PACKED: TURNED

 

Kylie observaba la cara de su novio. El brillo anaranjado de la iluminación de la cabina arrojaba sombras sobre su cara, aunque pudo verle los dientes brillar a la luz de la luna cuando este le devolvió la sonrisa. Kylie adoraba las miradas de su novio. Él era el chico que ella siempre había deseado, y además sabía que él también la quería a ella. Kylie sintió cómo su cuerpo casi desnudo se estremeció cuando la brisa del mar la rozó.Estaba excitada.Iban a estar solos, y allí a donde se dirigían, podrían hacer lo que quisieran. Kylie le encantaba estar desnuda. Le gustaba andar desnuda, sabiendo que su novio no podía quitarle los ojos de encima.Y estaban dirigiéndose a una isla en la que no había ni un alma.Podrían estar desnudos todo el tiempo que quisieran.

Sin poder evitar pensar en ello, Kylie se rió.

“¿Qué?”, preguntó su novio.

Kylie no podía controlarse. Estaba absolutamente excitada, y estaba segura de que se estaba sonrojando. Ya casi no podía aguantar tener el bikini puesto, y con el barco desplazándose los últimos pocos metros hacia la orilla, se puso de pie y se dirigió a la popa.

Su novio redujo la velocidad del barco para dejar que las suaves olas empujaran el barco sobre la arena. Kylie se inclinó hacia delante cuando el barco encalló y luego se volvió a enderezar, girándose hacia su novio.

Con una gran sonrisa, alargó la mano para desatarse el sujetador del juvenil bikini. Dejó que la pieza cayera sobre la cubierta, y pasó a la parte de abajo. La última pieza de ropa cayó al suelo, y Kylie levantó las manos sobre la cabeza, ofreciendo a su novio una vista completa.

Su novio casi no podía moverse. Tenía que lanzar el ancla hacia la orilla, pero la rapidez con la que la sangre le abandonó la cabeza para dirigirse dentro de sus pantalones le estaba distrayendo. Cuando dio un paso hacia ella, esta volvió a reírse y saltó por la borda, haciendo que se interrumpiera.

Kylie nadó desnuda en las cálidad y oscuras aguas. Cerró los ojos y sintió cómo las olas la bañaban. Era seductor. Se giró sobre su espalda, moviendo los brazos con suavidad, manteniéndose a flote. El agua acariciaba la carne hinchada entre sus piernas. Su corazón latía de placer.

Deseaba que su novio la tomara allí mismo, mientras flotaba. Necesitaba sentir cómo su rigidez la penetraba. Necesitaba arquear la espalda y agarrarse a él con las piernas. Su cuerpo temblaba de ansias, y escuchando el chapoteo de su novio al tirarse al agua tras ella, supo que conseguiría lo que deseaba.

Viendo cómo su novio nadaba hacia ella, la excitación era casi insoportable. Quería correr. Quería que la persiguiera. Y cuando la alcanzara, quería que la tomara. Cuando oyó sus chapoteos acercándose, se puso recta, le miró a los ojos, y empezó a nadar hacia la orilla.

Kylie se rió de nuevo, sabiendo que la persecución había comenzado. Su novio se rió, uniéndose al juego. Fuera del agua, la suave arena cedía bajo sus pies. Los gránulos se estrujaban entre sus dedos. Al dirigirse hacia la línea de árboles que enmarcaban la playa, su novio la atrapó por detras. Riendo y gritando, ambos cayeron sobre la arena, disfrutando la sensación de los brazos del otro.

Su novio apretó los firmes labios contra los suyos. Él era fuerte. Sabía que no podría moverse aunque quisiera. Recorrió su cuerpo suave y joven con las manos, sintiendo los músculos de su espalda. Ella deseaba tenerlo dentro de sí en aquel mismo momento. Con su carne dura y desnuda apretada contra su estómago, ella movió las caderas, acariciando su clítoris hinchado contra su polla dura. Él pilló la indirecta.

Kylie separó los labios de los suyos al arquear la espalda de placer. Su chico estaba acariciándole su intimidad como si de un instrumento se tratase, y sus gemidos eran música para sus oídos.

Con cada caricia, iba más lejos dentro de ella. Cuando el borde de la cabeza se deslizó sobre la punta de su clítoris, volviéndo a colocarse dentro de los labios, ella gimió. Sin aliento, notó cómo introducía su enorme masa dentro de ella. Sin poder contenerse, Kylie gritó en la brisa, sabiendo que nadie podría escucharla.

Lento al principio, su novio fue aumentando el ritmo. Cada vez la penetraba más fuerte. Era casi demasiado para ella. Ella sacudía la cabeza de lado a lado, intentando lograr alivio.

Kylie gritó al aire. Sintió la electricidad subiéndole por las piernas, llegando hacia el centro de su sexo. Los dedos de los pies se le estiraban, preparados para doblarse. Ella se agarraba con una mano a su espalda, mientras la otra se hundía en la arena a su lado. Sus embestidas le dejaban sin aliento.

Su novio exhaló profundamente. Se estaba poniendo cada vez más y más agresivo. Movió las rodillas entre sus piernas y le separó los muslos. Subiéndole las rodillas, siguió golpeando sus labios doloridos con el pubis.

La agarró de las muñecas, colocándolas por encima de su cabeza, mirándole a los ojos. La energía feroz que vió en ella estaba en conjunción con la suya propia. Cuando sintió que la piel se le tensaba y que el orgasmo llegaba haciéndose paso entre sus carnes, no pudo hacer nada para pararlo.

La mente de Kylie flotaba cuando su orgasmo explotó. Gimió de placer. Su respiración se cortó, y el tiempo parecía haberse detenido.

Fue entonces cuando lo vio. Tenía que haber sido un perro, aunque había algo que no encajaba. El morro era más largo, y tenía los ojos azules, casi humanos en lugar de caninos. La forma en la que la miraba fíjamente, casi con lujuria, le hizo querer gritar.

Kylie abrió la boca para respirar. No podía pensar. El orgasmo aún la tenía atrapada. No podía hablar, ni moverse. La criatura miró hacia su novio, desprevenido. Se agazapó y saltó sobre él, sin que ella no pudiera hacer nada salvo mirar.

Su novio no dijo ni una palabra. Los gemidos de su orgasmo enmascararon cualquier otro sonido que podría haber hecho. Cuando se quedó en silencio y recuperó el habla, miró hacia arriba. La criatura no estaba sola.

La perseguían con los ojos mientras la acorralaban en un círculo. Esta vez, fue el miedo absoluto lo que la dejó en silencio. Cuando la criatura de ojos azules dirigió su atención hacia ella, supo lo que era: un lobo.

Nada de aquello tenía sentido. No había lobos viviendo en las islas desiertas de las Bahamas. Pero allí estaban, y ella estaba a punto de morir.

 

 

Capítulo 1

 

Sakina se sentó en el asiento de atrás de la minifurgoneta de su madre con la indignación grabada en la cara. No podía creer lo mucho que su madre la odiaba. A pesar de que su madre nunca lo habían dicho abiertamente, no podía haber otra explicación.

Saki se había criado en las Bahamas. Nunca había sido una niña popular. Comparada con los otros niños, era demasiado grande, demasiado lista, y demasiado enérgica. En su mente, Saki se llamaba a si misma apasionada en lugar de excesivamente enérgica, pero esta perspectiva no hizo que su infancia fuera más fácil.

Había aguantado durante la escuela primaria. Había terminado con dos mejores amigas, y el chico que quería. Teniendo en cuento cómo estaban las cosas en casa, había estado satisfecha con su vida, incluso con las hermanas gemelas a las que se refería como las “diabólicas hermanastras gemelas”, a pesar de que compartían a ambos progenitores.

Pero no duró mucho. Su madre, que la había criado a ella y a sus hermanas gemelas, conoció a un hombre y se marchó con ellas para seguirle hasta Carolina del Norte. Saki se vio obligada a dejar a sus amigos y a comenzar en un instituto en una cultura en la que no conocía las reglas.

Comenzar su vida social de nuevo era casi una tarea insuperable. En su nuevo colegio, era la chica de 12 años, alta y ancha de acento raro y personalidad inaguantable. Nadie quería ser su amigo.

Saki tardó una eternidad en encontrar a su nueva mejor amiga e incluso más tiempo todavía en encontrar un ambiente en el que ambas pudieran encajar. Aunque lo consiguió. Tras años de persistencia, había logrado entrar en el comité del anuario del colegio y en la banda y el coro.

No le gustaba la música, y aún le importaba menos la preservación de recuerdos en un instituto lleno de gente que convertía su vida en un infierno. Pero aquello le había ayudado a encajar.

Saki se había jurado que su último año sería su mayor éxito. Tras años de duro trabajo, iba a llegar casi a la parte más alta de la escalera social. No podía competir con los jugadores de fútbol y las animadoras, pero ahora tenía su lugar. Iba a aprovechar al máximo la oportunidad.

Todo se interrumpió el día que ella y las gemelas llegaron del colegio y encontraron a su madre embalando todas sus pertenencias, deteniéndose solo para llorar de forma histérica. Su madre les informó de que iban a volver a su hogar de la infancia en las Bahamas y que nunca volverían. Así, dos semanas después de haber comenzado su último año, Saki se subió en otro avión, considerando cómo tendría que comenzar su vida de nuevo.

Saki miró dentro de la minifurgoneta hacia las gemelas. Una estaba mirando hacia afuera por la ventanilla. La otra estaba sentada en el asiento del copiloto, observando en silencio cómo el coche pasaba a través de las puertas del colegio.

Nadie dijo nada. Su madre, que era conocida por sus cambios de humor, ya había tenido un arranque cuando una de las gemelas había expresado su desaprobación. Si su madre había contestado así a las objeciones de su hermana, Saki no se atrevió a expresar su opinión.

La única salvación era que iba a ir al instituto con el chico de sus sueños de la infancia. Solía pensado a menudo en Clint. Se preguntó cómo habría cambiado su cuerpo. A medida que los años pasaron sin nada que cambiara sus pensamientos, le había imaginado como la encarnación de la perfección. A pesar de todas las cosas horribles que estaban pasando, al menos podría reconectar con el chico con el que habría querido pasar el resto de su vida.

La furgoneta recorrió los últimos pocos metros de la colina que rodeaba el instituto. Girándose hacia la ventanilla, Saki miró la cancha de baloncesto en la enorme pista. Era tal y como lo recordaba. Siempre había tenido miedo de este lugar. Tenía fama de ser un colegio difícil, tanto académica como socialemente. La escuela había creado líderes de la comunidad y gángsters a partes iguales. Después de haber leído el libro cuando era una niña, se lo imaginó como “El señor de las moscas” en la vida real. Solo que, en esta versión, sería su cabeza la que terminaría atravesada en la lanza.

Cuando la furgoneta fue deteniéndose frente al edificio de administración, Saki observó todas las caras, buscando a Clint. Sabía que su cara llena de pecas y su cabello oscuro destacarían entre el resto de los estudiantes. En la escuela no había muchos alumnos blancos, sólo unos 20 de los 150 de su nivel como máximo. No estaba segura de si ella y sus hermanastras iban a ser consideradas parte de ese grupo, pero tampoco le importaba mucho.

Fue al salir de la furgoneta, cuando Saki le vio. Clint era tal y como lo había imaginado. Su cuerpo y su cara estaban más delagados. Y para su sorpresa, Saki observó un escaso bigote que acentuaba su hombría.

El hecho de verlo en sus primeros momentos de su nueva vida era una señal. Quizás todo iba a salir bien al final. Sakisintió que su ánimo mejoraba.

“¡Clint!” exclamó, saliendo de la minifurgoneta.”¡Clint!”

Cuando Clint se giró hacia Saki, sus ojos se encontraron. El cuerpo le tembló. Había pensado tanto en él y de una forma tan íntima que su joven cuerpo de 18 años le deseaba. Así que cuando Clint se dio la vuelta hacia el tío que tenía al lado y se marchó abruptamente, Saki se quedó de piedra.

“¡Qué cabrón!” dijo Saki, suficientemente alto como para que la quienes estuvieran cerca de ella la escucharan.

“Cuidado con ese lenguaje, Sakina.” Le ordenó su madre.

Saki se dio la vuelta hacia su madre, quien había centrado su atención en el edificio de administración. “Pero tú no lo entiendes. Yo conozco a ese chico.” Saki buscó las palabras para expresar su decepción. Estaba desolada. ¿Cómo podía expresarlo con palabras?

“Cállate, y vamos a terminar con esto,” dijo su madre, dejando a las chicas detrás.

Si, definitivamente es una madre horrible, pensó Saki.

Saki se quedó atrás, mientras las gemelas seguían a su madre. Echó un vistazo mejor a su nuevo entorno. Frente a ella, los edificios de ladrillo anaranjado se alineaban en filas, conectados con barracones y pasillos. Delante de ella se alzaban tres filas, y en la distancia, podía ver dos más en la parte baja del campus.

Había cocoteros y plantas florecidas repartidas por el lugar. El césped estaba bien cuidado, y podían verse estudiantes en todas partes. Todos los estudiantes llevaban camisas blancas, y la mayoría llevaba zapatos negros. Las chicas tenían faldas de cuadros azules y los chicos llevaban pantalones de vestir en verde oscuro.

Saki entró al edificio de administración para encontrar a su familia reunida en el mostrador. Intentando mantenerse lo más lejos posible de ellas, buscó un asiento en la esquina contraria en la sala, enorme y vacía. Se sentó y esperó en silencio, observando a los estudiantes entrar y salir.

Inmediatamente, alguien llamó su atención. Tenía que ser unos de los gángsters en preparación por los que el colegio era famoso. Era alto y tenía un intenso bronceado, que podía ser igualmente por su etnicidad. Tenía el cabello ondulado y negro, y una mirada de disgusto que competía con la suya misma.

A diferencia de la mayoría de los otros chicos, entró a la sala de espera desde el pasillo que llevaba a las oficinas administrativas. En lugar de dirigirse inmediatamente a la puerta, encontró un asiento al lado de Saki y se sentó.

El corazón de Saki latía acelerado. Él le daba miedo, pero tenía que reconocer que también había algo en él que le excitaba. Nunca se había relacionado con ese tipo de chicos malos, pero algo le hacía pensar que este chico no era tan malo como parecía. Pilló a Saki mirándole fijamente cuando se dio la vuelta y la miró directamente a los ojos.

“¿Qué?” Dijo en un tono profundo y seductor.

Saki no pudo hablar y agradeció escuchar la voz chillona de su madre.

“¿Sakina?”

Saki se reunió con su familia en el mostrador. El asistente administrativo quería darle un horario de clases. Saki lo tomó, prestando atención a medias. Cuando pensó que ya podía darse la vuelta de nuevo, se giró para buscar al chico. Decepcionada, vio que ya se había marchado.

En cuanto Saki tuvo su horario y la localización de su clase, se alejó y esperó por las gemelas. Parecían un poco asustadas por el hecho de que las hubieran separado en clases distintas. Aunque Saki no dudaba de sus sentimientos, le fastidiaba la forma en que lo mostraban. Era como si estuvieran representando un espectáculo para todos. Como de costumbre, su madre estaba absorbida en su representación, rodeando a ambas con los brazos.

Saki no podía aguantar ni un minuto más. Chasqueó la lengua indignada y salió.

“¿No vas a decir adiós?” Escuchó preguntar a su madre.

Saki se dio la vuelta y observó al trío. Las tres se podían ir al infierno si querían. Juntas eran las hermanastras y la madre diabólicas.

“Adiós,” dijo, poniendo los ojos en blanco y saliendo de la habitación.

En cuanto Saki salió, se preguntó lo difícil que iba a ser aquella experiencia para su vida. La única persona a la que quería ya la había rechazado, y nunca había sido buena haciendo amigos.

De repente, el peso de la situación le golpeó, y sólo despertó al escuchar la campana del colegio. Echó una última mirada alrededor. Miró el estanque que estaba frente al edificio de administración. Miró de nuevo hacia lo de alto de la colina, al monasterio del colegio. Todo era imponente, pero también intimidante.

Cuando Saki escuchó que las puertas del edificio de administración se abrían tras ella, comenzó a dirigirse hacia su clase. Examinaba todo: la cruz de tamaño de asta con los bancos de cemento alrededor de ella que estaban frente al camino que llevaba al primer barracón; las ventanas de las clases con barras de metal y sin persianas; y la forma en la que los edificios de ladrillo anaranjado separaban visualmente las clases del exterior con gruesas líneas blancas. Tras haber crecido en este país, todo le parecía familiar, aunque al mismo tiempo, extraño.

Los estudiantes estaban ya entrando en sus clases cuando Saki encontró la fila de clases en la que se encontraba la suya. Se quedó de pie al principio de la hilera de clases, mirando hacia multitud de chicos. No parecían muy amigables. El corazón le latía a toda velocidad, y sintió que se quedaba sin aliento. Estaba preparada para darse la vuelta y volver a casa andando si con ello no tuviera que volver allí. Estaba a punto de hacerlo cuando algo que brillaba entre la hierba le llamó la atención.

Mirando más de cerca, parecía un colgante o un medallón. Miró de nuevo hacia la hilera de clases para ver si alguien lo había visto, pero nadie le estaba prestando atención. A pesar de que todo el mundo evitaba pisar el césped, dio un paso adelante, se agachó y deslizó el metal entre sus dedos.

Lo observó. Medía unos cinco centímetros de diámetro, era redondo, y tenía una piedra verde en el centro. Una serie de grabados rodeaba la piedra. No sabía lo que podían ser. Uno de ellos casi parecía un perro, y otro recordaba a un humano. Todos los que había entre ellos eran criaturas imaginarias. No cabía duda de que era valioso.

“Señorita,” escuchó decir a una voz masculina adulta, sacándola de sus pensamientos. Saki miró hacia arriba y se encontró a un hombre de piel oscura con barba que llevaba el típico atuendo de profesor: una camisa de botones de manga corta y pantalones de vestir. “Salga del césped.”

Saki escondió el medallón en la palma de la mano e hizo lo que le había ordenado.

El profesor no espero a que volviera a la acera para continuar su camino. Saki le siguió, dándose cuenta al final de que ambos iban al mismo lugar. Hubiera preferido dar una mejor impresión a su nuevo profesor, en lugar de incumplir una norma del colegio delante de él en el primer día.