a casa. En el camino de regreso, consideró lo que había hecho con su prometido. Sentirlo dentro de ella fue realmente la sensación más grandiosa de su vida. Se sentía mareada de solo pensarlo. Pensaba en su olor y en la forma en que se sentía en sus brazos. Quería cantar mientras consideraba lo afortunada que era al tener a un hombre como Trudeau en su vida.

—¿Bella? —preguntó su padre cuando regresó a su casa—. ¿Dónde has estado?

—Con Trudeau, papá. Es simplemente el hombre más maravilloso que he conocido. Quiero que sea mi marido.

—Y estoy seguro de que te lo pedirá. Solo tienes que tener paciencia, querida. Trudeau es un buen hombre. Será un buen marido para ti. Y por ser tan maravillosa como eres, estoy seguro de que serás una buena esposa para él —dijo su padre con una sonrisa y un abrazo.

 

Cuando Bella se despertó a la mañana siguiente, todavía estaba en las nubes. Mientras se vestía, recordó que tenía recados que hacer. Se estaba quedando sin harina y su padre necesitaba moras para la pintura de sus relojes cucú. Era el mejor relojero de las afueras de París. Que hubiera elegido vivir tan lejos de sus mejores clientes era un milagro. Pero desde que la madre de Bella murió, afirmó que una casa en el campo era el único lugar donde no lo ahogaría el recuerdo de su amor perdido.

Por más que Bella pensaba que la vida en la ciudad tendría más que ver con ella, aceptaba vivir en el campo siempre y cuando hiciera feliz a su padre. Sin embargo, a pesar de lo amables que eran todos, era un poco difícil para ella. La idea de que las niñas leyeran sonaba extraña para sus vecinos. No podía entender por qué. ¿Cómo podían creer que el único lugar para una chica era la cocina o estar al servicio de un hombre? Bella no había sido criada así y le agradecía por eso a su padre todos los días.

—Buenos días, Sra. Oakes. Buenos días, Sra. Embers —dijo Bella al cruzarse con sus dos vecinas mientras se dirigía a la tienda—. Qué hermosa mañana, ¿no lo creen? —Bella no pensó mucho en que su sonrisa no le fue devuelta. A menudo pensaba en lo gruñonas que eran muchas de las mujeres de su aldea.

Entró en la tienda y vio al Sr. y la Sra. Cannon.

—Buenos días, Sr. Cannon. Buenos días, Sra. Cannon. ¿No es un día maravilloso?

—Pues sí, Bella. Lo es —respondió el Sr. Cannon.

—Para la gente temerosa de Dios como nosotros, lo es. No puedo imaginar que sea maravilloso para alguien de tu clase —dijo la Sra. Cannon interponiéndose con rudeza entre Bella y su esposo.

—¡Sra. Cannon! —dijo Bella sorprendida—. ¿Por qué dice tal cosa? Es un día maravilloso para todas las criaturas de Dios.

—No, Bella. Para los pecadores, Dios no tiene misericordia —agregó la Sra. Cannon.

Su marido la miró sorprendido.

—Sra. Cannon, ¿por qué le dice algo así a una chica maravillosa como Bella?

—Sr. Cannon, esta chica es una pecadora y una ramera. No es el tipo de persona que queremos en nuestra tienda. Somos personas temerosas de Dios y la tienda está en nuestra casa.

—Sra. Cannon —volvió a preguntar su marido. ¿Cómo puede decir eso de Bella? La conocemos desde que era un bebé. Ella siempre ha sido una buena chica.

—Sr. Cannon, una manzana podrida siempre termina mostrando su gusano.

Bella miró atónita a los dos. No tenía idea de qué estaba hablando la señora Cannon.

—¿Por qué lo dice, Sra. Cannon? Le exijo que se disculpe.

—No lo haré. Dios ve todas las cosas. Él sabe lo que hiciste ayer en el arroyo y también lo saben todos los demás en esta ciudad.

Bella se puso blanca de la sorpresa. ¿Cómo podría saberlo alguien más que Trudeau? Él no se lo habría dicho a nadie nunca, entonces, ¿cómo podría saberlo la Sra. Cannon?

—Lo que sea que hice o no hice, estoy segura de que no es de su incumbencia. Pero puedo asegurarle que cualquier cosa que haya hecho fue entre mi prometido, mi Dios y yo —dijo Bella con confianza.

—¿Tu prometido? —dijo la Sra. Cannon dejando que su fruncida cara de pájaro expresara sorpresa—. ¿Desde cuándo Trudeau se ha convertido en tu prometido?

—Desde ayer cuando me propuso matrimonio.

—¿Y supongo que él sabe que es tu prometido? —preguntó dudosa.

—Por supuesto que lo sabe. Él fue quien me lo preguntó —dijo Bella desafiante.

—Bueno, hasta que no nos presentes a tu prometido, tendrás que comprar tus alimentos en otro lugar. El Sr. Cannon y yo no permitiremos que una pecadora como tú entre en nuestro negocio o en nuestra casa.

—Pero necesito harina para hacer pan para la cena. He estado comprando harina en su tienda desde que era una niña.

—Y como lo demostraste ayer, ya no eres una niña pequeña. Pero la pregunta permanece, ¿eres ahora una mujer respetable de Dios?

Bella se sintió nerviosa. No esperaba contarle a nadie sus buenas noticias y menos bajo la amenaza de una mujer como la Sra. Cannon. Pero si ella sabía lo que había hecho con Trudeau, otros también tenían que saberlo.

La señora Cannon había dicho que todo el pueblo lo sabía. ¿Podría ser eso cierto? ¿Su momento más íntimo podría ser un chisme para las mujeres de mente ociosa de la aldea? Si era así, ¿cómo se habían enterado?

Bella salió de la tienda sintiendo que su confianza flaqueaba. Mirando a su alrededor, todo le pareció gris. No lo había notado antes, pero podía ver que todos la miraban. Todo el pueblo se había detenido para mirarla boquiabierto y muchos se inclinaban y susurraban.

Sintió un vacío formándose en su pecho. Entrando en pánico por lo que todos sabían, no podía respirar. Todos sabían lo que había hecho con Trudeau y todos la estaban juzgando por ello. Sin saber qué hacer, les gritó.

—Trudeau es ahora mi prometido. Nos comprometimos. Se fue con el Sr. Lafleur esta mañana para conseguir un anillo. Él va a ser mi esposo. Es algo maravilloso —insistió sin convencer a nadie.

Fue entonces cuando Bella escuchó que gritaban su nombre desde un carruaje que se dirigía al pueblo.

—¡Bella! —gritó la voz llamando la atención de todos—. ¡Bella, debes venir!

Bella miró más allá de las caras de desaprobación sorprendida ante lo que vio. Era el señor Lafleur. ¿Qué estaba haciendo allí? Trudeau le había dicho que los dos estarían de viaje durante una semana. Había insistido en ir con él para poder comprar un anillo.

—¿Señor Lafleur? —dijo Bella corriendo hasta su carruaje, pasando desdeñosa por entre la gente del pueblo.

—Te está llamando, Bella. Tienes que verlo.

—¿Quién? —rogó Bella, aterrorizada de escuchar a quién se refería.

—Es Trudeau. Estábamos atravesando el Bosque Oscuro cuando los lobos atacaron. El joven me salvó la vida pero temo que él no se salvará. Te está llamando, Bella. Me temo que no sobrevivirá.

En un momento, todo lo que era bueno y feliz en su vida se esfumó. Corrió a la parte trasera del carruaje rezando para que nada de eso fuera cierto. Sin embargo, lo era. El hombre ensangrentado que yacía moribundo en el asiento del carruaje del Sr. Lafleur era su amor, Trudeau. Se sentía aturdida y devastada al mirarlo, pero mientras veía que su pecho luchaba por respirar, se subió al carruaje y abrazó a su amor moribundo.

—Trudeau, por favor, no me dejes. Te amo mucho. No puedes dejarme —dijo mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Yo también te amo, Bella. No pude conseguirte tu anillo.

—No me importa el anillo —dijo Bella mientras su pecho comenzaba a agitarse por la devastación—. Todo lo que me importa eres tú. Quédate conmigo. ¡Por favor! ¡Te lo ruego! ¡No podré vivir sin ti!

Trudeau hizo todo lo que pudo para extender su mano y tomar la mano de Bella. No pudo. Y mientras lo intentaba, su pecho se hundió expulsando su último aliento. Mirando a la única chica a la que había amado, la chispa desapareció de sus ojos. Murió.

—¡No! —gritó Bella tratando de atraer a su amor hacia ella—. No, Trudeau. ¡Regresa conmigo! No puedo vivir sin ti —gritó—. ¡No puedo vivir aquí sin ti!

Como si le hubieran arrancado el alma del corazón, Bella se arrojó sobre su amor y gritó sin parar. Lloró hasta que sus ojos ardieron y su garganta se puso en carne viva. Sus bramidos resonaron en las casas y por toda la ciudad.

Nadie se le acercó hasta que llegó su padre. Él la apartó de su amor perdido y la acunó en sus brazos. Estaba desconsolada, pero su padre prometió abrazarla fuerte hasta el día en que pudiera volver a respirar con normalidad.

 

 

Capítulo 2

 

Bella se recostó casualmente al borde del arroyo a leer un libro. Desde la muerte de Trudeau, los libros y la repostería se habían convertido en sus pasiones. Ambas eran un problema para ella. La única fuente de libros nuevos estaba en la iglesia, un lugar donde le dijeron que ya no sería bienvenida hasta que no demostrara que se arrepentía de su pecado.

Por otro lado, la harina que necesitaba para hornear solo se podía conseguir en la tienda de la Sra. Cannon, un lugar al que le dijeron que ya no sería bienvenida hasta que… bueno, no había nada que pudiera hacer para que la aceptaran. La señora Cannon la había declarado una paria y se había negado a volver a venderle nada.

Sin embargo, eso no quería decir que Bella no pudiera acceder a los libros o a la harina. Su padre le buscaba los libros cuando los necesitaba, y recogía todos los ingredientes que le pedía de los alrededores del pueblo. Eso incluía los ingredientes que Bella necesitaba para hornear sus delicias.

Pero lo de la repostería tuvo un efecto en ella. Ya no era la chica delicada que había amado y perdido a Trudeau. Se había vuelto mucho más redonda. Y cuando las mujeres del pueblo hablaban de ella, describían su nuevo look como el de una chica que ya no buscaba marido.

Sin embargo, los libros y la repostería no eran sus únicos intereses. Después de la muerte de Trudeau, apenas salía de su casa. Fue entonces cuando quedó realmente fascinada por los engranajes y resortes de los relojes de su padre. Nunca antes había considerado cuán útiles eran todos esos pequeños mecanismos para solucionar todo tipo de problemas.

Por ejemplo, ¿qué sentido tenía mezclar a mano los ingredientes de un pastel? Para incorporarlos bien, Bella tenía que sujetar con fuerza el tazón, agarrar con firmeza la espátula de madera y luego triturar bien los ingredientes. Sin embargo, con una serie de engranajes de diferentes tamaños colocados con precisión en una caja, Bella descubrió que podía usar un asa para mezclar los ingredientes el doble de rápido y con la mitad del esfuerzo.

Esa no fue la única mejora que aplicó en sus tareas diarias gracias a sus descubrimientos. Lavar la ropa ocupaba muchas horas de su tiempo tres veces por semana. Sin embargo, usando los pesos de un reloj cucú, descubrió que podía redirigir su energía potencial para girar suavemente unas paletas de madera dentro de un balde lleno de agua. Lavar su ropa le tomaría un poco más de tiempo que a mano, pero mientras tanto podía usar su batidora mecánica para hacer un pastel o simplemente sentarse y leer un libro.

Pescar en el arroyo fue otra de las tareas que descubrió que podía hacer más fácilmente con unos cuantos engranajes y resortes. Anclando una caña de pescar en una caja, ató una línea a una palanca y un resorte. Cuando el pez mordía el anzuelo, movía una palanca, soltaba un resorte y enganchaba al pez con la experiencia de los pescadores. Y todo eso ocurría mientras ella se relajaba leyendo un libro.

Bella estaba sumergida en el último capítulo de su libro cuando la caja de pesca se disparó al capturar otro pez. “Maldita sea, Catherine, tendrás que esperar. Pero estoy segura de que aún no habrás domado a Petruchio”.

Dejó su libro a un lado y centró su atención en su caja de pesca. Al mirar el arroyo claro, vio que efectivamente tenía un pez en el sedal. Haciendo girar la manivela en el costado de la caja, el pez se elevó en el aire. Sabiendo que ya tenía pescado más que suficiente para la cena, lo desenganchó, lo tiró en su canasta con los demás, empacó su caja de pesca y se preparó para irse. Fue entonces cuando escuchó un susurro que salía de entre los arbustos.

Bella se asomó y miró entre los troncos de los árboles. Desde la muerte trágica de Trudeau, le tenía mucho miedo a los lobos.

—¿Hay alguien allí? —preguntó sintiendo un calor punzante en su pecho y su cuello—. Si hay alguien allí, será mejor que se revele —exigió preparándose para convertir su caja de pesca en un arma de fuego.

—Soy yo, Bella —dijo la voz de un chico que salía de entre los árboles.

Bella escudriñó el bosque buscándolo.

—¿Martín? —preguntó sintiendo que sus músculos se relajaban.

—Sí, soy yo —dijo el chico saliendo de atrás de un árbol. Sostenía un ramo de flores silvestres.

—Martín, ¿qué estás haciendo aquí?

—Vine a traerte esto —dijo el chico acercándose a ella.

Bella miró las flores perturbada.

—¿Y por qué me traes flores? —preguntó sin hacer ningún esfuerzo por cogerlas.

Martín se sonrojó un poco.

—Porque me gustas, Bella.

—Martín, eres solo un niño. Soy muy vieja para ti.

—No soy un niño —dijo a la defensiva—. Ahora tengo quince años.

—Oh, quince años —dijo fingiendo estar impresionada—. Pardon me. Eres prácticamente un hombre.

Eso hizo que él se sintiera bien. Inflando su pecho, sostuvo las flores más arriba.

—Así es. Soy casi un hombre. Y me gustaría casarme contigo, Bella.

—¿Te gustaría casarte conmigo? —preguntó Bella divertida—. ¿Es eso lo que quieres?

—Sí, eso quiero.

—Vale, entonces, dime, ¿por qué no me regalas flores cuando estoy en la ciudad? ¿Por qué me las traes solo aquí?

La confianza de Martin vaciló.

—Porque no creo que mis padres aprueben que te corteje.

—¿No lo harían? —preguntó Bella sin sorprenderse—. ¿Y por qué no, Martín? ¿Es porque  soy demasiado vieja para un joven como tú?

Martín comenzó a encogerse.

—No lo creo —admitió tímidamente.

—Entonces, ¿podría ser debido a cierto rumor que ha estado circulando por la aldea sobre las actividades privadas con mi difunto prometido? —preguntó Bella a sabiendas de lo que decía.

Martín no dijo nada, confirmando todo para Bella.

—Es lo que pensé.

Cuando se movió para terminar de empacar sus cosas, Martín se plantó desesperadamente frente a ella.

—Pero, Bella, te amo —proclamó Martín sosteniendo las flores con fuerza contra su pecho.

Bella siempre había sido amable con él pero, entonces, en el aniversario de la muerte de Trudeau, ya había tenido suficiente.

—¿Me amas, Martín? ¿Estás diciendo que me amas?

—Sí —insistió el chico.

—Entonces déjame informarte algo. Aparentemente, todos los chicos del pueblo me aman, como también algunos hombres. Pero nunca me lo dicen cuando hay alguien cerca. No, nunca harían eso. Ni siquiera admitirán que hablan conmigo.

»Soy la fantasía vergonzosa de todos los chicos. Soy la ramera. Soy la chica que pudo haber entregado su inocencia a un chico con el que no estaba casada. Y todos ustedes piensan que si lo he hecho una vez, tal vez lo vuelva a hacer. Bueno, déjame decirte algo, Martín.

Bella dio un paso hacia el chico, le arrebató las flores de la mano y se las arrojó con fuerza.

—Puedes tomar tus flores e ideas retrógradas y metértelas en el culo —dijo nerviosa.

Martín la miró muy sorprendido de haber escuchado a una mujer pronunciar esa frase. Ciertamente, sabía que ella tenía razón. Era lo que los otros chicos decían de ella. Pero no esperaba que una mujer dijera algo así tan directamente.

—Bella, creo que es cierto lo que dicen de ti —dijo tratando de recuperar su orgullo.

—¿Ah sí, Martín? ¿Y qué es lo que dicen?

—Dicen que eres basura. Dicen que lo harías con cualquier chico que te trajera flores y te hablara de la manera correcta. Sé que lo has hecho con mis amigos. ¿Por qué no lo haces conmigo también? Soy tan bueno como ellos. Incluso puedo darte algo si lo haces —dijo el niño mostrándole el reloj de bolsillo de su padre.

Bella se sintió exasperada. ¿Cómo los chicos podían decir algo tan falso sobre ella?

—No quiero las baratijas de tu padre —dijo disgustada—. Y las cosas que dicen tus amigos no son ciertas.

—¿Estás diciendo que todos mienten? —preguntó Martín dudoso.

—Sí, Martín. Están mintiendo.

Martín lo pensó por un segundo.

—No te creo —dijo desafiante.

Molesta, Bella se tomó un segundo y se recompuso. No iba a hacerle cambiar de opinión gritándole.

—Está bien, dime algo, Martín. Cuando te marches de aquí y vayas a hablar con tus amigos, ¿qué les dirás sobre lo que pasó? ¿Admitirás que no pasó nada y relatarás la conversación que estamos teniendo ahora? ¿O sentirás la presión de mentir y dirás que hicimos lo que ellos dijeron que hice con ellos?

La boca de Martín se abrió lentamente mientras lo consideraba. Ella tenía razón. No podía admitir ante sus amigos que no había pasado nada entre ellos considerando que ella había convertido en hombres a todos los demás.

—Bueno, si hicieras conmigo lo que hiciste con los otros chicos, no tendría que mentir sobre nada —insistió Martín.

—Estoy haciendo contigo lo que hice con los otros chicos. Martín, ¡no pasó nada entre ellos y yo! —Sintiendo que perdía el control, se recompuso una vez más—. Martín, te conozco desde que eras un bebé. Siempre me has agradado. Eras un buen chico. Es hora de que seas un buen hombre.

»Ya sabes como soy. Siempre te he tratado bien. Incluso te he defendido cuando los otros chicos te molestaban. Es hora de que me defiendas ahora.

Martín miró a Bella con timidez.

—Pero si hicieras conmigo lo que hiciste con los otros chicos, no tendría que mentir.

Bella volvió a mirar al chico que una vez había considerado un amigo.

—Entonces supongo que vas a tener que mentir.

Dicho eso, volvió a recoger sus cosas y se alejó.

—¿Es porque crees que eres demasiado buena para mí? —preguntó cuando Bella lo dejó—. Porque no lo eres. Todo el mundo dice que eres basura. Hasta mi papá lo dice. ¿Por qué estarías con los otros chicos y conmigo no? ¿Eh? ¿Crees que eres demasiado buena para mí? ¿Eh, Bella? ¿Eso crees?

Bella continuó su marcha con la cabeza en alto. No quería que viera cuánto le había afectado lo que dijo. Le había afectado. Estaba devastada y las lágrimas que corrían por su rostro lo decían todo. Le dolía el corazón pensar en lo que todo el pueblo decía de ella. Era casi más de lo que podía soportar.

Mientras se acercaba a las afueras de su aldea, Bella logró recomponerse. No le daría a nadie la satisfacción de saber cuánto le afectaba su maltrato. Tenía que permanecer fuerte. No había hecho nada malo al expresar su amor por Trudeau y no estaba dispuesta a permitir que ninguno de los aldeanos de mente cerrada la hiciera sentir como si lo hubiera hecho.

Pisando los adoquines de la plaza central, mantuvo la cabeza en alto y caminó hacia su casa. Por el rabillo del ojo vio a la Sra. Batton y a la Sra. Elise. El Sr. Sessions, el cura del pueblo, se dirigía a la iglesia, y el Sr. Piccoli, el molinero, estaba haciendo su visita semanal a la aldea.

La única persona con la que Bella realmente hubiera deseado no toparse era con el capitán Bernard. Intentó cambiar de dirección y escabullirse cuando él la vio y corrió hacia ella.

—Bella, detente ahí —dijo el capitán Bernard en un tono más brusco de lo que pretendía.

Bella se congeló y se tensó sin saber qué rumbo tomaría la conversación. Mientras se acercaba, tuvo cuidado de decir lo correcto.

—¿En qué puedo ayudarlo, capitán Bernard?

—Ya te lo he dicho, Bella, llámame Bernard.

—¿No eres un capitán del ejército del Rey? —preguntó sin vacilar.

—Lo soy, Bella. Lo sabes.

—Entonces te llamaré por el rango que sin duda te has ganado.

—Me gané ese rango, pero estoy tratando de ganar un rango aún más alto contigo. ¿Todavía no te lo he dejado claro, Bella?

—Lo hiciste. ¿Y no he dejado en claro mi respuesta? —preguntó finalmente exhausta.

—Lo hiciste. Pero no habría llegado al rango de capitán si me retirara al encontrar un poco de resistencia, ¿verdad? —dijo con una sonrisa.

—¿Hay alguna razón por la que me haya detenido, capitán Bernard? Porque si no la hay, preferiría seguir mi camino.

—¿Todo debe tratarse de asuntos oficiales contigo, Bella? ¿No podríamos ser solo dos amigos hablando?

—Para que eso suceda, primero se necesitan dos amigos —dijo con mucha más dureza de lo que pretendía.

Dolido, el capitán Bernard se enderezó. Colocando los brazos detrás de su espalda, cedió.

—Muy bien. Si necesitas que sea oficial, entonces te lo concederé. ¿Qué tienes ahí, Bella?

—Bueno, esta es la caja que uso para pescar. Y esta es una canasta para guardar el pescado.

—¿Has pescado un pez? —preguntó sorprendido—. ¿De donde? ¿Del arroyo cerca de la ciudad?

—Es el único arroyo cerca. ¿Planeas cobrarme impuestos por pescar algunos peces del Rey?

—Oh no, nada de eso. Es solo que he intentado muchas veces pescar en ese arroyo. Nunca tuve suerte.

—Sí, es difícil. Pero he descubierto que con un poco de ingenio y un poco de paciencia, puedes lograr mucho.

El capitán Bernard sonrió.

—Nunca dejas de sorprenderme, Bella. Serás mi esposa pronto.

—¿Esposa? —preguntó Bella genuinamente sorprendida—. ¿Ves a una chica como yo como la esposa de un capitán? ¿Especialmente de un capitán que tiene como apodo el Animal?

—¿Sabías sobre eso? —preguntó el capitán Bernard sorprendido.

—Un capitán muy despiadado que dicen que destroza al enemigo, a veces con sus propias manos —recitó Bella.

—Bueno, no siempre puedes creer lo que escuchas —explicó.

Bella dio un paso hacia adelante.

—Y tú tampoco puedes. Ahora, si no hay nada más, me gustaría volver con mi padre. Me está esperando para la cena —dijo levantando su canasta.

—Por supuesto, Bella. Hasta que nos volvamos a encontrar —dijo haciéndole una ligera reverencia.

Bella se alejó sin considerarlo más. Cuando estuvo lo suficientemente lejos como para saber que no la detendría de nuevo, pensó en lo que le había dicho. ¿Quería que fuera su esposa? Si el joven Martín y su padre habían escuchado los rumores sobre ella, seguramente el Capitán los habría escuchado también ¿Por qué, entonces, hablaría de casarse con ella?

¿Se estaba burlando de ella? ¿Era tan cruel como su reputación lo hacía parecer? ¿Creía que era tan fácil de engañar como decían los rumores? ¿El capitán Bernard, al igual que Martín, pensaba que ofreciéndole cualquier cosa lograría que tuviera intimidad con él? O, peor aún, ¿asumió incorrectamente que esa fue la forma en que Trudeau la convenció de que se acostara con él antes del matrimonio?

Al acercarse a las escaleras que conducían a su casa, Bella dejó de lado esos pensamientos sobre el Capitán y decidió que nada de eso le importaba. No había forma de que se convirtiera en la esposa de alguien y mucho menos en la esposa de un hombre tan vicioso.

El amor de su vida había sido enterrado. No esperaba encontrar otro hombre tan maravilloso como el que había perdido. Entonces, mientras tuviera a su padre, no necesitaba a nadie más.

Abrió la puerta de su pintoresca casa y miró a su alrededor en busca del hombre que amaba.

—¿Papá? —preguntó al no verlo inmediatamente.

—Estoy aquí, Bella —dijo desde el rincón más alejado de la habitación. Estaba escondido detrás de una pila de baratijas.

—Aquí estás. Te alegrará saber que atrapé algunos peces. Cenaremos pescado —dijo con una sonrisa.

Bella apoyó su caja de pesca y colocó su canasta al lado de la cocina. Con los brazos libres, revisó inmediatamente la olla de harina. Estaba casi vacía—. Papá, te olvidaste de pasar por el mercado.

—Oh, maldita sea, tienes razón. Juro que olvidaría mi cabeza si no estuviera unida a mi cuerpo. Pasaré mañana. ¿Me perdonas?

Bella sonrió.

—Por supuesto, papá.

—Sabía que agregar ese mecanismo a tu caja de pesca haría la diferencia.

—Tenías razón, papá. Y siempre tienes razón sobre esas cosas. Eres el hombre más inteligente que conozco.

—Y tú eres la persona más inteligente que he conocido —dijo con cariño—. La única persona que conocí que estuvo cerca fue…

—¿Mi mamá? — preguntó Bella con nostalgia.

—Sí. Tu mamá—respondió con tristeza.

Bella salió de la cocina, se dirigió hasta donde estaba su padre y se sentó en un taburete cerca de él.

—¿Hay algo más que puedas decirme sobre mi madre?

Su padre la miró y vio a la mujer que había amado en los ojos de Bella.

—Era tan encantadora como tú. Era muy amable y generosa. Y supe que quería pasar el resto de mi vida con ella cuando descubrí lo inteligente que era. No hay muchas personas que puedan competir con tu inteligencia, Bella. Pero tu madre tenía una mente como ninguna otra.

Bella se perdió en sus pensamientos considerando a la mujer que no podía recordar. Había muerto cuando ella era aún una bebé. Fue su pérdida lo que llevó a su padre a dejar la ciudad para mudarse a la aldea en la que vivían.

A menudo pensaba en cómo sería su vida si hubiera crecido rodeada de pensadores y libertarios como la gente a la que su padre vendía sus relojes. Pero, en cambio, creció entre mujeres juzgadoras que no querían nada más que encontrar un marido, y entre hombres simples que bebían sus vidas en la taberna local.

Bella se preguntó cuán diferente podría haber sido su vida si su madre hubiera vivido. Pensar en eso provocó un dolor en su corazón que solo podía ser igualado por el que sentía a causa de su amor perdido.

—Ya está listo —dijo el padre de Bella, regresándola al presente.

Bella levantó la vista mientras su padre daba los últimos retoques a un reloj.

—Es tu obra maestra —dijo acercándose a ella.

—En realidad, crearte fue mi obra maestra. Este es solo un reloj bien diseñado.

—Un reloj que te daría suficiente dinero para sacarnos de este pueblito retrógrado —explicó Bella.

—¿De verdad quieres irte? —preguntó su padre mirándola fijo.

—No hay vida aquí para mí —dijo con tristeza.

—Entonces, a eso se destinará el dinero que gane con este reloj. Lo usaré para hacer feliz a mi pequeña —dijo cogiéndola del antebrazo y ofreciéndole una sonrisa.

—Gracias, papá —respondió Bella envolviendo sus brazos alrededor del hombre que amaba más que a la vida misma.

 

 

Capítulo 3

 

Bella miró todo lo que había en la parte trasera del carruaje de su padre. Estaba emocionada. “¿Me estoy olvidando de algo?”, se preguntó a sí misma, “Parece que me estoy olvidando de algo”.

Bella volvió a hacer un recuento. El reloj cucú que era la obra maestra de su padre estaba allí. Tenía suficiente comida para cuatro días. Incluso había incluido algunas mudas de ropa y una manta para que pudiera dormir en el carruaje por la noche. Era todo lo que solía empacar para sus viajes a la ciudad. No podría haber olvidado nada.

Su padre salió de su casa y bajó las escaleras hasta los adoquines. Aunque un poco agotado como siempre, parecía tan emocionado como Bella.

—Oh, Bella, siento que me estoy olvidando de algo.

—No te preocupes, papá, lo he comprobado dos veces. Tienes todo lo que necesitas para llegar allí. Te acordaste de traer algunas monedas en caso de que no puedas vender el reloj, ¿verdad?

—Sí, querida, debería tener lo suficiente. Y hablando de eso, Bella, voy a pedir un poco más por este reloj.

—Deberías, papá. Es tu obra más grande —lo tranquilizó Bella.