SERIOS PROBLEMAS

Capítulo 1

Quin

 

No podía creer que Lou me hubiera convencido de hacerlo. Me estaba diciendo que se me caería la polla si no la usaba y, de repente, había comenzado a gritarle que el objetivo de ir a la universidad no era tener sexo. A lo que él me había respondido que ese era exactamente el objetivo de ir a la universidad. Lo que era aún peor era que tenía razón. Al menos para mí.

Me había llevado mucho tiempo decidirme a ir a la universidad. No porque no creyera que la educación superior fuera necesaria. Estaba muy a favor de estudiar. Pero no había ido a un instituto tradicional. En nuestro instituto, explorábamos nuestros intereses, los devorábamos galletas de chocolate y luego los presentábamos en clase para los que no estaban tan fascinados con ese tema.

Nadie termina de comprender el sistema cuando se los explico. Pero, en mi instituto, funcionaba. Era una escuela especial, para niños que entendían muy rápido, y yo fui el primero en graduarme. Cuando cumplí dieciocho años, tenía el equivalente a un título avanzado en varias especialidades, así que, ¿de qué me serviría ir a la universidad?

Después de graduarme, me quedé en el instituto dando clases y trabajando como subdirector. Al año siguiente, me fui de viaje. Pasé unas semanas en África y otras en Asia y, luego, terminé el viaje de mochilero por Europa.

El viaje me ayudó a poner las cosas en perspectiva. Sí, sabía mucho sobre muchos temas. Pero, en el momento en el que hubo más inscripciones, el instituto tenía solo cincuenta alumnos. Y, además, eran todos como yo. Todos aprendíamos muy rápido y todos habíamos crecido en los mismos pisos lujosos de Nueva York.

Yo era inteligente y, por eso, me daba cuenta de que había más en la vida. Los tres meses que había pasado viajando por el mundo me habían dado cierta perspectiva. Pero la perspectiva era que no sabía nada sobre lo que realmente importaba.

Nunca me había enamorado. Nunca había tenido sexo. Ni siquiera había tenido un mejor amigo.

Entonces, en lugar de pensar que podía reinventar la rueda, hice lo mismo que todos los chicos de mi edad: busqué una universidad que fuera lo más distinta a mi instituto posible y me inscribí. No hay lugar más diferente a Nueva York que Tennessee. Y, para contrastar con los rascacielos y la jungla de cemento, elegí la Universidad de East Tennessee, donde caminar por el campus era casi lo mismo que caminar por la naturaleza.

Completé el cuestionario de compatibilidad para encontrar un compañero de cuarto y me tocó Lou, el chico más gay que hubiera visto en mi vida. Ese muchacho estaba loco por los tíos. Yo tenía dos papás y una mamá, pero no me imaginaba cuántos chicos había a los que les gustaban otros chicos. Lou podía entrar en una habitación llena de tíos con novias y conseguir una cita en veinte minutos.

Yo estaba lejos de eso. Estaba abierto a salir con chicos o con chicas, pero no había conseguido el teléfono de ni una sola persona en el mes que llevaba en la universidad. Cuando Lou me dijo que era porque nunca salía del apartamento, le solté que estaba intentando hacerme salir solo para poder llevar chicos en mi ausencia. A lo que él respondió:

 —Por supuesto —y luego me echó a la cara la razón por la que estaba ahí—. No puedes conocer gente nueva encerrado en esta habitación. Y, por mucho que te quiera, Quin, no obtendrás lo que buscas conmigo. No me malinterpretes, eres muy sexy y cualquier chico… o chica, supongo, estaría feliz de recibir todo lo que tienes para ofrecer. Pero quiero tener al menos una persona con la que pueda hablar sin que las cosas sean incómodas porque nos hemos besado. Y eres mi compañero de cuarto, así que, felicitaciones, esa persona eres tú. Lo que significa que el lugar en el que pasas cada minuto de tu vida es el único lugar en el que no deberías estar.

—Me voy a clase —le respondí.

—¡Uf! No importa. Mira, ¿quieres demostrar que no has venido aquí para observar a la gente común hasta que tu padre te dé un trabajo en Wall Street y el yate de la familia? Entonces, sal por esa puerta y te diviértete, jovencito —dijo, señalando la salida.

—Eso dolió, Lou.

—Si no es cierto, hazlo. Mézclate con la gente.

—¡Basta!

—¡Demuéstrame que estoy equivocado! Deja de decir que quieres tener una vida y ve a conseguirla.

—¡Lo haré! —le dije, furioso.

—¡Bien!

—¡Bien!

—Y quiero pruebas. Cuando regrese esta noche, quiero ver a un chico, o una chica, desnudo en esa cama y quiero ver vergüenza, jovencito. Mucha vergüenza.

—¡Habrá mucha vergüenza! Habrá mucha vergüenza para ti. Por lo equivocado que estás… y eso.

—Bien.

—Bien.

—Lo digo en serio, Quin.

—Yo también.

Así que ahí estaba, avanzando por el campus hacia la única fiesta que había encontrado en mi investigación de último minuto. Ese día, el equipo de fútbol americano de la Universidad de East Tennessee le había ganado al de la Universidad de West Tennessee, su rival del estado, y la fraternidad de fútbol estaba dando una fiesta. Nada de eso sonaba divertido, pero estaba yendo porque… porque Lou me había engañado para que lo hiciera. Y eso que se suponía que yo era el inteligente.

Muy bien. Iría a la fiesta. Conseguiría pruebas de que había ido. Y luego me sentaría en una cafetería a leer un libro en mi teléfono.

Sabía que Lou había dicho que quería encontrar a alguien desnudo en mi cama, pero no había forma de que eso sucediera. No podría perder mi virginidad ni en una piscina llena de pollas. ¡Y eso que lo había intentado! No sabía por qué nadie quería estar conmigo, pero nadie quería.

Además, solían gustarme los tíos más grandes, y no iba a encontrar a uno en el campus. A menos que considerara a los profesores, y no quería hacerlo. No. Parecía que tendría que pasar el resto de mi vida triste, solo y virgen.

¿Acababa de bajarme el ánimo? Sí, lo había hecho. Definitivamente ya no estaba de humor para ir a una fiesta.

Al doblar la esquina, llegó a mis oídos la música antes de que la casa de la fraternidad apareciera a la vista. Era intimidante. Tuve que pensar en lo enojado que estaba con Lou por lo que me había dicho para poder seguir adelante.

Cara a cara con mi inminente perdición, casi me quedo paralizado. Simplemente no era bueno para ese tipo de cosas. No había forma de que pudiera mezclarme o agruparme o lo que fuera que hicieran las personas de mi edad.

Nuevo plan. No entraría. Sin embargo, obtendría una prueba de que había estado ahí. Iba a acercarme a alguna de las seis personas que estaban afuera, le iba a pedir que nos sacáramos una selfie y luego me iría lo más rápido posible.

Miré a mi alrededor y vi algunas personas fumando, un grupo hablando en un círculo con vasos rojos y un tío parado solo. Eso facilitó la elección. Todo lo que tenía que hacer era acercarme a él, pedirle que nos tomáramos una selfie, hacerlo, agradecerle y marcharme. Podía hacerlo. No era tan raro. Podía hablar con una persona.

Apreté los labios, me resolví a hacerlo y avancé. No tenía que pensarlo demasiado. Tenía que hacerlo y terminar con eso.

—Disculpa, ¿puedo tomarme una selfie contigo? —le pregunté al chico, que me estaba dando la espalda.

—¿Quieres una foto conmigo? ¿Por qué? —me preguntó el chico, con un leve tono de enojo, mientras se giraba.

¡Vaya!

¿Conoces esa sensación, cuando ves a alguien que te deja sin aliento? El calor comienza en el dorso de las manos y se dispara hacia los brazos, por donde sube hasta el rostro y hace que te sientas mareado. Eso fue lo que sucedió cuando nuestros ojos se encontraron. El muchacho era hermoso.

 Su piel clara contrastaba con el cabello negro azabache y sus ojos azules. Su mandíbula estaba tallada en mármol. Tenía hoyuelos, tantos hoyuelos, en las mejillas, debajo del labio inferior, en la punta de la barbilla, en todas partes.

Y, además, era grande. Era varios centímetros más alto que yo y el doble de ancho. Eso no decía mucho, considerando lo pequeño que soy. Pero parecía tener músculos hasta en los músculos. ¡Joder! Era hermoso.

No podía hablar y, claramente, él estaba esperando que lo hiciera. Me había preguntado algo. ¿Qué había sido? ¡Ah, cierto! Me había preguntado por qué quería una selfie con él, y parecía molesto.

¿Lo había hecho enfadar? ¿No era normal pedirle una selfie a un desconocido? Probablemente no. ¡Mierda! ¿En qué carajo estaba pasando?

—Lo siento —balbuceé, antes de obligar a mis piernas a moverse en la dirección contraria.

Me había alejado dos pasos, cuando él volvió a hablar.

—¡Espera! No te vayas.

Me detuve.

—Lo siento. No quise ser grosero. Si quieres una selfie, me tomaré una contigo.

—No, está bien —le dije, con ganas de mirarlo de nuevo, pero con miedo de que, si lo hacía, no sería capaz de respirar.

—No, en serio. Está bien. Podemos tomarnos una. No sé por qué alguien querría una. Pero está bien. Me encantaría tomarme una foto contigo.

Entonces lo miré de nuevo y reconocí lo que estaba diciendo. Hablaba como alguien acostumbrado a que la gente le pida tomarse fotos con él. Yo conocía un poco de eso. Era por eso, en parte, que había elegido una universidad en el medio de la nada. Quería estar en un lugar donde nadie me reconociera como Quin Toro, el chico raro.

Sin embargo, ese era yo. ¿A él por qué la gente le pediría selfies? Era el tipo más buen mozo en la historia de la humanidad. Tal vez se le acercaran desconocidos deslumbrados por su belleza. No me hubiera sorprendido si hubiera sido así.

—Yo, mmm… no te he pedido una selfie porque sé quién eres. No te reconozco. No sé quién eres —le expliqué.

El chico echó la cabeza hacia atrás, sorprendido. Mientras lo miraba, su piel clara se tornó rosada.

—¡Oh! Bien. Entonces… —movió la cabeza como si tratara de comprender algo—. Lo siento, ¿por qué quieres una selfie conmigo?

—No era específicamente contigo. Era con cualquiera —le dije.

—¿Querías una selfie con cualquier persona? ¿Por qué?

Resoplé al recordar mi situación.

—Es para mi compañero de cuarto. Me ha dicho que tenía que salir y divertirme. Y me ha dicho que quiere pruebas…

—¿Y la selfie iba a ser la prueba?

—Sí.

—Entonces, después de tomarte la foto… ¿qué? ¿Ibas a irte?

—Sí.

El hermoso chico me miró como el bicho raro que yo efectivamente era. Se le dibujó una sonrisa en el rostro. Me hubiera hecho sentir mal conmigo mismo de no ser porque yo estaba por derretirme y convertirme en un charco en el pasto.

—Esto te va a parecer una locura, pero… ya estás aquí. ¿Por qué no entras y te diviertes?

—No soy bueno con estas cosas. Con lo social, ¿sabes?

—Por suerte, eso es algo en lo que yo soy muy bueno. ¿Qué te parece si hacemos un trato? Nos sacaremos la selfie para tu compañero de cuarto, pero tienes que entrar e intentar pasar un buen rato. Te presentaré a algunas personas. Y así, cuando tu compañero te pregunte cómo ha estado la noche, no tendrás que mentirle —dijo, y su rostro se llenó de hoyuelos.

Lo miré fijo.

—¿Por qué harías algo así?

Me miró y torció la cabeza, confundido.

—Quizás solo quiero ser amable. Quizás creo que eres genial y que sería divertido pasar el rato contigo. Quizás estoy coqueteando.

Un escalofrío me atravesó al escuchar la palabra «coqueteando». ¿Qué estaba pasando? ¿Ese chico gustaba de mí? ¿Estaba sucediendo algo entre nosotros? ¿Iba a haber un chico desnudo en mi cama y mucha vergüenza cuando Lou regresara al apartamento?

Espera, ¿estaba teniendo una erección? Me parecía que sí. Sí, definitivamente sí.

—Mmm, está bien —acepté, seguro de que me estaba poniendo rojo como un tomate.

—Cage, por cierto…

—¿Cómo?

—Mi nombre —Me miró fijo—. ¿Y tu nombre es…?

—Ah. Quin.

—Genial. Me gusta ese nombre.

—Gracias. Me lo pusieron mis padres —le dije, porque había perdido el control de mi boca.

Cage se echó a reír—. Quiero decir, es obvio que me lo pusieron mis padres.

—No es tan obvio. Mis padres no eligieron el nombre «Cage».

—¿Quién lo hizo? ¿Un tío o alguien así?

—No, yo mismo.

—Entonces, ¿cuál es tu verdadero nombre?

Cage me miró y se notó que tenía muchas cosas en la cabeza.

—¿Qué te parece si vamos adentro y te muestro el lugar?

—Entonces, supongo que no vas a responder esa pregunta…

Cage se rio entre dientes, un poco incómodo.

—No tienes filtro, ¿verdad?

Me quedé paralizado. Esa no era la primera vez que alguien me lo decía. La vez anterior había sido el último tío del que me había enamorado.

—Supongo que no. ¿Es algo malo?

—A decir verdad, es algo refrescante.

—Oh. Bien —dije, y me enamoré un poco más de él.

—Tu sonrisa es muy bonita.

—No me di cuenta de que estaba sonriendo —le dije.

—Estás sonriendo —me dijo, sonriendo él también.

—Tú también. Y también es muy bonita —le dije, mientras sentía que el corazón me explotaba en el pecho, sin saber qué hacer al respecto.

Cage me llevó por las escalinatas, pasamos por el porche e ingresamos a la casa de la fraternidad. Me era difícil apartar los ojos de él; pero, cuando lo hice, me sorprendí con lo que vi. No sabía qué debía esperar, pero definitivamente no esperaba eso. La gran sala de estar tenía pocos muebles y estaba llena de gente. Todos sostenían vasos rojos y hablaban entre sí como si fueran amigos.

—Todavía es bastante temprano —me dijo Cage.

—¿A qué te refieres? —le pregunté, levantando mi voz sobre la música country pop.

—Habrá más gente en un rato.

—¿Más de la que hay ahora? —le pregunté, mientras miraba a mi alrededor y pensaba que ya había muchísima gente.

Cage se rio entre dientes.

—Sí.

—¡Vaya! Muy bien.

—¡Cage! —dijo un tío grandote. Pasó un brazo alrededor de los hombros de Cage y le derramó un poco de su bebida en la camisa—. Oh, ¿te he manchado?

—No pasa nada —dijo Cage, sin preocuparse—. Dan, él es Quin.

Dan se volvió hacia mí y me miró fijo.

—¡Quin! —dijo, por fin, para terminar con el momento incómodo—. ¿Está tratando de reclutarte?

—¿Qué cosa? —le pregunté, confundido.

—Que si está tratando de que seas parte del equipo de fútbol americano.

Lo miré sin entender qué estaba pasando. ¿Estaba hablando en serio? Yo no tenía el cuerpo de un tío que choca a toda velocidad con hombres de cien kilos.

—¿El equipo de fútbol americano?

Dan se volvió confundido hacia Cage.

—Jugamos en el equipo de fútbol americano —me explicó Cage.

—¿De veras?

Dan volvió a pasar un brazo alrededor de Cage.

—Cage no solo juega en el equipo. Él es el equipo.

Miré a Cage en busca de una explicación. Sonrió con humildad.

—Soy el mariscal de campo.

—Este hombre no es solo el mariscal de campo —dijo Dan, burlón—. Es el tío que nos llevará a competir en un campeonato nacional y que luego se convertirá en jugador profesional.

—¡Ahhhh! Ahora entiendo. La selfie. Creíste que te estaba pidiendo una foto porque eres un jugador de fútbol americano famoso.

—No soy famoso —negó rápidamente.

—¡Joder que sí! Es famoso. No hay nadie que no sepa quién es —dijo Dan, con orgullo.

Miré a Cage para ver cómo reaccionaba. Me devolvió la mirada y se rio entre dientes, incómodo.

—No todos saben quién soy.

—Nómbrame a una persona que no lo sepa —lo desafió Dan.

Cage me sonrío con complicidad.

—¿Quieres algo de beber? Creo que necesitas beber algo. Ven conmigo.

—Un placer conocerte, Quin —dijo Dan, antes de alejarse.

—Así que eres el mariscal de campo…

—¿No te has enterado? No soy solo el mariscal de campo, soy el equipo —dijo Cage, con algo de autodesprecio.

Me eché a reír.

—Sí, me he enterado. ¿Quieres ser un jugador profesional? Tengo unos tíos que jugaron en la Liga Nacional de Fútbol Americano.

Cage me miró sorprendido.

—¿En serio?

—Sí. O sea, son amigos de la familia. Así que son como mis tíos, ¿sabes? —aclaré.

—¿Y les gustaba?

—¿Jugar en la NFL?

—Sí.

—Supongo que sí. ¿Tienes ganas de ser reclutado?

—Sí —dijo Cage, sin entusiasmo, antes de darse la vuelta para servir cerveza en dos vasos rojos.

—No suenas muy emocionado.

—No. Es genial. No puedo esperar. Es, eh, todo por lo que he estado trabajando —dijo. Me entregó un vaso y levantó el suyo para brindar—. Por los nuevos amigos.

Choqué mi vaso contra el suyo y tomé un trago.

—Esta cerveza es horrible —dije, mirando mi vaso.

Cage se echó a reír.

—Por favor, dime lo que piensas realmente.

—No es muy rica —le expliqué.

Cage se rio más fuerte. Luego, dejó de reír y me miró a los ojos. Tenía muchas ganas de besarlo.

—Supongo que, si te pregunto si te estás divirtiendo, me dirás la verdad.

—Me estoy divirtiendo —le dije, y me acerqué más, por si me quería besar.

Cage me miró con un brillo diabólico en los ojos. Podría haber jurado que estaba a punto de acercar sus labios a los míos, pero, en lugar de eso, dijo:

—¿Por qué no te presento a algunas personas más?

—¿Más personas? Ya he conocido a dos. ¿A cuántas personas se puede conocer en una noche?

—Jaja. Varias más que dos —dijo. Pasó una mano alrededor de mis hombros y nos pusimos en marcha.

Ese contacto hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Me sentía muy pequeño entre sus brazos. Él era tan grande y tan fuerte… No podía creer que había conocido a alguien así. No podía creer que estuviera actuando como si tuviera interés en mí. ¿Era posible que a un chico como él le gustaran los chicos? Pensar en eso me hizo sentir una presión en el pecho.

Cage me llevó por la fiesta y me presentó a una persona tras otra. Era verdad eso de que era un tío sociable. Todas las personas que me presentó estaban pendientes de cada una de sus palabras. Y, cuando me tocaba hablar a mí, estaban pendientes de cada una de las mías.

No sabía si solo estaban siendo amables o si, al estar con Cage, me había convertido en una versión más interesante de mí mismo. Fuera lo que fuera, me encantaba cómo se sentía. Ese tipo de interacciones siempre me habían resultado muy difíciles; pero, al lado de Cage, yo era otra persona.

Lo mejor de todo era que él aprovechaba cada oportunidad que tenía para tocarme. Me apoyaba una mano en el hombro cuando me presentaba a alguien. Su dedo índice tocaba ligeramente mi pecho cuando hacía hincapié en algo. Y, cuando estábamos de pie uno al lado del otro, como si fuéramos una pareja, su hombro chocaba contra el mío cuando él se reía.

Cuando Cage terminó conmigo, yo era una bola de arcilla en sus manos y no podía dejar de pensar en la otra cosa que Lou me había sugerido. ¿Cómo se vería Cage desnudo en mi cama?

Uno de sus compañeros de equipo agitaba los brazos mientras contaba una historia, pero yo no podía apartar los ojos de Cage. Con toda su atención en su amigo, Cage sacó sutilmente el teléfono de su bolsillo y lo miró. Lo volvió a guardar muy rápido, esperó a que los brazos se quedaran quietos y luego me miró a mí y a sus amigos.

—Chicos, tengo que irme —dijo, mientras tomaba uno de mis bíceps con su gran mano.

—Sí, yo también —dije, rápidamente.

—¿Sí? ¿Adónde vas? —me preguntó, con entusiasmo.

—A mi apartamento.

—¿Dónde queda?

—En el edificio Plaza Hall…

—¿En serio? Te acompaño —dijo, y me apretó el brazo.

Mi corazón se detuvo. ¿Venía conmigo? ¿Había llegado el momento? No podía creer que finalmente fuera a suceder. Rogué que nadie mirara hacia abajo, porque no podía ocultar mi excitación.

Tragué saliva y me forcé a decir algo.

—Genial.

Después de despedirnos de algunas personas, salimos hacia la noche. Me sentía mareado por el miedo y la excitación. El silencio entre nosotros se prolongaba, y yo me preguntaba por qué no me decía nada. ¿No se suponía que él era bueno con esas cosas? Estaba a punto de mascullar algo cuando, por fin, rompió el silencio.

—La noche está despejada.

—¿Qué cosa?

—Se ven muchas estrellas —dijo, y se volvió hacia mí—. ¿Tienes frío?

—¿Qué?

—Estás temblando.

Estaba temblando.

—Creo que estoy nervioso —admití.

—¿Por qué estás nervioso?

Sentí calor en la cara.

—No lo sé.

Cage me miró fijo.

—Eres muy guapo. ¿Lo sabes?

—Tú también eres guapo —le dije. Temblaba cada vez más.

—Gracias. ¿Estás contento de haber salido?

—Sí, claro que sí —le dije, y bajé los ojos al suelo.

—Hemos llegado —dijo, cuando nos acercamos a la puerta de mi edificio.

—Hemos llegado —repetí, con el corazón latiendo muy fuerte—. ¿Quieres pasar?

—¿Pasar? —me preguntó Cage, que no se lo esperaba.

—Sí —contesté, tímido.

—Ehhhh —balbuceó, antes de que la puerta se abriera y saliera una muchacha.

—¡Cage! —exclamó, y luego lo rodeó con los brazos, se puso en puntas de pie y lo besó en los labios.

Mi boca se abrió de la sorpresa. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Quién era esa chica?

La muchacha, que era pequeña y rubia y tenía rasgos angulosos, se dio la vuelta hacia mí.

—¿Quién es él?

—Ah, él es Quin. Quin, ella es Tasha.

Tasha me miró con sospecha. Se notaba que Cage estaba incómodo.

—Tasha es mi novia.

—¿De dónde conoces a Cage? —me preguntó Tasha.

Estaba muy impactado y no podía hablar.

—Quin me ha pedido un selfie.

Sorprendida, Tasha se giró hacia Cage.

—Ah. ¿Y se tomaron una?

—Todavía no —dijo Cage, con una sonrisa.

—Puedo hacerlo yo —se ofreció Tasha—. Dame tu teléfono —me dijo, mientras se acercaba a mí con una mano extendida.

Aún sin palabras, le di mi teléfono y me paré junto a Cage.

—¡Sonreíd! —dijo.

Cage sonrió, mientras yo lo miraba atónito.

—Aquí tienes —dijo, y me devolvió el teléfono—. Mírala.

Bajé los ojos y vi la captura de mi humillación.

—Sí.

—Bien. Vámonos. Tengo hambre —dijo Tasha, mientras entrelazaba su cuerpo con el de Cage y lo alejaba.

—Ha sido un placer conocerte, Quin —dijo él, mirándome mientras se iba.

—Sí. Ha sido un placer conocerte… a ti también —murmuré, seguro de que ya no podía oírme.

Observé a la pareja perfecta mientras se alejaban. Por supuesto que tenía novia. Y por supuesto que ella lucía así. Verlos alejarse me hizo sentir un dolor en el pecho.

No podía creer que hubiera pensado que estaba interesado en mí. Nadie nunca se había interesado en mí. ¿Por qué había podido ser tan estúpido? ¿Por qué había pensado que un tío como él podría estar interesado en un chico como yo?

Cuando la pareja se perdió de vista en la oscuridad, entré al edificio. Subí las escaleras aturdido y con ganas de llorar. ¿Por qué no le gustaba a nadie?

—No me digas que has ido a una cafetería a leer un libro —me dijo Lou, y me sacó de mi desconcierto.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté. No esperaba verlo.

—¡Uf! La cita ha sido un fracaso. Pero no cambies de tema. No veo a ningún hombre desnudo en tu brazo. No veo —suspiró— a ninguna mujer desnuda. No veo ningún signo de vergüenza.

Saqué mi teléfono, busqué la foto con Cage y se la mostré a Lou.

—¿Quién es él?

—Cage.

—¿Por qué estás tan afligido, Corderito?

—Tiene novia —le dije, antes de mirarlo a los ojos y largarme a llorar.

—Ohhh —dijo Lou, mientras me rodeaba con los brazos y me sostenía con fuerza.

—¿Cuál es mi problema, Lou? —le pregunté. Lou me llevó a mi cama, se acostó a mi lado y me abrazó mientras yo lloraba.

 

 

Capítulo 2

Cage

 

¡Vaya! Nunca había sentido algo así en mi vida. Apenas podía contenerme mientras miraba a Quin. No podía apartar mis manos de él. Podría haberme quedado con él en esa fiesta toda la noche. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía vivo.

Volver a la realidad fue muy duro. Cuando recibí el mensaje de Tasha, fue como si se abriera el piso debajo de mí. Quería quedarme con Quin. Quería ver hasta dónde llegaríamos. Pero le había prometido a Tasha que la llevaría a cenar, sin importar si ganábamos o no el partido. Yo siempre cumplía con mis compromisos y tenía uno con ella.

—Quería hablarte de algo —dijo Tasha, rompiendo el silencio mientras caminábamos.

—¿De qué?

Tasha me miró entusiasmada y se sonrojó. Era inusual que exhibiera sus emociones. Normalmente, llevaba consigo una nube tóxica, que infectaba a todos a su alrededor.

Daba por sentado que ella no era feliz con su vida. Claramente, yo era parte de su insatisfacción. Pero, cada vez que trataba de hablar con ella al respecto, me acusaba de intentar arruinar la buena relación que teníamos.

¿De qué buena relación hablaba? Ella no era feliz. Yo no era feliz. Y nunca teníamos sexo.

—¿Te acuerdas de Vi? —me preguntó, entusiasmada.

—¿Tu mejor amiga, con la que estás todo el tiempo? Sí, la recuerdo.

—No tienes que decirlo así.

—Me has preguntado si recuerdo a la chica de la que te la pasas hablando.

—¿Por qué quieres iniciar una pelea? Estoy tratando de hacer algo bonito para ti.

Me contuve y respiré hondo. No estaba siendo amable. Me daba cuenta. No había querido dejar a Quin, pero había tenido que hacerlo por Tasha. Ni siquiera había podido pedirle su número cuando habíamos llegado a su casa. De todas formas, probablemente era lo mejor. La forma en la que me hacía sentir solo podía llevarme a tomar decisiones de las que luego me arrepentiría.

Tenía que tener en mente las cosas que importaban. Había trabajado toda mi vida para jugar en la Liga Nacional de Fútbol Americano. Estar con una chica como Tasha me ayudaría a vender la imagen de tío perfecto para poder ser el rostro de un equipo. O al menos eso decía mi padre. Él había soñado con que yo jugara al fútbol americano desde antes que yo. No podía defraudarlo.

—Lo siento. Creo que todavía estoy cansado por el partido. Eso me pone gruñón.

Tasha sonrió.

—Estás perdonado —dijo, y pasó los brazos alrededor de los míos—. Y creo que tengo algo que te va a hacer sentir mejor.

—Muy bien —dije, y logré una sonrisa—. ¿Qué es?

—Bien, recuerdas que hemos estado hablando de subirle un poco el tono a las cosas… en la cama…

Miré a Tasha con sospecha. Lo de subirle el tono a las cosas era algo que había mencionado ella y, cuando lo había hecho, me había parecido que tenía algo específico en mente que no había dicho.

—Lo recuerdo.

—He hablado con Vi…

—Ajá… —dije, confundido.

—He hablado con Vi y le he preguntado si le gustaría estar con nosotros cuando estemos… juntos. Y me ha respondido que sí —dijo Tasha, exultante.

Me detuve y la miré. Me tomó un segundo comprender lo que estaba diciendo.

—¿Te refieres a hacer un trío?

—Sí —dijo ella, y se puso colorada como un tomate.

—¿Por qué has hecho algo así, Tasha?

—¿A qué te refieres?

—¿Por qué has invitado a alguien a nuestra cama… y sin hablarlo conmigo primero?

—Pensé que estarías contento. ¿No es lo que todos los tíos quieren? ¿Estar con dos mujeres hermosas al mismo tiempo?

—No todos los tíos. Y, si me hubieras preguntado, te habría dicho que a mí me gusta estar con una sola mujer… si me hubieras preguntado.

—Pensé que te gustaría —dijo, desconsolada.

—Bueno, no. Y ni siquiera entiendo por qué lo has sugerido.

—Tal vez sea porque ya nunca tenemos relaciones sexuales.

—¿Y eso es culpa mía? Eres tú la que está todo el día con Vi.

—¿Qué dices?

—Digo que no soy yo el que no quiere tener sexo.

—Eso no es tan evidente.

—Si eres tan infeliz, quizá no deberíamos seguir juntos.

Tasha se quedó paralizada, mirándome.

—¿Por qué dices eso? ¡¿Por qué dices eso?!

—¿No es obvio?

—No. Estamos destinados a estar juntos. Yo seré la esposa perfecta para ti. Lo sabes. Vas a conseguir que te recluten y te vas a convertir en el mariscal de campo de un gran equipo de la NFL, y yo me ocuparé de la casa y haré trabajo de caridad. Ya hemos hablado de esto, amor. Nuestro futuro está decidido.

Tenía razón. Habíamos hablado del tema y eso era exactamente lo que habíamos decidido. Pero, ahora que estaba en mi último año y no podía postergar más la entrada al sistema de reclutamiento de jugadores, comenzaba a dudar. Sin embargo, no era su culpa. Y no tenía que desquitarme con ella.

—Tienes razón. Lo siento, Tasha. Estoy de mal humor hoy. Pero, por favor, no volvamos a hablar de tríos, ¿de acuerdo?

Apenas lo dije, vi que la luz de los ojos de Tasha se apagaba.

—De acuerdo —accedió, y continuamos la caminata hacia el restaurante en silencio.

 

—Te dije que no tomaras esa clase, Rucker.

—Pero es un tema que me interesa, entrenador —intenté explicarle por milésima vez.

—¿Introducción a la Educación Infantil? ¿Para qué necesita el mariscal de campo de los Dallas Cowboys o los L. A. Rams una clase sobre educación infantil? —me preguntó el entrenador, muy enojado.

—Mire —le dije, cuando finalmente perdí la calma—. Me he anotado en todas las clases que me ha indicado, sin importar si quería hacerlo o no. He asistido a todos los entrenamientos que ha programado, y he trabajado hasta vomitar…

—Y mira dónde estás gracias a eso. Tienes una gran posibilidad en un año en el que el reclutamiento es muy competitivo. Deberías agradecerme lo mucho que te he presionado.

Me contuve y respiré hondo.

—Y se lo agradezco. Pero necesito tomar al menos una clase para mí.

—Pero ¿por qué esa?

—Es algo que me interesa.

—Y, sin embargo, no has asistido a una sola clase desde el comienzo del año…

—Porque comienza veinte minutos después de que finaliza el entrenamiento. Pensé que podría ir corriendo cuando terminara de entrenar. Pero, a veces, la práctica se extiende, o tengo que tomar un baño de hielo. A veces estoy demasiado cansado.

—Bueno, deberías haberlo pensado antes de elegir esa clase, porque esa profesora no es muy comprensiva con los desafíos de los atletas. Esa profesora cree que debes asistir a clase y pasar los exámenes para aprobar. Y, si no apruebas esa clase, no podrás jugar en la primavera. Y, si no juegas, el equipo no ganará y nadie te reclutará.

—Ya lo he entendido. Comenzaré a ir a clase.

—Eso no es todo. Vas a tener un tutor. Te buscaremos a alguien. ¿Cuándo es tu próxima clase?

Levanté los ojos hacia el reloj en la pared de la oficina del entrenador.

—Ahora mismo.

—Entonces mueve tu culo y ve.

—Es en el otro extremo del campus. Para cuando llegue, solo quedarán cinco minutos de clase.

—Supongo que tendrás que correr, ¿no?

—Pero acabamos de hacer veinte minutos de carreras en velocidad.

—No contestes, solo corre. Lo digo en serio. ¡Vamos, vamos, vamos!

Cuando salí de la oficina, hice lo que me había dicho y comencé a correr. Me había quitado las hombreras, pero todavía llevaba los botines, la camiseta de compresión y los pantalones acolchados. La clase era en el tercer piso de un edificio al otro lado del campus. No tenía tiempo para cambiarme.

 No sabía cómo había hecho para meterme en ese lío. En realidad, sí lo sabía. Había sido mi acto de rebeldía. Sabía que la clase estaba muy pegada al entrenamiento, pero había creído que me daría una excusa para irme temprano. Me había equivocado. Y ahora todo mi futuro dependía de esa clase.

Entré al edificio y subí las escaleras casi sin aliento. Por suerte, el estruendo de mis botines metálicos contra el concreto tapaba el sonido de mis jadeos. No había manera de que me colara silenciosamente en la parte de atrás de la clase. Cuando abrí la puerta del salón, todos se dieron vuelta para mirarme. Tenía clavados los ojos de cincuenta estudiantes y una profesora enojada.

—Lo siento. Continúe, por favor —dije, entre la dificultad para respirar y la humillación.

Me senté en el primer lugar disponible y apoyé mi cabeza en el escritorio para recuperar el aliento. Tenía ganas de vomitar de nuevo, pero no iba a dejar que eso sucediera.

Cuando me recuperé, me senté y me di cuenta de que no había tomado mi mochila del casillero. Tampoco tenía un cuaderno para esa clase. Hacía mucho que había renunciado a la idea de asistir. Pero me hubiera gustado tener algo delante de mí para no parecer un idiota.

Saqué el teléfono e hice lo que pude para que pareciera que estaba tomando notas. No lo estaba haciendo, porque no entendía nada de lo que la profesora decía. Sin embargo, parecía que el resto sí entendía. Todos estaban enfocados en la mujer que estaba de pie frente a la clase. Es decir, todos estaban prestando atención, excepto una persona. Y, cuando lo vi, me quedé sin aliento.

Era Quin y me estaba mirando. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, pero él apartó los ojos. Sentí un hormigueo que me recorría el cuerpo. Pude escuchar cómo se aceleraba mi respiración.

Solo verlo me generaba algo. Tenía una segunda oportunidad con él y no iba a dejar que se escurriera de mi vida otra vez.

—Eso es todo por hoy. La clase que viene tomaré un examen sobre lo que vimos en las últimas dos semanas. Estudien —dijo la profesora, antes de poner su atención en mí—. Señor Rucker, ¿puede acercarse un momento?

No me lo esperaba. Peor aún, Quin estaba sentado en el lado opuesto del salón, que tenía otra salida. No me estaba mirando y se iría antes de que pudiera pedirle que me esperara.

—Señor Rucker —me volvió a llamar la mujer de rasgos asiáticos y cabello gris.

—Ya voy —le dije, sin perder de vista a Quin, que se acercaba a la salida.

 Avancé rápido en contra de la corriente de alumnos y me acerqué a la profesora mientras borraba la pizarra. Se tomaba su tiempo y me estaba matando. Cuando Quin desapareció al otro lado de la puerta, mi corazón se hundió. Lo había perdido de nuevo y me sentí como una mierda.

—Llegar cinco minutos antes del final de la clase no se considera asistir. Al menos no según mis reglas.

—Lo sé. Y lo siento mucho. Vine corriendo después del entrenamiento. Pero le prometo que, de ahora en adelante, no llegaré tarde.

—Me han dicho que debe aprobar esta clase para poder jugar la próxima temporada.

—Es así, profesora.

—Entonces debería tomarse la clase un poco más en serio.

—Le prometo que lo haré… de ahora en adelante.

—Si no quiere estar aquí…

—Quiero estar aquí.

—¿Por qué? —me preguntó, con sinceridad.

—Porque es una materia que me interesa mucho. Siempre he querido enseñar a niños.

—¿Y el fútbol americano? Me han dicho que tiene una carrera profesional prometedora.

—El fútbol es algo en lo que soy bueno. Es una bendición. Pero no es…

No terminé la oración. Las repercusiones que tendría eran más de lo que podía comprender en ese momento.

—Bueno, si se va a tomar en serio esta clase, tiene mucho con lo que ponerse al día.

—Me doy cuenta de eso y estoy dispuesto a trabajar muy duro. Voy a tener un tutor.

—¿Sí?

—Sí. De hecho… —comencé. Había tenido una idea—. ¿Podríamos retomar esta conversación la próxima clase? Le prometo que llegaré a horario.

—Espero que así sea. Recuerde que la asistencia es un requisito.

—Lo sé. Lo tengo presente. Aquí estaré. Lo prometo —le dije, mientras trotaba hacia la puerta haciendo mucho ruido con mis botines contra la alfombra.

Cuando salí al pasillo, miré en ambas direcciones en busca de él. No lo veía. ¿Adónde habría ido tan rápido?

La mayoría de los estudiantes estaban bajando por las escaleras. Troté en esa dirección y me uní a ellos. Estiré el cuello por sobre la multitud, pero no lo veía. Cuando empezaba a odiarme por no haberme marchado antes, vi una espalda que solo podía ser la de Quin. Estaba saliendo de las escaleras en la planta principal.

—Disculpa. Lo siento —dije, mientras me abría paso a los empujones.

Solo logré adelantarme unos pocos metros y, para cuando llegué, de nuevo no se lo veía por ningún lado.

Miré en todos los salones de clases mientras pasaba corriendo, pero no lo vi. Estaba a punto de darme por vencido, pero, cuando abrí la puerta del edificio, vi su figura sexy alejándose. Me inundó una ola de calor. Se sintió como un rayo de sol en un día nublado.

Me acerqué trotando y reduje la velocidad cuando estaba a unos metros de distancia. No podía perder la calma solo porque estaba a punto de hablar con el chico más guapo que había visto en mi vida. Tenía que al menos fingir que darle un beso no era lo único en lo que había estado pensando desde el momento en que nos habíamos conocido.

—¿Quin? —dije, lo más relajado que pude.

Se detuvo y se dio la vuelta. No parecía tan feliz de verme como yo de verlo a él. Me provocó una punzada en el pecho, pero la hice a un lado.

—Me parecía que eras tú. ¿Cómo has estado? ¿Has ido a alguna buena fiesta desde la última vez que nos vimos? —le pregunté, con una sonrisa.

Como no contestaba, agregué:

—Soy Cage. Cage Rucker. Nos conocimos en la fiesta de la fraternidad Sigma Chi.

—Sé quién eres —me dijo, nada feliz de verme. ¡Ay! De vuelta esa la punzada de dolor—. ¿Cómo está Tasha? Así se llama tu novia, ¿verdad?

—¿Tasha? Ah, sí. Bien. Ella está bien. Eh… ¿he hecho algo que te haya molestado? Si lo he hecho, lo siento —dije. Estaba desesperado por verlo sonreír de nuevo.

Quin me observó con una mirada de frustración, y luego cedió.

—No. No has hecho nada mal. No me hagas caso. Solo soy un tonto.

—¿Tú? ¿Un tonto? No me lo creo —le dije, con una sonrisa.

Me miró fijo de nuevo. Sentía que estaba examinándome el alma.

—¿Por qué has dicho eso?

—No lo sé. Supongo que porque pareces muy inteligente.

Suavizó la intensidad de su mirada.

—No soy inteligente para las cosas que importan —dijo, y retomó el paso.

Lo alcancé.

—No creo que eso sea verdad. De hecho, apuesto a que sabes mucho de Introducción a la Educación Infantil. Apuesto a que eres de los mejores de la clase.

Al escucharlo, Quin me miró.

—Lo eres, ¿verdad?

Luego, apartó la mirada.

—Pero mira nada más. Muy bien. Entonces lo que diré a continuación será menos incómodo. Resulta que necesito que me vaya bien en esa clase para poder seguir jugando al fútbol americano y, en última instancia, entrar al sistema de selección de la NFL. Pero, como no he asistido a clase, estoy un poco atrasado. Necesito un tutor. El equipo te pagará por hacerlo.

—No puedo ser tu tutor —dijo, con desdén.

—¿Por qué no?

—Simplemente no puedo. Lo siento.

—Bueno. ¿Y si hago que la oferta sea un poco más tentadora?

—¿A qué te refieres?

—Cuando estábamos en la fiesta, me dijiste que no eras muy sociable, lo que me cuesta creer, porque parecías muy cómodo hablando con mis amigos.

—Solo estaba cómodo porque…

—¿Por qué? —le pregunté, deseando que dijera que porque estaba conmigo.

—Por nada.

—Bueno, si estás dispuesto a ayudarme con lo que se te da bien, yo podría ayudarte con lo que se me da bien a mí.

—¿Ser una estrella de fútbol americana que todos quieren?

—En primer lugar, ¡ay! Y, en segundo lugar, soy un poco más que eso.

—Lo sé. Lo siento. ¿Ves? No soy bueno para esto —exclamó Quin.

Tomé su mano, intentando lucir relajado. Traté de fingir que era algo que hacía siempre que hablaba con otra persona, pero la verdad era que me moría de ganas de tocarlo.

—Sí que eres bueno. O puedes serlo. Déjame ayudarte. Sé que puedo. Y, una vez que hayamos terminado, serás una estrella del fútbol que todos quieran, como yo —le dije, con una sonrisa.

Quin se echó a reír. Sentí un cosquilleo tan fuerte que pensé que se me caerían los dientes.

—¿Qué dices?

Quin apartó su mano de la mía. Y no de manera sutil. Me pareció que estaba tratando de marcar los límites. Muy bien, yo podía respetarlos.

—De acuerdo —dijo, con una sonrisa.

—¿De acuerdo? —repetí. Sentía que me derretía ante él.

—Está bien —confirmó, y me sentí completamente feliz.

—Escuché que hay un examen pronto.

—Es en dos días y cubre lo que hemos visto en las últimas dos semanas.

—Suena a que es mucho.

—Lo es —me confirmó.

—Me parece que nuestras clases particulares deberían comenzar de inmediato —sugerí, porque quería pasar cada segundo con él.

—¿Qué tal esta noche? Prepararé un plan de estudio y partiremos desde ahí.

—¿Un plan de estudio? Eso suena muy serio.

—Lo es. Y tú también deberías tomártelo en serio si quieres aprobar el examen.

—Lo haré.

Quin vaciló.

—¿No tienes planes con tu novia o algo de eso?

Que me recordara a Tasha fue como un baldazo de agua fría para el entusiasmo desenfrenado que me generaba la idea de pasar la noche con él. Mi sonrisa se apagó.

—Aunque tuviera algún plan, lo cancelaría. Aprobar la materia y jugar al fútbol americano son mis prioridades. Ella lo entendería.

—Bueno. Te veré esta noche, entonces.

—¿Me das tu número? —le pregunté. No iba a dejar pasar la oportunidad de nuevo.

—Sí. Dame tu teléfono.

Se lo di y él marcó su número. Un segundo después, sonó el teléfono en su bolsillo.

—Sabes dónde vivo. Te enviaré un mensaje con el número de apartamento y la hora —dijo Quin, muy profesional.

—¿Entonces lo haremos en tu apartamento?

—A menos que tengas un lugar mejor. Supongo que podríamos ir a la biblioteca, pero no nos van a permitir hablar mucho.

—No, tu apartamento será perfecto. No puedo esperar.

—¿No puedes esperar para estudiar? —me preguntó, recordándome que no era una cita.

—Por supuesto. Me apasiona la Introducción a la Educación Infantil. Todo el mundo lo sabe.

Quin se echó a reír e hizo que se me derritiera el corazón.

—Nos vemos más tarde, Hoyuelos —dijo, con una sonrisa, antes de darse la vuelta y alejarse. ¡Joder! Estaba en problemas.

 

 

Capítulo 3

Quin

 

¿«Nos vemos más tarde, Hoyuelos»? ¿Realmente lo había dicho? ¿En qué había estado pensando? ¿En qué había estado pensando al aceptar su propuesta?

No iba a poder resistirme a él y lo sabía. Cuando me miraba, me hacía sentir como si fuera la única persona en el mundo. El tiempo se detenía cuando hablaba con él. ¿Cómo iba a hacer para estar a solas con él el tiempo suficiente para ayudarlo a aprobar la materia?

Debería haberme negado a ayudarlo. Pero la oferta había sido muy buena. Había venido a la universidad en busca de algo, y ese algo no era una carrera. Lo que quería era aprender las cosas que no sabía y que no podía aprender de los libros. Las tensiones sutiles de las conversaciones.

Para mí, la vida sería más eficiente si todos dijeran lo que pensaran y siguieran adelante. Pero sabía que las cosas no funcionaban así. Había una coreografía que había que seguir, y tenía que aprenderme los pasos.

Y Cage era el mejor profesor de baile. Lo que me había ofrecido era lo único que había ido a buscar a la universidad. No podía rechazar su oferta.

Lo único que tenía que hacer era no olvidar que tenía novia y que, sin importar lo que yo creyera que estaba pasando, eran solo ideas mías. Él nunca sentiría lo que yo sentía. La nuestra era una relación por conveniencia. Eso era todo. Y, una vez que ambos obtuviéramos lo que queríamos, seguiríamos con nuestras vidas.

Una ola de dolor me atravesó al pensar en eso. Era evidente que había sido una mala idea. No había forma de que sobreviviera a eso en lo que me había embarcado. Pero tampoco podía dar marcha atrás. Y tenía que admitir que me moría de ganas de volver a verlo.

—Lou, tiene que dejarme el apartamento esta noche —le dije, cuando regresé a casa.

—Corderito, ya te lo he dicho, si vas a besarte con un chico, pon un calcetín en el pomo de la puerta.

—¿Qué tipo de calcetín?

Lou me miró sorprendido.

—Espera, ¿qué?

—¿Un calcetín para hacer deporte o uno de esos calcetines de tobillo? Porque me parece que uno de los cortos será mejor para el pomo.

—Espera. ¡Detente! ¿De qué estás hablando? ¿Traerás a un chico esta noche o —suspiró— a una chica?

—Va a venir Cage.

Lou abrió la boca, sorprendido.

—¿El chico de la foto en la que luces triste?

—Sí. Pero viene a estudiar, nada más. Voy a ayudarlo con una clase.

—¿Compartes una clase con él? ¿Cómo es que me lo dices recién ahora?

—Hoy ha ido por primera vez. Y estaba vestido con el uniforme de fútbol americano —dije, y se me dibujó una sonrisa en el rostro.

—¿Con esas prendas muy ajustadas que usan?

—Así es —dije, mientras sentía que me ardía el rostro.

—¡Oh! No viene solo a estudiar, ¿verdad?

—Viene nada más que a estudiar —dije, y volví a la tierra—. Necesita aprobar la clase para poder jugar al fútbol el próximo semestre, y me pidió que le dé clases particulares.

—Entonces, ¿ha depositado toda su vida en tus irresistibles manos?

Me las miré y me pregunté qué de una mano podía ser irresistible.

—No es tan así… Pero más o menos.

—Oh, Dios mío, se van a besar.

—No. Tiene novia. Eso no ha cambiado.

—Quizá quiere que te unas a ellos. A ti te gustaría, ¿o no? Quiero decir, con lo de tus padres y eso.

—Sabes, para serte honesto, creo que no me gustaría. Admiro lo que tienen mis padres, me parece genial. Los amo a los tres y sé que se aman entre ellos. Pero no estoy seguro de que ese tipo de relación sea lo que yo quiero.

—¿O sea que vamos a tener que hacer que se separen? —preguntó Lou, con un destello de malicia en los ojos.

—¡No! No quiero eso. Si él quiere estar con ella… está bien. Me parece bien.

—¿Te ha dolido mucho decirlo?

—Muchísimo. Pero tendrá que ser verdad. No quiero estar con alguien que no quiere estar conmigo.

—Eres mejor persona que yo —dijo Lou, con resignación.

—No sé si mejor, pero mucho más solitario.

—¡Ohhh! —exclamó Lou, mientras se levantaba y me abrazaba. Con sus brazos todavía alrededor de mí, me dijo—: Este chico te va a destruir, ¿no es así?

—Probablemente.

—No te preocupes, estaré aquí para recoger los pedazos, Corderito. Siempre estaré aquí.

—A menos que tengas una cita con alguien sensual…

—A menos que tenga una cita con alguien sensual. Pero, cuando no sea el caso, estaré aquí para ti —dijo. Luego se apartó y me ofreció una sonrisa irresistible.

 

 

Capítulo 4

Cage

 

Podía hacerlo. Podía pasar el rato con Quin sin enamorarme perdidamente de él y arruinar mi vida entera para estar juntos. Estaba seguro de que podía hacerlo. Sin embargo, cuanto más se acercaba el momento del encuentro, más claro se volvía que la decisión no iba a ser mía.

¿Cómo era posible que los chicos, o chicas, o lo que fuera que a él le gustara, no vieran lo que yo veía? No lo entendía. Era hermoso y su torpeza era adorable. Quería pasar los dedos por su cabello oscuro y ondulado hasta perderme en él.

Y esos ojos. Esos ojos vulnerables y sexys. De solo pensar en ellos me ponía duro. ¿Cómo era capaz de provocarme eso?

Era como… ¿qué era los que los animales liberaban para atraer a una pareja? ¿Feromonas? Era como si él liberara feromonas y no hubiera nada que yo pudiera hacer para resistirme.

No debería haberle pedido que me ayudara con la clase. Probablemente era la última persona a la que debería habérselo pedido. ¿Cómo haría para concentrarme teniéndolo al alcance de mi mano? Había sido un grave error. Pero no podía esperar. Y nunca en mi vida el tiempo había pasado más lento.

En lugar de conducir de ida y de vuelta a casa, esperé en la sala común hasta la hora del encuentro. También podría haberme quedado con Tasha, ya que vivía en el mismo edificio que Quin. Pero lo más probable era que estuviera con Vi.

Eran inseparables. No me extrañaba que me hubiera propuesto que tuviéramos sexo con ella. Hacían todo juntas. ¿Por qué no también follar?

Una vez que la dolorosa y larga espera terminó, me apresuré a cruzar el patio. Me metí en el edificio mientras alguien salía, subí las escaleras de dos en dos y llamé a la puerta. Escuché un poco de revuelo en el interior y, luego, una voz que no conocía dijo:

—Solo quiero verlo.

La puerta se abrió.

—Hola —le dije al chico de aspecto travieso que estaba frente a mí.

—Soy Lou, gusto en conocerte —dijo, sin estirar la mano ni invitarme a pasar.

—Cage.

—¿La estrella del fútbol americano? —preguntó, sonriendo.

—Supongo que sí. ¿Está Quin?

—Sí. ¿Cuáles son tus intenciones con mi amigo?

—¡Lou! —gritó Quin, detrás de él. Luego, empujó a su compañero de cuarto y se colocó entre nosotros dos—. Lo siento —dijo—. Lou se estaba yendo.

El cuerpo de Quin estaba muy cerca del mío.

—Está bien. Lou, te invitaría a quedarte y pasar el rato con nosotros, pero tenemos que repasar todo lo que han visto en dos semanas… A menos que Quin crea que podemos hacer ambas cosas…

—No podemos hacer ambas cosas, y Lou ya se estaba yendo. Adiós, Lou.

—Nos vemos —dijo Lou. Pasó a mi lado a los empujones, dejando que Quin me invitara a entrar.

—Lo siento. Tiene buenas intenciones.

—Siempre es bueno tener un amigo que te cuide.

—Sí. Bienvenido a mi apartamento.

Miré a mi alrededor.

—¿Así es como vive la otra mitad?

—¿A qué te refieres?

—Los apartamentos de Plaza Hall son bastante lujosos.

—Pero tu novia también vive en este edificio, ¿o no?

—Sí, pero eso no lo hace menos lujoso. Además, ella tiene dos compañeras de piso y tiene que compartir el dormitorio. Este lugar es más bonito que mi casa.

—¿Vives en la casa de la fraternidad?

—No. No soy miembro. Lo sé, ¿dónde se ha visto un jugador de fútbol americano que no pertenezca a Sigma Chi? Pero la vida de fraternidad estaba fuera de mi presupuesto.

—¿Dónde vives? —me preguntó Quin, mientras me acompañaba al sofá de la sala de estar.

—En casa, con mi padre.

—¿Y no con tu mamá? —me preguntó. Tomó algunos libros y se sentó a mi lado.

—Mi mamá murió cuando yo nací.

Quin se quedó paralizado.

—Lo lamento mucho.

—No hay nada que lamentar. Fue hace mucho tiempo.

—O sea que siempre han sido solo tú y tu papá.

—Sí. Y a veces solo yo.

—¿A qué te refieres?

—Nada. Deberíamos empezar a estudiar. Tengo la sensación de que es mucho material —le dije, para cambiar de tema.

Aunque no había conocido a mi madre, el tema seguía siendo delicado para mí. Sobre todo, debido a mi padre. Nunca me lo había dicho, pero me parecía que haberla perdido había sido un golpe duro para él. O eso era lo que yo creía.

Lo primero que Quin hizo fue mostrarme el diagrama de actividades más organizado que había visto en mi vida.

—Esto es lo que vamos a tener que cubrir antes del jueves —dijo, y se puso manos a la obra.

La seguridad con la que hablaba casi lograba sacar mi atención de su rodilla, que se movía a centímetros de la mía, con el libro de texto encima. O del aroma que percibía cuando se inclinaba para señalarme algo en la página opuesta. Ese olor dulce hacía que mi polla se endureciera. Lo único que podía hacer para ocultarlo era doblarme hacia adelante.

—Estás muy inclinado, ¿te duele la espalda?

—¿La espalda? Sí. Por eso me inclino, porque me duele la espalda. Necesito mantenerla estirada. Por el entrenamiento, ¿sabes?

—Si quieres, podemos pasarnos a la mesa… Las sillas tienen un poco más de apoyo —sugirió Quin, muy dulce.

—Sí, tal vez eso sea lo mejor.

Estaba a punto de levantarme cuando me di cuenta de que todavía tenía una gran erección.

—Eh, quizás en un momento.

—Te duele mucho la espalda, ¿no?

—Sí, me duele mucho.

—Lo siento tanto. Deberías haberlo mencionado antes. Espero que no te suene muy raro, pero puedo hacerte unos masajes si quieres. He aprendido por mi cuenta hace algunos años. No he tenido muchas oportunidades de practicar, pero creo que soy bastante bueno.

—Mmm…

—Lo siento, ¿es raro? Ofrecerme a hacerte masaje es extraño, ¿verdad? —dijo Quin, palideciendo frente a mis ojos.

—No, no es para nada raro. Me encantaría que lo hicieras. Realmente me haría bien… a la espalda.

—¿Estás seguro?

—No sabes cuánto —le dije, con una sonrisa.

—Bien. Entonces…

Quin miró a su alrededor.

—Probablemente estaremos más cómodos en mi cama.

No había forma de que me pusiera de pie.

—Creo que estaremos bien en el sofá.

—Muy bien.

Quin se levantó y comenzó a estirar los dedos.

—Quítate lo que quieras, hasta que te sientas cómodo, y acuéstate.

Sentí un destello de calor en las mejillas. ¿Acababa de decirme que me desnudara? La idea de quitarme la ropa para él me excitaba tanto que mi polla comenzó a temblar. Solo Dios sabía lo que pasaría si me quitaba los pantalones. No podía hacerlo. Pero podía quitarme la camiseta.

Mientras me la sacaba lentamente, miré a Quin. La manera en la que me estaba mirando me provocó muchas cosas. Iba a tener que pensar mucho en béisbol para no correrme apenas me tocara. Sin embargo, valía la pena el riesgo. Necesitaba sentir sus manos en mi piel. Cuando me acosté y él se subió encima de mí, fue como tocar el cielo con las manos.

Con Quin masajeando y apretando mis músculos, me perdí. ¡Joder! Qué bien se sentía. Era mejor que tener sexo. Al menos, que el sexo que yo había tenido. Y, después de no mucho tiempo, percibí una sensación familiar, que comenzaba en mis bolas y subía lentamente.

¡Oh, no! Me iba a correr.

—Necesito ir al baño —solté, mientras me sacaba de encima al pequeño muchacho y lo arrojaba sobre el sofá.

Por suerte, sabía dónde estaba el baño, y la puerta estaba abierta. La cerré detrás de mí, me bajé los pantalones lo más rápido que pude y exploté en un orgasmo.

Gemí para no gritar de placer. Atrapé casi todo el semen con la mano y logré evitar que quedara esparcido por el techo. Pero después del orgasmo, comencé a sentirme mareado y me caí de culo. Golpeé el suelo con un ruido sordo.

 

 

Capítulo 5

Quin

 

—¿Estás bien? —pregunté, luego de escuchar lo que sonó como si el toallero se hubiera roto y alguien hubiera caído al suelo.

—¡Estoy bien! —gritó Cage—. Pero creo que rompí algo. Lo siento.

—No te preocupes, sea lo que sea. ¿Estás seguro de que te encuentras bien?

—Sí. Solo necesito un momento.

Lo había asustado. Sabía que lo había hecho. Sentado encima de él, había comenzado a tener una erección, y él lo había notado. Por eso me había apartado y había salido corriendo al baño como si su cabeza estuviera en llamas.

¿Por qué me había ofrecido a darle un masaje? Había sido muy extraño. Lo estaba arruinando todo.

Pero me había dicho que le dolía la espalda, y las palabras simplemente habían salido de mi boca. Si alguien comenta que le duele la espalda, lo correcto es ofrecerle un masaje, ¿no?

¡Uf! No lo sabía. No sabía nada. ¿Por qué me costaba tanto relacionarme con otras personas?

—¿Estás seguro de que no necesitas ayuda?

—No necesito nada —dijo Cage. Luego abrió el grifo y, finalmente, salió.

¡Joder! Se veía muy bien de pie, sin camiseta, en la puerta del baño. Sus hombros eran musculosos y abultados. Sus pectorales y sus abdominales estaban marcados. ¿Cómo era posible que se vieran sus abdominales si no estaba haciendo fuerza? Solo estaba de pie. ¿Cómo era posible?

Me miró con cara de perro mojado y dijo:

—Lo siento…

—No, yo lo siento —respondí. Me sentía mal por haber cruzado un límite.

—¿Por qué me pides disculpas? —me preguntó, como si no lo supiera.

—Ya sabes, porque…

—Estás dispuesto a darme clases particulares para una clase que necesito aprobar para tener la vida que soñé, y yo he hecho que las cosas se pongan raras.

—He sido yo quien ha hecho que la situación se ponga rara. No tú.

—Puede que seas muy bueno en lo que haces, pero lo que ha pasado ha sido culpa mía. Volvamos al estudio, ¿vale?

—¿Cómo está tu espalda?

—Mucho mejor, gracias —dijo, mientras tomaba su camiseta y se la ponía—. Has sido de mucha ayuda. Ahora me puedo concentrar. Tengo un poco de sueño, pero me puedo concentrar.

Seguimos desde donde nos habíamos quedado y, para cuando volvió Lou, habíamos avanzado bastante.

—¿Todavía seguís? No os cansáis, ¿eh? —bromeó Lou, lo que hizo que Cage se sintiera incómodo.

—Debería irme.

—No quiero interrumpir —dijo Lou—. Ni siquiera notaréis que estoy aquí.

—O podríamos ir a mi habitación —sugerí.

—¡No! —dijo Cage, cortante—. Quiero decir, tal vez sea mejor que sigamos mañana. Tengo muchas cosas dando vueltas en la cabeza y necesito procesarlas —dijo, mientras dibujaba círculos con las manos alrededor de su cabeza.

—Por supuesto. Dormir te ayudará a retener la información. Seguiremos mañana. Mi última clase termina a las cuatro, por si quieres empezar más temprano.

—Genial. ¿Qué te parece si nos reunimos en la sala de estudio? Así no lo molestaremos a Lou.

—No os preocupéis por mí. Podéis hacerlo donde queráis —agregó Lou, y se quedó mirándonos a los dos.

—Sí, no hay problema con que estudiemos aquí —confirmé.

Cage titubeó.

—Creo que será mejor en la sala de estudio. Si a ti te parece bien.

Me frustraba que hubiera estropeado tanto las cosas como para que él ya no quisiera volver a mi habitación, pero lo entendía.

—Sí, está bien. Tenemos que terminar con todo lo que nos queda. Tal vez quieras llevar algo para comer.

Lou agregó:

—Conociéndolo a Quin, será una noche larga y dura. Muy larga… ¿Sabes a qué me refiero…?

—Bien, me voy a ir. Escríbeme —me dijo Cage, mirando a Lou antes de escapar.

—¿Por qué has dicho eso? ¿Que será una noche larga y dura? —le pregunté a Lou, enojado.

—Muy larga —dijo, con una sonrisa.

—¿Por qué lo has hecho?

—¿Has dicho que está de novio?

—Sí. Tiene novia.

—Qué interesante —me dijo. Sonreía como si él supiera todo y yo no supiera nada—. Muy interesante —repitió. Luego, entró en su dormitorio y no regresó.

Esa noche, no pude dormir. Mientras trataba de entender qué era lo que Lou veía y yo no, pensaba en cómo había hecho que las cosas con Cage se pusieran raras, o me imaginaba cómo sería volver a ver su cuerpo desnudo. Mi cabeza era un lío. Ese tío me generaba cosas. Y, después de haberlo visto solo tres veces, no podía sacarlo de mi mente.

¿Por qué tenía que estar de novio? ¿Por qué tenía que ser tan perfecto? Y, ¿por qué tenía esos hoyuelos? Necesitaba que alguien me explicara por qué tenía que tener tantos y tan bonitos hoyuelos.

Al día siguiente, en la sala de estudio, las cosas fueron menos extrañas que la noche anterior. Nos ceñimos al estudio y solo cambiamos de tema cuando tomamos un descanso para cenar.

—He traído un sándwich de más, si quieres… —le dije, mientras lo sacaba de mi mochila.

—¿Has traído un sándwich de más? —me preguntó, más sorprendido de lo que me hubiera imaginado.

—Sí. ¿Lo quieres? Me imaginé que tendrías muchas preocupaciones y que tal vez te olvidarías de traer algo para comer.

—¡Guau! No estoy acostumbrado a que la gente sea tan considerada.

—¿Qué dices? Vamos. Eres un famoso jugador de fútbol americano. Estoy seguro de que la gente hace cosas por ti todo el tiempo.

—No es lo mismo —dijo, y tomó el sándwich—. Gracias. Hay una diferencia entre las personas que hacen algo por ti porque quieren algo a cambio y las que lo hacen solo para ser amables.

—Lo entiendo. Muchas personas te ven como un trampolín para conseguir lo que quieren. Eres solo un objeto para ellos. Se olvidan de que tú también tienes sentimientos. Y de que, tal vez, lo que tú quieres no está en línea con lo que todos esperan de ti.

—¡Vaya! Eso es exactamente lo que siento —dijo, y me miró fijo. Una vez más, quedé tendido a sus pies.

—¿Qué? —le pregunté, cuando su intensa mirada se volvió demasiado para mí.

—¿Por qué conoces tan bien cómo me siento?

¿Qué se suponía que debía decirle? Me gustaba Cage. Me gustaba mucho, tal vez más de lo que debería. No quería asustarlo. Por lo menos no todavía.

Además, había elegido ir a una universidad en medio de la nada por una razón. Era mi oportunidad de confundirme con el resto. Solo quería que, por primera vez, alguien me viera como un chico normal. ¿Estaba mal? No lo sabía.

—Mis tíos jugaban en la NFL. Ellos me lo contaron.

—Ah. Sí, así se siente —confirmó Cage. Luego se recostó, y su mirada se ablandó.

Terminamos los sándwiches, volvimos al estudio y cubrimos todos los temas antes de la medianoche.

—Entonces, ¿eso es todo? —me preguntó Cage.

—Es todo lo que entra en el examen de mañana, sí. ¿Crees que lo has comprendido?

—Eres un muy buen tutor. Si no he comprendido algo, no será por tu culpa. Por cierto, he hablado con mi entrenador, y me dijo que tienes que contactarte con su oficina para que te paguen.

—Ah. No te preocupes por eso —le dije.

—Te has esforzado mucho para ayudarme. Nadie podría habérmelo explicado mejor que tú. Ni siquiera la profesora. Mereces que te paguen por tu trabajo.

—Está bien —cedí.

Cage me miró con extrañeza, pero no pude entender por qué.

—Ya que no estás emocionado con que te paguen, ¿qué tal lo otro que te he prometido?

—Ah, sí, las clases de «Cómo no ser tan torpe».

Cage se echó a reír.

—¿Qué te parece si jugamos flag football en el parque?

—¿Quieres jugar al fútbol en tu tiempo libre? Te debe gustar mucho.

 Cage me ofreció una sonrisa apagada.

—Sería lo más normal.

—Ya que eres el experto en el tema, dime una cosa. ¿Cómo se supone que jugar al fútbol en el parque me ayudará a no sentirme como un chico raro en una fiesta?

Cage se quedó pensativo.

—Lo he estado pensando. La razón por la que me siento cómodo en reuniones sociales es porque sé que, pase lo que pase, podré manejarlo. También sé que, si digo algo estúpido, lo cual hago a menudo, todo estará bien. El mundo no va a estallar. No me van a enviar a vivir solo en el desierto. Lo más probable es que mi vida continúe sin cambios. Y llegué a darme cuenta de eso luego de haber estado en muchas situaciones sociales, cómodas e incómodas, en las que logré desenvolverme. Necesitas estar en esas situaciones. Tienes que tener la oportunidad de desenvolverte en ellas. Cuando te hayas familiarizado con todas las situaciones que puedan surgir y hayas descubierto qué hacer y qué decir —levantó las manos—, habré terminado.

Me quedé mirando a Cage, alucinado.

—Eso es muy inteligente. Tienes toda la razón. Sentirse cómodo en sociedad se basa en la experiencia. La familiaridad genera comodidad. Entonces, la respuesta es estar dispuesto a sentirse incómodo. ¡Nunca se me hubiera ocurrido!

—Se ve que, después de todo, soy bueno en algo —dijo Cage, con orgullo.

—Aunque no soy exactamente bueno jugando al fútbol americano. No estoy seguro de que quedar atrapado debajo de una estampida de deportistas me llene de la confianza que crees.

—Supongo que tendrás que confiar en mí —dijo Cage, y me guiñó un ojo.

¿Por qué hizo eso? ¿No se daba cuenta de que estaba haciendo todo lo posible por verlo como un amigo? ¿Por qué tenía que recordarme lo sexy que era?

Luego de nuestra despedida, que se estiró y se convirtió en un abrazo incómodo, regresé a mi habitación y me metí en la cama. Escuché que Lou entraba al apartamento y se acercaba a la puerta de mi dormitorio.

—Sé que no estás dormido —dijo, sin llamar—. Sé que te estás escondiendo porque no quieres contarme cómo te fue. ¿O está ahí contigo? ¿Lo están haciendo? ¡Dios mío, están teniendo sexo!

—¡Buenas noches, Lou! —exclamé. Necesitaba que dejara de burlarse.

—Buenas noches, Corderito —respondió, sonriendo mientras se iba.

La imagen de Cage y yo desnudos y juntos se quedó en mi cabeza las tres horas siguientes. Culpé a Lou por eso. Cuando me desperté, ya estaba retrasado para la clase. Mientras corría por el campus y atravesaba las puertas del auditorio, comprendí cómo se había sentido Cage.

Todos se volvían para mirarme, pero a mí solo me importaba una persona. ¿Estaba ahí? ¿Había llegado?

Cuando lo vi, mi corazón se aceleró. Me estaba sonriendo. Fue como beber cinco tazas de café.

La profesora Nakamura me entregó un examen y me señaló un asiento vacío. Era al otro lado del salón de donde estaba Cage. Tal vez fuera lo mejor. No estaba seguro de poder mirarlo a los ojos después de todas las cosas que le había hecho en mis fantasías la noche anterior.

Mi cerebro se movía lento debido a la falta de sueño, así que, cuando terminó la clase, no estaba ni cerca de haber completado el examen. Mi plan era seguir respondiendo preguntas hasta que me dijeran que me detuviera. Mantenía un ojo en la profesora, así que vi a Cage entregar su examen y decirle algo. Luego, ella me miró, y Cage me volvió a guiñar un ojo mientras salía.

Cuando era el único que quedaba, la profesora Nakamura me dijo:

—Cage me ha comentado que te has quedado despierto hasta tarde para ayudarlo a estudiar, así que te daré veinte minutos más.

—Gracias, profesora —le dije, agradecido.

Los veinte minutos fueron apenas suficientes. Sin embargo, gracias a Cage, pude terminar. Ese tío me estaba generando algo de lo que no iba a poder regresar. Apenas podía esperar al día en que jugáramos flag football para verlo de nuevo. Era lo único en lo que podía pensar.

Cuando lo vi aparcar su camioneta y acercarse a mí en la entrada del parque, no pude evitar sonreír. Él también sonreía. Me encantaba la forma en que lo hacía. Casi compensaba los nervios que sentía por lo que iba a suceder a continuación.

—¿Estás listo? —me preguntó. Lucía confiado y hermoso.

—No.

—¿Estás nervioso?

—Petrificado, para ser más exacto.

—No tienes nada de qué preocuparte. Sé tú mismo. Si dices algo y luego te sientes incómodo, hazlo a un lado. Recuerda que el mundo no se va a acabar y que nadie es menos torpe que tú.

—Tengo serias dudas al respecto. Y tus compañeros de equipo me van a demoler. No sé si te has dado cuenta, pero no soy un tío grande.

—Todo es relativo —dijo Cage, con una sonrisa.

—¿A qué te refieres?