DESCENDIENTE PARA EL HEREDERO DEL DICTADOR

Natasha Lord intentó liberarse los tobillos de nuevo. Las ligaduras los mantenían atados juntos, agarrados firmemente. Se le estaban clavando en la piel, pero sabía que sus esfuerzos eran inútiles.

Con 22 años, casi no recordaba el pequeño país de Europa del este del que sus padres habían huido. Pero ahora, convertida en una graduada de periodismo, había vuelto a la tierra en la que había nacido. Y había llegado con la determinación de exponer al dictador que había destruido su país.

La venda alrededor de los ojos no daba tregua en su cráneo. Sólo hacía unas pocas horas la habían pillado entrando en un edificio del gobierno. Se estremeció con inquietud. Se sabía que los espías sufrían terribles castigos.

Natasha giró la cabeza para concentrarse en los sonidos a su alrededor. Por un momento escuchó gente entrando y saliendo por la pesada puerta de metal. Finalmente, escuchó un sonido de arrastre distintivo frente a ella. Una silla se colocó y Natasha se tambaleó hacia atrás cuando un par de manos fuertes le retiraron la venda de los ojos.

Su respiración incrementó a medida que los ojos se ajustaban a la repentina luz. Un hombre alto y delgado estaba sentado directamente frente a ella. A lo largo de su torso colgaba peligrosamente un rifle enorme.

Durante unos minutos se mantuvo en silencio observándola sudar. Cuando finalmente habló, su voz era brusca.

“Te han pillado con las manos en la masa, espiando en un edificio del gobierno.”

Prudentemente, Natasha eligió no responder.

“Hay dos puertas detrás de mi. Tienes la suerte de que se te haya proporcionado la opción de elegir entre las dos. Puedes ir a la cárcel en donde te enfrentarás a una pena de por vida por espiar,…” Su voz se fue apagando.

Natasha tuvo una oscura premonición.

“¿Cuál es la otra opción?” suplicó; las palabras escaparon de sus labios antes de que tuviera la oportunidad de pensar.

El hombre dejó entrever una sonrisa sarcástica. “La otra puerta lleva al dormitorio de Alik Kazimir.”

Natasha tragó en seco. Alik Kazimir, el dictador que había obligado a huir a miles de personas fuera del país, el propagador del terror y las masacres.

De repente, estaba temblando aún más que antes. Estaba aterrorizada. Daba igual que puerta eligiera, estaba condenada. Si eligiera no ir con él, se enfrentaría a una vida en la cárcel.

En segundos, había tomado su decisión. Natasha se rindió y eligió la opción sensata.

“Elijo el dormitorio,” susurró, levantando la cara con fingida seguridad.

Se le retiraron las ataduras rápidamente. El hombre la agarró por el brazo fuertemente mientras la llevaba a través de la puerta de metal. Las rodillas le temblaban como si fueran de gelatina. Nunca antes en su vida había estado tan asustada.

La puerta se cerró tras de si en cuanto entró. El corazón le latía desbocado del miedo. Sintió que su vida había llegado realmente a su fin. No tenía ni idea de lo que el dictador iba a hacer con ella.

Fue entonces cuando dos bellas mujeres de piel trigueña entraron silenciosamente, acercándose a ella. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba en un dormitorio. Era más como un baño enorme. Cuando las mujeres se acercaron inmediatamente para tomar su ropa, ella ahogó un grito mientras se disponían a desnudarle.

Natasha no podía pensar. Tembló cuando las mujeres le retiraron su camiseta azul y le desengancharon el sujetador. Sus pechos se soltaron y Natasha se los cubrió rápidamente con los brazos.

Para el momento en el que las mujeres le agarraron los vaqueros, Natasha ya se había resignado a su destino. No podía hacer nada. Sentía que sus manos eran tan pesadas como pesos de plomos, pero cuando los vaqueros se le atascaron en sus caderas humedecidas, ayudó a las mujeres a bajarse los pantalones. Las mujeres continuaron quitándole las bragas y deslizándolas por sus piernas y pantorrillas.

“Baño,” dijo una de las mujeres en un inglés extraño.

Desnuda, Natasha las siguió detrás de la esquina a una bañera enorme de mármol blanco, hundida en el suelo. El agua estaba caliente y brotaba a chorros, cayendo en cascada sobre sus pechos jóvenes y repletos.

Las mujeres comenzaron a acariciar su cuerpo desnudo con paños. La esencia de lavanda de las burbujas le llenó la nariz. No tenía ni idea de por qué las dos mujeres la estaban tratando con tanta delicadeza. Si era simplemente el juguete del dictador, ¿por qué tenían que bañarla?

Aún reclinada, una de las mujeres levantó la pierna de Natasha por fuera del borde de la bañera. Natasha saltó cuando la mujer comenzó a afeitarla con una cuchilla rosa brillante. El pecho le subía y bajaba rápidamente cuanto más se acercaba la cuchilla a su sexo. Los pechos le temblaron cuando le levantaron los brazos para afeitarles sus ya suficientemente suaves axilas.

Las mujeres le pidieron a Natasha que se quedara de pie. Natasha cerró los ojos mientras la delicada cuchilla de afeitar le rasuraba el cabello púbico. Nunca antes se había afeitado completamente ahí, y la sensación era tanto extraña como ofensiva. Sin embargo, considerando las circunstancias, sabía que no tenía la opción de quejarse.

Después de que el vello de todo su joven cuerpo fuera retirado, salió de la bañera y la secaron con dos toallas blancas grandes. Una de las mujeres se dirigió a una esquina y tomó un camisón blanco. Estaba perfectamente planchado y colgaba de una percha.

Mientras las mujeres le ponían el camisón, Natasha aceptó lo que había estado intentando negar. Iba a ser la amante de un sangriento dictador. Se estremeció y apretó los muslos de forma instintiva. La vida en prisión o la vida en la cama de un hombre diabólico, pensó. Sin pesarlo, había elegido ser usada para el placer ególatra de un hombre brutal. De repente, dándose cuenta de lo que un hombre como aquel sería capaz de hacer, ya no estaba segura de cuál de las sentencias sería peor.

Natasha tragó en seco las lágrimas mientras las mujeres le ajustaban el bonito camisón. Mirando hacia abajo, vio que apenas le colgaba más abajo del culo. Centrándose en el top, se dio cuenta de que las finas asillas estaban unidas a un encaje que carecía del forro que tenía el resto del camisón.

A pesar de que ahora estuviera vestida, se sintió aún más desnuda sabiendo que así sería como el dictador la vería. Mirando de nuevo hacia abajo, observe que sus pechos estaban casi al aire y que sus pezones rosados resaltaban a través de los espacios de la tela. Se giró y sintió las cosquillas de la suave tela sobre la tierna piel de su pezón. Al sentirse desnuda, levantó el brazo para cubrirse los pechos.

            “No te cubras delante del amo,” pidió la mujer con miedo.

            Natasha bajó los brazos y apretó los párpados al considerar las consecuencias de no complacer a su amo. ¿Le pegaría, o algo peor? ¿Qué podría ser peor que aquello? No lo sabía. Las lágrimas amenazaron con derramarse por sus mejillas.

            Natasha salió de su fantasía cuando una puerta se abrió en el otro extremo de la habitación. Indecisa, caminó hacia ella. Incluso caminando despacio podía sentir la brisa a través de los espacios alrededor de sus pechos. La sensación podría haber sido placentera si no hubiera estado tan aterrorizada.

            A través de la entrada, vio en la habitación escasamente iluminada una sombra alta, de hombros anchos, sentada cómodamente en una butaca de respaldo alto. De fondo sonaba suavemente música tradicional, lo que creaba un efecto etéreo a su alrededor.

“Ven,” escuchó cómo la profunda voz retumbó en la habitación.