EMPAREJADA CON EL JEQUE

Carla Westmoreland pensaba en que había sido otro día con éxito cuando apagó el ordenador y se dirigió a casa. Le encantaba la satisfacción de hacer bien su trabajo y de proporcionar felicidad a la gente durante el proceso.

Cuando estaba apagando el ordenador, el teléfono sonó. Lo miró, se lo pensó, y luego decidió contestar antes de tener que escuchar el mensaje por la mañana.

“Pareja perfecta, Carla al habla,” dijo, tomando un bolígrafo con el que juguetear, mientras dudaba de que en realidad tuviera algo que anotar. Alrededor de la mitad de las llamadas eran “números equivocados” de personas que estaban nerviosas por usar un servicio de búsqueda de pareja.

“¿Puedo hablar con la señorita Westmoreland? Si está disponible,” contestó una voz masculina.

“Yo soy la señorita Westmoreland,” respondió. “¿En qué puedo ayudarle?”

“Señorita Westmoreland, tengo una petición especial para sus servicios. ¿Está disponible esta tarde para encontrarnos y hablar sobre lo que necesitamos?”

“Desde luego,” contestó Carla. No era extraño que un posible cliente quisiera encontrarse con ella en algún lugar distinto de la oficina. Muchas personas parecían creer que utilizar un servicio de búsqueda de pareja significaba que de alguna forma estaban fallando en la vida. Una reunión inicial en una localización neutral les ayudaba a librarse de los nervios y las dudas. Ella se había vuelto una adepta a explicar que no había ningún fallo en estar demasiado ocupado para citas

Apuntó la dirección y la hora, asegurando al cliente que estaría allí en seguida. Después de colgar el teléfono, Carla abrió su planificadora y apuntó la nota como un recordatorio para más tarde. Estar atenta a los detalles era sólo una de las razones por las que sus servicios de búsqueda de pareja habían tenido tanto éxito.

Comprobó la dirección en línea. Para su sorpresa, se trataba de un edificio de oficinas cerca del centro de la ciudad. Por lo general los clientes nerviosos querían encontrarse en sitios neutrales, como restaurantes, bares o clubes. Sin embargo, algunos profesionales ocupados sí que le pedían que fuera a sus oficinas después de que los otros empleados se fueran a casa. Les ayudaba a sentirse más cómodos, pensaba ella, estar en los lugares en los que tenían control, incluso si aquellos lugares eran la causa por la que tenían tan poco tiempo para las citas tradicionales.

Carla cerró la oficina y salió. La tarde era agradable, y resultó más fácil de lo normal conseguir un taxi. Llegó al edificio con el tiempo justo, y cuando se entró en la recepción, fue recibida por un guarda uniformado en el mostrador.

“Tengo una cita con un caballero en la cuarta planta,” le dijo al guarda. El hombre asintió, dejando claro que la esperaba, y después de que hubiera firmado el libro de entradas, él le entregó una tarjeta de visitante. Se la puso en la solapa de la chaqueta, y el guarda la dirigió hacia los ascensores. Estaban bloqueados, pero los activó con una llave y la envió al cuarto piso.

Había esperado comprobar el listado de empresa en el directorio de la recepción pero no vio ninguna. Los ocupantes del edificio obviamente no recibían muchas visitas, o preferían revelar su presencia sólo a aquellos que necesitaran saberlo. Los guardas probablemente tenían acceso a un directorio.

En el ascensor, Carla sacó el espejo compacto del bolso y comprobó su maquillaje y cabello. Asintió con aprobación. La presentación era importante, especialmente con posibles clientes nerviosos. Llegar arreglada y bien vestida ayudaba a disminuir la tensión. El traje que llevaba había sido confeccionado a medida para favorecer sus curvas, y el azul oscuro ayudaba a que la gente la viera como sincera y competente.

Cuando las puertas se abrieron en la recepción del cuarto piso, Carla pestañeó con sorpresa. Parecía que toda la planta estaba controlada por el mismo negocio. La decoración era del estilo de Oriente Medio, con rojos y verdes que acentuaban la riqueza del mármol. Casi todas las paredes interiores eran de cristal, dando la impresión de un espacio amplio y diáfano.

Quizás se trata de un importador, pensó, mientras caminaba hacia la recepción vacía. Había pequeñas fuentes repartidas, y las telas de seda que colgaban se movían con brisas que ella no sentía. El efecto general era como el de un oasis del desierto, opulento aunque despejado. Estaba comenzando a preguntarse si debía sentarse a esperar o anunciar su llegada cuando una puerta se abrió.

El hombre que entró llevaba un traje caro y caminaba con aires de príncipe. La miró durante un momento cómo si le estuviera tomando las medidas, y luego gesticuló hacia la izquierda con la carpeta de piel que llevaba en las manos.

Ella caminó hacia una sala de reuniones con una mesa larga y alta en el medio. La habitación no tenía otro mobiliario excepto las sillas alrededor de la mesa. En el extremo contrario de la mesa esperaba una bandeja con una garrafa de agua de cristal tallado, junto con un teléfono. Tomó un asiento en aquel extremo de la mesa.

Ella era muy consciente de que el hombre la estaba analizando con detenimiento. Colocó su planificadora sobre la mesa antes de sentarse, y luego puso el maletín en el suelo y colgó el bolso en el respaldo de la suave silla de piel.

Él la observó hasta que se sentó y luego tomó la silla que presidía la mesa. Dirigió la carpeta hacia abajo para señalar la bandeja. “¿Puedo ofrecerle agua u otra bebida?”, preguntó en una voz culta y sin acento.

“Agua está bien,” respondió. Él virtió el agua de la garrafa en una copa con movimientos lentos y tranquilos. Cuando levantó la copa para ofrecérsela, empleó ambas manos, apoyando el pie en la palma y sosteniendo el pie con la otra mano. Carla tomó la copa de forma extraña, no muy seguro de si debía tomarla por el pie, limpiándose los dedos en el proceso. Optó por tomar el cristal entre ambas manos, y mientras él la soltaba, parecía que había hecho la elección correcta.

Él no se sirvió agua para si mismo, y después de un sorbo de cortesía, colocó la copa en la mesa. Todo el encuentro le parecía formal y organizado. Sintió una punzada de nerviosismo, pero se libró de él y cruzó las manos sobre la planificadora.

“Entonces, ¿en qué puedo ayudarle?” le preguntó al ver que parecía satisfecho de estar sentado en silencio.

“Tenemos una necesidad especial,” contestó. “Requerimos lo mejor, siempre lo mejor, y de acuerdo con nuestra investigación, usted es la mejor en su profesión.”

“Lo intento,” contestó Carla con modestia. “He tenido la suerte de trabajar con clientes maravillosos.”

El hombre asintió suavemente. “Todos sus emparejamientos anteriores hablan muy bien de usted y de los servicios que ha proporcionado. Tiene, al parecer, un talento innato para encontrar la compañía perfecta incluso en las circunstancias más exigentes.”

Sintió un flujo de calor en las mejillas. Por supuesto que había investigado sobre ella, pero algunos posibles clientes buscaban más intensamente que otros. ¿Cómo de exhaustiva había sido su investigación?

¿Sabía él que ella había establecido la empresa después de que a ella le costara muchísimo encontrar a un hombre con el que valiera la pena salir? Tras un año de éxitos tras éxitos encontrando pareja para otras personas, aún ella no había encontrado a nadie.

Cruzó las manos sobre la carpeta de piel casi como lo había hecho ella. “La acompañante que buscamos debe ser perfecta. Será retenida durante seis meses y debe estar dispuesta a firmar un contrato, así como a mantener la confidencialidad.”

Carla se aclaró la garganta suavemente. “Seis meses… No estoy segura de que entienda la naturaleza de mis servicios, señor.. ehm…” Fue quedándose en silencio, al darse cuenta de que no le había dado su nombre.

“Sands,” contestó. “Somos muy conscientes de cuáles son sus típicos servicios, señorita Westmoreland.  Pero esta es una petición especial, como le indiqué por teléfono.” Carla detectó un ligero reproche en su tono.

“Sí, me lo dijo,” contestó, dispuesta a aceptar una reprimenda pero sin querer permitir que la intimidara para que proporcionara algo que no parecía correcto. “Pero, señor Sands, no puedo pedirle a las mujeres que confían en mi para que les encuentre una relación a largo plazo que firmen para una aventura de seis meses.”