COMPLACER AL MILLONARIO

Annie echó un vistazo a través de las sombras de la casa de lujo más increíble que podría haberse imaginado nunca. Este había sido su hogar durante los últimos tres meses, y con escasamente un aviso de su encargado, Jarvis, estaba a punto de conocer a su benefactor por primera vez.

Annie se había tomado su tiempo para pensar en su nuevo puesto. Jarvis había descrito el trabajo como de “acompañante”. Había descrito a su jefe como un hombre adinerado cuya alta posición no le permitía tener novias. Sin embargo, sí que disfrutaba de la compañía de mujeres jóvenes.  Remunerado con gastos, un salario, y un lugar extravagante en el que vivir, el trabajo no exigía sexo y duraría el tiempo que ambas partes desearan.  Después de haber llamado a algunas de las otras chicas empleadas con su benefactor, no pudo rechazar la oportunidad.

Pero había una cosa que Annie quería antes de aceptar la oferta: quería saber “’¿por qué ella?”.  Annie no era un una bomba de sensualidad. Ni siquiera se consideraba tan bella o elegante como las otras mujeres del restaurante en el que se habían reunido. Annie se consideraba “suficientemente guapa”, pero difícilmente una mujer merecedora de tantas atenciones.

Annie se consideraba una chica lista, que había trabajado durante todo sus estudios, además de una chica muy trabajadora. Pero la idea era que ella era tan única como para que se le pagara para acompañar a un hombre rico a cenar, le hizo sentir especial de una forma que nunca antes había experimentado.  Fueron estos halagos lo que al final le hizo aceptar el trabajo.  “Quizás esté siendo una inocente de nuevo”, pensó, “pero ¿qué daño podría surgir de esto?”

Annie no estaba preparada para el efecto que tendría sobre ella el poseer una asignación de 5 cifras para vestuario y un chef de lujo.  Bailando y girando en sus nuevos vestidos dentro de los confines de su casa de lujo de estilo victoriano, sus fantasías se desataron. Le pareció muy fácil enamorarse de un hombre que le permitía tales placeres, incluso aunque no supiera nada sobre él. Su vida había sido tan dura hasta el momento que Jarvis se le había acercado en el restaurante que su gratitud pronto se transformó en algo más. Ahora, rodeando el querubín desnudo de mármol que guardaba el salón de baldosas blancas y negras, Annie aguantaba la respiración, deseando que su benefactor estuviera a la altura de sus fantasías.

Buscando entre las oscuras esquinas del espacio suavemente iluminado, Annie no encontró a nadie.  Ella sabía que estaba allí, puesto que le había escuchado entrar, e intentaba dominar su corazón que latía rápidamente, aunque no tenía ni idea de dónde podría estar. 

Sin embargo, encontró respuestas a todas sus preguntas cuando Annie miró al lugar que siempre trataba de evitar. A diferencia de cualquier otro lugar que había visitado alguna vez, su casa de lujo tenía un balcón enorme.  A 25 pisos de altura, Annie se había quedado sin aliento cuando se había dado cuenta de que el balcón no tenía más que una barandilla a la altura de la cintura para evitar una caída.  Mirando hacia fuera en su primer día había reconocido lo irracional de la idea, pero no había podido evitar imaginarse cómo una ráfaga de viento la levantaba y la lanzaba hacia su muerte.  Y sin nada más que una barandilla baja para detenerla, el simple hecho de salir al enorme patio podía significar su muerte.

Annie consideró que era suerte que el hombre al que podía amar tan fácilmente, estuviera de pie en el balcón, apoyado en la barandilla examinando las vistas. Quería ir con él, pero la idea de aventurarse más allá de las puertas deslizantes de cristal hizo que le doliera el corazón.

Acercándose lentamente a la puerta, miró al hombre. Viendo sólo su espalda, observó algunos cabellos grises repartidos en su gruesa cabellera negra. Y examinando la forma en que la camisa de seda le cubría la espalda, supo que tenía que estar en forma. Parecía tan relajado allí de pie. Ella supo una cosa más acerca de él: era seguro de si mismo.  Así que, a menos que fuera el hombre más feo del mundo, ella supo que su corazón sería de él.

Annie, notando lo rápidamente que podría enamorarse de él, en seguida concentró la atención en si misma.  Llevaba puesto uno de sus nuevos vestidos, pero no uno de los más sensuales. No era su naturaleza vestirse sexy, pero de pronto se sintió como una niña de 25 años con un alegre vestido de verano, y consideró si tenía tiempo suficiente para cambiarse. Viendo cómo él se giraba y la miraba, supo que no. Annie se quedó helada.

“Eres Annie,” dijo con voz resonante y rica en un acento ligeramente europeo. Annie no podía adivinar de dónde era pero el acento le pareció seductor. “Acércate, por favor.”

Annie no sabía qué hacer. Ella quería acercarse. Sus facciones fuertes y ojos brillantes la atrajeron hacia él. Pero los cuatro metros que tendría que cruzar para alcanzarle le hacían temblar las rodillas. Queriendo avanzar tanto como quería huir corriendo, se quedó quieta. Quería desesperadamente complacer al hombre que le había proporcionado la experiencia más maravillosa de su vida, y sus ojos se inundaron de lágrimas.

“Te he observado”, continuó el hombre. “Nunca sales al balcón. ¿Te da miedo?”

“¿Me observas?” Repitió ella en su mente. Esto la sacó de su lucha. “¿Qué quieres decir?” Continuó Annie.

“Lo más lejos que has llegado es el lugar en el que te encuentras ahora mismo. No más cerca. ¿Por qué?”

“Estamos a mucha altura. Me da miedo que pudiera venir un fuerte viento que…” no pudo terminar.

“Dime, ¿tienes mucho miedo?”

“No”, pensó Annie. Esta no era la forma en la que ella quería que la viera su benefactor. El balcón era un miedo irracional y lo sabía. Podía ver que ni siquiera el pelo de su benefactor se movía con la brisa. Sabía que estaría completamente segura, pero aún así no se movió. “No, no tengo miedo”, declaró finalmente.

“Eso está bien, porque no tengo necesidad de una acompañante asustada”.

‘Una acompañante’, pensó. ‘¿Es eso lo que soy?’ ‘Puedo hacerlo’, se aseguró a si misma. “No tengo miedo”.

“Entonces ven conmigo. Enséñame lo valiente que eres”.

Annie sabía lo que tenía que hacer. Lo que estaba en juego iba más allá de su simple puesto o del amor de aquel extraño. Ahora se trataba de ella. ¿Permitiría que su miedo limitara el potencial de su vida? Por supuesto que no. Concentrada lo más intensamente que puedo en sus piernas, hizo que se movieran. Y sintiendo por primera vez la áspera piedra bajo sus pies descalzos, sintió una descarga de excitación.

La mente de Annie flotaba mientras cruzaba el patio. Sin quitar la mirada de los ojos del hombre, vio cómo él le devolvía la mirada cómodamente.  Su cara lucía una expresión de agrado y la mera indicación de aprobación hizo que su cuerpo temblara.

Deteniéndose frente al vigoroso hombre, ella le miró. Tenía aspecto de estar en forma y olía a cítricos y a mar. Olía tan bien como para querer comérselo.

“Bien”, dijo con una sonrisa cerrada. “Ahora mira hacia fuera”.

El hombre se apartó del camino y reveló las luces nocturnas de la ciudad. Annie no había mirado nunca antes en esta dirección, y se quedó sin aliento. No tenía ni idea de lo bonita que podía ser la ciudad. Y de cara al puerto, los puentes que lo cruzaban estaban iluminados con líneas de miles de luces de Navidad parpadeantes.  Resultaba sumamente inspirador.

 “Da un paso hacia delante”, ordenó a Annie, que obedeció rápidamente.

Annie dio algunos pasos hacia el borde y se inclinó sobre la barandilla, agarrándose a ella.  Respirando las vistas y el frío aire de la noche, se dio cuenta de lo absurdo que había sido su miedo. Estaba segura. Y si no fuera por él, su benefactor, tampoco habría experimentado esto.