HURACÁN LAINE

Capítulo 1

Jules

 

¿Conoces esa sensación, cuando estás haciendo todo bien, cuando estás siguiendo las reglas, cuando estás intentando ser una buena persona, y aun así la vida te da una patada en el trasero? Y no estoy hablando de un golpe amistoso en las posaderas, de esos que te animan a seguir adelante. Me refiero a cuando la vida realmente toma el impulso necesario para darte una buena patada.

Quizás no la ves venir. Quizás no te das cuenta de lo que está sucediendo hasta que estás boca abajo sobre un montón de estiércol… porque, en este escenario hipotético, te encuentras en una granja, por alguna extraña razón. Entiendes la idea. Simplemente estás intentando hacer tu mejor esfuerzo y vivir como todos te han dicho que debías hacerlo; pero la vida te ataca como un perro cachondo y rabioso… que también vive en la granja.

Bueno, esa era yo ese día, sentada en la oficina de mi gerente de asignación temporal. Bill era el tipo que se suponía que debía encontrarme trabajo. Y me había estado encontrando trabajo. ¿Lo suficiente como para salir adelante? Sí, apenas.

Honestamente, no podía culpar a Bill por estar donde estaba. Solo podía culpar a la vida misma. Había estado trabajando. Había recibido tareas, había llegado a tiempo y había estado haciendo lo que me habían pedido que hiciera.

Ahí, en los trabajos, era amistosa, pero no demasiado amistosa. Sonreía amablemente, incluso cuando la gente hacía chistes malos. Y no solo me aseguraba de aprender los nombres de todos, sino que los usaba casualmente al charlar, para demostrarles que me los sabía.

«Sí, Aiden, ese meme de Baby Yoda es muy divertido». «Sí, Brie, vi el meme de Baby Yoda; me lo mostró Aiden». «Sí, Pat, definitivamente sé quién es Baby Yoda y no solo digo que lo sé porque toda la oficina parece obsesionada con él y no quiero que me señalen como la extraña temporaria que nunca encontrará marido y probablemente morirá sola».

Bien… esto se tornó sombrío de pronto. Pero ya entiendes la idea. Soy una buena trabajadora temporaria. Sin embargo, por alguna razón, seguía trabajando en proyectos que se suponía que serían por dos o tres meses, y cuando iba por menos de la mitad, me llamaban a la oficina de Bill, como ese día, para decirme lo mismo de siempre:

—Jules, tengo malas noticias.

—No me digas, Bill.

—Lo lamento. Vamos a tener que reemplazarte.

—Pero ¿por qué? No lo entiendo. ¿He hecho algo mal?

—No has hecho nada mal.

—Entonces, ¿por qué me reemplazan?

—Es un asunto corporativo.

—¿Un asunto corporativo? ¿Qué significa eso? ¿Cómo puede ser mi trabajo temporario como coordinadora de facturas en una empresa de plásticos un asunto corporativo? —le pregunté a Bill, ya al borde del colapso.

Bill me miró y se encogió de hombros.

—No sé qué decir… Lo siento. Solo hago lo que me dicen. Pero te aseguro que no has hecho nada malo. Has sido una gran empleada en todos los sitios donde has trabajado. Les agradas a todos. Estoy seguro de que te encontraré algo nuevo muy pronto.

—Pero no lo entiendes… ¡Necesito este trabajo! Tengo… hipotecas y préstamos estudiantiles. He estado cuidando a mi madre y…

Dejé de hablar cuando recordé una de las reglas fundamentales del trabajo temporario: nadie quiere escuchar tus problemas. Todos tienen los suyos y, si quieres seguir trabajando, debes guardarte el drama para ti misma. Esas personas no son tus amigos. Son simplemente compañeros de trabajo poco apreciados que logran ignorar el vacío en sus vidas mediante una obsesión por los memes… ¿qué? ¿Demasiado sombrío de nuevo? De todos modos, entiendes mi punto.

—Bill, si puedes encontrarme algo lo antes posible, te lo agradecería mucho. Contaba con el dinero de este trabajo.

—Te lo prometo: tan pronto como llegue a mi escritorio algo que vaya bien con tu perfil, te llamaré. Te lo prometo —dijo Bill, sinceramente.

—Realmente lo agradecería —dije, intentando luchar contra el abismo de desesperación que amenazaba con consumirme.

Al levantarme para salir sentí que mi teléfono vibraba. Caminando hacia la puerta de la oficina, lo saqué del bolsillo. Tenía un mensaje de Bill. Sin abrirlo, me volví hacia él.

—¿Acabas de enviarme un mensaje?

—Sí, lo hice. Pareces realmente deprimida. Pensé en enviarte algo que siempre me hace sentir mejor.

Volví a mirar mi teléfono y abrí el mensaje. Era un meme de Baby Yoda. Tenía que averiguar de dónde era Baby Yoda. ¿Quizá de Juego de tronos?

Le agradecí a Bill con una sonrisa educada y tensa, y me fui. Mientras atravesaba aquella oficina de planta abierta, mientras miraba los rostros de los jóvenes ansiosos que se inscribían en la agencia Temporales Temporarios, no podía evitar pensar en cómo las cosas habían terminado tan mal. No se suponía que mi vida acabara así.

Me iba bien en Seattle. Tenía un trabajo. Tenía amigos. Tenía planes los sábados por la noche. Pero, entonces, mi madre se había enfermado y había tenido que regresar a casa, a Calabasas, California, una ciudad cuya principal exportación eran Kardashians. Sí, no era el lugar perfecto para estar en bancarrota y sin trabajo.

Lo bueno era que mi madre ya estaba mucho mejor. Era cáncer. Lo habían detectado temprano. Pero ya estaba en plena remisión, a punto de volver a la normalidad.

El lado negativo era que su tratamiento no solo había acabado con sus ahorros, sino que la había obligado a tomarse una licencia médica en su trabajo durante meses. Mi madre ganaba mucho dinero. Ella era… Quiero decir, es vicepresidenta en una exitosa compañía de entretenimiento. Era lo que le había permitido pagar por completo su hipoteca unos años atrás.

Pero pagar mi matrícula universitaria era lo que la había metido en la segunda hipoteca de su casa. Tampoco habría tenido problemas para pagarla también, de no haber sido por sus deudas médicas. Y, sí, tenía seguro.

Así que, como necesitaba de alguien que la cuidara, tuve que dejar mi trabajo en Seattle y mudarme con ella. Al comprender sus problemas financieros, había comenzado a buscar trabajo tan pronto como ella había empezado a sentirse mejor. No muy segura de si podría vivir en Calabasas por mucho tiempo, me presenté en Temporales Temporarios. Pero, con ellos continuamente serruchando el piso debajo de mí, no había podido ayudar a mi madre en absoluto. Corría el riesgo de perder su casa.

¿Conoces esa sensación de culpa que te arde en el estómago cuando tu madre ha debido tomar una segunda hipoteca para pagar tu educación, pero resulta que eres la peor hija del mundo porque ni siquiera puedes mantener un trabajo durante el tiempo suficiente para ayudarla, lo que luego te hace caer en una espiral descendente de desesperanza y tristeza? No, yo tampoco. Solo preguntaba porque le pasó a un amigo.

Mientras todos los aspectos de mi vida se desmoronaban a mi alrededor simultáneamente, hice lo que cada respetable ciudadano de Calabasas haría: me compré un café de seis dólares. ¿Podría haber encontrado un café más barato en algún otro lugar? Claro. Pero no se trataba del café. Se trataba de la experiencia de conseguirlo. Una suerte de gusto, un despilfarro por placer. Visto de ese modo, seis dólares no suenan tan mal, ¿verdad?

Sentada en el patio de aquella cafetería, frente a Temporales Temporarios, me quedé mirando el edificio de oficinas, preguntándome qué cojones se suponía que debía hacer a continuación. No podía seguir trabajando con ellos. ¿Me habían despedido por un «asunto corporativo»? ¿Qué significaba eso? ¿Era justo?

Si un día hubiera decidido no presentarme a cumplir con mi trabajo, me habrían puesto en su lista negra. Pero ellos podían quitarme el puesto a pesar de que, como había dicho Bill, a todo el mundo le caía bien y estaba haciendo un gran trabajo. ¿Por qué me estaba pasando todo eso?

Fue cuando las lágrimas comenzaron a abrirse camino en mis ojos que miré a mi alrededor y vi a alguien que realmente nunca habría esperado encontrarme ahí. Era un tipo al que conocía de la universidad. O al menos eso creía. La universidad había acabado hacía casi diez años. Y no era alguien que hubiera sido mi amigo, pero ciertamente lo había visto por el campus.

Ambos habíamos ido a una pequeña universidad del medio oeste. Lo suficientemente pequeña como para reconocer la cara de todos. ¿Cuáles eran las probabilidades de encontrarse con él en una cafetería, en mitad del día, en Calabasas?

Bien, esta es la parte difícil. Lo reconozco, pero no recuerdo su nombre. ¿Debería molestarme en iniciar una conversación? ¿Cuál sería el punto? Ni siquiera éramos amigos.

Por otro lado, no recordaba que fuera tan apuesto. Ciertamente, no era de los que usaban sudaderas en la universidad, pero la camisa a medida que tenía puesta ahora le quedaba como un pecado. Era el tipo de hombre que, de no haber estado tan preocupada por otras cosas, me habría hecho pensar en sexo. Eso hace que valga la pena intentar recordar un nombre olvidado, ¿no? Claro que sí. No es que mi vida pueda empeorar.

—Lo siento —dije, acaparando la atención del tipo guapo. Cuando me miró, vi que tenía una de esas miradas de acero que, de no haber estado tan preocupada por otras cosas, podría haber hecho temblar mi entrepierna—. ¿Te conozco?

El hombre apuesto dejó ver su hermosa sonrisa.

—No lo sé. ¿Tú me conoces a mí?

Lo dijo como si fuera famoso o algo así. ¡Un momento! ¿Realmente había ido a la universidad con él o simplemente lo reconocía de verlo en la televisión? ¡Maldita Calabasas!

—No, fuimos juntos a la universidad, ¿no es así? ¿Beloit College?

El hombre dejó caer su mandíbula al reconocer el nombre. Me miró fijo, claramente intentando descifrar qué estaba pasando. Le tomó un segundo, pero pronto su sonrisa regresó a su rostro.

—Espera, sí. Sí, te conozco. Solías vivir en… ¿cuál era ese dormitorio, el que estaba más cerca del gimnasio? Era nuestro último año —dijo, emocionado.

—Haven. Sí, era Haven. Era nuestro último año. Lo recuerdas bien —dije, sintiendo un rayo de esperanza al recordar una época en la que mi vida en la que tenía tantas posibilidades.

—Así es, Haven —repitió, con una sonrisa—. Laine —añadió, saludándome a dos mesas de distancia.

—Jules.

—Eso es, Jules —dijo, como si reconociera mi nombre.

Laine me miró por un momento con una sonrisa agradable e hizo un gesto como pidiéndome permiso para sentarse conmigo.

—Por favor —le dije, aceptando su compañía.

—Así que, Jules, ¿qué has estado haciendo? ¿Qué haces en Calabasas? ¿Vives aquí?

Esa era la parte difícil. ¿Qué se suponía que debía decirle? En situaciones de este tipo, ¿no se supone que uno debe presumir humildemente sobre las grandes cosas que están pasando en su vida? Entonces, ¿qué debía hacer yo? Podría haberle dicho que recientemente había encontrado diez dólares en un bolsillo de un pantalón, pero no quería hacerlo sentir tan envidioso.

—Honestamente, no mucho —decidí decirle, en lugar de eso—. Estuve en Seattle por un tiempo. Pero una situación familiar me trajo de vuelta aquí.

—¿Eres de por aquí? —me preguntó Laine, quien se veía más atractivo cada segundo.

—Sí. No de Calabasas, pero sí del sur de California.

—¿Dónde trabajas? ¿Qué haces?

Tenía que preguntarme eso, ¿no? Era una cosa de las que te preguntaban en Los Ángeles. No tenía la energía para lamerle el culo. Ya había sido un día largo, así que le dije la verdad.

—De hecho, no trabajo en ningún lugar.

—Oh, ¿estás casada?

Me eché a reír. Ni siquiera había salido con nadie desde que había regresado. Mis partes íntimas ya se habían presentado a exigir el paro.

—No. Es solo que he estado buscando algo temporal, porque no sé cuánto durará mi «situación familiar», y la agencia que me estaba consiguiendo los trabajos no hace las cosas bien —dije, decidiendo que era mejor culpar a la empresa de mi situación.

—Ah, está bien —respondió demostrando que su interés había disminuido rápidamente. ¡Hay que joderse con Los Ángeles!

—Pero, ¿qué hay de ti? ¿Qué has estado haciendo? Parece que te va bien.

Esto fue lo que hizo que volviera a prestarme atención. ¿Quién hubiera adivinado que a un tipo le gustaría hablar de sí mismo?

—De hecho, me va muy bien. Soy dueño de una empresa de inversión.

—¿De verdad? —le pregunté, comprendiendo entonces lo que quería decir con que le iba «muy bien».

—Sí. Después de la universidad, me mudé a Nueva York para trabajar para uno de los grandes bancos. Aposté contra el mercado justo antes de la gran caída y me llevé a casa una fortuna —dijo, con una sonrisa que valía un millón de dólares.

—Entonces, ¿cuando la economía se estaba desplomando…? —le pregunté.

—Yo estaba haciéndome rico.

—Ajá… —dije, mientras comenzaba a reflexionar sobre la ética en la forma en que ganaba su dinero.

—Pero no me confundas con esos banqueros idiotas que vendían en paquetes esas hipotecas tóxicas. Ese no era yo.

—No, simplemente te hiciste rico apostando a que los bancos quebrarían.

—De hecho, fue apostando a que eran demasiado grandes como para quebrar —dijo, con otra sonrisa.

Había pasado mucho tiempo desde que había pensado en aquellos años. Solo éramos recién graduados que entrábamos en un mercado laboral a punto de ser devastado. No era algo en lo que tuviera energía para pensar ahora.

—Entonces, ¿estás casado? —le pregunté, tratando de pasar a lo importante.

—No. Casado no —me dijo, rotundamente.

—¿Alguien especial en tu vida?

—Nop. Nada.

—¿Cómo puede ser? —le pregunté. Sonó como si estuviera coqueteando… porque lo estaba.

—¿Quién sabe? —dijo, con una sonrisa encantadora.

Sí, eso me dijo todo lo que necesitaba saber. No estaba casado porque no quería estarlo. Claramente, era del tipo a los que les gusta mantener sus opciones abiertas. Si ese día iba a terminar teniendo sexo, tendría que recordar eso. Si llegaba a ser el caso…

—Ya veo —le dije, devolviéndole la sonrisa.

—Es gracioso que me hayas preguntado sobre eso —dijo, como invitándome a indagar en el asunto.

—¿Por qué?

Laine se inclinó hacia atrás en su asiento y miró hacia otro lado.

—¿Alguna vez te has encontrado en una situación extraña, a la que no sabías cómo habías llegado?

—Laine, no tienes una idea con la frecuencia con la que me sucede. Vivo en ese estado.

Laine se rio.

—Entonces tal vez puedas sentirte identificada con mi problema. Voy a viajar a las Bahamas en una semana…

—No, no puedo sentirme identificada con tu problema —lo interrumpí. Se rio de nuevo.

—Voy a viajar en una semana para pasar unos días con un amigo.

—Suena bien.

—Sí, pero es probable que haya… exagerado al charlar con mi amigo.

—¿Qué le has dicho?

—Le dije que estoy saliendo con alguien y que esa persona viajaría conmigo.

—¿Por qué le dirías eso? —le pregunté, confundida.

—No lo sé. Es que es alguien que me hace sentir… Hay personas que siempre te hacen sentir mal contigo mismo, sin importar lo bien que te esté yendo. Él es una de esas personas.

Joder, ¿qué tan rico podía ser su amigo para que un exitoso banquero de inversiones se sintiera mal consigo mismo?

—Creo que tengo alguna idea sobre cómo se siente eso —le dije, sintiéndome genuinamente identificada.

—Sí, bueno, él es uno de esos. Y, para no parecer un perdedor total, tengo que encontrar a alguien que vaya conmigo y finja ser mi prometida.

—¿Tu prometida?

—Sí, lo sé —dijo, bajando la cabeza y frotándose las cejas con frustración.

—Tengo que admitir, Laine, que te has metido en un gran dilema. Entonces, ¿vas a decirle la verdad?

—Oh, Dios, no. No puedo hacerlo.

—¿Por qué no?

Laine se detuvo por un momento, mientras algo pasaba por su mente.

—Simplemente no puedo hacerlo.

—Entonces, ¿qué piensas hacer?

—Tengo que encontrar a alguien.

—Tienes que encontrar a alguien que viaje a las Bahamas contigo. Sí, buena suerte con eso —bromeé.

—No es tan fácil como crees —protestó.

—¿De verdad? ¿No puedes encontrar a alguien que viaje a las Bahamas contigo?

—No, no puedo.

—Me resulta difícil creer eso.

—Puedo demostrarlo —dijo Laine en tono confidencial.

—¿Cómo?

—Así. Jules, ¿te gustaría ir a las Bahamas conmigo y fingir ser mi prometida?

—Oh, me encantaría, pero no puedo. Tengo que trabajar.

—¡Lo ves! —dijo, triunfante.

—Vale, ya veo lo que quieres decir. Pero la única razón por la cual no puedo hacerlo es porque tengo que trabajar. Créeme, si no tuviera que trabajar, no lo dudaría. No puedo explicarte lo bien que me vendría un viaje a las Bahamas en este momento.

—¿Por qué? ¿Es por ese asunto familiar? —preguntó, con más seriedad.

—Es un problema de dinero. Realmente necesito trabajar en este momento. Quiero decir, no busco algo a largo plazo, pero realmente necesito el dinero.

¿Conoces esa sensación cuando un tipo superrico y superapuesto te mira fijamente con un centelleo en sus ojos que hace que quieras lanzarte sobre él como si fuera un cómo sofá tras un largo día de trabajo? Bueno, eso era lo que estaba sucediendo en ese momento.

—¿Por qué me miras así? —le pregunté.

—Lo único que te impide ayudarme es el dinero?

—Sí. No sé en qué mundo vives tú, pero en mi mundo es algo importante.

—Estoy seguro de que así es. Pero es algo que yo tengo —dijo él, comenzando a irradiar confianza.

No estaba segura de cómo sentirme al oír eso.

—¿Qué estás proponiendo?

—¿Cuánto te sacaría de tu «situación familiar»?

—¿Cuánto? Oh, no lo sé. Probablemente más de lo que tú tienes.

Laine inclinó su cabeza, incrédulo. ¡Dios! ¡Qué tipo engreído! ¿Cuánto dinero tenía? La situación de mi familia podía haber sido un problema millonario.

—Dime un número —dijo él, haciendo que me preguntara qué coño estaba sucediendo.

Enderezándome, miré a Laine nuevamente. ¿Cuánto me acordaba de él de la universidad? No mucho. Creía recordar que era algo altanero también en ese entonces. En realidad no había interactuado con él, pero estaba empezando a recordar amigas que sí. Si mal no recordaba, era un ligón.

Y ¿no tenía una amiga mía que lloró por él? ¿Había sido por Laine o por alguien más? Había sido hacía tanto tiempo… Es difícil recordar.

Fuera sobre quien fuese, habían pasado diez años. Las personas cambian. Las situaciones cambian. Lo que es más importante que todo eso, mi situación ha cambiado. Y aquí había un tipo que me preguntaba cuánto dinero necesitaba para salir del agujero en el que estoy. ¿Qué le digo?

Si su oferta era real, ciertamente no quería asustarlo diciendo un número demasiado alto. Al mismo tiempo, se está jactando de tener mucho dinero. ¿Por qué no debería, al menos, ser honesta?

—Doscientos mil dólares.

—¿Doscientos mil dólares? —preguntó con una amplia sonrisa.

—Sí. Hay gastos médicos involucrados y un préstamo estudiantil que…

—Trato hecho —me interrumpió.

—¿Qué? —le pregunté, segura de que lo había entendido mal.

—Dije que es un trato. Lo haré. Si vienes conmigo a las Bahamas y finges ser mi prometida, te pagaré doscientos mil dólares.

Me quedé pasmada. No había forma de que él no se diera cuenta. Me estaba mirando con una sonrisa arrogante en su rostro, y no sabía cómo me sentía al respecto. ¿En qué me había metido? Por alguna razón, me sentía como un ratón arrinconado por un gato.

Pero ¿por qué me sentía así? Laine no era un gato, era mi salvador. Ese número cubriría lo que mi madre había pedido prestado para que yo pudiera ir a la universidad. No borraría la deuda médica, pero saldaría la hipoteca y le daría un respiro hasta que pudiera volver al trabajo.

No era un millón de dólares, pero era el dinero para que no nos echaran de casa. Me permitiría volver a como eran las cosas antes de que se desatara el infierno. ¿Esto estaba pasando realmente?

—La mitad por adelantado —dije de repente.

—¿Qué? —respondió sorprendido.

—Necesitaría la mitad antes de que nos vayamos —le expliqué.

Me miró recobrando la seguridad en sí mismo.

—¿Y cómo sé que no tomarás el dinero y desaparecerás?

—¿Cómo sé que me pagarás al final? ¿Cómo sé, siquiera, que tienes esa cantidad de dinero?

Laine se rio como si fuera ridículo que sugiriera tal cosa. ¿Cuánto dinero tenía este tipo?

—Te diré algo —comenzó Laine mientras sacaba una tarjeta de su bolsillo—. Me encantaría que sigamos hablando sobre esto, pero tal vez ambos deberíamos investigar un poco al otro antes de comprometernos completamente. Aquí está mi tarjeta. Busca información sobre mí y avísame mañana. Si consigues una oferta mejor en el medio, lo entenderé. De lo contrario, estoy muy contento de haberme cruzado contigo, y te encantará mi isla privada.

Con eso, Laine empujó su tarjeta de presentación frente a mí, se levantó y se dirigió hacia el coche más caro que jamás había visto. Creo que era un Jaguar, pero era del tipo que requiere de un acento británico para pronunciarlo. No es que me gusten los coches, pero ese era muy bonito.

Después de escuchar el rugido del motor y de verlo alejarse, miré su tarjeta. Ponía: «Laine Toro, Inversiones Triada». Escribí eso en mi teléfono y su imagen fue lo primero que apareció. Resultó que no había exagerado. Era increíblemente rico.

Su compañía tenía cinco mil millones de dólares en activos bajo gestión. Estaba claro por qué se había reído cuando le sugerí que tal vez no tuviera el dinero. Si se le caía un billete de cien dólares, perdería más dinero si se agachaba a levantarlo.

¿Y dijo que tenía una isla privada en las Bahamas? ¿Podría todo esto ser real? ¿No tendría que haber algún tipo de trampa?

 

—¿Vas a tener que acostarte con él? —me preguntó mi madre, preocupada.

—¿Tener?

—Sí. ¿Te hará tener sexo con él?

—¿Hacerme? —le pregunté mientras sacaba mi teléfono y le mostraba una foto de él.

Mi madre miró en silencio la foto de Laine al tiempo que, sin dudas, sopesaba la moralidad de la prostitución en el caso de que se tratara del chico más sexy del mundo.

—Parece muy agradable —dijo mi madre que, claramente, obtuvo una descripción completa de su personalidad a partir de la foto sin camisa que le mostré—. Pero ¿qué sabes de él?

—Fuimos juntos a la universidad durante cuatro años.

—Entonces, ¿eran amigos?

—No. Pero me acuerdo de él. Conocía a varias de mis amigas. —Y, con eso, quería decir que se había acostado con ellas.

—¿Y ellas hablarían bien de él?

—Creo que sí. —Y, con eso, quería decir que afirmarían que era un canalla.

Pero no podía decirle eso a mi madre. Se preocuparía y me diría que no debería hacerlo. Pero tenía que hacerlo. Ella estaba atrasada varios meses en los pagos de la hipoteca. En cualquier momento podría llegar un aviso de desalojo. Necesitaba hacer esto.

Y, si terminaba acostándome con el soltero más atractivo y deseable del universo mientras lo hacía… bueno, supongo que era un sacrificio que estaba dispuesta a realizar. Mirad cómo me sacrifico por el equipo. Soy prácticamente una santa.

Debo admitir que la reputación que tenía en la universidad y la forma en que sonrió cuando le pregunté por qué no estaba casado me preocupaban un poco. Lo último que quería era involucrarme emocionalmente con alguien que era incapaz de corresponderme. Ya me pasó. Ya lo hice. Ya compré la camiseta… y después la quemé junto con el jersey de fútbol americano al que claramente amaba más que a mí. Larga historia.

Pero Laine no estaba pidiendo nada de eso. Él solo buscaba a alguien que fingiera ser su prometida por una semana o dos para impresionar a su amigo multimillonario. No me importa tirarme sobre él durante un par de semanas. Mientras me repita a mí misma que esto es un trabajo y que lo único que hago es fingir, no desarrollaré sentimientos.

No soy una de esas chicas que se enamoran del primer multimillonario ardiente que seguro ha cambiado mucho desde la universidad y ahora tiene una sonrisa que te hace querer lanzarte sobre él. No, yo no soy así. Y, la verdad, esas chicas me dan pena.

—Hola, ¿Laine? Soy Jules. Nos conocimos hoy en la cafetería. En realidad, nos conocimos en la universidad. Nos volvimos a encontrar en la cafetería… hoy… en Calabasas. —Tranquila, Jules.

Laine se rio.

—Sí, me acuerdo. ¿Has pensado en mi oferta?

—Lo pensé y… no. —Espera, ¿qué acabo de decir?

—¿Dijiste que no?

¿Acabo de decir que no?

—Sí, no —repetí, sin reconocer a la persona loca y autodestructiva que había tomado el control de mi boca—. Es una oferta muy generosa. Y definitivamente necesito el dinero. Quiero decir, lo necesito de verdad. Pero me parece demasiado raro.

—¿A qué te refieres? Es solo un tipo que no has visto en diez años que te ofrece doscientos mil dólares por fingir ser su prometida para impresionar a un amigo. ¿Qué tiene de raro eso?

—¿Es broma? Eso. Todo eso.

Laine se rio entre dientes al otro lado del teléfono.

—Escucha, lo entiendo. Es raro. Es todo raro. Y es por eso que me está costando tanto encontrar a alguien que lo haga. Lamento haberte molestado con esto. Que tengas una buena vida.

—Espera, ¿eso es todo? —dije; no me gustaba nada lo que acababa de pasar.

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir, ¿te vas a rendir?

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Laine, que sonaba un poco confundido.

—No lo sé. Podrías intentar convencerme de que no sería extraño —le dije, a pesar de que realmente sentía que no era necesario que lo hiciera.

Laine rio otra vez.

—Bueno. ¿Por qué crees que podría ser extraño?

—No lo sé. Es mucho dinero solo por fingir.

—Es lo que pediste.

—Sí, pero… es que… cuando dices que tengo que fingir ser tu prometida, ¿qué implica eso exactamente?

—¿Me estás preguntando si yo espero que te acuestes conmigo?

—Por supuesto que te estoy preguntando si esperas que me acueste contigo. ¿De qué otra cosa podría tratarse esto?

Laine rio entre dientes una vez más.

—Para que quede claro, no espero que tengas sexo conmigo. Lo que necesito es que le hagas creer a mi amigo que de verdad eres mi prometida. La simulación termina una vez que estemos solos en el dormitorio.

—Entonces, ¿vamos a compartir una habitación?

—Por supuesto. ¿Qué pareja comprometida no comparte el dormitorio?

—Y… habrá… ¿cómo lo digo?

—¿Dos camas?

—Sí. ¿Cómo vamos a dormir?

—Habrá una cama. Si lo prefieres, puedo dormir en el suelo. ¿Si yo duermo en el suelo sería menos extraño para ti?

—Bueno, sí, lo sería. Pero entonces estarías durmiendo en el suelo en tu propia isla privada. Eso sería raro de por sí.

—¿Qué te gustaría que hiciéramos, entonces?

—¿Qué tal si mantenemos el piso como una opción, pero vemos qué pasa? —le dije, en un intento de ser práctica.

—Me parece una solución razonable. ¿Hay algo más de lo que quieras hablar?

—No, creo que eso es todo.

—Entonces, ¿significa que lo harás? —preguntó Laine de forma casual.

—Creo que sí… Sí, claro, lo haré.

—¿Y estás de acuerdo con que te pague después?

Pensé de nuevo en esa parte.

—Bueno, investigué un poco sobre ti. Pareces estar bien parado.

—Entonces, ¿eso también es un sí?

—Sí, claro —dije, sin reconocer a la loca que, una vez más, había tomado el control de mi boca.

—Excelente.

—Tengo solo otra pregunta.

—¿Cuál?

—¿Por qué en los artículos te llaman «Huracán Laine»?

Laine se rio.

—Tiene que ver con una compra que hice hace algunos años. A veces, cuando tomas el control de una empresa, tienes que sacudir las cosas. Yo las sacudí y terminé despeinando algunas cabezas. Desde entonces, la prensa me llama así. No lo sé, me gusta un poco. Me hace sonar emocionante. ¿No crees?

—Definitivamente —le dije, en respuesta a su explicación perfectamente razonable.

—¿Algo más?

—Sí, una cosa más. ¿Por cuánto tiempo estaremos allí?

—No lo sé. Pero te diría que planifiques como para estar allí tres semanas. En realidad, que sea un mes. Puede terminar siendo solo una semana. Va a depender de cómo vayan las cosas con mi amigo.

—¿Qué quieres decir?

—Nada, planifica para un mes. Si es más corto, es más corto.

—Bueno. ¿Y cuándo partimos?

—De hecho, hablé con mi amigo hoy. ¿Puedes salir en tres días?

—¿Tres días? Pensé que habías dicho que nos iríamos en una semana o más…

—Sí, eso dije. Pero las cosas avanzan rápido. ¿Puedes hacerlo?

—Eh… sí. Claro, puedo hacerlo.

—Muy bien. Mi asistente te enviará el itinerario. Gracias por hacer esto por mí. Me estás ayudando mucho.

—Y tú me estás ayudando mucho a mí. Es un placer hacer negocios contigo.

—Sí, es un placer —dijo, permitiendo que su sonrisa sexy se percibiera a través del teléfono.

Al colgar, me sentía mucho mejor por todo. Era evidente que había cambiado desde la universidad. Este no podía ser el mismo hombre por el que mis amigas lloraban en mi hombro. O, tal vez, las cosas que habían pasado en ese entonces no habían sido, en realidad, culpa de él.

Debo admitir que yo era un poco más salvaje en esa época. Nada muy fuera de lo común. Pero todas mis amigas eran unas puñeteras dementes. Eran divertidas y yo las amaba, pero su modelo a seguir era una cantante que había incendiado la casa de su novio. Parecía razonable en ese momento, pero al mirar hacia atrás… ¡ay!

Entonces, tal vez Laine no es tan malo como lo recuerdo. Tal vez solo tenía una mala reputación. Además, incluso si no era el mejor chico en ese entonces, ¿quién estaba en su mejor momento en la universidad? De seguro, yo no. Todos somos personas diferentes ahora. Todos nos merecemos un nuevo comienzo. Y, con el dinero que ganaré por este trabajo, podré comprarme uno.

Con mi partida en tres días, había muchas cosas que tenía que hacer. Lo bueno era que, además de los doscientos mil dólares, Laine me iba a dar lo que yo llamé «el dinero que le corresponde a la novia de un multimillonario». Eran dos mil dólares para transformarme en alguien que luciera como una persona que sale con un multimillonario. Manicura, peluquería, depilación; ya sabes, lo normal. Luego, estaba mi guardarropa.

Fui de compras a Beverly Hills para interpretar realmente el papel. Había un bikini que costaba ochocientos dólares. ¡Ochocientos dólares! Así que me fui a una pequeña boutique francesa llamada Targét. Compré cuatro trajes de baño y unos bocadillos por menos de doscientos dólares. Así es, ¡doscientos dólares! Venid a mí… Creo que es algo que dice la gente.

El día antes de partir me enviaron nuestra historia. Aparentemente, nos habíamos conocido hacía solo cuatro meses. Había sido amor a primera vista, claro. La semana anterior, me había llevado a París y me había pedido casamiento. Nuestro compromiso imaginario fue muy romántico. Sin embargo, qué decir sobre el jetlag imaginario… Fue horrible.

No había visto ni hablado con Laine en los tres días previos al viaje, así que esperaba que estuviera en el auto que envió a recogerme. No estaba. Entonces, esperé verlo en el mostrador del check in. Tampoco estaba allí. De hecho, ni siquiera lo vi en el vuelo a Florida. Debo decir que, si esto era una indicación de cómo iba a ser nuestro matrimonio imaginario, este compromiso fingido no iba a durar.

Recién cuando estaba a punto de abordar el vuelo a Bimini, nerviosa, recibí un mensaje de texto de él. Decía: «Hola, cariño, no puedo esperar a verte en el aeropuerto. Te va a encantar la isla».

El mensaje me tranquilizó. No estaba en una versión nueva del programa de televisión Sobrevivientes en la que un multimillonario llevaba mujeres desprevenidas a una isla tropical donde tenían que luchar entre ellas por comida y doscientos mil dólares. No digo que no lo haría… y ganaría. Es decir, acababa de hacerme las uñas… así que ¡vengan, zorras!

Cuando nos acercábamos a la isla, miré hacia el agua. Nunca antes había estado en las Bahamas. Había visto fotos, pero no me habían preparado para esto. Era hermoso. No sabía que este tono de azul existiera. Y cuanto más nos acercábamos a la isla más segura estaba de que podía ver peces nadando en el agua cristalina.

Eso significaba que los peces tenían que ser de un tamaño con el que no me sentiría cómoda para nadar. Y que, tal vez, mi bikini no tocaría el océano. Pero la vista por sí sola era hermosa.

Aterrizamos en la pista, que era muy corta, y me alegré mucho de estar de nuevo en tierra firme Cuando se abrió la puerta del avión, me sorprendió el calor que hacía. Creo que era menos el calor que la humedad, pero igual fue impactante. Empecé a sudar de inmediato, lo que no era bueno para mi aspecto.

Mientras cruzaba la pista y entraba al pequeño aeropuerto, seguía esperando ver a Laine. Todo esto era nuevo para mí. A excepción de mi compromiso imaginario, ni siquiera había salido del país. No estaba segura de lo que se suponía que debía hacer. De cualquier manera, el lugar no era muy grande, así que no había muchos sitios a los que ir… pero aun así.

Seguí a la persona que estaba delante de mí y crucé la pista hacia un pequeño edificio. No hubo mucha ceremonia. Vamos a ver, ¿es que nadie sabía quién era mi prometido? Él podría estar interesado en comprar todo ese lugar. No quería fingir ser ese tipo de persona. Pero hubiera sido bueno si, al cruzar el aeropuerto, no me hubieran hecho sentir como el protagonista masculino de la típica comedia: despistado y con aspiraciones demasiado altas.

—¡Jules, cariño, has llegado! —escuché que decía una voz familiar.

Miré a mi alrededor mientras salía del otro lado del pequeño edificio y lo vi. Laine ya no vestía como un poderoso con estilo. Estaba vestido como un tipo en un yate en un comercial de perfume. Llevaba una camisa de lino holgada y con pantalones cortos, ambos de color blanco, con sandalias de cuero marrón claro. Joder, se veía bien.

De inmediato, dejé caer mis maletas, corrí hacia él, lo abracé y le di un beso. Fui juguetona y sexy. Una vez vi a Julia Roberts hacer eso en una película.

—Laine, querido mío, estoy deleitada de verte —dije, con un acento británico perfecto.

Laine me miró como si estuviera cuestionando la elección de mi personaje y luego hizo un gesto con la mano hacia la persona que estaba a su lado.

—Jules, me gustaría presentarte a Reed. De hecho, Reed fue a la universidad con nosotros.

Me volví hacia el hombre sorprendido que estaba al lado de Laine y me quedé helada. Era mucho más que un compañero de la universidad. Yo conocía a Reed. Lo conocía mucho más de lo que conocía a Laine. De hecho, él y yo habíamos tenido una historia… una historia larga y complicada.

¿Era una coincidencia? ¿No sabía Laine que Reed y yo nos conocíamos en ese entonces? Tenía que ser una coincidencia… ¿no?

 

 

Capítulo 2

Reed

 

No hay forma de que esto sea una coincidencia. Hace tres días, Laine me llamó y me dijo que debía dejar todo porque había alguien a quien tenía que conocer. Le pregunté quién era, y me dijo que era su prometida.

¿Laine Toro estaba comprometido? De ninguna manera. No, no. Laine devora a las mujeres como si fueran caramelos. No las ve como personas. Para él, son solo montañas en las que hacer cumbre. Y se lo dije.

Pero me dijo que esta era diferente. Que era especial y que lo había cambiado. Me dijo que ella lo había convertido en una persona nueva. Y ahora descubro que la mujer con la que se casará es la misma mujer de la que yo estaba perdidamente enamorado en la universidad. En ningún universo era una coincidencia.

—Reed, me gustaría presentarte a Jules, mi prometida —dijo Laine casualmente, como si yo no supiera quién era.

—No, ya nos conocemos, Laine —dije, todavía recuperándome de la sorpresa—. Quiero decir, nos conocemos, ¿verdad? —le pregunté a Jules, de repente inundado por recuerdos de nuestro complicado pasado.

—Sí, definitivamente nos conocemos —aclaró Jules.

—Ah, espera. Así es. Os conocéis. ¡Es verdad! —dijo Laine, como si estuviera recordando todo—. Qué pequeño es el mundo, ¿no? —continuó, al tiempo que mostraba una de sus fastidiosas sonrisas y pasaba los brazos alrededor de los hombros de Jules—. ¿Estuvo bien el vuelo, cariño? No tengo que comprar la aerolínea para ti, ¿verdad?

—Oh, es gracioso que digas eso —dijo Jules mientras volvía a mirar a Laine.

—¿Por qué? —preguntó él.

Jules sonrió.

—Por nada, solo es gracioso. Bueno, Reed, ¿cómo has estado? Ha pasado mucho tiempo. No hemos hablado desde el día de la graduación.

—¿Lo recuerdas? —le pregunté, sorprendido de que recordara algo tan olvidable.

—Por supuesto. Te habías puesto todos esos lunares en la toga. Siempre me pregunté… ¿cómo lo hiciste? ¿Usaste grapas?

—¡Sí! —respondí, asombrado de que se acordara algo tan minúsculo—. Eran grapas. Había pasado toda la noche dando vueltas con… de hecho, con tu prometido.

—Lo recuerdo —dijo Laine y estrechó a Jules con más fuerza—. Tenías que agregar esos lunares. No podías graduarte sin los lunares.

Mientras Laine hablaba de eso, me acordé de esa noche.

—Forzaste ese armario en la sala de ciencias para conseguir grapas, ¿no?

—Estabas amenazando con no subir si no tenías tus lunares. ¿Qué otra cosa podía hacer? —me recordó Laine.

—Es verdad —dije. Había olvidado por completo que Laine podía tener un lado dulce.

—Bueno, tendremos mucho tiempo para recordar cuando lleguemos a la isla. Reed, no te importaría cargar las maletas de Jules, ¿verdad? Jules, ¿esto es todo lo que trajiste?

—Sabes que me gusta viajar con poco equipaje…

—Sí, claro, cariño. Y esa es una de las cosas que me encantan de ti —dijo Laine, antes de tocar la nariz de Jules con la suya y darle un beso.

Viéndolos a los dos, no estaba seguro de qué estaba pasando, pero estaba seguro de que no me gustaba. Esto no podía ser una coincidencia. Y no había forma de que Laine hubiera olvidado lo que sentía por ella.

No podía contar la cantidad de veces que le había hablado de ella en esa época. Recordaba una vez en la que habíamos hablado sobre ella hasta el amanecer. Supongo que era más que nada yo el que hablaba pero, aun así, él no podía haberlo olvidado.

—Entonces, ¿cómo os conocisteis? —les pregunté mientras los llevaba a mi casa.

—¿Laine no te contó? —me preguntó Jules desde la parte trasera del carro de golf.

—No. De hecho, Laine no me ha contado nada sobre vosotros.

—Qué mal, Laine. Déjame contarle, querido.

—Es todo tuyo, cariño.

—Ambos estábamos en Calabasas…

—Tengo una casa allí —dijo Laine con aire de suficiencia.

—La tiene. Y, hace poco, yo volví para cuidar a mi madre.

—Oh, ¿qué le pasaba a tu madre? —le pregunté, preocupado.

—Tratamiento contra el cáncer. Pero ya está en remisión completa. Todo está bien.

—¿Tu madre tuvo cáncer? ¿Y yo no sabía? —terció Laine.

—Claro que sabías. Te lo he contado. Sabías que me mudé de nuevo a Calabasas para cuidar a mi madre.

—Ah, espera. Claro, para cuidar a tu madre. Por supuesto. ¿Sabes qué? Estaba pensando en otra persona. Lo siento, continúa.

—Bueno —continuó Jules—, yo trabajaba mediante una agencia de trabajos temporarios

—¿Una agencia de trabajos temporarios? —le pregunté, recordando algo.

—Sí. Como no sabía cuánto tiempo estaría allí, pensaba que sería más fácil. En cualquier caso, me acababan de despedir de otro trabajo temporario y decidí ir a tomar un café. ¿Y a que no adivinas quién estaba en la misma cafetería…? Laine Toros, de la universidad.

—Era yo —intervino Laine—. Y una cosa llevó a la otra; comenzamos a hablar y aquí estamos.

—Aquí estamos —confirmó Jules.

—¡Guau! No creo que cosas así solo… sucedan —les dije—. Supongo que vosotros estabais destinados a encontraros.

—Estábamos destinados a encontrarnos —dijo Laine y asió la mano de Jules.

Siendo testigo de otra de sus demostraciones de afecto, volví mi atención a la calle estrecha y vacía. Era demasiado para digerir. Me había tomado demasiado tiempo superar a Jules. De hecho, ella era una de las razones por las que me había mudado aquí después de la universidad.

Realmente me había trastornado la cabeza. No sé por qué no había podido simplemente invitarla a salir. Siempre había sentido que ella habría dicho que sí si lo hubiera hecho, pero nunca lo hice. No estoy seguro de por qué no lo hice. Quizás estaba demasiado jodido en ese entonces. Mierda, ¡tal vez todavía estoy jodido!

Quiero decir, ¿qué he hecho yo con mi vida mientras Laine ha estado haciéndose más rico que Dios? Nada. Vivo en la misma casa en ruinas a la que me mudé hace diez años, cuando llegué aquí, y apenas tengo un centavo a mi nombre.

Vi que los Johnson me saludaban mientras me acercaba. Les devolví el saludo e hice una nota mental de que tenía que pasar por su casa para verlos cuando regresara a la isla. Se estaban haciendo mayores, y algunos de nosotros les cuidábamos el jardín. Pronto llegaría mi turno.

—Señor y señora Johnson, ¿cómo están Thelma y su nuevo nieto?

—Ella está muy bien —dijo el señor Johnson después de que me detuviera junto a él.

—¿Saben si recibió esos mangos que le dejé?

—Sí, creo que sí.

—Qué bueno. Estaban superdulces. Les traeré algunos.

—Sabes que siempre nos gustan tus mangos —dijo el señor Johnson con una sonrisa.

—Por cierto, ellos son unos amigos míos. Vinieron de visita de los Estados Unidos. Les he hablado de Laine. Y ella es su prometida, Jules. Fuimos todos a la universidad juntos.

—Encantado de conocerlo —le dijo el señor Johnson a Laine, y se volvió hacia mí—. ¿Ella es la chica de la que hablas?

—Oh, no sé a qué se refiere. En fin, le traeré esos mangos. Lo veré a la vuelta —dije y me alejé antes de que el señor Johnson pudiera decir otra palabra.

Sí, a lo largo de los años les había hablado muchas veces acerca de Jules y del dolor que me producía. Y, ahora que el señor Johnson estaba mayor, ya no tenía el mismo filtro que antes. No quería tener que explicar nada de lo que él pudiera decir.

—Parecían muy agradables —dijo Jules, y, de nuevo, volví mi atención a ella.

—Sí. Todo el mundo es muy agradable aquí. Es una comunidad pequeña, así que todos nos conocemos. Soy el padrino de su nieto —dije con orgullo.

—¿Te refieres al hijo de Thelma? —preguntó, como si supiera de quién estaba hablando—. Thelma, la de los mangos.

Me eché a reír.

—Sí, Thelma, la de los mangos.

—Es una islita pintoresca —dijo Laine, interrumpiéndonos a propósito.

Al menos una vez al año, Laine venía de visita. Era obvio que no entendía la vida en la isla. Era demasiado… de clase trabajadora para él. Nunca decía nada luego de que le presentaba a alguien. Y siempre tuve la impresión de que le molestaba que yo estuviera aquí. Así que, cuando me dijo que se había comprado una isla a unos pocos kilómetros de la costa de Bimini del Sur, me sorprendió bastante.

Ni siquiera me lo había mencionado hasta que me llamó, tres días atrás. Tuvo que haber venido a verla en algún momento antes de comprarla, ¿no? ¿O las personas como él compraban casas de millones de dólares sin verlas antes? Es decir, mi casa debía ser un basurero comparada con la suya, y la recorrí cinco veces antes de comprarla.

—Hemos llegado —dije mientras nos deteníamos frente a mi humilde hogar.