SU MEJOR MALA DECISIÓN

Capítulo 1

Lexi

 

Era verdad que había estado solo dos años en Japón, pero, incluso así, sabía que los tipos con tatuajes en los brazos no eran hipsters que escuchaban bandas de rock con nombres irónicos. Los tatuajes tenían un significado muy distinto en la tierra del sol naciente. Casi siempre, un tatuaje en un lugar visible indicaba que esa persona era miembro de la yakuza. Saki, mi mejor amiga, lo sabía. Y, de hecho, era algo que le resultaba particularmente atractivo en un chico.

¿Estás buscando que nos vendan como esclavas sexuales? le susurré a Saki al oído.

Lees demasiadas novelas me contestó. Su acento japonés de clase alta me recordó la posición acomodada de su familia.

Tal vez tu familia pueda pagar el rescate, pero te aseguro que la mía no.

Saki se rio como si fuera una broma. Pero no lo era. Su padre era el director ejecutivo del cuarto fabricante de teléfonos más importante del país, y el mío administraba una concesionaria de coches en Eugene, Oregón. Sin importar cuántos de mis dedos le enviaran los yakuza, lo máximo que podría ofrecer mi padre sería un cinco por ciento de descuento sobre el precio de venta del modelo de coche más nuevo… Serían unos tontos si dejaran pasar esa oferta, porque se lo estaría dejando casi al costo. Pero probablemente no sería lo que tendrían en mente.

Te preocupas demasiado me aseguró Saki. Es solo un chico que quiere hablar con nosotras e invitarnos unas copas. Relájate, Lexi.

Cuando el chico regresó a la mesa con chupitos, noté que todavía tenía todos los dedos de las manos, así que seguí el consejo de Saki. Quizás estaba un poco tensa. Y el objetivo de la noche era relajarse. Después de todo, me acababa de enterar de que mi novio de cuatro años me había estado engañando desde el día en que me había ido de la ciudad.

Parecía que el desgraciado había olvidado la conversación que habíamos tenido justo antes de que me fuera. Sabía que cursar los dos últimos años de la universidad en Japón sería difícil para la relación. Y por eso le había ofrecido una salida. Le había dicho que no podría pagar pasajes para volver a casa y que él se iba a sentir solo, por más que habláramos. Pero él había insistido en que me amaba mucho y había dicho que íbamos a lograr que funcionara. ¿Desde cuándo lograr que una relación funcione implica meter la polla en cientos de mujerzuelas?

Así, mientras él se montaba sobre cualquiera cosa que tuviera un pulso de vida, yo le era fiel en un país lleno de hombres hermosos. De todos modos, debo aclarar que ninguno de esos hombres mostró algún interés en mí. Pero ese no era el punto. Al menos, debería haber tenido la posibilidad de coquetear sin restricciones, para luego rechazar a los chicos que me invitaran a salir, por timidez. En cambio, me tuve que conformar con ser la copilota de mi mejor amiga Saki mientras ella coqueteaba con todos los chicos malos que se nos cruzaban.

Se suponía que esa noche las cosas habían cambiado. Saki había insistido para que saliéramos a celebrar mi libertad. Era evidente que no tenía idea de cómo se sentía terminar una relación de cuatro años. Pero, para ser honesta, acostarme con alguien después de una sequía de dos años no sonaba nada mal. No estaba tan cachonda como para entregarme a un tratante de blancas a cambio de un par de tragos gratis, pero la noche era joven. Y habían pasado dos años desde la última vez que había tenido sexo.

¡Okami! ¡Okami! ¡Okami!

Algo que no había escuchado nunca en mis dos años en Japón era una multitud vitoreando en un bar. Escuchar eso me sacó del análisis que estaba haciendo entre mi calentura y el miedo a ser vendida como esclava sexual, y dirigió mi atención hacia la gente que me rodeaba. Los arrebatos pasionales no eran nada habituales en Japón. Los cánticos eran prácticamente actos de vandalismo. Había tantas normas culturales que indicaban hablar en voz baja y no llamar la atención, que un vitoreo al estilo estadounidense era casi inimaginable.

¿Que está pasando? medio susurré y medio grité al oído de Saki, para sacarla de su conversación con Mike, el potencial secuestrador.

Saki me miró primero a mí y luego a uno de los televisores del bar.

Es por el béisbol. ¿No has oído hablar de Okami?

¿Debería? le pregunté, a punto de recordarle que no a todos los estadounidenses les importa el béisbol.

Deberías. Es el jugador de béisbol más famoso del equipo de Tokio.

Mmm… —respondí, ya que eso no significaba nada para mí.

Es muy conocido intervino Mike, el secuestrador.

¿Cómo era posible que me hubiera escuchado? Y, ¿era así como empezaba mi vida de esclava sexual?

Es estadounidense como tú. ¿No conoces a todos los estadounidenses que viven en Tokio? —preguntó Mike, con una sonrisa.

Ignorando su evidente racismo, miré hacia el televisor más cercano. No era muy buena leyendo japonés, pero, por lo que entendía, el tipo que iba a batear se llamaba Forrest Wolf. Tenía sentido. Su apellido significaba «lobo» en inglés, que en japonés se decía «okami». También significaba «casera», pero me pareció que no era eso lo que coreaba la multitud.

Lo que veía en la pantalla me atrajo, y entendí por qué todos estaban tan emocionados. El equipo de Tokio iba dos carreras abajo, tenía todas las bases llenas y era el turno de Forrest Wolf de batear. Al parecer, le quedaban dos strikes y ninguna bola. No entendía mucho sobre béisbol, pero hasta yo sabía que, en la novena entrada, eso era algo importante.

—Va a intentarlo —explicó Mike—. Okami siempre busca el jonrón.

—¡O-ka-mi! ¡O-ka-mi! —coreaba la multitud.

El béisbol no podía importarme menos, pero entendía por qué era tan emocionante. Todos en el bar estaban paralizados, con la vista en Wolf, el lobo estadounidense que batearía la pelota hacia las vallas. Mientras el lanzador se preparaba, se oyó cómo todos contenían la respiración. El bate de Wolf golpeó la pelota con un crac, y esta comenzó a elevarse más y más en el aire. Al verlo, la multitud gritó. Todos en el bar estaban eufóricos. Incluso Saki parecía emocionada, aunque yo estaba segura de que sabía de béisbol menos que yo.

—Ustedes los estadounidenses siempre lo logran —dijo Mike el secuestrador, con alegría—. Celebremos con más chupitos.

Aunque llevaba un buen tiempo en Japón, jamás me había acostumbrado a eso. Era imposible salir con una amiga a tomar una copa y luego simplemente volver a casa. En ese país, la gente realmente bebía. Esa noche era martes, y la mayoría de las personas en el bar eran hombres de negocios vestidos de la misma forma: con camisas blancas y pantalones de vestir azul oscuro. Y todos iban a emborracharse. Iban a volver a casa dando tumbos y luego se iban a arrastrar hasta el trabajo al día siguiente, con resaca.

Y, como si eso no fuera suficiente, lo volverían a hacer el jueves y una vez más el viernes. Estaban acostumbrados a eso. De hecho, cuando tu jefe te invitaba a salir, era una deshonra decirle que no. En Japón, se trabajaba diez horas al día y luego se bebía otras tres.

Teniendo en cuenta mis circunstancias, tal vez era hora de que abrazara esa costumbre. Después de todo, el refrán dice «donde fueres, emborráchate y acuéstate con alguien de lugar», ¿verdad? Estoy bastante segura de que es así.

—¡Qué va! Sí, necesitamos más chupitos —le dije a Mike, dejándole ver mi lado más tosco.

Después del tercer trago, comencé a relajarme. ¿Por qué le había sido fiel al idiota de mi novio por tanto tiempo? Ni siquiera estaba segura de estar enamorada de él. Quiero decir, era guapo. Y estar con él era mejor que estar sola. Pero ¿se merecía dos años de celibato? ¡Joder, no!

Era momento de cambiar eso. Necesitaba meterme en la cama de un hotel por horas antes de que terminara la noche. Realmente lo necesitaba. Sin embargo, había un problema. Mis únicas opciones eran los empresarios japoneses del bar.

Y los japoneses siempre me habían parecido súper sensuales. Después de algunas copas, podía admitir que su atractivo había jugado un papel importante en mi decisión de pasar los dos últimos años de la universidad en el extranjero. El problema, sin embargo, era cultural.

En primer lugar, los japoneses eran las criaturas más tímidas de la tierra. Ni siquiera entendía cómo habían hecho para procrear durante tanto tiempo.

Y, en segundo lugar —lo que era incluso peor que lo anterior—, los japoneses le prestaban mucha atención al cuerpo. Para ellos, la mujer ideal tenía el cuerpo de una niña de catorce años. Y yo no tenía ese cuerpo. Yo era una mujer con curvas. Con muchas curvas. Pesaba más que el cincuenta por ciento de los hombres japoneses. Por eso, me sentía como Godzilla cuando hablaba con alguno.

¿Sería esa la verdadera razón por la que no había engañado al idiota de mi ex? Tal vez. Pero eso no cambiaba las cosas para él. Él me había engañado y yo le había sido fiel. Eso era lo único que importaba.

Estaba excitada y un poco deprimida. Me volví hacia Saki, que parecía estar pasando un buen rato.

—No quiero quedarme aquí. No hay nadie para mí.

Esperaba que Saki me insistiera en quedarnos, pero no lo hizo. En cambio, examinó la concurrencia, asintió con la cabeza y le habló a Mike en un japonés muy rápido. Los miré como si supiera de lo que estaban hablando y pensé en lo rápido que Saki había estado de acuerdo con que no había nadie para mí. Una cosa era que yo pensara que nadie en ese bar me encontraría atractiva. Otra muy distinta era que mi mejor amiga estuviera de acuerdo conmigo. Los japoneses eran demasiado directos.

—Haruto dice que conoce un lugar al que podemos ir. Es exclusivo para japoneses, pero dice que puede hacerte entrar —me explicó Saki.

Después de descubrir que el verdadero nombre de Mike, el tratante de blancas, era Haruto, me pregunté si Saki entendía por qué quería irme. No creía que ir a un bar solo para japoneses me ayudaría a tomar muy malas decisiones esa noche. Claro que ir a un bar con un miembro de la mafia japonesa calificaba como una mala decisión. Pero ese no era el tipo de malas decisiones que yo quería tomar.

—¡Qué va! Claro, vámonos —le dije. Al menos, podríamos cambiar el escenario.

—¡Sí! —respondió Saki, con un acento que me recordó al anime.

—Pediré que traigan mi coche —dijo Haruto, y ya no me quedó ninguna duda de que pertenecía a la yakuza.

Nadie en Tokio tenía coche. ¡Nadie! De acuerdo, tal vez los padres de Saki tuvieran cada uno un coche. Pero nadie que tuviera nuestra edad podía permitirse tener un coche en la ciudad. Así que esa era la técnica de Haruto para impresionar a Saki. Y parecía que había funcionado. «Mi mejor amiga es guapa, pero puede ser un poco tonta», pensé… mientras la seguía al auto de un miembro de la mafia.

—No me voy a quedar mucho tiempo —le dije a Saki, mientras nos acercábamos a la puerta del nuevo bar.

—Oh. ¿Por qué? —me preguntó, con genuina decepción.

—No lo sé. No sé si me gusta este lugar. Además, ni siquiera sé si me van a dejar entrar.

—Haruto dijo que te haría entrar.

—Saki, te das cuenta de que es de la mafia, ¿verdad?

Saki soltó una risita.

—No seas ridícula. No es de la yakuza. Es un chico normal.

Como dije, era guapa, pero un poco tonta.

—Está bien. Como digas. Pero no creo que me quede mucho tiempo.

Esa vez, Saki no dijo nada. En cambio, pasó su bracito de escarbadientes por el mío y apoyó la cabeza en mi hombro. Sí, era bastante tonta, pero también muy dulce. Sus intenciones eran buenas, y yo estaba agradecida por eso.

No podría reproducir todo lo que hablaron Haruto y el voluminoso tipo que trabajaba en la puerta del bar, pero puedo describir lo que vi. Imagina un luchador de sumo calvo vestido de traje. Y luego imagina un joven japonés flaco que le grita con hostilidad, mientras el perplejo luchador de sumo lo mira de reojo. La situación era bastante incómoda, pero Haruto merecía algo de crédito. Tenía muchas ganas de meterse en los pantalones de Saki, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera para lograrlo.

¿Algo de todo lo que estaba pasando me hacía sentir mejor? La verdad, sí. Un poco. Había un chico que estaba dispuesto a luchar por mí. Sí, tal vez lo hacía para poder venderme al mejor postor más tarde. Pero me gustaba sentirme deseada.

Tuve que admitir que, cuando el luchador de sumo que trabajaba en la puerta finalmente cedió y pasamos, me sentí un poco mejor. Mi ex nunca hubiera hecho algo así por mí. Quizás Saki tenía razón cuando se trataba de hombres. Quizás lo que yo necesitaba era un buen chico malo. Alguien que luchara por mi cariño y me enseñara lo que se sentía ser una mujer.

—¿Chupitos? —preguntó Haruto, antes de dirigirse al bar.

Fuck yeah! — le dije, en inglés.

No tenía ni idea de lo que le acababa de decir.

—Sí, por favor —repetí, en japonés.

—¿Ves a alguien que te guste? —me preguntó Saki, cuando nos quedamos solas.

No entendía por qué Saki quería jugar a ese juego. Pero, muy bien, si ella quería, le iba a seguir el juego.

Pasé la mirada por el salón y nada me llamó la atención. Había suficientes chicos sexy para todo el mundo, pero eso a mí no me servía de nada. Todos me verían como una extranjera con demasiadas curvas. Estaba a punto de decirle eso a Saki, cuando miré al otro lado del bar y vi un rostro que no era japonés.

¿Me fijé en él porque era la única otra persona que no era japonesa? No, no fue por eso. Mis ojos se posaron en él porque era extremadamente sexy. Tendría unos veinticinco años y un gran cuerpo. Observé su mandíbula cuadrada y me imaginé cómo luciría su pecho debajo de su camiseta. ¿Cómo había hecho para entrar vestido así? ¿Y por qué todos a su alrededor parecían estar pendientes de cada una de sus palabras?

—¿Sabes quién es ese? —me preguntó Haruto, que había vuelto a la mesa con seis chupitos para nosotros tres.

Mierda. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándolo?

—No, ¿quién es? —le pregunté, aún sin poder apartar la mirada.

—Es tu amigo estadounidense. Okami.

Me volví hacia Haruto para ver si hablaba en serio. Haruto estaba emocionado. Parecía que realmente era él.

—¿Es el jugador de béisbol? —preguntó Saki, que, de repente, enfocó todos sus encantos femeninos en él. Haruto debió notarlo, porque su actitud cambió en un segundo.

—No es tan especial —se quejó. Pero yo no estaba de acuerdo.

¿Conoces esa sensación, cuando estás tranquilamente y sin pudor clavando tus ojos en un chico guapo, y ese chico guapo tiene el descaro de atraparte mirándolo? Bueno, debo admitir que no se siente muy bien. Y, ¿conoces esa otra sensación, cuando has bebido cinco chupitos de más y tus reacciones se vuelven algo lentas? Yo tampoco la conozco. Pero una amiga me ha dicho que se siente como si un famoso jugador de béisbol te estuviera follando con la mirada en un bar exclusivo para japoneses.

—¿Te está mirando? —me preguntó Saki, y me hizo sentir muy orgullosa.

—No —respondí, cuando por fin pude apartar la mirada, aunque sabía que sí lo estaba haciendo.

—¡Lexi, te estaba mirando!— dijo, con mucha más sorpresa de la que me pareció necesaria.

—Vamos. Déjalo. No me estaba mirando.

Sin dudas lo estaba haciendo.

—Deberías ir a hablar con él —sugirió Saki.

—¡No!

Entendía que Saki asumiera que todos los estadounidenses éramos muy atrevidos, pero ¿por quién me había tomado? No estaba dispuesta a acercarme a un jugador de béisbol famoso y atractivo en un bar. Todavía tenía algo de dignidad. Aunque esos chupitos me estaban empezando a convencer de lo contrario… Pero, en ese momento, todavía tenía al menos un poco.

Mientras pensaba cuántos tragos más necesitaría para liberarme de la poca dignidad que me quedaba, miré a Saki y vi que sus ojos se abrían de par en par.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

¿Estaba pasando algo con Haruto que yo no estaba viendo? ¿Ese desgraciado estaba tratando de tocarla por debajo de la mesa?

Cuando vi que los ojos de Saki se posaban sobre algo detrás de mí, me di cuenta de que no era eso. Algo estaba pasando, y parecía que Saki estaba usando toda la telepatía femenina con la que contaba para hacer que yo no reaccionara. Mi corazón latía con fuerza, y sentía que algo terrible estaba por suceder. ¿Había llegado el momento? ¿Estaban a punto de secuestrarme para convertirme en una esclava sexual? Pensé que sería bonito que al menos me ofrecieran seguro médico.

—Hola, ¿puedo invitaros una copa? —dijo, en inglés, la voz más hermosa que hubiera escuchado.

Un escalofrío me recorrió la piel. Mi piel había comprendido lo que estaba pasando antes que yo. Percibí que mi corazón latía despacio y me sentí mareada cuando la certeza se apoderó de mí. Las palabras habían sido dichas en un inglés estadounidense perfecto. Había una sola persona en el bar que podría haberlas pronunciado. Joder, el jugador de béisbol sexy acababa de cruzar el salón y estaba hablando con nosotros.

¿Lo había hecho para acercarse a Saki? Esa era una posibilidad real. No sería el primero en cruzar una habitación por ella. Sin embargo, ¿era eso lo que estaba pasando?

Cuando me di la vuelta y me encontré con sus increíbles ojos verdes, me di cuenta de que no. Joder, el chico más hermoso que había visto en mi vida me estaba mirando. Casi me orino encima.

 

 

Capítulo 2

Lexi

 

—¿Hablas inglés? —me preguntó el chico, que era demasiado atractivo.

Lo único que pude hacer fue asentir, como uno de esos muñecos que mueven la cabeza de arriba a abajo. Y recordé que él jugaba en la liga japonesa de béisbol, por lo que probablemente hubiera uno de esos muñecos con su cara. Mi vejiga estaba a punto de explotar.

—¿Eres estadounidense? —me preguntó.

Asentí de nuevo.

—Lo sabía. Puedo identificar a otro estadounidense en cualquier lugar. Encantado, soy Forrest Wolf —dijo, de la manera más engreída posible.

Observé su mano extendida y supe lo que iba a hacer. ¿Por qué decidí hacer eso? ¿Por qué? ¿Quería que me coño se marchitara y se cayera? Aparentemente, sí. Porque, en vez de estrechar su mano y aceptar su actitud arrogante, lo miré a los ojos y dije:

—O-ka-mi.

Y no lo dije una sola vez. Comencé a cantarlo. Así es. La tía gorda y extranjera a la que por poco no habían dejado entrar a ese bar exclusivo para japoneses levantó un puño y comenzó a cantar.

—¡O-ka-mi!

Para mi sorpresa, la tercera vez que lo canté, otros se me unieron. Y, un instante después, yo no era la única que estaba humillando al chico más sexy que me hubiera hablado en la vida. Un salón lleno de empresarios y mafiosos japoneses se había sumado al vitoreo.

Tenía mis ojos clavados en los suyos y pude ver el momento exacto en que la arrogancia abandonaba su rostro moreno y se convertía en un tipo con el que podría haberme cruzado en mi pueblo. Sí, era el chico más sexy con el que podría haberme cruzado en el pueblo, pero al menos ya no tenía la actitud de un ídolo japonés.

Cuando su expresión dejó de ser la de un chico de pueblo guapo y pasó a ser la de un adolescente humillado e inseguro, dejé de cantar y comencé a sentirme mal por lo que había hecho. Mi intención no había sido avergonzarlo. Bueno. Tal vez sí. Tal vez había sido mi plan. Pero, en ese momento, me dio lástima. Tenía que encontrar la manera de ponerle fin al cántico.

—Okami —dije, rápido, y luego aullé como un lobo y comencé a aplaudir.

En seguida todos dejaron de corear, y tanto yo como Forrest nos sentimos aliviados. Seguía mirándolo y estaba tratando de mantener la compostura. Me sentía muy mal por lo que había hecho y estaba haciendo un gran esfuerzo para no salir corriendo avergonzada.

Justo cuando un ojo me comenzaba a latir y mi sonrisa falsa se aflojaba, él dijo algo que no me hubiera esperado.

—Veo que has oído hablar de mí. ¡Qué suerte! Tenía miedo de tener que empezar a corear mi nombre yo mismo —dijo, mientras sus mejillas rojas y brillantes se convertían en una sonrisa avergonzada.

—Me di cuenta —respondí. No hubiera podido expresarle cuán agradecida estaba por su gesto—. ¿Quieres que lo haga de nuevo? —Abrí bien la boca, lista para terminar de cavar mi propia tumba.

—No, está bien —dijo, rápidamente—. Con una vez es suficiente. No querrás que se me suban los humos a la cabeza ni nada por el estilo.

—No. No querría eso.

—No, ninguno de los dos lo quiere. Bueno, ahora que hemos establecido que no hay duda de que eres estadounidense, ¿qué tal si me dices tu nombre?

Miré asombrada a Forrest. ¿Seguía queriendo hablar conmigo después de lo que le había hecho? Era ridículo. Tenía que estar loco. ¿Quería involucrarme con alguien que claramente estaba mal de la cabeza?

—Lexi Rubin —le dije, confirmando que me gustaban los locos.

—Encantado de conocerte —dijo, y volvió a ofrecerme su mano.

Comparada con la mía, su mano era muy grande. Fue como si su mano se comiera la mía. Por supuesto que mi siguiente pensamiento fue cómo sería que mi cuerpo fuera engullido por el suyo. No pude evitarlo. Habían pasado dos años desde la última vez que había tenido sexo, y él era tan sexy que hasta los niños y los ancianos se volteaban a su paso.

—Te preguntaría si estás de visita en Japón, pero eres una extranjera en un bar exclusivo de japoneses. Ya tengo la respuesta.

—Estoy estudiando aquí. Ella es mi amiga Saki, y él es Haruto, quien nos hizo entrar.

Forrest se volvió hacia Saki y Haruto, y los saludó. Estaba claro que Haruto estaba orgulloso de haberme hecho pasar. El tío tenía una sonrisa de oreja a oreja. A los japoneses les encantaba el béisbol.

—Gracias por hacerla entrar —le dijo Forrest a Haruto.

Hai —afirmó Haruto, incapaz de decir nada más.

—¿Por qué le agradeces por hacerme entrar? —le pregunté. Me había parecido un poco extraño el comentario.

—Porque, si no lo hubiera hecho, no te habría conocido. Y no habría disfrutado de ese vitoreo maravilloso —dijo, claramente queriendo provocarme.

—Escucha, lo siento. No sé por qué lo hice. Estoy segura de que es muy molesto.

—No te preocupes. En el campo de juego, me encanta escuchar que corean mi nombre.

—¿Y en un bar?

Forrest me respondió mirándome a los ojos con una sonrisa. Era evidente que lo odiaba, pero estaba intentando comportarse como un buen chico. Tenía muchas ganas de llevármelo a la cama. Habría poco sitio, pero se me ocurría dónde podría encontrar un hueco.

—Por cierto, felicitaciones por el partido —le dije, para cambiar de tema.

—Gracias, ¿lo viste?

—Vi una parte. —Eso era cierto.

—¿Te gusta el béisbol?

Me detuve para pensar qué estaría esperando oír.

—La verdad es que no. Ni siquiera conozco bien las reglas.

—¿En serio? ¿Y cómo supiste exactamente qué hacer para avergonzarme?

—Tal vez, después de años de humillar a los hombres, he desarrollado un instinto… —dije, y me encogí de hombros.

Forrest se rio.

—¡Guau! ¿Debería estar asustado?

—Sí… —dije, y me volví a encoger de hombros, porque claramente no quería usar mi coño nunca más en la vida.

—Entonces, ¿por qué no tengo miedo? —me preguntó, con una sonrisa.

—¿Tal vez por falta de criterio? —le sugerí. Estaba empecinada en sabotearme.

Forrest se rio de nuevo.

—No es la primera vez que me lo dicen.

—¿En serio?

—¡Guau! El béisbol no te interesa para nada, ¿verdad?

—Para nada.

—Me gusta eso —dijo Forrest, con una sonrisa.

—Por la falta de criterio —dije, y levanté mi copa.

—Espera, no tengo nada con qué brindar.

Apenas lo escuchó, Haruto se acercó y le dio su copa a Forrest, mientras inclinaba la cabeza varias veces.

—Gracias —dijo Forrest, como si estuviera acostumbrado a que la gente le diera sus copas todo el tiempo—. Por la falta de criterio —dijo. Chocó su vaso con el mío y tomó un trago.

Observé al hermoso hombre que tenía enfrente mientras bebía del vaso de un extraño. En ese momento, se me aclararon algunas cosas. Primero, él realmente tenía muy mal criterio. Estaba bebiendo de la copa de un desconocido. ¿Cómo era posible que todavía no lo hubieran secuestrado para convertirlo en un esclavo sexual?

Y, en segundo lugar, Saki y Haruto estaban escuchando todo lo que decíamos. Los miré para confirmarlo. Era así. Y ni siquiera trataban de ocultarlo. Era imposible no amar a los japoneses.

—Oye, ¿quieres bailar? —le pregunté, para que tuviéramos un poco más de privacidad.

Forrest miró hacia la pista de baile y luego se volvió hacia mí.

—No hay ni una sola persona bailando.

—Sí, pero tú eres Okami. Si bailas, todos bailarán —dije, e hice un gesto místico con los ojos y las manos.

—Vamos, no digas eso —dijo Forrest, de nuevo avergonzado.

—¿Qué, no me crees?

—Por favor, no sigas.

—¿Quieres que apostemos?

—Está bien, ¿qué quieres apostar?

Lo pensé por un segundo. Era muy difícil pensar con los gritos ensordecedores que provenían de mi entrepierna.

—Si tienes razón, tú decides qué hacemos a continuación —le dije, con un tono audaz.

—¿Puedo elegir cualquier cosa?

Hice una pausa para considerar cómo se sentiría masajear hombres con mi cuerpo desnudo y enjabonado por el resto de mi vida.

Lo que sea —le aseguré, con una sonrisa—. Pero lo digo porque sé que perderás.

—Muy bien. Me parece justo. ¿Y qué pasa si tú ganas?

Cuando yo gane, querrás decir.

—Muy bien, señorita Confianza. ¿Qué haremos cuando tú ganes?

—Decidiré lo que haremos a continuación.

—¿Y qué haremos?

—Tendrás que aceptar la apuesta y averiguarlo —le dije, y me volví hacia la pista de baile mientras le ofrecía una sonrisa coqueta.

—Bien. Muy bien. Acepto la apuesta.

La realidad era que no tenía idea de lo que iba a pasar una vez que empezáramos a bailar. No sabía si a los japoneses les gustaba bailar. Sabía que bebían. Sabía que cantaban karaoke como si estuvieran en la ronda final de American Idol. Pero ¿bailaban?

No tardé mucho en averiguarlo. Levanté los brazos y comencé a moverme de manera sensual, Forrest me siguió con unos movimientos torpes que probablemente estuviera confundiendo con pasos de baile, y la pista comenzó a llenarse.

Al principio, había solo un tipo, y era posible que hubiera estado ahí desde antes que nosotros. Pero, en seguida, se sumaron otras personas. Antes, no sabía si las personas del bar bailarían. Pero por supuesto que sí. Estaban tan borrachos que lo único que explicaba que no hubiera nadie bailando antes que nosotros era que los japoneses eran las criaturas más tímidas sobre la faz de la tierra y que nadie se animaba a ser el primero.

Pasé los brazos alrededor del chico guapo y con poco criterio frente a mí, mientras disfrutaba mi victoria. Podría obtener todo lo que quisiera de él. Mmm… Era el chico más sexy que hubiera visto en mi vida. ¿Por dónde iba a comenzar?

—Muy bien, has ganado —me dijo al oído—. ¿Qué haremos ahora?

Culpo al alcohol por lo que dije a continuación.

—Creo que tenemos que abandonar a nuestros amigos y marcharnos de aquí.

Forrest me miró complacido.

—Si tú lo dices, supongo que eso es lo que tenemos que hacer.

De acuerdo, sabía que eso no era lo que una buena amiga haría. Iba a dejar a Saki con alguien que estaba convencida de que pertenecía a la mafia japonesa. Y, lo que era todavía peor, ni siquiera le iba a decir a dónde iría o si regresaría.

Me estaba comportando como una mala amiga. Pero, si lo miraba desde otra perspectiva, ella me había invitado a salir para que pudiera echar un polvo. Entonces, al irme con Forrest, le estaba haciendo un favor, ¿o no? Le estaba facilitando las cosas, ¿verdad? Sí, la estaba ayudando. De hecho, me estaba comportando como la madre Teresa. Siempre haciéndole favores a los demás. De nada, Saki.

Cuando terminé de excusarme y justificarme, Forrest y yo nos dirigimos a la puerta y salimos hacia la noche. Todavía era temprano, por lo que había bastante gente en la calle. Estábamos en Shinjuku, la mejor zona de la ciudad. Había varias discotecas cerca. Un poco más lejos, estaba el barrio rojo. Pero no era eso lo que tenía en mente.

—Entonces, ¿a dónde vamos? —me preguntó Forrest, sin saber hacia dónde dirigirse.

—¿Qué te parece si solo… caminamos?

—Lo que tú quieras… —dijo, y extendió una mano para cada lado.

Elegí una dirección como si estuviera escogiendo al azar, y él me siguió.

—Y dime, ¿cuánto tiempo llevas en Japón? —le pregunté.

—Un poco más de dos años.

—Ah, hace un poco más que yo, entonces. ¿Has venido para jugar béisbol?

—Sí. Entré en el sistema de selección de jugadores después de un año de universidad. Jugué en las ligas menores por un tiempo y, cuando recibí la oferta para venir a jugar a Japón, la acepté.

—¿Por qué Japón? —le pregunté, mientras me acercaba lo suficiente como para que me pusiera el brazo sobre los hombros.

—Está entre los tres mejores lugares para jugar al béisbol del mundo. Pagan bien.

—¿Y qué te parece Japón?

—Es un país increíble.

—Estoy de acuerdo. Pero… —dije, segura de que vendría un pero.

—¿Pero qué? —preguntó, confundido.

—Pensé que ibas a decir: «Japón es bonito, pero…».

—No, sin peros. Me gusta Japón. Necesitaba alejarme. No me estaba yendo bien en los Estados Unidos. Necesitaba un cambio de aire.

—El aire es muy distinto aquí.

—Sí, no hay forma de confundirlo con el de los Estados Unidos —dijo Forrest, y ambos reímos.

—Tienes razón en eso. ¡Hay tantas diferencias culturales! Me ha llevado mucho tiempo descifrarlas todas. Y hay muchas que aún no tienen sentido para mí.

Recién entonces, Forrest entendió la indirecta y pasó un brazo alrededor de mis hombros.

—Creo que yo lo entiendo todo. Dime lo que aún no comprendes y yo te lo explico.

—Ah, ¿así que eres un experto? —le pregunté, cuando noté que asomaba nuevamente su lado arrogante.

—Sí —me dijo, con confianza.

—Muy bien. Entonces, ¿por qué nadie habla en el tren? En las horas pico, hay cerca de cien personas apiñadas en un vagón y nadie dice una palabra. Lo encuentro muy extraño.

—Es sencillo. Hay cien personas apiñadas en un vagón. Los japoneses son muy respetuosos con los demás. Imagina el bullicio que habría si las cien personas hablaran a la vez. Para evitarse esa pesadilla, acordaron colectivamente que nadie hablaría.

Nunca lo había pensado, pero tenía sentido.

—Eso es algo muy respetuoso.

—¿Acaso acabas de llegar? Bienvenida a la tierra del respeto —dijo Forrest, con una sonrisa amplia.

—Está bien, puede que tengas razón. Pero esa era fácil. Si lo hubiera pensado antes, habría llegado a la misma conclusión.

—A ver, dime otra cosa que no comprendas. Alguna más difícil —insistió Forrest.

—Muy bien. Los hoteles por hora. Explícame eso.

La cosa es así: en Japón, los hoteles por hora son como los McDonald’s; están por todos lados. Y, aunque no están bien señalizados, después de un tiempo comienzas a distinguirlos. Por lo general, son edificios altos y modernos, con nombres en inglés.

Por ejemplo, en el medio de Tokio, está el Hotel Bianca. No todo el mundo en Japón habla inglés. Sin embargo, es un hotel con el mismo nombre de una de mis compañeras de clase de Eugene, Oregón. Es raro.

—Ah, sí, los hoteles por hora —reflexionó, mientras me miraba—. ¿Cómo puede ser que todavía no lo entiendas?

—Quizás no los he usado tanto como otros —dije, inventando una excusa para justificar mi pregunta.

—Sí, pero son hoteles por hora. ¿Cómo es que no los conoces?

—Los conozco. Pero no los conozco bien.

—Ahhh —dijo, como si finalmente entendiera lo que yo insinuaba—. Bien. El problema es que aquí los jóvenes viven más tiempo en casa de sus padres. Y, como las paredes en las casas tradicionales japonesas son muy delgadas, es difícil relajarse. Sabes a qué me refiero…

—¿Te refieres a los orgasmos?

Eso hizo que Forrest se sonrojara. No me lo esperaba. ¿Quién era ese chico? ¿No era una estrella de béisbol detestable, acostumbrada a acostarse con cualquier mujer que quisiera?

—Supongo que sí —dijo—. Pero, me refería también a relajarse y disfrutar de estar con alguien. Si una chica de veintidós años sale con un chico de su misma edad, y ambos viven con sus padres, entonces…

—¿Dónde tienen sexo? —completé su idea.

—¿Dónde se recuestan abrazados, si eso es lo que quieren? ¿Dónde hacen cualquier cosa? Sabes lo pequeñas que son las casas aquí. Algunas ni siquiera tienen verdaderas puertas dentro.

—Entonces, si estás saliendo con alguien, debes ir a un hotel por horas para hacer algo con esa persona.

—Sí. Hasta las manifestaciones de afecto en público son algo de mala educación aquí —me explicó Forrest.

—Entonces, ¿lo que estamos haciendo ahora está mal visto? —pregunté. Me sentía muy cómoda en sus brazos.

—Tú y yo podemos hacerlo, porque somos extranjeros. Hay reglas diferentes para nosotros.

—Sí, eso lo sé —confirmé—. De todas formas, creo que deberíamos llevar nuestra manifestación de afecto a otra parte.

—¿Qué tienes en mente? —me preguntó, como si no se hubiera dado cuenta de por qué le estaba haciendo todas esas preguntas.

—Bueno, como te dije, no sé mucho sobre los hoteles por horas.

—¿Nunca has estado en uno?

—No —confesé.

—¿Y te gustaría?

—Buen, creo que podría ser interesante —dije, en lugar de gritar «¡Joder! ¡Claro que sí!» a todo pulmón.

—Busquemos uno, entonces —dijo Forrest, con una sonrisa.

Forrest soltó mi hombro y sacó su teléfono. Mientras lo hacía, yo tomé el mío. Tenía dos mensajes de Saki. En el primero, me preguntaba dónde estaba. En el segundo, que había mandado unos minutos más tarde, decía que iba a asumir que estaba bien.

¿En serio? ¿Iba a asumir que estaba bien? ¿Y si no lo estaba? ¿Y si Forrest me había secuestrado?

Me tomé un momento para pensar en cómo sería que me secuestrara el hombre más hermoso del mundo. ¿Se aprovecharía de mí enseguida? ¿O usaría mi cuerpo durante horas, obligándome a someterme a su voluntad? ¿Me ataría los brazos a la cama, me separaría las piernas con las rodillas y metería su polla latiente dentro de mi coño mojado?

—Y, ¿cómo va la búsqueda del hotel por horas? —le pregunté, invadida por una ola de calor que atravesaba mi cuerpo.

—Creo que encontré uno que acepta extranjeros y no está lejos de aquí. ¿Quieres que vayamos?

—Bueno, si tú quieres.

—Has sido la ganadora de la apuesta. Es lo mínimo que puedo hacer —dijo, siguiendo con nuestro juego de seducción.

Pasé mi brazo por el de Forrest, y él me condujo a nuestro destino. Tenía la entrepierna en llamas. No entendía cómo hacía mi ropa interior para no prenderse fuego.

Me acerqué más a él. Olía a hombre. Claramente había ido directo al bar después del juego. Por eso, aunque olía a limpio, tenía ese olor que queda luego de que un cuerpo masculino caliente sale de la ducha. Me estaba volviendo loca. Quería desnudarme y pasar mi cuerpo contra el suyo.

Rápidamente, apareció el hotel que había elegido. Era un edificio muy nuevo y limpio, que parecía tener mucha clase. Una vez adentro, me quedé atrás y le permití hacer lo que tenía que hacer.

Era un jugador de béisbol famoso, así que estaba segura de que no era su primera vez en un hotel por horas. Seleccionó una habitación en el gran tablero que había en la pared, la pagó a través de una máquina expendedora, por supuesto, y me llamó con la mano mientras se dirigía hacia el ascensor.

Me moría de ganas de sentir su mano entre mis piernas. Sus dedos eran tan gruesos. Me pregunté si sería un indicio de cómo era el resto de su cuerpo. Una vez que estuvimos dentro de lo que parecía la habitación de un hotel cinco estrellas, no perdí el tiempo y me dispuse a averiguarlo.

Apoyé mis pechos contra su estómago e incliné la cabeza hacia atrás, a la espera de sus labios. No tuve que esperar mucho. Me besó. Sus labios eran firmes y gruesos. Introdujo su lengua en mi boca, y le ofrecí la mía. Cuando nuestras lenguas bailaron juntas fue como estar en el paraíso. Y deslizar una mano por su cuerpo se sintió aún mejor.

Lo que sentí a continuación fue difícil de creer. ¿Los jugadores de béisbol usaban protectores o algo similar en la ropa interior? Porque eso era lo único que podía explicar lo que estaba sintiendo. Era algo grueso, muy grueso. ¡Y vaya que estaba duro! La forma fue lo que finalmente me dejó en claro qué era lo que estaba tocando. No había dudas de que era una polla, no importaba qué tan gruesa fuera.

Comencé a acariciarla por encima de la ropa y sentí que su energía cambiaba. Mis caricias lo estaban volviendo loco. Me daba cuenta. Quería saber qué pasaría; entonces, presioné mi palma contra él con más fuerza. Suspiró, casi gimiendo. Luego, bajé aún más la mano más y tomé sus bolas. Eso fue todo lo que pudo soportar.

Me tomó por los hombros y me levantó en el aire como si no pesara nada. Yo era una tía grande; pero, en ese momento, me sentí muy pequeña. Un hombre poderoso estaba tomando el control. Sabía que no podría detenerlo ni aunque lo intentara.

De todas formas, no lo intenté. De hecho, quería más. Y lo obtuve cuando me acostó en la cama y me quitó la ropa con brusquedad. En un momento, traté de interferir con su conquista y abrí las piernas. Fue lo mismo que intentar demoler un edificio.

Me juntó las piernas y me quitó los pantalones. Sin embargo, todavía llevaba la ropa interior. No entendía por qué. Me tomó de la barbilla con una mano y deslizó la otra entre mi piel y el encaje de las bragas. Se sintió increíble. Sus gruesos dedos encontraron mi clítoris y presionaron con fuerza. Era casi demasiado. Era mi turno de suspirar y gemir. Era la mejor sensación que había tenido en mi vida. Aunque no por mucho. Pronto experimentaría una incluso mejor.

Pero, en ese momento, con una mano todavía acariciaba mi clítoris y con la otra me desabrochaba el sujetador. Me lo sacó en un segundo. Forrest era el segundo chico que veía mis pechos desnudos. Más que nada, me sentí vulnerable. Entonces, cuando tomó uno de mis pechos en su gran mano y lo apretó, mi cuerpo se estremeció. Se sintió increíble. Cuando bajó la boca y pasó la lengua por mi pezón, mi coño se estremeció.

Cada vez que movía la lengua, mi cuerpo se retorcía. No podía evitarlo. Yo era una marioneta y él manejaba los hilos. El sexo con mi ex no había sido nunca así. ¿Qué me había estado perdiendo todo ese tiempo? Lo descubrí cuando, finalmente, me abrió las piernas y empujó mis bragas hacia un lado.

¡Oh, Dios! Era muy bueno. Y no solo porque fuera grande. Aunque sí, era grande. Me metió su polla enorme con la experiencia de un maestro artesano. Me dolió. Sí, me dolió, pero solo un poco, y era un dolor que se sentía bien. Me abrí para él como si le estuviera dando la bienvenida a alguien que había vivido siempre en mí. Me llenó exactamente como necesitaba ser llenada. Y luego, cuando empujó, fue como si estuviera recibiendo ondas de electricidad.

Él empujó y yo gemí. Y luego, de nuevo. No quería parar. Mientras me cabalgaba, sentía que me acercaba cada vez más al orgasmo. Una vez más, no pude resistirme. Forrest todavía tenía agarrado mi pecho y no lo soltaba.

Todas las sensaciones se estaban volviendo más de lo que podía soportar. Su miembro era tan grueso y tan fuerte que todo lo que podía hacer era temblar. Y, finalmente, cuando una chispa de electricidad subió por el interior de mi muslo y aterrizó en las profundidades de mi coño, me dejé ir.

—¡Ahhhhhh! —grité, mientras mi columna se arqueaba y mi cuerpo temblaba. Apenas podía respirar. Nunca había experimentado algo así. ¿Era así como se sentía un verdadero orgasmo? ¿Qué era lo que había experimentado antes?

Joder, ¡me sentía mareada! ¿Estaría a punto de desmayarme? En serio, ¿qué había experimentado antes? No quería que esa ola de placer que me invadía como si fuera caramelo caliente llegara a su fin. Y parecía que no lo haría. Él continuaba empujando y la ola seguía y seguía.

El orgasmo no terminó hasta que Forrest se detuvo. Y la única razón por la que se detuvo fue porque él mismo estaba atrapado en la agonía de su propio orgasmo.

¿Por qué nadie me había dicho que era posible sentir algo así? ¿Por qué me había quedado con el perdedor de mi ex por tanto tiempo? Forrest tenía que ser el mejor amante del mundo. No quería separarme de él nunca más. Tal vez me equivocaba, pero estaba bastante segura de que me estaba enamorando de él. Eso tenía que ser lo que estaba sintiendo, ¿o no? ¿Amor?

Fuera lo que fuera, a partir de ese momento, yo le pertenecía a Forrest para que hiciera conmigo lo que quisiera. Había hecho un verdadero jonrón. Eso era algo del béisbol, ¿no? Lo que me recordó que tendría que aprender más sobre ese deporte. Definitivamente se jugaba con una bola blanca pequeña con costuras rojas. Eso sí lo sabía.

Pero, sin importar lo que tuviera que hacer, planeaba nunca alejarme de Forrest. Si él me aceptaba, claro. ¡Oh, Dios! ¡Deseaba que me aceptara! Me estaba enamorando de él. Estaba segura. Y quería pasar el resto de mi vida a su lado.

 

 

Capítulo 3

Forrest

 

Dios, eso se sintió bien. Eso se sintió tan bien. Sus labios. Sus pechos. Su coño caliente era como un anillo al dedo para mi polla. Quería eso para el resto de mi vida. Era lo que siempre había querido.

¿Cómo se llamaba? Me lo había dicho. ¿Lexi? ¿O Betsy? El bar era muy ruidoso. ¡Mierda! ¿Cómo iba a hacer para preguntarle el nombre después de lo que acabábamos de hacer? Ah. Tuve una idea.

—Por cierto, voy a necesitar tu número de teléfono —le dije, todavía sin aliento.

—¿Ahora? —dijo, riendo—. Tu polla todavía está dentro de mí.

—Lo sé. Solo quería que supiera que voy a conseguirlo.

—Está bien —dijo, con otra risita.

A los tipos como yo nos pasa algo extraño justo después de acostarnos con alguien. Al principio, pensamos que lo que acaba de suceder ha sido fantástico. Que lo queremos para el resto de nuestras vidas. Sin embargo, a medida que pasan los minutos, algo en mí cambia. No termino de comprender qué es. Pero, para cuando estoy listo para irme, ya no me importa si volveré a ver a la otra persona o no.

No lo comprendo. Es como una maldición que no puedo deshacer. Pero estaba seguro de que eso no me iba a pasar con Lexi o Betsy. Ella era diferente. Tenía mucha actitud. No lo sé, tal vez me gustan las chicas malas. ¿Qué dice eso sobre mí? ¿Qué tan jodido estoy?

Creo que ya sé la respuesta a esa pregunta. Estaba bastante mal de la cabeza. Pero eso no significaba que no podría cambiar, ¿verdad? Al menos eso me había dicho el psicólogo deportivo al que había ido una vez.

Así que Lexi o Betsy iba a ser la chica por la que cambiaría. Me iba a quedar acostado con ella unos minutos más. Luego, le iba a pedir su número. Después, la acompañaría al metro… No, incluso mejor. Iba a llamar un taxi para que la llevara a su casa. Luego, regresaría rápido a la mía, para empacar el bolso de viaje, tratar de dormir unas horas, levantarme a las seis y tomar el autobús del equipo.

—¿En qué estás pensando? —me preguntó Lexi o Betsy, y me trajo de vuelta a la realidad.

—¿Qué?

—Ya no estás dentro de mí.

Observé mi cuerpo para confirmar lo que me estaba diciendo. Sí, me había encogido hasta salirme de ella. Pero ¿por qué lo estaba señalando? ¿No era eso lo que les solía suceder a todos los tíos? Solo la vez que había tomado Viagra había sido distinto. Una hora después, seguía con una erección. Pero ¿no era bastante normal que la polla se encogiera después de follar?

—Sí. Estaba pensando en que tengo que irme, pero no quería dejarte —No estaba tan alejado de la verdad.

—Ah. Podemos quedarnos aquí toda la noche si quieres.

—Me encantaría, pero mañana tengo que tomar un autobús a las seis. Y tengo que volver a casa a hacer el equipaje y esas cosas. Pero dame tu número y te escribiré cuando regrese a la ciudad. Podemos retomarlo donde lo dejamos —le dije, y le di un beso.

—¿De verdad no podemos quedarnos un rato más?

Lo pensé. Técnicamente, podíamos. La diferencia era entre dormir cuatro o cinco horas. Y después podría dormir en el autobús y luego en el tren. Pero la verdad era que me quería ir. No de la manera en la que siempre quería irme y no volver a ver a la otra persona nunca más. Pero sentía que, si me quedaba y seguía hablando, iba a arruinar las cosas…

Al menos, eso era lo que creía que estaba pasando. Joder, ¡qué jodido que estaba!

—No, me tengo que ir. Mi entrenador no me deja tranquilo cuando llego cansado a la práctica.

—Está bien —dijo, claramente decepcionada.

—Pero nos vemos cuando regrese, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo, y levantó la cabeza para darme otro beso.

Aproveché la oportunidad para alejarme de ella y tomar mi ropa. Ella no hizo lo mismo. Se quedó acostada, desnuda y hermosa. ¿Querría quedarse en el hotel? Había pagado por tres horas, pero podía bajar y pagar por la noche entera.

—¿Quieres quedarte? —le pregunté, porque no sabía qué hacer.

—No, me iré. Solo estaba disfrutando de la vista —dijo, con una sonrisa provocadora.

¿Debía meterme en la cama y follármela de nuevo? ¿Podría hacerlo? No, probablemente no debía tentar a la suerte. Me había gustado mucho la forma en que mi cuerpo había reaccionado al suyo. Pero probablemente no estaría listo para una segunda vuelta.

—Gracias. Yo también —le dije, invitándola a tocar mi trasero, que todavía estaba desnudo.

Le sonreí. Me gustaba en serio. Estaba setenta y cinco por ciento seguro de que quería volver a verla. Para mí, era casi como querer casarme con ella. Solo necesitaba descifrar cómo no echarlo a perder. Porque sabía que lo echaría a perder.

Decidí seguir vistiéndome. Cuando ella hizo el primer movimiento para levantarse, yo ya estaba completamente vestido. Tenía que admitir que la situación se estaba tornando incómoda. Empezaba a parecerse a todas las otras experiencias que había tenido con mujeres. Yo estaba apurado por irme, y ella estaba acostada en la cama sin querer moverse. No era una buena señal y me preocupaba.

—¿Dónde vives? —le pregunté, sin la intención de apresurarla, pero de todos modos haciéndolo.

—En el campus.

Traté de recordar si me había dicho que era estudiante. No recordé nada. Pero el bar era muy ruidoso. Decidí seguir mi instinto.

—Ah, es cierto. ¿Dónde estudiabas? ¿En la Universidad de Tokio?

Hizo una pausa antes de responder.

—Así es. ¿Lo mencioné antes?

Ah, ¿lo había mencionado?

—Sí, creo que lo mencionaste. O tal vez soy muy bueno adivinando.

Bien, necesitaba que la noche terminara. No me estaba yendo bien. Por mensaje, podría preguntarle lo que quisiera y tendría tiempo para pensar en lo que se suponía que debía responder.

—¿Te llamo un taxi? —le pregunté, de golpe.

—Mmm, no hace falta. Puedo tomar el tren —dijo. Parecía decepcionada por algo.

—¿Estás segura? No es ningún problema.

—No, no te preocupes. Hay una estación de tren a la vuelta de mi casa.

—Está bien —dije, con torpeza, mientras esperaba que se vistiera. Necesitaba que la noche llegara a su fin.

No dijimos mucho más hasta que estuvo vestida y lista para irse. Cuando nos dirigíamos hacia la puerta, le volví a pedir su número de teléfono. Le di mi teléfono para que pudiera ingresar su información de contacto.

Se llamaba Lexi. Sabía que era Lexi. No sabía por qué había dudado. Abandonamos el hotel por la tradicional puerta trasera y salimos a un callejón, a unos pasos de la calle.