FURIOSO CHASE

Capítulo 1

Kat

 

Me preguntaba si tenía un superpoder para encontrar a los peores hombres o si, por el contrario, estar conmigo hacía que un tío bueno se convirtiera en una mierda. Tenía que ser yo, ¿verdad? Seguramente era mi culpa que los hombres se transformaran en la porquería que se acumula en el desagüe. Para empezar, ningún ser humano podía ser tan horrible.

Por ejemplo, nadie le haría perder la cabeza a una chica con flores, cenas elegantes y menciones constantes sobre cuánto la ama, para luego invitarla a unas vacaciones románticas en el Pacífico Sur y abandonarla ahí sin previo aviso ni una forma de volver a casa, ¿verdad? Ningún hombre haría eso. Y menos después de darle la impresión de que iba a proponerle matrimonio.

Solo un monstruo haría algo así. No podía creer que, luego de haber conocido un monstruo así, dijera: «¡Él! Es él. Con él quiero pasar el resto de mi vida». No. No podía creerlo.

Seguramente eran chicos fantásticos, dispuestos a darme todo lo que siempre había querido, y yo lo arruinaba. Mezclaba la crema exfoliante con el perfume equivocado, y eso los transformaba en el peor tipo de ser humano existente.

Tenía que ser eso, ¿no? Simplemente debía dejar de usar Curious, el perfume de Britney Spears. Podía hacer eso. Había tomado esa decisión una década atrás, y Britney no había sacado un buen álbum en años.

El problema era que haberme dado cuenta de eso no me ayudaba a salir de la situación en la que estaba. Porque ya había salido con esa porquería del desagüe. Ya había cruzado aguas internacionales con ella, y ya me había dejado varada en la isla más romántica del mundo sin dinero y sin una forma de volver a casa.

De todas formas, podía afirmar lo siguiente: si alguien iba a dejarme varada cruelmente en algún lugar, la isla Vomo, en Fiji, era el mejor lugar para hacerlo. La isla era tan pequeña que todos los bares estaban sobre la playa. La arena tenía el tono de blanco perfecto. El agua era una mezcla arremolinada de matices azulados. El paisaje era el de las islas volcánicas cercanas, cubiertas de un verde exuberante. Y, lo más importante, se podía cargar todas las bebidas a la habitación. Entonces, cuanto más bebía, más grande era el «vete a la mierda» para el novio que había reservado la habitación con su tarjeta de crédito.

Llevaba días sin poder decir una frase completa. ¿Había elegido estar así de borracha durante tanto tiempo? No. Pero las copas era tan baratas que habría tenido que ponerme el ron por vía intravenosa para hacerle algún efecto a la billetera de ese idiota. Sí, mi hígado estaba a dos Mai Tais de explotar, pero imaginarme la expresión de su rostro cuando viera la cuenta hacía que todo valiera la pena.

Para que no haya lugar a malas interpretaciones: toda esa bebida también tenía un lado práctico. No era una idiota total. Beber esas cantidades de alcohol me ayudaba a olvidar que estaba varada en una pequeña isla al otro lado del mundo sin forma de volver a casa. Me ayudaba a olvidar que era una fracasada y una gordita a la que nadie amaría jamás y que era incapaz de tomar buenas decisiones.

¿Había sido una buena decisión renunciar a mi trabajo porque no me daban los días de vacaciones para ir a Fiji con el hombre que creía que me iba a proponer matrimonio? Probablemente no. ¿Había sido una buena decisión hacer eso, sabiendo que mi cuenta bancaria estaba vacía y que mis tarjetas de crédito estaban al máximo por culpa de los regalos que le había estado comprando a ese idiota? Claramente no. Por eso, estaba bebiendo como una esponja. ¡Así es! Beber mi peso en ron especiado era, probablemente, la mejor decisión que había tomado en meses.

Y estaba segura de que, a partir de entonces, solo tomaría buenas decisiones. Por ejemplo, desde que mi novio se había marchado en medio de la noche, no había renunciado al trabajo para viajar por el mundo con nadie. ¡Joder! Ni siquiera me había enamorado de un completo extraño. Era como si fuera una persona nueva. Apenas me reconocía en el espejo… y no solo porque llevaba una semana viendo doble.

Pero ¿qué se podía hacer en esa isla olvidada? Sí, sí, el lugar era hermoso. De verdad. Pero nada cambiaba. Desde mi llegada a la isla, tres semanas atrás, todo estaba exactamente igual. El idiota y yo habíamos sido los únicos turistas desde que habíamos llegado. Los lugareños eran bastante amables, pero esa isla era su mundo. No teníamos mucho de qué hablar.

De modo que, en lugar de hablar, había estado bebiendo hasta quedarme ciega junto con los lugareños en el bar. Nada cambiaba. Durante semanas, cada día había sido igual al anterior. Por eso, me llamó la atención una voz desconocida que pedía una bebida en el bar:

—Sírveme lo que sea que te salga bien —dijo la voz, sacándome del estupor alcohólico en el que me contraba.

Se sentía genial volver a escuchar lo que suponía que era un acento estadounidense. Creía que nunca volvería a oírlo. Era alguien que venía del lugar al que estaba desesperada por regresar. Y más que eso: era un hombre. Por el sonido de su voz, era un hombre grande. Y, por la forma en la que sus palabras vibraron a través de sus labios, era un hombre sexy.

Levanté la cabeza e hice un esfuerzo para enfocar la vista. Me volví y miré hacia la barra. Lo único que podía ver era su espalda. Tenía hombros anchos y una cintura estrecha. Su cabello ondulado, corto y oscuro, parecía peinado en un salón elegante. Y la ropa que llevaba gritaba que tenía dinero para gastar.

Tal vez estaba loca, pero pensé que podía ser el hombre más sexy del mundo. Quizá era una exageración, sobre todo teniendo en cuenta que solo había visto su parte trasera… pero su parte trasera era increíble.

¿Y si todo lo que había pasado era para estar en ese lugar, en ese preciso momento, y conocerlo? Era una posibilidad, ¿verdad? A veces suceden ese tipo de cosas. Estás atravesando la peor experiencia de tu vida y, luego, cuando las cosas parecen estar en el peor momento, el hombre al que siempre has buscado aparece, y ambos viven felices para siempre.

¿Y si él era el hombre al que había estado buscando? ¿Y si ese era el momento que había estado esperando? Ya podía afirmar que era lo más sexy que había visto en mi vida. No necesitaba ver su rostro para saberlo. ¿Y si su rostro coincidía con el resto de su cuerpo? Sería el fin. Se terminarían las noches de dolor y soledad.

Observé al barman mientras le preparaba al extraño su trago. Esperaba que me mirara y me insinuara que ese hombre era el indicado para mí. En realidad, el barman no sabía ni mi nombre, pero tal vez tuviera una manera de saberlo. A veces, esas cosas simplemente se saben, ¿verdad? Al ver a dos personas, uno se da cuenta de que están destinadas a estar juntas.

Por desgracia, el barman no me dio ninguna pista. Por suerte, no hizo falta que lo hiciera. Luego de beber de su trago y mostrar su aprobación, el extraño se dio la vuelta en el taburete y me miró directamente.

¿He mencionado mi problema de la visión doble? Era un problema real porque, aunque él parecía estar mirando en mi dirección, yo no podía distinguir lo que tenía enfrente. Me daba cuenta de que no era un ogro. Sabía eso. Pero ¿era el príncipe azul? No pude saberlo hasta que se levantó de su asiento y cruzó el salón para hablarme.

—No hay mucho que hacer aquí, ¿verdad? —comentó, ofreciéndome una sonrisa encantadora.

—No. Esta noche no —dije, y recordé mis dificultades para hilar más de dos palabras.

—¿Te importa si me siento? —me preguntó, para mi sorpresa.

—Adelante —le dije, tratando de hacer foco.

Al principio no funcionó. Pero, cuando extendió la mano y dijo: «Hola, soy Ángel», vi todo con claridad.

Sí, era el hombre más hermoso que había visto en mi vida. El tío parecía uno de los hermanos Hemsworth. Y no el feo. Uno de los buenos.

Sus ojos de acero brillaron cuando sonrió. Tenía una apariencia robusta y pómulos pronunciados, además de manos grandes. Me encantaban las manos grandes por aquello que solían indicar sobre las otras partes del cuerpo de un hombre. Estaba completamente entregada a este tipo. Si él me quería, yo sería suya. No había forma de que pudiera conseguir uno mejor que él.

—Soy Kat —le dije, mientras su mano se tragaba la mía.

—¿Kat? ¿Cómo «gato» en inglés? ¿Es un apodo, o a tu madre no le gustaban los perros?

Reí a carcajadas.

Por si fuera poco, era gracioso. Realmente era el hombre al que había estado esperando toda mi vida. Y la forma en la que su fina camisa cubría su pecho me decía que tenía el cuerpo de un dios. Sí, Ángel definitivamente podía interpretar a Thor en una película. Estaba enamorada.

—Es el diminutivo de Katherine —le dije, recomponiéndome.

—Katherine. Siempre me ha gustado el nombre Katherine.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Porque todas las Katherine que he conocido eran hermosas.

Un momento, ¿estaba coqueteando conmigo? Realmente estaba sucediendo. Estaba conociendo al hombre de mis sueños. Tendría que coquetear yo también.

—Siempre me ha gustado el nombre Ángel —dije yo, sonriente.

Él me devolvió la sonrisa.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué?

Me quedé helada.

—Por… Los Ángeles.

¡Lo había logrado!

—Claro. Sí, a mi madre le gustaba la ciudad de Los Ángeles. Sin embargo, a mí siempre me ha gustado el nombre Demian. ¿Te gusta ese nombre para ponérselo a un niño? Demian… siempre me ha gustado.

¿Me estaba preguntando si quería tener hijos? Era una locura. Ángel no podía excitarme más. Tuve que juntar mis piernas y frotarlas para calmar la picazón que comenzó a apoderarse de mí.

Estaba preparada para comenzar con el tema de los niños de inmediato, y necesitaba dejárselo saber.

—Demian es un buen nombre —dije.

Nuevamente, lo había logrado.

—¿Te estás quedando en la isla? —me preguntó, dejándome claras sus intenciones.

—Sí, tengo una habitación —respondí, con el rostro en llamas.

—Acabo de llegar con mi barco. Estoy buscando un lugar para quedarme. ¿Cómo son las habitaciones del hotel donde te quedas?

—Son cabañas.

—¿Tienen vista al mar? Me gusta que tengan vista al mar.

—Sí… ¿Quieres verla?

Me derretía como mantequilla bajo el calor de su mirada. Hundió sus ojos en mí y me observó de arriba abajo. Si no hubiera estado tan borracha, me habría sentido cohibida y preocupada por lo que él estaba viendo, pero ese barco había zarpado cuarenta copas atrás. Entonces, en vez de avergonzarme, respiré hondo y eché los hombros hacia atrás para que tuviera una vista completa de las chicas. Estaba lista para follármelo ahí mismo, en la mesa, enfrente de todos. Mis pezones endurecidos y sin sujetador, que se marcaban a través de mi vestido, lo indicaban claramente.

—Llévame —dijo, y tuve el primer orgasmo de la noche.

Mientras Ángel no me quitaba sus ojos de encima, hice la tarea más difícil del día: ponerme de pie. En realidad, anhelaba que esa fuera la segunda tarea más difícil del día. Se entiende, ¿verdad? Pero, para llegar a la más difícil de todas, iba a tener que hacer la segunda más difícil, y la verdad es que no estaba en perfectas condiciones para caminar.

Sin embargo, no quería que se notara. No estaba dispuesta a que la primera impresión que le diera al hombre con el que pasaría el resto de mi vida fuera la de una chica que no podía caminar en línea recta. Si alguna vez me vi en la necesidad de pedir ayuda a Dios, fue en ese momento. Entonces lo hice, y obtuve pruebas de la existencia de Dios. Porque, como si fuera la primera bailarina del ballet, me levanté y crucé el salón con la gracia de un cisne.

Al alejarme del bar y llegar a la arena, las cosas se pusieron un poco más difíciles, pero Ángel estaba ahí para ayudarme. Mientras levantaba un brazo para equilibrarme, me tomó de la mano. Eso fue muy sexy. Mi coño estaba prácticamente en llamas. Si hubiera querido, podría haberme follado ahí mismo, en la playa, enfrente de todos. Pero no lo hizo, joder. En lugar de eso, lo guié a través del complejo hasta mi cabaña.

—¡Qué belleza! —dijo, mientras nos acercábamos.

Me volví hacia él. No estaba mirando la cabaña. Me estaba mirando a mí. Podría haberme follado ahí mismo, en la puerta de mi habitación. Y, aunque no había nadie alrededor, estaba dispuesta a ir a buscar algunos testigos. Me gustaba cuando había alguien mirando.

Al entrar en la habitación, no pude aguantar más. Cuando la puerta se cerró detrás de él, me di la vuelta, presioné mis tetas contra su torso y le ofrecí mis labios. Ángel no esperó: me sujetó y me besó con fuerza.

Sus labios eran fuertes y dominantes. Estaba muy cerca de él, y su aroma a brisa de mar me alcanzó. Olía a libertad y a aventura. Mi mente se alejó, perdida en las teorías sobre quién era él y en la vida que podríamos tener juntos. Y, cuando separó mis labios y su lengua entró en busca de la mía, me entregué y caí en sus brazos.

Como si no pesara nada, Ángel me levantó y me llevó hasta la cama. Me colocó en el centro y se subió sobre mí, a horcajadas. Me tomó de las muñecas y las juntó por encima de mi cabeza. Mientras me sujetaba así, con ambas manos, se inclinó y continuó besándome.

No soltó mis muñecas hasta que deslizó sus brazos hacia abajo para quitarme la blusa. Tumbada debajo de él, con el pecho desnudo, mi cuerpo ansiaba sus caricias. No tuve que pedirlas. Él envolvió una gran mano alrededor de uno de mis senos, y al fin obtuve lo que deseaba.

Ángel se deslizó por mi cuerpo y presionó sus labios contra mi pezón. El calor hizo que mis ojos se pusieran en blanco. Su poder iba más allá de cualquier cosa que el idiota de mi ex hubiera hecho alguna vez. Ángel controlaba mi cuerpo de una manera que me hacía entender que yo era exactamente lo que él quería.

Mientras él dibujaba círculos con la lengua en la parte rosa de mi pezón, mi mente estaba extasiada. Todo se sentía tan bien… La manera en la que me aferraba y presionaba su cuerpo contra el mío, el peso de su torso musculoso contra mi pecho… Quería que no terminara nunca. Así que, cuando soltó un pecho y sujetó el otro, me sumergí aún más en el placer.

Mientras acariciaba mi otro seno, mi pecho se elevó. Me costaba respirar. La manera en la que me estaba provocando me dejaba saber que ya había hecho esto antes. Mientras él pellizcaba mi duro pezón entre sus labios y luego entre sus dientes, mis dedos de los pies se tensaron y supe que no podría contenerme mucho más.

Entonces, la mano que tenía libre viajó más al sur. Me desabotonó los jeans y mis pantalones se abrieron enseguida. Entonces, abandonó mi pezón y fue besándome hasta alcanzar la parte baja de la cintura. Solo le tomó un segundo bajarme también las bragas y tener acceso a mi clítoris.

Mientras yo estaba perdida en todas esas sensaciones, él debió sacarme toda la ropa que me quedaba, porque mis piernas se separaron con facilidad. No lo había hecho yo, sino él. Tenía las manos debajo de mis muslos, dejando en claro lo que quería. Cuando tuvo acceso, enterró el rostro entre mis piernas y me llevó al éxtasis.

Su lengua, ligeramente áspera, penetró mi vulva hinchada como un ave aterrizando en su nido. Sabía dónde tenía que ir y qué debía hacer. Pasaba su carne húmeda sobre la mía, y ese contacto me volvía loca. Lentamente, comenzó a acelerar los movimientos. Y, cuando empezó a vibrar como un consolador, perdí el control y me corrí.

—¡Ahhhhhhhh! —gemí. Sin embargo, no se detuvo.

Aunque creía haber alcanzado el punto máximo, la sensación seguía creciendo. No podía respirar. Él siguió. Mientras lo hacía, metió uno de sus dedos en mi coño. Tenía algo a lo que agarrarme. Se sentía increíble. Pero, a medida que la frecuencia de mi respiración aumentaba, sentí que mis pulmones iban a explotar. Estaba a punto de morir cuando, por suerte, su lengua abandonó mi clítoris y le dio espacio para deslizar la cosa más grande que jamás había tenido dentro de mí.

Exploté en un orgasmo mientras su enorme polla asfixiaba mi coño. Necesitaba apretar la vagina para liberar la tensión, pero su diámetro me lo impedía. Recién cuando su pene tocó lo más profundo de mí, como una mano en un estrecho guante de cuero, pude relajarme. Él gimió, y los dos nos corrimos.

La sensación fue tan abrumadora que me desvanecí. Al menos, eso creo que fue lo que pasó. Recuerdo que mi cuerpo se retorcía sin cesar. Era como si estuviera teniendo convulsiones.

Mi cuerpo tardó varios minutos en relajarse. Finalmente, cuando pude moverme sin temblar, envolví mis brazos alrededor del hombre al que iba a amar por el resto de mi vida. Estaba a punto de declararle mi amor eterno, cuando me quedé dormida. Sin embargo, antes de sucumbir a los maravillosos sueños que vienen después del sexo, recé:

«Por favor, Dios, que esté aquí por la mañana. Si sigue aquí, te prometo que haberme acostado con un completo extraño apenas sabiendo su nombre será la última mala decisión que habré tomado en mi vida».

 

 

Capítulo 2

Kat

 

A la mañana siguiente, la mente de Kat abandonó lentamente la oscuridad e intentó concentrarse. Tumbada, con los ojos cerrados, pensó en lo mismo que había pensado todas las mañanas desde que su novio se había marchado: en por qué lo había hecho.

¿Ella era una persona tan mala? ¿Merecía ser abandonada de esa manera? ¿Había sido su culpa que él se fuera, o simplemente era un tío horrible?

Mientras que su cabeza se aferraba a la idea de que era su culpa, buscó una manera de cambiar ese pensamiento. Lo primero que le vino a la mente fue el alcohol. Bebería hasta olvidar. Después de todo, era lo que había estado haciendo los últimos días para escapar de su situación en una isla que no ofrecía ninguna otra alternativa.

Estaba a punto de abrir los ojos y correr hacia el bar, cuando sus pensamientos tropezaron con otra cosa. El día anterior no había sido igual a los demás. Algo había cambiado.

¿Qué había sido diferente? Intentó recordar.

Había un hombre. Algo había sucedido con un hombre. Era hermoso. Había sido como un sueño. Y el hombre la había acompañado a su cabaña. ¿Por qué? ¿Estaría ahí todavía?

El terror invadió a Kat, que abrió los ojos rápidamente. La abrumó el miedo de que el hombre hubiera sido real y de que la hubieran abandonado otra vez. La imagen que tenía ante ella era borrosa y demasiado brillante. Pero hizo un esfuerzo para mantener los ojos abiertos hasta que todo se aclaró y pudo enfocar la vista en algo.

Había algo tendido frente a ella en la cama. Fuera lo que fuera, era grande y de color claro. Entrecerró los ojos para que las líneas difusas se vieran mejor. Lo que apareció la asustó y la llenó de alegría en la misma medida. Había un hombre con los ojos cerrados, acostado a centímetros de ella. ¿Qué había hecho?

Incapaz de moverse, lo examinó. Su rostro bronceado y sus pómulos afilados estaban ligeramente cubiertos por mechones de cabello oscuros, ondulados y aclarados por el sol. No recordaba lo que había hecho con él, pero esperaba que hubiera sido mucho, porque era guapísimo.

«¡Buen trabajo!», se felicitó Kat, y entonces recordó algo de golpe. ¿No hablaba con acento estadounidense?

Nada le vino a la mente cuando intentó hacer hablar a la imagen que tenía delante. No podía escuchar su voz. Probablemente, porque no recordaba nada de él. ¿Dónde se habían conocido? ¿Cuánto tiempo habían hablado antes de terminar allí? ¿Habría tenido un orgasmo?

Cuando se preguntó eso, sonrió. Tenía una buena impresión con respecto a ese tema. Si habían tenido sexo, ella seguramente había tenido un orgasmo. Quizá hasta más de uno. En caso de que hubiese sido más de uno, habría sido la primera vez para ella. Si hubiese podido recordar algo de lo que había pasado, habría tenido un material perfecto para sus fantasías. Pero no podía recordar nada. Por primera vez, comprendió el aspecto negativo de la bebida.

Cuando el hombre frente a ella abrió los ojos de pronto, Kat se quedó helada. La estaba mirando fijamente. ¿Había estado tan borracho como ella? ¿Se sentiría decepcionado por lo que tenía enfrente?

Una gran sonrisa se dibujó en su bellísimo rostro.

—Buenos días… —dijo, en un tono grave que le hizo cosquillear la carne entre las piernas.

—Buenos días —respondió ella, y comenzó a sonreír. Entonces, sintió su propio aliento a alcohol. Los ojos de Kat se abrieron como platos, y se tapó la boca con una mano—. Disculpa —dijo, antes de saltar de la cama y correr al cuarto de baño.

Mientras lo hacía, dos cosas quedaron claras. Estaba completamente desnuda. Y seguía borracha. No estaba tan borracha como para perder el equilibrio, pero sí sentía el efecto del alcohol.

Cerró la puerta del cuarto de baño detrás de ella, corrió hacia el lavabo y encontró la botellita de enjuague bucal que le suministraba el servicio de limpieza. Hizo algunas gárgaras y, luego, se miró en el espejo. No había forma de negarlo: su aspecto era horrible. Tenía ojeras debajo de los ojos y su rostro estaba hinchado.

Pensó que esas eran las consecuencias de beber sin parar durante días. De ninguna manera dejaría que el hombre sexy que estaba en su cama la viera así. Pero tampoco quería que se marchara mientras ella estaba en el baño.

Kat se dio la vuelta, abrió un poco la puerta y acercó la boca a la apertura.

—Voy a ducharme y todo eso… ¿Puedes quedarte?

—No hay otro lugar en el que preferiría estar —dijo él, sonriente.

—¿En serio?

—Por supuesto.

—¡Ay! —dijo ella, mientras se le derretía el corazón—. Solo dame unos minutos, entonces. Enseguida vuelvo.

—Aquí estaré —dijo él, mientras ella cerraba la puerta y se preguntaba si todavía estaba soñando.

Fuera un sueño o no, había algunas cosas que había estado descuidando desde que el imbécil se había ido, y de las que tendría que hacerse cargo antes de que el chico de sus sueños desapareciera. Abrió la ducha y dejó caer el agua fría. Era un truco que había visto en una película. Los actores sumergían el rostro en agua fría para tensarlo y deshacerse de los signos de una noche de mucho alcohol. Ella lo necesitaba para todo su cuerpo.

Se metió bajo el agua helada y se quedó sin aliento. Una vez que se acostumbró, cogió la afeitadora que había abandonado mucho tiempo atrás. Le tomó un rato volver a estar presentable, así que tuvo mucho tiempo para pensar.

No había dudas de que el acento del tío era estadounidense. ¿Eso significaba que en algún momento volvería a casa? ¿Podía ser que él fuera su salvador? ¿Estaría dispuesto a pagar por una damisela en apuros?

No le gustó pensarlo en esos términos. Pero no podía fingir. Necesitaba ayuda. Y no había manera de conseguirla si no estaba dispuesta a pedirla.

Al mirarse otra vez en el espejo, encontró a alguien un poco más presentable que la persona a la que había visto un rato atrás. El agua fría también la había ayudado a recobrar la sobriedad. Eso era bueno y malo al mismo tiempo. La parte buena era obvia. Lo malo era que había vuelto a ser ella misma: la misma a la que ese capullo había sentido la necesidad de abandonar como una bolsa de basura.

No había forma de olvidarlo. Así que, incapaz de hacer frente a su cuerpo desnudo, tomó una toalla seca y se cubrió todo lo que pudo.

—¿Has vuelto? —preguntó el hombre desde la cama.

—Sí, me ha llevado un rato. Lo siento —respondió, dirigiéndose rápidamente hacia su maleta para encontrar algo de ropa.

—Oh, ¿nos vamos a vestir?

—No hace falta que lo hagas. Yo solo quiero ponerme algo encima —dijo ella, mientras olía cada prenda de vestir, sin encontrar nada limpio.

—Tenía ganas de repetir lo que hicimos anoche.

Kat se detuvo y se dio vuelta. Él tenía de nuevo su sonrisa amplia y radiante. ¿Era real? ¿Qué habían hecho anoche? Y, ¿qué significaba que lo hicieran de nuevo?

Ella había estado buscando en su cuerpo alguna señal de lo que había pasado. Más allá de su coño, que estaba muy contento, no había encontrado ninguna pista.

—Sí, ha estado muy bien, ¿no? —preguntó Kat, siguiéndole el juego—. Es solo que… de verdad necesito comer algo. Todavía me siento un poco mal por todo lo que he bebido.

—No hay problema, Kat. Iremos a comer algo —dijo él, mientras saltaba de la cama y revelaba su musculoso cuerpo desnudo.

¡Joder, era muy sexy! Y entonces comprendió por qué su coño estaba tan feliz. Ese hombre era digno de una exhibición. Y lo que exhibía era grande.

Cuando encontró su ropa interior y se la puso, solo entonces Kat pudo apartar la mirada. ¿Cómo era posible que alguien como él eligiera a alguien como ella? Y, por otro lado, ¿le había dicho su nombre? Eso significaba que habían conversado. Entonces, ¿él también le había dicho su nombre? Saber su nombre le habría sido muy útil a Kat en ese momento.

Kat se dio media vuelta de nuevo, seleccionó las prendas que más cercanas a estar limpias y se vistió bajo la toalla. Solo volvió a mirar al hombre cuando estuvo totalmente vestida. Con ropa, él mostraba otro tipo de sensualidad. El hombre era la perfección en persona, lo que planteaba la pregunta de qué hacía con ella.

—¿Lista? —preguntó, mientras cruzaba la habitación.

—Sí —respondió, comenzando a sentirse nerviosa.

Salieron de la habitación e ingresaron al predio abierto y cubierto de césped que había entre las cabañas. Siguieron por el camino de piedra, atravesaron la línea de palmeras y la cabaña donde funcionaba el bar, y llegaron al restaurante.

Mientras se sentaba, Kat intentó recordar la vez última había estado allí. Desde que el idiota se había ido, ella había elegido beber en vez de comer. Y, ahora que lo pensaba, unas cuantas cenas costosas habrían podido ser otra manera de hacer daño a la tarjeta de crédito de su ex.

—Entonces, ¿cuánto tiempo estarás aquí? —le preguntó el hombre sexy.

—Buena pregunta —dijo ella, sin saber cómo contestar.

—¿A qué te refieres? ¿No tienes planes de volver a casa? Supongo que eres estadounidense.

—Soy de Eau Claire.

—¿Eau Claire?

—Perdón. Es un pueblo a unas horas de Milwaukee —explicó Kat.

—¿Milwaukee? —preguntó, todavía desconcertado.

—En Wisconsin…

—¿Wisconsin? —volvió a preguntar.

Ella lo miró confundida.

—Es un estado de los Estados Unidos.

—¿Los Estados Unidos? —preguntó, con una mirada de confusión.

Ella lo observó, sin saber qué otra cosa decir. ¿Qué podía ser más amplio que eso?

—Un país del planeta Tierra…

—¿El planeta Tierra? —Se quedó desconcertado durante un instante más—. Estoy bromeando. Sé dónde está Wisconsin. Quiero decir, he oído hablar de Wisconsin. En realidad, no podría señalarlo en un mapa.

—Oh, gracias a Dios —soltó Kat, aliviada—. Estaba a punto de preguntarte de dónde eras y por qué no sabías dónde estaba la Tierra —dijo, con una risa ahogada.

—Estaba tratando de romper el hielo. Pareces un poco nerviosa por lo que pasó.

Kat lo miró fijo mientras se preguntaba qué debía hacer a continuación. No había tenido muchos encuentros sexuales de los que no se acordara, y tampoco sabía cómo transformar ese en una oportunidad para que la llevaran al otro lado del mundo

—Bien, necesito ser sincera contigo sobre algo —dijo finalmente.

—¿Qué?

—No recuerdo muy bien qué ha pasado anoche. Y eso me cabrea, porque parece que me lo pasé muy bien.

—Sí, te lo has pasado muy bien. Dos veces —dijo, con una sonrisa.

—Joder. Vale… Me gustaría confirmarlo. Pero no puedo. No puedo recordar lo que hicimos, de qué hablamos… Ni siquiera puedo recordar tu nombre.

—Vale —dijo, con una sonrisa divertida—, para empezar, llegué a la isla ayer. Mi primer destino fue el bar en el que nos conocimos.

—¡Nos conocimos en el bar! Por supuesto —dijo ella, uniendo los recuerdos.

—Sí. Pedí una copa, eché una mirada alrededor del lugar y te vi. Me estabas observando. Como me gustó lo que vi, me acerqué. Conversamos, aunque no mucho. Te pregunté cómo eran las cabañas en este hotel. Me ofreciste mostrarme la tuya. Acepté, y pasamos un buen rato.

—¿Dos veces?

—Dos veces —dijo él, con confianza.

—Está bien. ¿Y tu nombre?

Estiró la mano sobre la mesa.

—Ángel.

Ella la estrechó.

—Kat.

—Apodo de Katherine.

—Sí. Lo siento. Me da mucha vergüenza.

—Créeme, no has hecho nada por lo que tengas que sentir vergüenza.

—¿Estás seguro? Porque siento que sí.

—Como dije: nada de qué avergonzarte —repitió Ángel, con una chispa en los ojos.

Kat no sabía si creerle, pero oírlo decir eso la hizo sentir mejor.

—De lo que no hablamos fue de por qué estás en la isla sola. ¿Unas vacaciones solitarias?

—No comenzó así —explicó Kat.

—Ah. ¿Tu compañero de viaje ha tenido que marcharse?

—Sí. Algo así.

—Y ahora estás aquí por tu cuenta.

—Desafortunadamente.

Kat vio que ese era el momento para mencionar la otra cuestión. Si iba a pedirle que la ayudara a volver a casa, no habría un momento mejor que ese.

Pero, antes de que pudiera hacerlo, Ángel se puso serio.

—¿Alguna vez has tenido la sensación de haber conocido a la persona indicada en el momento preciso?

Kat hizo una pausa.

—De hecho, sí. ¿Por qué me preguntas eso tú?

—Porque recientemente me encontré en una situación inesperada. Y resulta que… alguien exactamente como tú podría serme de gran ayuda en este momento.

Kat observó a Ángel en silencio. Estaba intrigada.

—¿Alguien exactamente como yo?

—Sí.

—¿Y cómo soy exactamente yo?

—Ya sabes, alguien sin compromisos. Alguien que viaja sin acompañante. Alguien que está disponible para divertirse un poco.

—Vale. ¿En qué clase de diversión estás pensando? ¿Te refieres a lo de anoche?

—Quizá. Pero no, no era eso a lo que me refería.

—Bueno, ¿entonces qué?

—Esto va a sonar algo extraño. Créeme, sé que lo es. Pero es que… hay una persona a la que le está costando trabajo dejar el pasado atrás.

—Ajá…

—Y… bueno, le dije algo así como que tenía una prometida.

—Ah, vale…

—Lo sé. No debería haberlo hecho, pero aquí estamos —dijo, y ofreció otra de sus encantadoras sonrisas.

—Aquí estamos.

—Entonces, ¿lo harás?

—¿Hacer qué?

—Fingir que eres la prometida que se supone que tengo… Sé que es un pedido muy poco común, y que nos acabamos de conocer… Pero, si lo hicieras, estaría en deuda contigo.

—¿De verdad?

—Sí, sin ninguna duda. Puedes preguntarle a cualquiera que me conozca y te dirá que yo cumplo con mi palabra.

Kat miró a Ángel fascinada. Después de haber tenido tanta mala suerte, ¿era posible que, por una vez, la fortuna estuviera de su lado? La vida se lo debía, sobre todo después de lo que le había pasado en el último tiempo… Pero, según su experiencia, la vida nunca era justa.

—Lo haré.

—¡¿Lo harás?! —exclamó Ángel, sorprendido.

—Sí. Con gusto. Y, hablando de deberme una, hay una cosa que necesito en la que creo que puedes ayudarme.

—¿Qué necesitas?

—Tengo que volver a casa.

—¿A Iowa?

—A Wisconsin.

—Cierto.

—Cuando mi compañero de vacaciones cambió de idea, se fue con los boletos de avión y todo el efectivo que teníamos para el viaje. Así que ahora estoy atrapada aquí.

Kat decidió que eso era lo más cercano a la verdad que podía decir sin mencionar las partes humillantes y las decisiones espantosas que había tomado. No había necesidad de darle a su nuevo prometido una primera impresión tan negativa.

—¡Qué horrible! —dijo Ángel, angustiado.

—Pues sí. Así es Patrick, bastante horrible.

—Lo siento mucho.

—Gracias.

—Estaré feliz de llevarte a casa. Podemos ir en mi barco hasta la isla principal. Desde ahí, solo hay que tomar unos pocos vuelos de conexión para llegar a la mítica tierra de Wisconsin. Estarás en casa en poco tiempo —dijo, sonriente.

—No puedo poner en palabras cuánto significa eso para mí. De verdad, ¡muchas gracias!

—Salvar damiselas en apuros es mi especialidad.

Kat miró al hombre increíblemente hermoso que había frente a ella. Se acababa de volver aún más sexy. La destrozaba el hecho de no poder recordar los momentos divertidos que habían pasado juntos. Pero, con un poco de suerte, tendría otra oportunidad. Joder, con bastante suerte, sus momentos juntos estaban apenas comenzando.

Le había pedido que fingiera ser su prometido para alejar a una exnovia que no lo podía superar. Y eso iba a requerir convencer a esa mujer de que ellos dos estaban juntos, ¿no? Tal vez tendrían que tomarse de la mano. A lo mejor hasta tendrían que compartir el mismo dormitorio. Con un poco de suerte, quizá necesitaran proferir algunos gritos apasionados en el momento justo para que se enterase.

Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que hiciera falta. Y, tal vez, entre tanto fingir, él podría darse cuenta de que había tropezado con algo real. Era una posibilidad remota, pero ¿y si pasaba?

En algún lugar de su cabeza, tenía una sensación molesta que le decía que todo aquello era demasiado bueno para ser verdad. Pero ¿lo era? Las coincidencias sucedían. A veces te arruinaban la vida. Y, otras veces, te ponían al hombre de tus sueños en tu regazo. Ella había experimentado un montón del primer tipo. Ya era hora de que experimentara alguna de las del segundo.

Y tenía sentido que hubiera una mujer a la que le estuviera costando dejar ir a un hombre como él. Ángel era prácticamente un modelo. No le habría sorprendido que fuera un actor famoso o algo así. El hombre era perfecto. Necesitar que alguien fingiera ser su prometida era algo que podía sucederles a los tipos como él, ¿verdad? Quiero decir, todo tenía sentido, ¿no?

 

 Después de un abundante desayuno con panqueques, waffles, tocino, salchichas y leche, Kat estaba más sobria de lo que había estado en mucho tiempo. Tenía que ponerse al día con muchos desayunos. Y, una vez que terminó, se sentía satisfecha.

A mitad de camino, se había dado cuenta de que debería haber sido un poco más delicada. Pero no pudo detenerse. Durante su dieta líquida, se había olvidado lo bien que sabía la comida. Miró a Ángel avergonzada, pero él la contemplaba divertido.

—Creo que se me fue de las manos —dijo, y lo hizo reír—. Quizá no deberías haber visto eso.

—Tenías hambre.

—Eso parece. Más de la que pensaba. Lo siento.

—No me pidas disculpas. Me ha gustado verte.

—Te ha gustado verme convertida en un cerdo.

—Me ha gustado verte siendo tú misma.

—No sé hasta qué punto estaba siendo yo misma. Me encantaría decir que no estaba siendo yo misma en ningún sentido. Pero creo que, un poco, era yo. Pero solo un poco.

—Bueno, me ha gustado. La idea de que las personas sean quienes realmente son es… podríamos decir que es refrescante.

Kat no estaba segura de qué pensar de esa declaración y, considerando el coma alimenticio que se había apoderado de ella, no tenía la energía mental para resolverlo.

—Creo que no puedo moverme —dijo, odiándose a sí misma.

—Puedes quedarte aquí y relajarte, si quieres. Tengo que ir a ocuparme de algunas cosas.

—No, puedo acompañarte —dijo Kat, con miedo de perderlo de vista.

—No te preocupes. Son cosas aburridas. Además, deberías preparar el equipaje. Estás a punto de irte a casa.

—¿Y lo tuyo? ¿No necesitabas que finja ser tu prometida?

—No te preocupes por eso. Vamos a organizar tus cosas primero. Necesito hacer un pequeño viaje antes de regresar a la isla principal. Regresaré mañana por la mañana. ¿Crees que estarás lista para entonces?

—Podría estarlo en quince minutos. Estoy más que lista para salir de aquí.

Ángel rio.

—Sí, no debe haber mucho para hacer en esta isla.

—Creo que, cuando me conociste, estaba haciendo lo único que se puede hacer.

—¿Te refieres a verte hermosa?

—Mmm… —dijo, sin poder ocultar lo bien que eso la hizo sentir.

Ángel era demasiado bueno para ser cierto. Realmente era el chico perfecto. No había forma de que pudiera resistirse a enamorarse de él. Y, por la forma en la que estaba hablando, parecía que él sentía lo mismo.

—Muy bien. Haré el equipaje. Y también tendré tiempo para despedirme de todos los amigos que he hecho aquí.

—¿Tienes amigos aquí?

—Claro. Están el barman, el tipo que siempre se sienta en la barra, la mujer de la recepción… Somos todos muy amigos.

Ángel volvió a reír.

—Haz eso, entonces. ¿Qué tal si nos encontramos en el muelle a las diez?

—¿De la mañana?

—¿Qué pasa? ¿Es demasiado temprano?

—Bueno, es un poco temprano… —bromeó Kat.

Ángel se puso serio de repente.

—No estoy seguro de que pueda ser más tarde.

—Estoy bromeando. A las diez de la mañana está bien. Era solo un chiste. Si se trata de irme de aquí, podría estar ahí a las seis de la mañana.

Ángel sonrió, aliviado.

—Ah, pensé que hablabas en serio. A las diez, entonces.

—Ningún problema. Estaré ahí a las diez.

Ángel se levantó y Kat se preguntó si iba a darle un beso de despedida. No lo hizo. ¿Qué quería decir eso? La noche anterior habían tenido relaciones sexuales dos veces… según le había dicho. ¿Acaso no habían traspasado la barrera de la intimidad?

Kat trató de no pensar demasiado en ello mientras recuperaba la fuerza para moverse. Había comido mucho. Entre eso y lo que parecía una resaca inminente, se sentía terriblemente mal. Había una parte de ella que se alegraba de que su nuevo prometido no tuviera que presenciar lo que podría suceder a continuación. Esa no era la forma de comenzar un matrimonio fingido. O una relación real, para el caso.

Después de una hora sentada, Kat se puso de pie y regresó arrastrándose a su habitación. Ambos se habían levantado tarde, y ella había estado en el restaurante durante mucho tiempo. Ya era hora de almorzar, pero no había forma de que comiera durante el resto del día. Por la manera en la que se sentía, no estaba segura de si volvería a comer alguna vez.

Volvió a entrar en el dormitorio, se dejó caer en la cama y miró a su alrededor. Ese había sido el último lugar donde había visto a su ex. Ni bien se fuera de la isla, Patrick se convertiría en un recuerdo. Eso le dolía mucho. Ella lo había amado de verdad. Pero, por lo que le había hecho, se merecía que lo mandara a la mierda.

¿Cómo podía un hombre hacerle eso a alguien? ¿Cómo podía irse y dejarla ahí para que se las arreglara por sí misma, sin dinero ni una manera de volver a casa? Era verdad que ella no había sido completamente sincera con él sobre su situación económica. Pero eso no justificaba que se hubiera ido con los boletos de avión, dejándola sola y sin forma de volver.

Eso había destruido aún más su frágil autoestima. Por suerte, despertarse junto a un hombre como Ángel había sido maravilloso. Ella realmente parecía gustarle. Y, en todos los sentidos, era el doble de hombre que Patrick. Eso tenía que significar algo.

Después de una corta siesta, Kat sintió una gran resaca. ¿Seguía borracha después del desayuno? No tenía que preguntar cuánto había bebido, porque lo sabía. Los mosquitos chocaban contra las paredes después de beber su sangre. Esa era la desintoxicación que necesitaba. Era el final que necesitaba para su relación y la mejor manera de empezar de cero. Después de pensar eso, Kat saltó de la cama y se instaló en su nueva residencia: al lado del inodoro.

 

Durante el resto del día, Kat purgó todo lo que tenía dentro de ella, incluidos sus sueños con el hombre que la había abandonado allí. A la mañana siguiente, no todo había desaparecido, pero, por primera vez en días, estaba lista para volver a ser una persona.

La partida de Patrick y los días de borrachera que habían seguido habían parecido un sueño. Lo único que sabía con certeza era que su ángel vendría a rescatarla, y que tenía que estar lista cuando él llegara.

—Mierda, son las nueve y media —dijo, recordando que solo tenía treinta minutos para hacer el equipaje y llegar al muelle.

Saltó de la cama, miró toda la habitación y puso manos a la obra. Necesitaba llenar rápidamente las tres maletas que había llevado.

—¿Qué tan borracha estaba cuando estuve con Ángel? —se preguntó cuando notó, por primera vez, lo desordenada que estaba la habitación.

Sus cosas estaban esparcidas por todas partes. Había ropa colgando del respaldo de la silla del escritorio. Más ropa se amontonaba sobre el escritorio y en el sillón. Y una cantidad vergonzosa de prendas estaban tiradas en el suelo.

¿Ángel había visto todo eso y aún así había querido acostarse con ella?

«¿Cuál es su problema?», se preguntó. ¿Acaso todo ese lío no debería haberle indicado que ella no estaba bien?

Mientras arrojaba cosas en la maleta, Kat se dio cuenta de algo. A lo mejor, Ángel le había dicho que se quedara ahí mientras él se ocupaba de algunas cosas para aprovechar y escapar. De ser así, Kat no podía culparlo. Era un desastre. La habitación del hotel era solo un reflejo de lo que pasaba dentro de ella.

Volvió a mirar el reloj y se dio cuenta de que se había pasado quince minutos pensando en todas las razones por las que él no volvería. Solo le quedaban otros quince minutos para prepararse por si él regresaba, de modo que tenía que tomar algunas decisiones rápidas.

Examinando la habitación, se preguntó algo que nunca antes se le había pasado por la cabeza: ¿necesitaba algo de todo eso? Para lo que se suponía que iban a ser unas vacaciones de dos semanas, había traído tres maletas grandes a punto de explotar. ¿Por qué?

¿Por qué había creído que necesitaría dos pares de tacones negros en un viaje a una isla que era más pequeña que su antiguo instituto? ¿Y por qué tenía dos pares de tacones negros que eran prácticamente iguales?

—No. No necesito nada de esto. Es ridículo. ¿En qué estaba pensando? No me voy a llevar todo esto —se dijo, sorprendida por su revelación—. De verdad, no lo voy a hacer.

Kat volvió a mirar toda la habitación. Vestidos de noche, cinco pares de zapatos, dos pares de sandalias, un secador de pelo, un vaporizador de ropa: toda la basura que había acumulado durante toda una vida de… ¿de qué? ¿Cómo había sido su vida? ¿Cuál había sido su trabajo? ¿Y por qué había estado tan dispuesta a dejarlo todo por un chico?

Kat no estaba segura de lo que le estaba pasando, pero recordó lo que tenía que hacer. Tenía que llegar al muelle para volver a su antigua vida. Pero ¿realmente deseaba volver a su antigua vida? No estaba segura. De lo que estaba segura era de que necesitaba salir de esa isla. Y la única forma de hacerlo era con la ayuda de Ángel.

Sí, era posible que Ángel hubiera decidido huir despavorido. Pero la única forma de saber si lo había hecho o no era estar en el muelle a las diez, tal y como lo habían planeado. De modo que arrojó en una bolsa de plástico un par de jeans, unas zapatillas, dos blusas, su cepillo de dientes y un cepillo para el cabello. Luego, se vistió con su traje de baño, unos pantalones cortos de jean, una blusa liviana, una sudadera y un par de sandalias.

Eso era todo. Estaba lista. No necesitaba nada más. Todo lo demás era parte de la vida desastrosa que estaba dejando atrás. Si Ángel aparecía, iba a comenzar una nueva vida. Quizás esa vida nueva sería junto a él. Esperaba que fuera junto a él. Pero no lo sabía, y había una sola forma de averiguarlo.

Cuando volvió a mirar el reloj, se dio cuenta de que ya era tarde.

—¡Mierda! —gritó, y salió corriendo hacia al vestíbulo del hotel.

Al acercarse, vio que su vieja amiga estaba allí; aquella a la que llamaba «la mujer de la recepción». Se dio cuenta de lo horrible que era que nunca le hubiera preguntado su nombre. A medida que se acercaba, notó que ni siquiera habría hecho falta preguntar. Llevaba una etiqueta con su nombre. Lo único que Kat debería haber hecho era mirarla. Kat la había considerado tan intrascendente que ni siquiera se había molestado en hacer eso.

—Buenos días, señorita Shure. ¿Cómo puedo ayudarla?

—Buenos días, Ella —dijo Kat, orgullosa de sí misma, pero avergonzada de llamarla por su nombre tanto tiempo después de verla por primera vez—. Puede que hoy me vaya de la isla, así que quería dejarle mi llave.

—¿Desea dejar la habitación? —dijo la robusta mujer de piel oscura, con su acento articulado, que parecía casi sudafricano.

—No. Quisiera que siga cobrando por la habitación a la tarjeta de crédito. Pero, si no me ve de nuevo, probablemente no vuelva.

Ella miró confundida a Kat.

—Vale…

Kat le entregó la llave.

—¡Ah! Y, si tienen que limpiar la habitación, ¿puede cargar a esa tarjeta una propina de cien dólares para el servicio de limpieza?

—Bien…

—Sí. Bueno, deséeme suerte —le dijo Kat, le entregó su llave y se dirigió al muelle.

Cuando Kat llegó al puerto, eran más de las diez. Ángel quizá estaría ahí esperándola, o quizá no. Mientras atravesaba rápidamente la estación del muelle con la bolsa plástica en la mano, su corazón se aceleró. ¿Estaría allí, o la isla estaba a punto de convertirse en su hogar para siempre? Mientras Kat pensaba en eso, su sensación de pánico aumentaba.

Al salir del pequeño edificio y enfrentarse a los muelles, apenas podía respirar. Ante ella, se extendían varias pasarelas de madera que flotaban sobre las aguas cristalinas. Había una docena de barcos amarrados a los muelles. Todos estaban abiertos y vacíos. No había nadie esperándola.

Mientras escaneaba el área en busca de Ángel, su corazón comenzó a latir todavía más fuerte. Quizás la estaba esperando en algún lugar cercano. Kat vio el taller de un mecánico de botes en el extremo izquierdo. Se dirigió hacia hacia él y encontró a una persona. Era un joven fiyiano con manchas de grasa en la cara.

—Disculpe, ¿ha visto llegar a alguien? Un hombre con buen cuerpo. Muy buen mozo, con una gran sonrisa. Con el aspecto de ser muy bueno en la cama… —El joven de veinte años se dio la vuelta y miró a Kat con extrañeza. Kat no estaba segura de por qué—. Probablemente en la última hora… —agregó Kat.

—No, señora. No ha llegado nadie en la última hora —dijo él, con su fuerte acento.

—¿Está seguro? Dijo que iba a estar aquí, y necesito que venga.

—No hay barcos nuevos en el muelle, señora.

Kat no estaba segura de qué la decepcionaba más, si el hecho de que Ángel no estuviera ahí o que, por primera vez, un chico guapo la llamara «señora». Decidió que, definitivamente, era que Ángel no estuviera allí.

—Está bien, gracias —dijo, mientras regresaba al pequeño vestíbulo del puerto.

El terror se apoderó de Kat cuando se dio cuenta de que Ángel no iba a aparecer. ¿Habría estado en sus planes hacerlo? Se sentó en una de las sillas contra la pared y rememoró sus encuentros con él.

No lo había inventado, ¿verdad? Estaba muy borracha cuando se habían conocido, y había seguido estando borracha hasta el momento en el que él se había ido. Tal vez la respuesta era que había fantaseado con que el hombre más hermoso del mundo la había recogido en un bar en medio de la nada y le había hecho el amor. Mientras pensaba en eso, todo parecía demasiado bueno para ser verdad.

Kat bajó la mirada hacia su bolsa de plástico y su cuerpo voluptuoso. Ya no se reconocía a sí misma. ¿Era la desesperada chica gorda que transformaba su vida entera porque un hombre le dedicaba un poco de atención? ¿O era otra persona, una persona completamente nueva?

Con la mente dando vueltas, apoyó los codos en las rodillas y hundió su rostro entre las manos. No podía soportarlo más. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas y su cuerpo comenzó a sacudirse. Estaba a punto de perder el control por completo, cuando escuchó algo a lo lejos.

Le tomó un momento darse cuenta de que debía levantar la mirada. Cuando lo hizo, miró hacia el horizonte a través de la puerta de vidrio, que estaba abierta. Algo se acercaba. Era una lancha, y la estaba conduciendo alguien que ella conocía.

Secándose las lágrimas del rostro, se incorporó. No sabía si era él, pero se dirigió a la punta del muelle para ver mejor.

A pesar de que estaba muy cerca del muelle, la lancha no aminoró la velocidad. Cuanto más se acercaba, más se preocupaba Kat. Cuando estaba a unos sesenta metros de distancia, Kat pensó en retroceder, pero ya era demasiado tarde. Iba a estrellarse contra el muelle.

Segura de que ese era su fin, se aferró a una columna. Cuando estaba a quince metros de distancia, el conductor puso marcha atrás velozmente y luego giró. Tras dar algunas vueltas, se detuvo abruptamente a medio metro del muelle.

La ola que provocó hizo que los otros barcos se golpearan entre sí. El agua salpicó por todas partes, incluso a Kat. Entre el ruido de los violentos chapoteos y el caos, escuchó:

—¡Rápido, Kat! ¡Sube!

Sin salir de su asombro, Kat miró a Ángel. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Se trataba de algún tipo de huida? ¿Lo perseguía la policía o la Guardia Costera?

—¡Date prisa, Kat! ¡Sube!

Cuando reaccionó, Kat acalló sus pensamientos e hizo lo que le decía. Corrió hacia el borde del muelle, pero se dio cuenta de que la lancha estaba demasiado lejos.

—¿Dónde está tu equipaje? —preguntó Ángel.

—Es este… —dijo Kat, con la bolsa en la mano.

—Arrójalo —ordenó Ángel.

Kat volvió a considerar todo durante un momento antes de lanzarle a ese extraño las únicas pertenencias que le importaban en su vida. El lanzamiento fue malo, pero Ángel atrapó la bolsa y la dejó a un lado.

—Ahora vas a tener que saltar tú —le exigió Ángel.

Kat observó la distancia entre ella y el muelle. Era más de un metro. No había forma de que alguien hiciera ese salto, y mucho menos una chica voluptuosa como ella.

—No puedo hacerlo.

—Sí que puedes.

—Necesito que te acerques —suplicó.

—No hay tiempo. Solo salta.

Kat estaba a punto de protestar de nuevo cuando él gritó:

—¡Salta!

Eso fue todo lo que hizo falta. Sin pensarlo, Kat dio un salto. Con sus manos extendidas hacia adelante, se sumergió, salpicando todo a su alrededor. Estaba demasiado lejos. Mientras tragaba agua y las olas producidas por la llegada de la lancha la alcanzaban, quiso gritarle que se lo había advertido, pero, en cambio, se le llenó la boca de agua.

Kat estaba segura de que no iba a sobrevivir. Agitaba los brazos, pero se estaba hundiendo. Estaba casi perdida en el mar cuando alguien la tomó del brazo y la llevó a la superficie.

—Hay escaleras. Sube por ahí.

Kat movió frente a ella el brazo que tenía fuera del agua. Golpeó un tubo y sintió una ola de dolor a través del cuerpo. Le había dolido, pero lo había encontrado.

Se sujetó de él, y Ángel tomó su otra mano y la llevó hasta un tubo de metal paralelo. Para estabilizarse mientras las olas amenazaban con sumergirla, Kat se aferró a los tubos y se incorporó.

Pataleó hasta que sus sandalias tocaron el peldaño inferior de la escalera. Se puso de pie, salió del agua y respiró hondo.

Ángel le pasó la mano por debajo del brazo y la ayudó. Luego de tropezar a lo largo de los tres metros de ancho que tenía la lancha, Kat se dejó caer en un asiento mullido. Aferró la bolsa entre sus brazos y se propuso averiguar dónde estaba.

¿Qué había hecho al subir a la lancha? ¿Qué estaba pasando? Antes de que pudiera darse cuenta, el motor aceleró y se marcharon.

La cálida brisa tropical soplaba contra ella. La proa de la embarcación se elevó en el aire. No creía que fuera a extrañar el paisaje que estaba abandonando. Se estaban alejando de la isla de Vomo, su hogar obligado durante las últimas semanas, y se dirigían hacia el mar abierto.

Estaba sentada en la parte trasera de la lancha, junto al motor, y solo podía oír un fuerte estruendo. Tal vez Ángel, que conducía de espaldas a ella, estaba explicándole lo que estaba pasando, pero ella no podía oírlo. Probablemente debería haber querido escuchar, pero sus tensos músculos le advirtieron que tal vez no le gustaría lo que él tenía para decir.

Cuanto más se adentraban en aguas abiertas, más se daba cuenta de que había cometido un grave error. ¿Qué sabía ella de su salvador? ¿Su nombre y lo bien que se veía desnudo? Eso era todo. ¿Era esa otra de sus pésimas decisiones? ¿Había alguna manera de que no tomara decisiones que arruinaran su vida?

Cuando ya era demasiado tarde para saltar por la borda y nadar de nuevo hacia la isla, Kat hizo lo mejor que se le ocurrió: se levantó y se puso de pie junto a Ángel, que estaba en el timón. Al verla acercarse, se volvió y la contempló.

—Estás empapada —dijo, mucho más concentrado en conducir que en mirarla.

—Sí, me caí al agua allá atrás.

Ángel le echó otra mirada confusa y luego relajó su semblante.

—Lamento no tener una toalla para ofrecerte.

—Yo también. ¿Puedo preguntarte qué está pasando?

Ángel miró a Kat y rápidamente evaluó su estado mental antes de volver la mirada hacia adelante.

—¿Recuerdas la situación por la que te pedí ayuda?

—¿Te refieres a que yo finja ser tu prometida?

—Sí.

—¿Qué pasa con eso?

—Me estás ayudando con eso ahora.

—¿Lo estoy haciendo? ¿Cómo? —preguntó, confundida.

Ángel la miró con una pizca de tristeza en los ojos. A Kat la tomó por sorpresa. Por un breve momento, pareció vulnerable y asustado. La mirada desapareció cuando él dirigió la mirada hacia algo que había detrás.

Kat se volteó, buscando aquello que parecía preocuparle tanto. ¿Estaba en la lancha? No, no podía ser. Él había dirigido la mirada algo más arriba. Sin embargo, lo único que había detrás del barco era el océano.

—No entiendo —dijo Kat al final.

—No te preocupes por eso. Siéntate. Pronto nos dirigiremos al continente. Pero primero tenemos que hacer un pequeño viaje. —Ángel forzó una sonrisa—. Ponte cómoda. Es un viaje hermoso. Lo disfrutarás más desde la parte delantera del barco.

Kat seguía sin estar segura de lo que estaba pasando, pero al menos ya no parecía que él estaba por arrojar su cadáver al océano. Cedió e hizo lo que él sugirió. Encontró un asiento acolchado delante del timón y se sentó, mirando hacia la parte delantera de la lancha. Cuando lo hizo, se dio cuenta de que no veía mucho. La punta del bote estaba demasiado alta.

Ángel debió darse cuenta también, porque redujo la velocidad. Kat miró hacia atrás para ver si había algún problema. Ángel le sonrió, fingiendo que todo estaba bien.

Kat volvió a mirar hacia adelante, justo a tiempo para ver algo que acababa de aparecer. Era una isla. A medida que se acercaban, se dio cuenta de que eran varias islas. Ángel no se había equivocado. La vista era hermosa.

El archipiélago parecía un espejismo en aquel deslumbrante mar azul. Sobre sus cabezas, el cielo parecía pintado con nubes esponjosas. El fresco olor del agua salada le trajo una tranquilidad que no había sentido desde su llegada a Fiji o, tal vez, en años.

Estaba a punto de llegar a la conclusión de que todo estaría bien cuando, de pronto, la lancha giró hacia un lado. En lugar de dirigirse directamente a la isla que estaba más cerca, Ángel comenzó a rodearla.

Kat miró hacia atrás en busca de una explicación. Ángel no le devolvió la mirada. Entonces, ella escrutó el océano, que se expandía detrás de él.

Fue entonces cuando la vio. Había una lancha detrás de ellos. No estaba ahí la última vez que había mirado, pero estaba ahí ahora.

¿Sería la persona de la que Ángel había tratado de escapar? ¿Sería la psicópata de su ex? ¿Ángel se había acercado al muelle de esa manera porque ella era peligrosa y por eso necesitaban huir rápido? ¿Ángel sabía que el barco estaba ahí atrás?

—Hay alguien detrás de nosotros —dijo Kat, esperando la reacción de Ángel. Nada—. ¿Es la persona que nos estaba siguiendo?

—¿Quién sabe? Descuida, estamos bien —dijo, actuando de manera muy diferente a la urgencia que había mostrado hacía solo unos minutos.

Incluso, ahora parecía más feliz. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Esa mujer era peligrosa o no? ¿Kat tenía que tener miedo o no?

Sin dejar de vigilar la embarcación, Ángel dejó que se acercara un poco antes de pisar el acelerador y levantar la punta de la lancha en el aire. No estaba segura, pero a Kat le pareció que el otro barco hacía lo mismo.

Bordearon rápidamente la primera gran isla y luego apareció una cadena de cayos. El agua que había a su alrededor era diferente: en lugar de tener ese tono azul oscuro, era más pálida. Eso solo podía significar que el agua se había vuelto menos profunda, ¿verdad?

Mientras pasaban entre las islas, la lancha que los seguía hacía lo mismo.

—Ella nos está siguiendo —le dijo Kat a Ángel, para asegurarse de que lo supiera.

—¿Qué?

—La lancha. Nos está siguiendo.

—Ah. Sí. Agárrate bien. No te preocupes. Los perderemos.

Durante la siguiente hora, Ángel hizo todo lo posible para perder a la lancha que iba detrás de ellos. Parecía una persecución de barcos en una película de James Bond. Su misterioso Bond entraba y salía de las calas y, por momentos, perdía de vista al villano antes de regresar al mar abierto, donde lo encontraba de nuevo.

—Es implacable —dijo Kat, perdida en la emoción.

—Implacable, pero no tan hábil —dijo Ángel, igual de arrogante que James Bond.

Casi como si estuviera presumiendo para Kat, Ángel aceleró todo lo que pudo. En lugar de asustarse, Kat se sintió excitada. Ángel sabía lo que estaba haciendo. Estaba segura de eso. Lo único que tenía que hacer era disfrutar del viaje.

Su primera impresión de él había sido correcta. Ese hombre era más ardiente que el infierno, y todo eso la estaba poniendo cachonda. Mirando de nuevo a Ángel, vio que él también se estaba divirtiendo. Cuando la sorprendió mirándolo, le guiñó un ojo. Ese era el hombre que había conocido en el bar. Ahora lo recordaba. Era encantador y sexy, con una nota de peligro.

—¿Crees que podrás perderla? —le preguntó Kat después de acercarse a él.

—Deberías sentarte.

—No te preocupes —dijo Kat, envalentonada con la confianza de él.

—Si insistes… No sé si puedo perderlos. Su lancha es más rápida que la nuestra. ¿Cómo te sentirías si acelero un poco esta cosa?

—Haz lo que tengas que hacer —dijo Kat con una sonrisa.

Definitivamente iba a tener sexo con Ángel de nuevo. Era todo demasiado excitante para no hacerlo. Quería que él la follara ahí mismo, en el barco. Si lo que quería era convencer a la loca de su ex de que la había olvidado, ¿había algo mejor que eso?

Se aferró a un asa de seguridad y deslizó la otra mano por el trasero de Ángel. Kat esperaba que eso lo inspirara. Cuando se volvió hacia ella con una sonrisa, le pareció que lo había logrado.

Con los ojos fijos en ella, se inclinó y la besó. Fue breve pero excitante. Y, cuando Ángel volvió su atención al océano, condujo con una furia que la hizo sentir un cosquilleo.

Ángel redujo la velocidad y esperó a que la lancha estuviera a unos doscientos metros de ellos. Cuando pasó, Ángel hizo girar el timón y apretó el acelerador. Un instante después, se estaban dirigiendo a la dirección opuesta. Pasaron rápidamente por al lado del otro barco, confundiendo a quien conducía.

Ser más astutos que ella hizo reír a Kat. Sin embargo, cuando pasaron por al lado de la lancha, había visto algo que la había confundido. Ella creía que quien los estaba siguiendo era la ex de Ángel, pero no era una mujer la que conducía. Se trataba de un hombre, y estaba solo.

¿Ángel había dicho que los perseguía su ex? Intentó recordar. Había dicho que esa era la manera en la que Kat lo ayudaría con su problema. Pero si no era su ex la que los perseguía, ¿quién era?

Pensó en el hombre que había visto cuando las lanchas se cruzaron. Ambas iban muy rápido, por lo que no había podido observar con detenimiento. El otro conductor la había mirado con sorpresa.

Recordó que el cabello rubio de él era lo suficientemente largo como para que tuviera mechones alborotados en el rostro. No tenía pinta de ser un asesino a sueldo. De hecho, si Kat hubiera tenido que describirlo, habría dicho que se parecía más a James Bond que Ángel… si James Bond fuera rubio.

¿Qué estaba sucediendo? Kat había creído saberlo, pero claramente no era así. Lo que sí sabía era que la maniobra de Ángel había funcionado. La maniobra no solo había confundido al perseguidor, sino que, mientras el otro conductor estaba demasiado ocupado redireccionando la lancha, Ángel había podido escapar ocultando la embarcación detrás de algunas de las islas más pequeñas. Acababa de abrir un camino hacia la libertad.

Kat miró detrás de ellos una y otra vez durante los siguientes diez minutos. La lancha no regresó.

—¿Crees que lo hemos perdido? —preguntó Kat.

—Puede que sí.

Kat volvió su atención hacia adelante. Se dirigían hacia aguas menos profundas, donde el azul se volvía más claro. Delante de ellos había dos islas. Una a la izquierda y otra a la derecha. Estaban cerca y parecían conectadas por una estrecha pasarela de arena. Parecía obra de la naturaleza y era lo más extraño que Kat había visto en su vida.

—¿A dónde vamos? —preguntó Kat.

—Justo ahí —dijo Ángel, con confianza.

—¿Entre las dos islas? ¿No es poco profundo?

—Eso parece. Pero podemos hacerlo. Y, una vez que crucemos por en medio, creo que podremos regresar al continente. Puedo enviarte en un avión a casa —dijo Ángel, sonriente.

Kat tenía sentimientos encontrados acerca de eso. Naturalmente, estar fuera de peligro era maravilloso… pero quería pasar más tiempo con él. ¿Por qué tenía que volver tan rápido a su hogar? Por nada. Nunca conocería a un hombre como él en Wisconsin. ¿De qué servía volver a su vida, si esa vida no valía la pena?

Kat salió de sus pensamientos cuando Ángel redujo la velocidad de la lancha y se dirigió al puente de arena. El espacio entre las islas tenía solo dos metros y medio de ancho y no parecía para nada profundo.

—¿Estás seguro de que podremos hacerlo? —le preguntó de nuevo. Ángel no respondió, sino que se inclinó hacia adelante y entrecerró los ojos—. Parece muy poco profundo —enfatizó Kat.

—¿Sabes qué? Tienes razón —coincidió Ángel finalmente.

En lugar de reducir la velocidad, Ángel accionó el acelerador y salieron disparados a toda velocidad, con la punta de la lancha en el aire.

Kat sabía lo que estaba intentando hacer. La pasarela de la arena no era muy ancha. Quería acumular suficiente impulso para saltar por encima. El problema era que no tenían mucho tiempo para ganar velocidad. Iban a chocar contra la pasarela de arena e iban a perder más tiempo que si daban la vuelta y comenzaban desde más atrás.

—Eh… ¿Ángel? —dijo Kat, mientras que se sujetaba fuertemente de los tubos de seguridad.

—No te preocupes —insistió Ángel.

—¿Ángel?

—Lo haremos. ¡Sujétate!

Mientras que la lancha cortaba el aire, el agua que había debajo pasó de ser azul a ser celeste y luego amarilla. Se había vuelto del color de la arena. Era menos profundo de lo que habían pensado. Cuando el casco de la lancha la golpeó, los dos salieron disparados. El impulso los había arrojado solo algunos metros hacia adelante.

Se detuvieron abruptamente en el centro del puente de arena. Y, por si eso fuera poco, la lancha cayó a un costado, como si estuviera sobre tierra firme.

Kat, que sin desearlo había soltado las manijas de seguridad, cayó de bruces sobre la zona con cojines en la proa de la lancha. Estaba rodando hacia un lado. Estiró las manos, colocó una entre dos de los cojines y se detuvo. Estaba desorientada y no estaba segura de lo que había sucedido.

—¿Estás bien? —le preguntó Ángel desde atrás.

Kat se recompuso y levantó lentamente la mirada. El bote estaba inclinado. Se había caído de costado. Miró a Ángel. Parecía tan confundido como ella.

—Creo que sí —respondió ella—. ¿Qué ha ocurrido?

—Creo que era un poco menos profundo de lo que pensaba.

—¡No me digas! ¿Qué hacemos?

Ángel la miró con una sonrisa divertida.

—Bajarnos y empujar…

—¿Estás hablando en serio?

—¿Tienes una mejor idea? —preguntó Ángel, divertido.

Kat no respondió. Arrastrándose hasta ponerse de pie, vio como Ángel saltaba por el borde de la lancha y aterrizaba con un golpe seco en vez de un chapoteo.

Kat se deslizó hacia un lado y pudo verlo mejor. Miraba perplejo la lancha.

—Ángel —dijo Kat, cuando vio a alguien caminando hacia ellos. Era un hombre mayor, rechoncho y quemado por el sol. Y lo más llamativo de todo era que estaba desnudo.

Ángel se volvió y captó la atención del hombre.

—¡Lo he visto todo! —gritó el hombre, mientras se acercaba lentamente—. Has pensado que, si acelerabas, ibas a poder pasarlo, ¿no?

—Ese era el plan —confirmó Ángel, sonriente.

—Es muy poco profundo, pero engaña —dijo el hombre, que parecía completamente cómodo teniendo una conversación desnudo—. No eres la primera persona a la que veo atascarse.

—¿Lo has oído, Kat? No somos los primeros a los que ve atascarse aquí —dijo Ángel, divertido—. ¿Y cómo han hecho los anteriores para salir?

—Esperaron a que subiera la marea.

—Muy bien —dijo Ángel, contento—. ¿Sabes cuándo es la marea alta?

—Fue hace una hora —confirmó el hombre desnudo.

—¿Hace una hora? ¿Entonces debemos esperar once horas para marcharnos de aquí?

—Eso parece.

Ángel miró a Kat y de nuevo al hombre.

—De acuerdo. ¿Puedes decirnos dónde estamos?

El hombre apuntó a la isla en el lado más alejado del barco.

—Esa isla es Wayasewa. La que está detrás de mí es Waya.

Ángel miró ambas islas.

—Supongo que hay un hotel en alguna parte de Waya.

—Lo hay. Uno bonito.

—¿Y un bar? —agregó Ángel.

—Uno muy bien provisto.

Ángel miró a Kat.

—Entonces creo que ya sé dónde pasaremos las próximas once horas —dijo Ángel, sonriendo—. ¿Qué te parece?

Ella no estaba lista para separarse de Ángel. Estaba dispuesta a acceder a cualquier cosa si eso implicaba permanecer un rato más junto a él. Y eso incluía convertir su hígado en una granada.

Además, había algo en la manera en que Ángel había conducido la lancha que la hacía pensar que la había atascado ahí a propósito. ¿Podría él haber tenido la misma idea, pasar otra noche juntos? A lo mejor él tampoco estaba listo para separarse de ella…

—¿Por qué no? Creo que una copa me vendría bien —dijo Kat, mientras buscaba su bolsa de plástico y lograba salir de la lancha por el costado.

¿Era verdad que una copa le vendría bien? No. En la última semana, Kat había bebido lo que una persona bebía durante toda una vida. Pero, si eso significaba conocer un poco más a Ángel, estaba dispuesta a hacerlo.

—¿Dónde está el hotel? —preguntó Ángel, que ya se dirigía hacia la playa.

—Hay un camino que conduce hasta un claro. Solo tenéis que seguir esa senda y llegaréis hasta allí.

Con Ángel a la cabeza, encontraron la senda en el palmeral, que los llevó al claro. Al fondo del claro había bancos de madera y estanques de piedra esculpidos. Una de las vistas desde los bancos eran las palmeras, que estaban a su izquierda. La otra vista era de un resort. Al borde de un acantilado, mirando al océano, había una hermosa construcción, inspirada en las villas de montaña.

—¡Guau! —exclamó Kat.

Había nacido en Wisconsin y nunca había salido de allí. Antes de que su ex le propusiera el viaje a Fiji, no había imaginado que existieran en la vida real lugares tan increíbles como ese.

—Es bonito —confirmó Ángel—. ¿Qué te parece? ¿Nos desnudamos y vamos hacia allí? —preguntó, riendo.

Como Ángel comenzó a caminar en dirección al lugar, Kat no pudo saber si estaba bromeando. ¿Por qué había dicho eso? ¿Eso significaba que el hombre desnudo que habían visto no era solo un tío aprovechando la playa inhóspita?

Cuando se le ocurrió eso, el corazón del Kat latió fuertemente. Estaba demasiado sobria para algo así. Por suerte, la risa de Ángel sugería que era solo una broma. Y, cuanto más pensaba en eso, más se daba cuenta de que los lugares así solo existían en las fantasías de los niños de catorce años, así que podía estar tranquila.

El resort estaba bastante más lejos de lo que parecía. Además, para llegar a él había que subir una colina. Les tomó media hora llegar, y la humedad no dejó que Kat olvidase que estaba en una isla tropical. Se sentía como si la hubieran sumergido en una sopa de guisantes.

—¿Puedo ayudaros? —les preguntó una mujer completamente vestida que estaba detrás del mostrador en el vestíbulo del hotel.

Ángel esbozó su sonrisa más encantadora y condujo a Kat al interior.

—Sí, ¿podría decirnos dónde está el bar?

—Se accede al bar por la puerta trasera de las habitaciones —dijo la mujer, que era muy guapa y estaba bronceada.

—¿Y si no tenemos una habitación?

—Lo siento, pero el ingreso al bar es exclusivo para huéspedes.

Ángel miró a Kat, frustrado. No esperó a que ella respondiera.

—Muy bien. Denos una habitación —dijo Ángel, sacando del bolsillo de sus pantalones cortos una tarjeta de crédito.

—Por supuesto —dijo la mujer, e hizo la transacción—. ¿Cuántas noches os quedáis?

—Solo una.

—Muy bien. Vuestra habitación es la 105. Aquí está la llave.

—Gracias —dijo Ángel, y se dispuso a retirarse.

—Una cosa más, señor.

—¿Qué pasa?

—Este es un resort naturista.

Ángel, divertido, se dio la vuelta para mirarla.

—¿Qué significa eso? —preguntó Kat.

Ángel miró a Kat.

—¿Conoces algo llamado «ropa opcional»?

El corazón de Kat dio un vuelco.

—Sí.

—Bueno, eso no aplica aquí.

La mujer volvió a hablar:

—No se permite usar ropa fuera de las habitaciones y de algunas áreas designadas.

—Supongo que el bar no es una de esas áreas —quiso saber Ángel.

—No, señor, no lo es.

El sonido de los latidos de su corazón, que retumbaban en sus oídos, no le permitió a Kat escuchar el resto de la conversación.

—¿Hay bebidas en el cuarto? —preguntó, a punto de entrar en pánico.

—Podrá encontrar bebidas alcohólicas en el minibar.

Kat no sabía si la selección de pequeñas botellitas de ron iba a ser suficiente, pero era un comienzo.

—He escogido un mal momento para dejar de beber —le dijo Kat a Ángel. Parecía algo aturdida.

Ángel rio. Esta vez fue Kat quien tomó la iniciativa.

Cuando ingresó a la hermosa habitación blanca, lo único que Kat vio fue el minibar. Se acercó a él con ímpetu y abrió la puerta.

—Sí, definitivamente esto no va a alcanzar —dijo, con la vista fija en las dos minúsculas botellas que tenía delante.

Ángel volvió a reír.

—Probablemente no lo llenan a propósito. Estamos en un resort nudista. No hay nada para ver si cada uno bebe en su habitación.

—He escogido la semana equivocada para dejar de tomar malas decisiones —dijo ella, antes de abrir las botellas y beber de ambas.

A Ángel todo le parecía muy divertido.

—Bueno, creo que ya nos hemos quedado sin alcohol. ¿Qué dices? ¿Estás lista para esto? —le preguntó, justo antes de quitarse la camisa y los shorts.

Kat miró fijo al hombre desnudo y hermoso que tenía delante. No podía creer lo sexy que era.

—¿No podemos quedarnos aquí y follar sin parar?

Ángel echó una carcajada.

—Suena increíble. Pero primero necesito un trago. ¿Vamos? —preguntó, con una mano extendida hacia Kat, invitándola a un destino sin ropa.

 

 

Capítulo 3

Kat

 

Kat miró fijamente al hermoso hombre desnudo que tenía enfrente y rezó para que el alcohol le hiciera efecto. ¿Por qué había dejado de beber? No lo recordaba. Lo único que sabía era que habría entregado su seno izquierdo a cambio de estar borracha en ese momento. Y la izquierda era la mejor de las dos… algo que todos en el resort estaban a punto de descubrir.

—¿Vamos, Kat? —volvió a decir Ángel.

—Por supuesto —dijo ella, intentando dejar de temblar.

Sin detenerse a pensarlo, Kat se dio la vuelta para desnudarse. Llevaba solo un bañador y algo encima, por lo que no iba a tomarle mucho tiempo. Enseguida, se dio cuenta de que no tenía sentido alargar el momento. No iba a adelgazar en un minuto, y él ya la había visto desnuda.

Lo único que podía cambiar era lo que Ángel pensaba de ella. Quería que él pensara que era una persona valiente. Y eso no iba a suceder si ella actuaba como una cobarde.

En verdad, Kat sabía que era una cobarde. Todo lo que había hecho por el idiota de su ex había sido motivado por el miedo a perderlo. Tenía tanto miedo de lo que dijera la gente sobre ella, una chica gorda que no encontraba el amor, que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para evitarlo.

Pero ya no quería ser esa mujer. Quería ser más fuerte. Aunque no sabía cómo hacerlo. ¿Cómo podía dejar de ser la persona que había sido toda la vida? No lo sabía.

De lo que sí estaba segura era de que, en ese momento, no tenía que verse como la chica cobarde que era. A pesar de saber lo que diría cualquier conocido, podía fingir que no le importaba. Tal vez no cambiaría quién era ella, pero cambiaría la manera en que Ángel la veía, y eso era algo.