NO SALGO CON FUTBOLISTAS

Capítulo 1

Kendall

 

Cuántas veces te llevaste algo a la boca y pensaste: “Esto no sabe bien, ¿se supone que debo tragarlo?”. Y luego lo tragas y te arrepientes. Y unos segundos después te olvidas de cuánto lo habías odiado y vuelves a llevarte otro poco a la boca…

Bueno, esa fui yo anoche y lo estoy pagando esta mañana. ¿A quién se le ocurre beber whisky? Sabe a tierra y es como tragar lava. Debería haberlo retenido en mi boca y escupido cuando nadie me estaba mirando. A nadie le importa si lo tragas, ¿verdad? Solo les importa que estés allí intentando beberlo.

OK, eso se terminó para mí. Sé que es un cliché que la gente se despierte con resaca y diga que nunca más volverá a beber. Pero realmente no lo volveré a hacer. No volveré a beber nunca. Ni vino, ni whisky, ni siquiera sidra. Dejé el alcohol. Mientras tanto, necesito reconsiderar mi relación con los ruidos fuertes y el sol.

—¿Puedes dejar eso, por favor?  —dije a Cory, mi compañera de cuarto, antes de gemir y retorcerme de lo horrible que me sentía.

—Me estaba poniendo los pantalones —respondió Cory, confundida.

—¿Y podrías hacerlo en silencio?

—¿Cuántas formas hay de ponerse los pantalones?

Refunfuñé.

—No me siento bien.

—¿Quieres que te traiga un vaso de agua o algo? Iré a desayunar. ¿Quieres que te traiga un bagel?

Pensé en un bagel con queso crema y salmón ahumado y casi vomito. ¿Qué estaba tratando de hacer Cory? ¿Matarme? Nuestro dormitorio no era muy grande, ¿lo quería todo para ella? Respondí con un gemido y me enrosqué hasta quedar convertida en una bola.

Cory permaneció un momento en silencio; luego se sentó en el borde de mi cama y pasó sus dedos por entre mis cabellos, masajeando mi cuero cabelludo. Se sentía tan bien que casi olvido que no me gustan nada las chicas. Para ser sincera, tampoco me gustan los chicos. Tengo problemas con la gente en general.

La verdad es que, excepto por lo ruidosa que era para ponerse los pantalones, ella era muy dulce. Era el tipo de persona que me devolvía la fe en la humanidad. No del todo, claro, porque ya saben, la gente…

Pero después de años viviendo con ella, empecé a pensar que no toda la gente es mala. Es más, estar con ella me hizo desear el contacto humano. E incluso salí de mi cuarto anoche para buscar ese contacto. Yo, Kendall Seers, fui a una fiesta del campus. Claramente, Cory era una mala influencia para mí.

Es una lástima que solo me gusten los chicos y que sean todos la parte trasera de un burro. Los únicos que no lo son me tratan como si fuera un fenómeno de circo. Ni siquiera me importa que no me vean de una manera sexual porque yo tampoco los veo así.

—¿Entonces lo pasaste bien anoche?

—No lo recuerdo —admití.

—¿Perdiste la conciencia?

—Sí —dije enterrando mi cara en la almohada.

—Oh, qué bajón —dijo frotando mi cabeza un poco más fuerte.

Ella tenía manos mágicas. Si fuera un perro, mi pierna se hubiera vuelto loca en ese momento. Aunque no me gustan las chicas, si ella quisiera meterse en mi cama y abrazarme, no me opondría.

Sin embargo, ella no haría eso. Porque además de ser heterosexual, era la chica más pura que conocía. Y aún si se tratara de algo inocente, tal vez pensaría que está engañando a su novio. Ella era una buena persona. Probablemente pase el resto de mi vida buscando a un chico que sea tan genial como ella.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó Cory con seriedad.

—¿Si me caso contigo? Si vas a seguir masajeando mi cabeza así, la respuesta es sí.

Cory soltó una carcajada.

 —Lo tendré en cuenta, pero esa no era la pregunta que quería hacerte.

—Ooooh  —gemí decepcionada.

—¿Por qué tienes un pedazo de papel enganchado en tu camisa?

—¿Qué?

Cory quitó sus dedos mágicos de mi cuero cabelludo y tiró de algo que colgaba de mi camisa. Era la misma que llevaba puesta cuando salí anoche. Y hasta el momento en que mis recuerdos entraron en penumbras, ningún papel colgaba de ella.

Me volteé para verlo mejor. Al levantarlo un poco, distinguí unas palabras escritas en él.

—Está escrito al revés —dije mientras los restos de whisky se agitaban en mi cerebro.

Cory dejó salir otra carcajada.

—Déjame que te lo lea.

Soltó el alfiler y miró fijamente la nota.

—“Willow Pond  @ 2 pm”. ¿Qué quiere decir?

¿Qué quería decir? Conocía Willow Pond. Era mi lugar favorito del campus. Iba a ese lugar cuando necesitaba un momento para pensar. Pero ¿qué quería decir “@ 2 pm”?

Estaba pensando en preguntarle a Cory si lo había leído bien cuando, de repente, una imagen se me vino a la mente. Era la de un chico de tamaño y forma indistinguibles que se inclinaba sobre mí.

—¡Oh, Dios! ¡Besé a un chico! —dije poniéndome de pie de un salto.

Aparentemente salté demasiado rápido porque el movimiento hizo que regresara todo lo que había consumido la noche anterior. Si nuestro dormitorio no estuviera tan cerca del baño, no habría llegado a tiempo. Pero cuando volví del dios de porcelana me sentí como una tigresa lista para la caza. Eso duró unos 30 segundos antes de recibir el recordatorio de que el sol era el diablo y que tenía que volver a meterme debajo de las sábanas.

No hace falta que diga que recordar que besé a alguien por primera vez en mi vida fue un poco shockeante. Nunca fui una chica popular.

Cuando iba a la escuela secundaria podía echarle la culpa a que, habiendo crecido en el sur, rechacé activamente todas las expectativas femeninas que recaían sobre mí. Pero ¿por qué ocurrió lo mismo en la universidad?

La Universidad de East Tennessee no era como los suburbios de Nashville. La presión para encajar no era igual aquí. Y como no lo era, no me esforcé tanto para adaptarme. Incluso vi chicos en el campus que se vestían como yo. Sin embargo, nunca estuve en una relación con alguno de ellos ni encontré un chico cuando dejé de buscar uno, como siempre dice la gente.

No me malinterpretes, tener mi primer beso no fue la gran cosa ni nada parecido. Me pregunto por qué sucedió después de que perdí la conciencia estando borracha. Sé que el alcohol reduce las inhibiciones en las personas. Entonces, ¿qué estaba diciendo eso de mí y de lo que realmente quería?

—¿Estás bien? —preguntó mi compañera de cuarto mirándome preocupada.

—Creo que besé a un chico.

—Lo escuché. ¿A quién?

—No lo sé.

—¿Cómo puedes no saberlo?

—Porque, a diferencia de ti, algunas personas tomamos malas decisiones y aparentemente hacemos cosas con completos extraños que no recordamos —expliqué.

—A veces tomo malas decisiones.

—Claro que sí, señorita, “prácticamente he estado casada desde que tenía diecisiete años”. Probablemente ni siquiera sepas lo que es una mala decisión.

—No soy perfecta.

—Sí, claro.

—Como quieras. Entonces, ¿crees que el chico al que besaste es el mismo que escribió esto?

Me senté.

—Ahora sí lo creo.

—Entonces, ¿esto es una invitación?

—¿Para vernos a las 2 pm en mi lugar favorito?

—Sí —dijo Cory con creciente entusiasmo—. Qué romántico…

—¿Romántico? —pregunté como si ella estuviera hablando en un idioma extranjero.

—Supongo que sí. Ya sabes, si te gustan ese tipo de cosas.

—¿Recuerdas algo sobre el chico?

Busqué en mi memoria.

—Lo único que puedo recordar es a alguien inclinándose. Eso es todo.

—¿Inclinándose cómo? ¿Hacia adelante? ¿Agachándose?

—Se estaba agachando. Y era corpulento. Recuerdo eso.

—¿Corpulento sería realmente corpulento o simplemente más corpulento que tú?

—Creo que era corpulento. Lo recuerdo con manos grandes.

—Manos grandes —dijo Cory sugestivamente.

—¿Qué? —dije sonrojándome.

—Sólo digo.

Cory sonrió.

—Está bien, doña Insinuación, contenga sus caballos. No sabemos nada de él. Por la poca información que tenemos, corpulenta también puede ser una estatua. Estaba haciendo cosas inapropiadas esa noche.

—Pero ¿una estatua escribiría una nota diciéndote que te encuentres con ella en Willow Pond a las 2?

Lo pensé un poco. Cory tenía razón. Quien escribió la nota era humano. El chico al que besé estaba hecho de carne y hueso. ¿Eso quería decir que había conocido a alguien que me gustaba y que yo también le gustaba? Ya sabes, no es que me importe.

—Kelly y yo vamos a hacer senderismo, así que tengo que ir a desayunar. Pero te vas a encontrar con él, ¿verdad?

—¿Te refieres al extraño que podría estar preparando el lugar para asesinarme?

—No, me refiero al tío que te besó bajo las estrellas y te dejó una pista para que lo encuentres de nuevo.

Cory se levantó, y cogió sus llaves y su billetera.

—Kendall, has dicho tantas veces que no te gusta la gente, que no hay forma de que no vayas. Este puede ser el chico con el que vas a pasar el resto de tu vida.

—Sí, porque me mata y arroja mi cuerpo al estanque.

Cory rio.

—Ok. Haz lo que quieras. Pero si vuelvo esta noche y no te has encontrado con este tipo, estaré muy decepcionada de ti.

—Sí, mamá.

—Buena chica —dijo antes de arrodillarse en mi cama y besar mi cabello.

¡Puaj! Cory realmente era tan dulce que no me alcanzaban las palabras para expresarlo.

Ya basta de la chica que se va para encontrarse con su novio. Era hora de pensar en el chico que me había enganchado la nota. Tenía que admitir que había sido algo romántico.

¿Se había dado cuenta de que no recordaría nada de anoche y quería asegurarse de que nos viéramos de nuevo? Tenía que ser así, ¿verdad? No es que no agendó su número en mi teléfono para que no lo encuentre la policía, ¿o sí? O tal vez podía ser por ambas cosas.

Lentamente, mientras sentía que recuperaba mis fuerzas, busqué mi teléfono en el bolsillo. No lo encontré allí, así que busqué en el piso alrededor de mi cama. Tampoco estaba allí. ¿Me emborraché tanto que perdí mi teléfono?

¡Mierda! Costó 800 dólares y todavía lo estoy pagando. En serio, nunca más volveré a beber. Lo bueno es que, además de mis padres, la única persona que conozco es la chica con la que vivo. Gracias a Dios que soy impopular.

Necesitaba meter algo en mi estómago, así que me dirigí a la cafetería y llené mi bandeja. No sabía si algo permanecería allí abajo, por eso cogí un poco de todo. Cuando levanté la vista, un chico que reconocí de clases me llamó la atención y me hizo señas para que me uniera a su grupo. Le di a entender que no iría ya que sabía que no podía mantener una conversación en mi estado.

Además, quería ver si podía recordar algo antes de las 2 de la tarde. Si no sabía cómo lucía, ¿cómo iba a reconocerlo cuando llegara? ¿Cómo sabía que no me estaba mirando en ese mismo momento?

Miré hacia arriba y exploré la habitación. Había mucha gente. La mayoría estaba conversando o mirando su plato. Excepto uno, que estaba mirándome fijo. Después de un momento de contacto visual, se acercó.

—Hola, Kendall, ¿recibiste mi mensaje sobre el grupo de estudio? ¿Quieres unirte? —preguntó torpemente.

Lo conocía. Era el chico de la clase de psicología que siempre se quedaba mirándome. No podía entender su forma de actuar. ¿Yo siempre tenía algo en la cara o él solo miraba a la persona detrás de mí?

—Creo que perdí mi teléfono —dije antes de limpiarme la boca por reflejo.

—¿En serio? ¡Qué mala suerte!

—No me digas.

—¿Quieres agendar mi número de nuevo?

—No tengo donde guardarlo.

—Bien —dijo decepcionado—. De todos modos, nos reuniremos el jueves en Commons. Sería genial si pudieras ir.

—Creo que tengo algo el jueves, pero tal vez pueda —dije aunque no quería ir.

—Ah, ok. Avísame si vendrás.

Sonrió y regresó a su mesa. Tuve que preguntarme por él. El tío siempre me pedía que nos reuniéramos para una cosa u otra. ¿Cuántos eventos sociales organizaba?

Cuando terminé mis panqueques me sentí lo suficientemente humana como para regresar a mi habitación y prepararme para el día. El domingo era un día tranquilo en los dormitorios. La mayoría de las personas estaban sacudiéndose los efectos de la noche del sábado.

Mientras me duchaba no pude evitar imaginarme quién había enganchado la nota en mi camisa. ¿Y si Cory tenía razón y era el amor de mi vida? Las probabilidades de que lo fuera eran bajas, pero no significaba que no pudiera suceder.

La idea me hizo sentir un cosquilleo de emoción. ¿Cómo será acurrucarse en los brazos de un chico y quedarse dormida? ¿Cómo será tener novio? No sabía nada de esas cosas.

Solo sabía que sin importar quien fuera ese chico, tal vez debía hacer todo lo posible para no arruinarlo. Sí, la mayoría de la gente apesta, pero estaba cansada de estar sola. Quería saber cómo se sentía el amor. No era un monstruo sin corazón por más que pretendiera serlo.

La hora de la cita se acercaba y las mariposas pululaban en mi estómago, así que elegí la mejor blusa que tenía y la combiné con unos pantalones negros. Mientras me ponía una pulsera de cuero con tachas en la muñeca, me paré frente al espejo y me miré.

Era flaca, casi no tenía tetas y me vestía como una chica gótica a la que no le importaba demasiado su apariencia. Despejé mi frente cepillando mis rizos rebeldes, dejándolos caer hacia atrás. Sí, era lo mejor que podía hacer. El tío seguramente se decepcionaría cuando me viera a la luz del día.

Después de preguntarme un par de veces si debía ir o no, salí de mi habitación y me dirigí a Willow Pond. Apenas podía respirar, estaba muy nerviosa. ¿Y si no lo reconocía? ¿Y si me viera, se diera cuenta de que cometió un gran error y me dejara allí esperando?

Ese pensamiento era suficiente para hacerme dar la vuelta, pero no lo hice. Me dirigí paso a paso hasta el estanque. El lugar estaba prácticamente vacío. Solo había un tipo que estaba en la costa mirando a los patos.

¿Sería él? No podía ser. Solo podía ver su espalda pero, guiándome por ella, podía decir que estaba fuera de mi alcance. Imagínate unos hombros tan anchos como para llevar el mundo entero y unos brazos tan fuertes como para aplastarlo entre sus manos.

Su cabello dorado brillaba cuando el reflejo del estanque rebotaba en él. Verlo amenazaba con dejarme sin aliento. Cuando se dio vuelta y nuestras miradas se encontraron, contuve la respiración. Era él, el chico de anoche. Lo habría reconocido en cualquier lugar.

Todos mis recuerdos regresaron rápidamente. Borracha me acerqué a él en la fiesta y le dije que era el chico más hermoso que había visto en mi vida. Esperaba que me dijera que me marchara. En cambio, me preguntó mi nombre y hablamos durante el resto de la noche.

La mayor parte del tiempo seguía diciéndole lo atractivo que era y trataba de besarlo mientras él me rechazaba y se sonrojaba. Oh, mierda, me había olvidado de eso. Hice el ridículo total.

Solo me había besado porque no iba a dejarlo ir hasta que lo hiciera. Pero luego escribió algo en un pedazo de papel y me dijo que era para mañana y que si todavía estaba interesada, debería encontrarme con él aquí.

Creo que actuó como un caballero. Debía haber notado lo borracha que estaba y no quería aprovecharse de mí. Pero ¿cómo alguien puede ser tan sexy y atento? Claramente había algo mal en él.

—¡Kendall! Viniste —dijo sonriendo con un acento rural de Tennessee.

Oh no, recordó mi nombre. ¿Qué pasaba con él?

 —Por supuesto  —dije quedándome a un brazo de distancia de él—. Cómo no iba a hacerlo.

 —No recuerdas mi nombre, ¿verdad?  —bromeó.

—Sí. Es mmm…

Mis pensamientos daban vueltas desesperadamente.

—No hay problema. Estabas bastante borracha anoche. Me alegro de que hayas venido.

—La nota ayudó. La tenía enganchada.

Se rio.

—Sí, no quería que la perdieras… como a tu teléfono.

—Entonces, sí perdí mi teléfono.

—Eso me dijiste.

—¡Joder! Tenía la esperanza de que lo tuvieras.

—¿Por qué iba a tenerlo? —preguntó sin dejar de sonreír.

—Solo lo esperaba. Entonces, ¿tengo que preguntarte tu nombre?

—Oh. Me llamo Nero.

—Kendall.

—Lo recuerdo.

—Cierto. Tengo que ser honesta. No recuerdo mucho de anoche. Solo lo que me llegó hace unos 60 segundos. Lo siento.

—No hay problema. ¿Qué quieres saber? Lo recuerdo todo.

Pensé por un momento.

—Mmm, ¿nos besamos?

Nero se rió.

—Sí, nos besamos.

—¿Fue bueno?

—Lo fue para mí.

—Y te estaba besando, así que probablemente también fue bueno para mí.

Nero se sonrojó.

—¿Qué me contaste sobre ti que no recuerdo?

—No creo que te haya contado mucho de nada.

—¿Por qué no?

—No preguntaste. Pero te pregunté mucho sobre ti. Sé que eres de Nashville.

—Nacida y criada —confirmé.

—Sé que estás en tercer año.

—Cierto.

—Y que eres la chica más linda que he visto. Pero no necesitabas decirme eso.

Mis mejillas ardieron al escuchar sus palabras. Claramente no era cierto, pero escucharlo de sus labios me hizo sentir una vibración que cálida.

—Tú también eres bastante apuesto —dije sabiendo que estaba roja como una remolacha.

—¡Gracias!

—Ya que sabes tanto sobre mí, supongo que debería preguntarte sobre ti.

—Venga. Dispara.

—¿De dónde eres?

—De un pueblo pequeño a unas dos horas de aquí.

—¿Y en qué año estás?

—Estoy en primer año. Me tomé unos años de descanso después de la secundaria.

—¿Cuál es tu especialidad?

—¿Ahora? Fútbol —dijo riendo.

—¿Fútbol americano? —dije sintiendo que se pinchaba nuestra burbuja.

—Sí. Estoy aquí gracias a una beca. Así que ahora mismo la estoy comiendo y respirando.

Me quedé mirándolo sin poder escuchar una palabra más después de que dijo “fútbol”. Un dolor se me disparó en la boca del estómago y me vi obligada a interrumpirlo.

—¡No! Lo siento, no. No puedo hacer esto. ¿Fútbol americano? ¡Joder, no! —dije alejándome y apuntándolo con el dedo. Lo miré de nuevo mientras la conmoción recorría su hermoso rostro. ¿Por qué tenía que ser futbolista?

—¡Ahhh! —grité con total frustración antes de irme furiosa y sin mirar atrás.

 

 

Capítulo 2

Nero

 

¿Qué acababa de suceder? Un minuto estaba hablando con la chica que había conocido la noche anterior. Las cosas estaban yendo bien. Sentía que ella podía ser especial. Luego, de la nada, me gritó y me dijo  que me marchara.

—¿Qué acaba de pasar? —grité a Kendall mientras se alejaba.

No se dio la vuelta ni respondió. Una parte de mí quería perseguirla y obligarla a que me lo dijera, pero no iba a hacerlo. ¿Tenía que ver con que jugaba al fútbol? ¿Cómo? ¿Por qué?

El fútbol siempre había sido lo que a todo el mundo le gustaba de mí. Incluso las personas que me odiaban me amaban cuando entraba al campo de fútbol. Incluso mi madre me amaba cuando entraba al campo de fútbol.

Durante muchos años mi madre había estado desaparecida de mi vida. No porque me hubiera abandonado como mi padre. Sino porque había desaparecido en su propio mundo. Y la única vez que se reunía conmigo era para animarme bajo las luces los viernes a la noche.

Gracias al fútbol nos hicimos muy unidos con Cage, mi hermano recién descubierto. El fútbol es lo que me pagó el escape de la ciudad pequeña en la que crecí. El fútbol me ha dado todo lo bueno en mi vida.

Pero ¿la primera chica que admití que me gustaba, la primera chica que hizo que mi corazón se tambaleara con solo mirarla, me odia por tener algo que ver con ese deporte? ¿Por qué no puedo tener un respiro?

Parado donde Kendall me había dejado, mis pensamientos daban vueltas. No era solo que Kendall me hubiera rechazado y se hubiera marchado. Era todo lo que estaba pasando en mi vida.

Viniendo de Frozen Falls, la vida en la gran ciudad era difícil. Sentía mucha presión. Puse todo de mí para destacarme en el campo. Despertarme antes que todos los demás para correr carreras suicidas hasta vomitar fue solo el comienzo.

Anoche había sido la primera vez que me sentí a gusto con todo. Conocer a Kendall me hizo creer que podía dejar atrás mi pasado y tener un futuro.

Fui tan amable y considerado como podía serlo con ella. Realmente no quería arruinar las cosas. Todo en ella me decía que era mi oportunidad de tener la felicidad que los demás tenían. Y todo eso se desvaneció cuando me apuntó con el dedo y gritó: “Joder, no”.

Me dolió. Me arrancó las tripas. Empecé a caminar para que mi cabeza no explotara.

Dejé el estanque y fui hacia la calle. Era la que atravesaba el campus. Pero en lugar de dirigirme a mi pequeño dormitorio, corrí en la dirección opuesta. Necesitaba alejarme. Necesitaba respirar.

Mi trote se convirtió rápidamente en una carrera. Mientras corría, mi mente se arremolinaba. Los pensamientos sobre Kendall se trasladaron a los últimos veintiún años de mi vida. Había tenido que luchar por todo. Nadie me había dado nada. Ni siquiera mi madre.

Mientras ella estaba catatónica, me puse a trabajar. Alguien tenía que asegurarse de que tuviéramos un lugar donde dormir y comida. A los 14 años, en la única persona en la que podía confiar era en mí mismo.

La mayor parte del tiempo usaba ropa que era de una talla más pequeña. No podía permitirme nada más. Y cuando el primer niño de la escuela lo señaló, le grité por haberlo mencionado. Nadie se burló de mí después de eso.

Pasé de hacer recados que podrían haberme matado a los catorce años, a apostar por mí mismo en clubes de lucha a los 20. Siempre había hecho todo lo necesario para sobrevivir.

Si Cage no me hubiera encontrado y no me hubiera dicho que somos hermanos, probablemente todavía lo estaría haciendo. En cambio, me presentó a su entrenador universitario de fútbol americano, tramitó mi beca y me rescató de ese mundo.

Sin embargo, incluso con lo lejos que había llegado, la chica de la que me enamoré pensaba que era demasiado difícil de amar. Tenía que ser por eso que mi madre eligió desaparecer en su propio mundo y la razón por la que crecí sin un padre. Era demasiado difícil de amar. Yo era un don nadie que no valía nada y eso era todo lo que siempre sería.

Pensando en eso, todo se volvió demasiado. Mi cabeza palpitaba y una dolorosa agonía me atravesaba. Sentía que iba a explotar. Necesitaba liberarla. Entonces, fijé mis ojos en el siguiente auto estacionado frente a mí y la dejé salir de la única manera que conocía.

Pateé la puerta tan fuerte como pude y el metal se dobló a causa del impacto. No fue suficiente. Necesitaba escuchar un estallido. Entonces, apretando el puño, golpeé la ventana del pasajero. No cedía, así que golpeé más fuerte. Finalmente, el vidrio explotó en mil pedazos.

Aunque sonaba muy fuerte, aún no era suficiente. Le di una patada a la puerta trasera. Cuando estaba a punto de subirme al capó y meter el pie por el parabrisas, algo me detuvo. Era una sirena. Me despertó como si hubiera estado perdido en un mal sueño.

Miré fijamente el coche y tomé conciencia de lo que había hecho. Lo había destrozado. Eso estuvo mal. Había perdido el control de mí mismo y este era el resultado.

—¡Al suelo! —gritó alguien detrás de mí—. ¡Dije que al suelo!

Acababa de arruinarlo todo. Estaba a punto de perder mi beca y mi única oportunidad de vivir. Si fuera una persona más inteligente, hubiera huido. Pero no lo era.

Yo lo había arruinado. Había sido quien había estropeado todo lo bueno que me estaba pasando, nadie más. Y no iba a luchar contra mi propia autodestrucción.

Como no me puse de rodillas lo suficientemente rápido, alguien me empujó por detrás. Caí aterrizando sobre los vidrios rotos. Antes de que pudiera liberarme, alguien cogió mis muñecas y me puso las esposas. Estaban tan apretadas que parecía que me cortarían la piel.

—Tienes derecho a permanecer en silencio —comenzó.

No tuve que escuchar el resto. Ya estaba familiarizado con todo eso. Iba a ir la cárcel. Como no podía pagar la fianza, me iban a retener durante dos o tres días hasta que compareciera ante el juez.

Entonces me sentenciarían. Y a diferencia de cuando era menor de edad, este crimen me perseguiría por el resto de mi vida. Yo me había hecho esto. Y para ser honesto, siempre supe que era cuestión de tiempo hasta que arruinara las cosas.

Seguí las instrucciones de los oficiales sin oponer resistencia. En el asiento trasero del patrullero, dejé que mi mente divagara. Pensé en todas las cosas que me habían llevado hasta allí. Pensé en Kendall. De todos mis arrepentimientos, saber cuánto la había perturbado estaba en la cima.

La verdad es que la fiesta de anoche no había sido la primera vez que la vi. Fue el día de la graduación de Cage. Nos miramos a los ojos cuando ella observaba la ceremonia desde abajo de un árbol. Pensé que era la chica más linda que había visto en mi vida.

Estaba toda vestida de negro. Sus rizos marrones despeinados resaltaban sus rasgos. Y el hecho de que completara su look de “chica ruda” con delicados anteojos de montura redonda me dijo que había más en ella de lo que mostraba a los demás.

Había más en mí de lo que mostraba a los demás. Yo era el matón que organizaba clubes de lucha por dinero. Estaba listo para derribar a quien sea en un abrir y cerrar de ojos. Pero todo lo que quería era que una chica me abrazara y me dijera que todo estaría bien.

Cuando vi a Kendall allí parada, quise hacer eso por ella desesperadamente. Quizás nadie haría eso por mí, pero yo podría ser su salvador. Quería protegerla. Quería darle a Kendall el amor que yo nunca podría tener. Pero en la primera oportunidad, arruiné las cosas por ser quien soy.

En la estación de policía, respondí a todas las preguntas y me acompañaron a mi celda. Había otras dos personas allí. Una había bebido mucho y la otra… bueno, se parecía a mí, un matón al que se le había acabado el tiempo.

No estaba de humor para hablar y ellos tampoco. Esta no era mi primera vez en la cárcel, así que, como sabía que estaría allí por un tiempo, me puse cómodo. Me sorprendí cuando un policía apareció al otro lado de los barrotes y dijo mi nombre.

—¿Nero Roman?

—Soy yo.

—Pagaron fianza. Vamos.

Me levanté con la seguridad de que se había equivocado. Pero si me iban a dejar salir por un error de archivo, estaba bien para mí. En el camino de regreso al mar de escritorios, exploré la habitación y vi a alguien a quien no esperaba ver. Quin era la novia de mi hermano y se veía bastante asustada.

Teniendo en cuenta que los padres de Quin tenían más dinero que Dios y que ella creció vacacionando en lugares como las Bahamas, no es de extrañar que estar en una estación de policía la hiciera parecer como si estuviera a punto de orinarse encima. La única pregunta era qué estaba haciendo allí. No había realizado mi única llamada telefónica. No imaginaba que alguien me ayudaría.

Cuando estuve a su alcance, Quin me abrazó. Su abrazo fue genuino y apretado.

—Nero, ¿qué pasó? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué no me llamaste?

Estaba a punto de responder cuando alguien a quien conocía entró por la puerta. Titus era mi compañero de cuarto y un chico que conocía de mi barrio. Las mismas dos personas con las que yo contaba, Quin y mi hermano, lo habían motivado a asistir a la Universidad de East Tennessee. Se acercó y me abrazó también.

—¿Qué mierda está pasando, hombre? ¿Y por qué tuvimos que enterarnos de que estabas aquí por el tío de seguridad del campus?

—No es nada —les dije—. Acabo de romper un poco un coche.

—¿Romper un poco? —preguntó Quin alejándose—. Dijeron que rompiste una ventana y un par de puertas.

—Como dije, lo rompí un poco —dije con un atisbo de sonrisa.

—¿Por qué? —insistió Quin, frunciendo su tierna cara nerd.

Pensé en Kendall y en cómo me había dicho que me fuera al carajo.

—No quiero hablar de eso. ¿Podemos irnos de aquí?

—Sí, vine en coche —dijo Titus pasando sus dedos por su pelo desgreñado color café—. Está estacionado enfrente. Vamos.

Los tres nos dirigimos a la camioneta de Titus y regresamos al campus en silencio.

—¿A dónde vamos? —preguntó Titus mientras nos dirigíamos hacia Campus Lane—. ¿Acerco a todos o vamos a la casa de Quin para cenar como todos los domingos?

Estaba a punto de pedirle que me llevara a nuestro dormitorio cuando Quin me interrumpió.

—Vamos a mi casa. Cage está yendo y querrá escuchar lo que pasó. También querrá cenar.

—No le dijiste a Cage, ¿verdad? —pregunté a Quin sintiendo un dolor en mi pecho de solo pensarlo.

—Fue la primera persona a la que llamé después de que Titus me lo contó.

Miré a Titus.

—Mira, el de seguridad del campus me dijo que habías destruido uno de sus autos y que estabas en la cárcel. ¿A quién más debía llamar? Él es el único que podría conseguirte un abogado.

—¿Llamaste a un abogado? —pregunté a Quin.

—No tuve que hacerlo. Cage llamó a la escuela y pudo arreglar las cosas. Todavía tiene algo de influencia por haberles ganado esos campeonatos nacionales. Entonces, todo lo que tuve que hacer fue pagar tu fianza y sacarte.

—Entonces, ¿no voy a perder mi beca?

—No dije eso. Pero estoy segura de que Cage te dirá todo lo que necesitas saber al respecto. En serio, Nero, ¿en qué estabas pensando?

No respondí.

—¿Así que vamos a la casa de Quin?

Miré por la ventana resignado.

— Sí.

—Genial. Lou me dijo que no tenía planes esta noche, así que también irá —dijo Titus con una sonrisa.

Quin y yo lo miramos.

—¿Qué? Ella y yo somos amigos. Sé que ninguno de ustedes tiene mucha experiencia en tener amigos pero, créanme, pasar el rato con amigos es algo que la gente hace.

Lo miré a Quin. Ambos pensamos lo mismo.

Titus y la compañera de cuarto de Quin eran muy unidos. Sabía que ser amigo de una chica no quería decir nada. Y Titus era un tipo muy amistoso. Pero no podía evitar pensar en lo lindos que se veían juntos.

Nunca le diría eso a Titus porque no es algo que un chico le dice a su amigo. Además, ¿qué sabía yo sobre las relaciones? Y después de lo que pasó con Kendall, me di cuenta de que incluso sabía menos de lo que creía.

Estacionamos frente al elegante dormitorio de Quin, subimos las escaleras y Lou nos recibió.

—Trajiste al criminal —dijo mirándome—. ¿Qué terminó siendo? ¿Robo a mano armada? ¿Daño a la propiedad privada?

—¿Cómo sabes lo qué es el daño a la propiedad privada? —preguntó Titus.

—Veo La ley y el orden. Sé de esas cosas.

Quin intervino:

—No creo que Nero quiera hablar de eso. Entonces…

—Fue el clásico romper la ventana y robar, ¿no? Mira, no creas que porque eres algo así como un chico malo vas a conseguir que me enamore de ti. Me gustan los chicos buenos.

Abrí la boca para responder.

—Está bien, podemos salir. Pero si me dejas embarazada después de hacer el amor en una noche de borrachera, voy a tener al bebé y no lo voy a criar sola.

Miré a Lou aturdido y luego me reí. Todos lo hicimos.

—Hablo en serio, hombre. No voy a criar a Nero junior sola.

—Está bien, lo prometo —dije de repente sintiéndome mejor acerca de todo.

Titus dijo:

—Ahora que lo hemos dejado asentado, ¿cómo están para un juego de Wavelength?

Wavelength era nuestro juego favorito del domingo por la noche. La mayoría de las veces se trataba de beber cuando las cosas estaban mucho menos tensas.

A la hora de formar parejas, Titus eligió a Lou, por supuesto, y yo me asocié con Quin. Luego de un par de rondas, las cosas iban bien. Entonces llegó Cage.

Mi hermano estaba echando humo. No podía culparlo.

—¿Por qué diablos destrozaste un coche de seguridad del campus?

—¿Era un coche de seguridad del campus? —pregunté.

—¿No lo sabías?

—No estaba en contra de nadie en particular. Simplemente estaba enojado.

—¿Por qué?

—Por nada —dije sin querer hablar de eso realmente.

—No lo quieres decir, ¿eh? Bueno, tendrás que hablar de eso. La escuela va a aceptar que pagues los daños en lugar de presentar cargos.

—No tengo el dinero.

—Tú eres quien lo destruyó. Tú serás quien pague por ello.

—Yo podría prestártelo —se ofreció Quin.

—No necesito tu dinero —respondí toscamente.

—Mira, Nero. Solo está tratando de ayudar.

—No necesito su ayuda. No necesito la ayuda de nadie.

—Teniendo en cuenta que fue ella quien te sacó de la cárcel, eso no es del todo cierto, ¿verdad?

Me callé porque sabía que Cage tenía razón. Tan pronto como dejé de hablar, Cage también lo hizo. Con mucha más simpatía en sus ojos, se acercó a mí y me cogió de los hombros.

—Nero, tienes mal carácter y tendrás que controlarlo.

—Eso intento.

—Sin embargo, mi novia tuvo que sacarte de la cárcel hoy.

—No sé qué decir —admití.

Cage me miró fijamente. Supongo que tampoco sabía qué decir.

—Pensaré en algo. Hablaré con la escuela y veremos qué se nos ocurre. No te preocupes, solucionaremos esto. Estoy aquí para lo que necesites, hombre. No voy a ninguna parte.

—Ninguno de nosotros lo hará —agregó Titus.

—Sí —acordó Quin.

Miré a las personas que me rodeaban y me limpié una lágrima de los ojos. Quizás todo estaría bien. Quizás no estaba tan solo como pensaba.

 

 

Capítulo 3

Kendall

 

—¡Ahhhh! —grité al despertarme.

Miré alrededor. Estaba en mi cama y era de mañana. Cory estaba sentada mirándome. Parecía sorprendida.

—Fue sólo un sueño —me dije a mí misma—. Eso es todo.

—¿Evan Carter? —preguntó Cory de manera lenta y relajada.

—Evan Carter —admití.

—Maldito Evan Carter —dijo mi compañera de cuarto haciéndome sentir un poco mejor.

Me recosté y traté de calmarme. No podía decir que las pesadillas empeoraban, pero tampoco mejoraban.

Evan Carter fue el jugador de fútbol que hizo mis años escolares un infierno desde el primer año. Había algo en mí que él no podía soportar. Siempre supuse que era porque él era un idiota de mente pequeña que atacaba a cualquiera que no supiera cómo encajar. Pero para ser honesta conmigo misma, yo no estaba intentando encajar en ningún lado.

Experimenté con el color de mi cabello, usando un maquillaje extravagante y con el tipo de ropa que usaba. Quizás vestirme como un chico durante meses fue demasiado para él. No estaba luchando para derribar el patriarcado ni nada por el estilo. Solo me estaba divirtiendo. Y estaba tratando de averiguar quién era yo.

Para que lo sepan, no soy una chica que use vestidos o maquillaje extravagante. Y no es porque Evan Carter pudiera intimidarme ni un poco si lo hago. Simplemente no es lo mío.

Pero llegó el momento en que los fanáticos del fútbol ya no pudieron soportar mis elecciones de look. Me dijeron que si quería actuar como un chico, me tratarían como tal.

A partir de ese momento, me empujaban cada vez que me cruzaban en los pasillos. Estaba almorzando o sentada tranquilamente en clase y mi cabeza se sacudía luego de sentir el escozor de una palma abierta.

Y todos los días me metían en el vestuario de los chicos mientras ellos se cambiaban.

Aprovechaban cada oportunidad que tenían para humillarme frente a la mayor cantidad de personas posible. La peor parte es que nunca pude anticiparme a sus ataques. Llegó al punto en que pasaba todo el día escolar revisando las habitaciones.

Cuando veía a uno, tenía que hacerme lo más invisible posible. Si me veían, podían atacarme o no. Siempre era aleatorio. Pero cuando decidían que era mi día infernal, no estaba a salvo en ningún lado.

Y cuando no era abuso físico, se burlaban de mí constantemente por mi pecho plano. Sé que todos los cuerpos son hermosos, pero nadie necesita que le recuerden algo así todos los días.

Además, si escucho la palabra “tortillera” una vez más, creo que me voy a volver loca. Tendría sentido si realmente me gustaran las mujeres, pero no es el caso. Simplemente me vestía de esa manera… lo que no me benefició mucho cuando las chicas se me acercaban creyendo que era lesbiana.

Para el último año, lloraba mientras me vestía por la mañana sabiendo que lo que me estaba poniendo provocaría la ira de Evan.

Llegué al punto en el que ni siquiera quería vestirme así. Pero lo hacía de todos modos porque… ¿quién sabe por qué? Solo que no podía rendirme.

Tal vez seguí vistiéndome así para probarme a mí misma que no sucumbiría a la presión. Tal vez no quería darle a Evan la satisfacción de pensar que había ganado. Tal vez era solo hambre de castigo.

Sin importar la razón, lo seguí haciendo y apenas tenía ganas de vivir cuando terminé la escuela secundaria. Me alegré mucho de empezar la universidad y superar esa etapa. Entonces podría vestirme como quisiera, y podría ser quien soy en realidad. Pensé que sería lo mejor de lo mejor hasta que comenzaron las pesadillas.

Por supuesto, siempre las había tenido. Pero ahora se habían agudizado y concentrado en una sola persona: Evan Carter. Él era el líder del grupo.

Sigo pensando que si no fuera por ese idiota, los demás me habrían dejado en paz.

Supongo que nunca voy a estar segura de eso, pero lo que sí sé es que, en la secundaria, perdí las batallas y la guerra. No solo vivía ese infierno todos los días, sino que Evan Carter era el dueño de una propiedad inmobiliaria que renté años después. Fue muy injusto.

La peor parte era que, hasta anoche, parecía que las pesadillas habían comenzado a desvanecerse. Solía tenerlas un par de veces a la semana. Cory sabía todo eso. Por la cantidad de veces que desperté gritando, es increíble que aún quisiera ser mi compañera de cuarto.

Hasta antes de anoche, habían pasado dos semanas desde mi último concierto de gritos. Estoy totalmente segura de saber qué lo desencadenó. Había besado a un jugador de fútbol. Pensarlo casi me hacía vomitar. Claro, Nero no se parecía en nada a Evan Carter o a cualquiera de sus horribles amigos, pero aún así…

Los futbolistas han hecho de mi vida una pesadilla infernal de proporciones épicas desde que tenía 14 años. Amenazaron mi voluntad de vivir. Me despierto gritando y empapada en sudor a causa de ellos. No quería besar a un jugador de fútbol ahora.

—¿Vas a clase? —preguntó Cory desde su cama.

—¡Oh, vaya! —exclamé recordando mi clase del lunes por la mañana.

Mi profesor tenía que ser un sádico. ¿Quién programa una clase un lunes a las 8 am? Es ridículo. Pero si quería convertirme en psicóloga clínica, necesitaba especializarme en psicología y tenía que cursarla.

Salí de la cama y me vestí rápidamente. Me alisté, cargué mi mochila y me apresuré a salir. Llegué tarde a clase, pero la tardanza estaba dentro de la curva de las 8 am.

—Hoy completarán el T.E.T., el Test de Empatía de Toronto. No solo nos introducirá en la discusión acerca de la empatía, sino que también les dirá a los aspirantes a terapeutas si son aptos para realizar el trabajo —dijo mi profesor de repente, captando mi atención.

Tenía muchas ganas de ser terapeuta. Era lo único que había querido desde que tenía 12 años. Había leído un libro de introducción a la Psicología de principio a fin cuando tenía 15 años porque estaba muy interesada en el tema. Necesitaba aprobar ese test.

Cuando deslizaron el papel frente a mí, vi que no era muy largo. Las preguntas también eran bastante básicas. Le puse mi nombre y comencé.

Cuando alguien está emocionado, yo suelo estar emocionado/a: ¿Nunca, a veces o siempre?

Fácil. Puede que lo oculte bastante bien, pero siempre lo hago.

Las desgracias de otras personas no me perturban mucho: ¿Nunca, a veces o siempre?

De nuevo, fácil. Nunca… por lo general.

Quiero decir, si se tratara de una persona normal, a quien supongo que se refiere esta pregunta, nunca me haría sentir bien la desgracia de otra persona. Pero digamos que Evan Carter es atropellado por un autobús. No estoy sugiriendo que se muera… necesariamente. Solo estoy imaginando cómo sería si sintiera una mínima fracción del dolor que me causó durante cuatro años.

La pregunta no puede referirse a situaciones como esa, ¿verdad? ¿O sí? ¿El cuestionario trata de desenterrar los pensamientos más oscuros? ¿Es mi falta de empatía por el psicópata que me torturó lo que me convertirá en una mala terapeuta?

Me quedé mirando la pregunta paralizada. No podía superarlo. No podía creer que después de todo lo que me hizo pasar, sus resonancias pudieran impedirme ser buena en lo único que siempre me importó.

—Por favor, entreguen sus test —dijo el profesor sacándome de mi trance.

—No he terminado —dije a la chica que me quitó el papel y pasó la pila.

Ella se encogió de hombros registrando apenas mi lucha interior. Sabía con certeza que esa reina insensible sería una terapeuta horrible. ¿Pero qué hay de mí? ¿Era la empatía tan importante en realidad?

No tuve que esperar mucho para obtener la respuesta a esa pregunta. Dos días después, el profesor me pidió que lo viera antes de irme.

—Al comienzo del semestre les pregunté a todos cuáles eran sus objetivos en relación a la clase —comenzó el profesor Nandan.

—Sí. Y dije que quería convertirme en terapeuta, porque es lo que quiero.

Me miró confundido.

—Correcto. Lo que me hace preguntarme por qué harías esto en un test diseñado para determinar tu nivel de empatía —dijo antes de colocar mi hoja sobre el escritorio.

—Lo sé, no lo terminé.

—No. Pero no estoy hablando de eso —dijo colocando su dedo junto al garabato que había dibujado en la esquina superior derecha del papel.

Al mirarlo de nuevo, me di cuenta de que era menos un garabato y más un boceto. Sabía que dibujaba cosas cuando estaba aburrida, y que no siempre eran imágenes felices. Ese dibujo definitivamente no era muy feliz y tenía un mensaje que era difícil pasar por alto.

—¿Dibujaste a un jugador de fútbol colgado de una soga en el test de empatía? ¿Hay algo de lo que le gustaría hablar, señorita Seers?

Mi boca se abrió cuando miré al hombre de rostro redondo frente a mí. No había dudas de qué lo había inspirado. Maldito Evan Carter.

—Está bien, puedo explicarlo —comencé sin saber qué diría a continuación.

—Continúa —instó pacientemente.

¿Iba a mentir? ¿Le diría la verdad? Me sentía en un callejón sin salida.

—Podría tener un problema con los jugadores de fútbol.

—¿De verdad? —dijo con sarcasmo.

—Y podría haber tenido un mal sueño con uno de ellos justo antes de venir a clase.

—¿Y quieres hablar de ese sueño?

—Realmente no. Fue una pesadilla bastante común. Mucha persecución. Carreras. Ya sabes, lo de siempre.

—¿Y luego viniste aquí y dibujaste esto… en un test de empatía?

—Eso parece —dije con una sonrisa incómoda.

El profesor Nandan se reclinó en su silla y me miró fijamente. No podía decir lo que estaba pensando, pero no podía imaginarme que fuera algo bueno.

—La forma en que lidiamos con el trauma infantil es única para cada uno de nosotros —comenzó—. Algunos optamos por evitarlo. Pero la estrategia más eficaz para tener una vida sana y feliz es enfrentando nuestros problemas.

—¿Estás sugiriendo que debería ver a un terapeuta?

—No estaría de más. Pero lo que demuestran las investigaciones es que la forma más efectiva de lograr empatía hacia un grupo de personas es humanizándolas.

—No creo que los jugadores de fútbol no sean humanos. Solo son lo peor que puede existir.

El profesor me miró con extrañeza.

—Correcto. ¿Pero aceptas que no todos los que comparten un rasgo son iguales? No todos los jugadores de fútbol son iguales. Al igual que no todos los estudiantes que se visten con pulseras negras con tachas son iguales. Todos somos individuos únicos.

—¿Qué estás sugiriendo? —pregunté sintiendo apretarse un nudo en mi pecho.

—Te sugiero que conozcas a un jugador de fútbol. Creo que si ves su individualidad, podría ser de gran ayuda para cambiar cualquier sentimiento negativo que tengas hacia ellos. Incluso podría ayudarte en relación a tus sueños.

—¿Y cómo debería conocer a un jugador de fútbol?

—Curiosamente, hay un programa que he estado intentando implementar desde hace algunos años. Es una especie de tutoría. Los estudiantes avanzados se reúnen con estudiantes de primer año que están teniendo dificultades para adaptarse a la vida universitaria con el fin de brindarles su apoyo. Teniendo en cuenta que tu objetivo es convertirte en terapeuta, esto podría ser muy bueno para ti.

—Eso suena genial. Pero supongo que lo que no estás diciendo es que yo sería la consejera de un jugador de fútbol.

—Hay uno que se ha metido en problemas por su comportamiento. Y en lugar de expulsarlo de la escuela y del programa de fútbol, la universidad pensó que algo así sería útil.

Miré a mi profesor. ¡La peor idea que se le podía ocurrir! No todo el programa. La parte de la tutoría sonaba muy bien. Pero la parte en la que me encerraban en una habitación con uno de esos psicópatas lanzadores de cerdos era una locura.

¿Estaba intentando hacer que me maten? Tan pronto como se cierre la puerta y nos quedemos solos, este tipo se dislocaría la mandíbula y me tragaría entera. Luego de devorarme, probablemente se escaparía a Washington DC y crecería de tamaño hasta que, con la cola envuelta alrededor del Monumento a Washington, se comería al presidente y convertiría a los Estados Unidos en una dictadura demoníaca… ¿o estaba exagerando?

—Sí —dije antes de que la respuesta se registrara en mi cerebro—. Lo haré.

—¿Lo harás?

—Eso parece.

—¿Estás segura?

—No. Pero sí. Mira, quiero ser una buena terapeuta algún día. No, no solo quiero ser buena. Quiero ser genial. Quiero ayudar a la gente. Quiero que los niños no tengan que pasar por lo que yo pasé cuando crecía. Y si eso significa enfrentar mi problema con cierto grupo de demoníacos chupadores de almas, lo haré.

El profesor Nandan me miró inquisitivamente.

—Estoy bromeando… en su mayor parte. Pero lo digo en serio. Puedo hacer esto. Y tienes razón. Enfrentar mi problema es la mejor manera de resolverlo.

—Entonces lo organizaré. Gracias por esto. Si funciona entre tú y él, podríamos lograr que muchas personas reciban ayuda en los próximos años —dijo con una sonrisa.

—En otras palabras, ¿sin presión?

Él se rio.

—Sin presión. Solo sé tú misma. No se trata de darle las respuestas. Se trata de estar ahí para él y prestarle tu oído cuando lo necesite.

—Puedo hacer eso.

—Lo harás muy bien —dijo antes de prometer que me enviaría un correo electrónico con toda la información y despedirse.

Lo bueno es que nadie realmente necesita dormir para mantener la cordura. Si fuera así, me habría metido en muchos problemas. Porque acostada en la cama en la oscuridad, solo podía pensar en todo lo que Evan Carter y sus compañeros de equipo me hicieron en la secundaria.

No sabía en qué estaba pensando cuando acepté hacer esto. Ser consejera de un jugador de fútbol era una mala idea, una muy mala idea.

Sin embargo, eso no me impediría seguir adelante. ¿Quién era yo para rechazar una mala idea?

Mientras caminaba hacia el lugar de reunión acordado, empapé de sudor mi ropa. Estaba teniendo un ataque de pánico total. Nos reuniríamos en la guarida de la serpiente, la instalación de entrenamiento del equipo de fútbol. Pero al menos mi profesor estaría allí conmigo.

—¿Estás lista? —preguntó tan emocionado como yo aterrorizada.

—No, pero estoy aquí. Hagámoslo.

El profesor Nandan puso su brazo alrededor de mis hombros y me condujo a la habitación. La bestia estaba sentada de espaldas a mí. Lo curioso fue que reconocí su espalda. Era inconfundible. Y cuando se volteó y pude vislumbrar esos pómulos que estaban para morirse, pensé que era una broma cruel.

—¿Tú? —pregunté aturdida.

—¿Ustedes dos se conocen? —preguntó el profesor.

Nos miramos el uno al otro. No supe qué responder.

—Nos conocemos —respondió Nero.

—Espero que sea algo bueno —sugirió mi profesor.

Nero me miró de nuevo.

—Sí —confirmó para que mi profesor respirara.

—Entonces tal vez no necesito presentarlos. Pero, Nero Roman, ella es Kendall Seers. Kendall, Nero es una estrella de fútbol muy prometedora.

—No estoy seguro de eso —intervino rápidamente Nero.

—Te he visto jugar. Eres muy bueno —dijo efusivamente el hombre mayor.

—Gracias —dijo Nero mirando a otro lado tímidamente.

—Y Kendall es una de mis estudiantes más prometedoras.

—Lo soy —confirmé—. Probablemente la mejor.

No tengo idea de por qué dije eso. Pero rompió la tensión. Al menos para esos dos.

—No estoy seguro de eso —bromeó mi profesor—. Pero ella es muy buena. Estarás en buenas manos. ¿Los dejo a solas para que se conozcan?

—No veo por qué no —dijo Nero mirándome como si no le hubiera escupido en la cara y le hubiera pateado tierra mientras me alejaba la última vez que lo vi.

—Muy bien. Entonces me voy —dijo el hombre resplandeciente antes de dejarnos solos y cerrar la puerta detrás de él.

Ambos nos miramos. Habría sido lo peor del mundo si no fuera extremadamente sexy. En serio, ¿cómo puede alguien ser tan guapo?

 

—¿Entonces, de qué quieres hablar? —preguntó sonriendo. Dios, tenía una gran sonrisa.

Pensé que estaba sudando antes. Ahora estaba prácticamente parada en un charco.

—¿Tienes calor aquí? —pregunté—. ¡Lo digo en serio! ¿Hace calor aquí? ¿Quieres que nos vayamos? Salgamos de aquí. Necesito un poco de aire fresco. No puedo respirar aquí adentro.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

—Solo necesito dar un paseo. ¿Podemos dar un paseo?

—Como tú quieras —dijo chorreando su encanto sureño de pueblo.

Salimos de las instalaciones de entrenamiento y caminamos de regreso al campus en silencio. A mitad de camino me di cuenta de que no iba a poder huir más, así que me dirigí a un banco y me senté. Nero se sentó a mi lado. Podía olerlo. Olía a cuero y almizcle. Su olor me hizo ruborizar. ¿Por qué me estaba entusiasmando un jugador de fútbol?

—¿Cómo lo supiste?

—¿Cómo supe qué? —pregunté todavía sin mirarlo.

—Que este era mi lugar favorito. No recuerdo habértelo dicho la noche que nos conocimos.

—¿Este es tu lugar favorito? —pregunté finalmente volviéndome hacia él.

—Sí. Descanso aquí todos los días después del entrenamiento. Siempre entreno mucho, ya sabes. Todo suele ser demasiado. Así que este es el banco en el que me siento a pensar.

Miré alrededor. No había pasado mucho tiempo en este rincón del campus durante mis años aquí. Pero era un lugar hermoso. Había más árboles que en cualquier otra parte. Y con las hojas de otoño coloreadas cubriendo el suelo, la escena parecía una postal.

—¿Qué es lo que resulta ser demasiado? —pregunté de repente sintiéndome más tranquila.

La sonrisa de Nero desapareció.

—Dímelo tú. Entrenamiento. Clases. Tener sentimientos que probablemente no debería tener.

Me quedé mirando a Nero mientras me preguntaba cuáles eran esos sentimientos.

—¿Puedo preguntarte algo?

—¿Qué?

—¿Finges ese acento sureño que tienes?

Nero se movió incómodo. No creo que estuviera preparado para la pregunta.

—No tienes que decirme si no quieres.

—No es que no quiera decírtelo —. Nero hizo una pausa, miró el cielo alrededor y respiro profundo— Déjame invertir la pregunta. ¿Finges esa tensión de “no me gusta nadie”? Porque cuando hablamos en la fiesta, eras totalmente diferente.

Lo miré como una cierva atrapada por linternas.

—Estaba muy borracha esa noche.

—¿Eso no significa que estabas siendo realmente tú misma?

Lo miré sin decir nada. Estaba diciendo lo que yo temía que fuera cierto. Y lo peor era que todavía no recordaba todo lo que había hecho esa noche. Era posible que él supiera cosas de mí que yo no sabía de mí misma.

—No estamos aquí para hablar de mí.

—Lo entiendo. Solo estaba tratando de demostrarte que no es que no quiero responder a tu pregunta.

—Es que no sabes la respuesta. ¿No sabes si tu encanto es fingido? —sugerí.

Nero me miró con dolor en los ojos. Parecía un tipo que luchaba intensamente contra sí mismo. Me dolía el corazón por él.

—¿Qué significa “bueno” o “malo”? —pregunté con simpatía.

—Bueno, lo primero es algo que está bien. Y lo otro es algo que está mal —explicó como si estuviera avergonzado de que yo no supiera la diferencia.

Lo miré fijamente sin saber si estaba hablando en serio o no hasta que dejó de actuar y se rió. Yo también me reí.

—Oh, eso lo explica. No lo había visto de esa manera  —bromeé.

—De nada —dijo sonriendo.

Aunque su encanto fuera un acto o no, había funcionado en mí. No sé cómo, pero lo había logrado. De repente me sentía mucho más relajada.